Además de escritores como José Luis Zárate o Gerardo Sifuentes, Chimal dice que hay “una cierta cantidad de autores más jóvenes que están abordando de otro modo el asunto de la ciencia ficción, como Rafael Villegas, Gabriela Damián y Rodolfo J.M.”.
Hace un año, el 5 de junio de 2012, murió Ray Bradbury. Escritor estadounidense y referencia ineludible de la ficción científica en el siglo XX. El fallecimiento de Bradbury, a los 91 años, me llevó a preguntarme sobre el estado de ese género literario en México.
Para ello recurrí al escritor Alberto Chimal (Toluca, 1970), quien además de ser pionero de la escritura en soportes digitales ha publicado libros impresos de minificciones y de ciencia ficción como El viajero del tiempo [Monterrey: Posdata, 2011], el cual fue desarrollado en Twitter.
Antes de que el escritor me responda cualquier pregunta dice que Ray Bradbury “Fue un gran escritor, sin más adjetivos ni acotaciones”. Para el autor de Los esclavos [Almadía, 2009] —su primera novela—, Bradbury “es un escritor cuya influencia no siempre es bien aquilatada, a veces pasa incluso inadvertida”. Añade que la gente que está más interesada en la ciencia ficción “tradicional” lo desprecia “porque no da datos duros, no incluye esta especulación basada, estrictamente, en conocimiento científico avalado y disponible, sino que más bien utiliza los iconos de la ciencia ficción como el cohete espacial, el robot, el astronauta, la máquina del tiempo, para sus historias que sobre todo son muy líricas, de diferentes experiencias humanas”.
Añade que Ray Bradbury, autor de libros clásicos como Crónicas marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951) y Farenheit 451 (1953), llegó a sentirse orgulloso de no haber publicado libros electrónicos y que declaró a la revista Time que no creía en los soportes digitales. Chimal dice entender por qué Bradbury rechazaba las nuevas tecnologías, aunque no está de acuerdo con él, pues “equiparaba a la electrónica y la computación, todas esas nuevas herramientas, con la deshumanización”.
“No creo que la tecnología en sí misma sea perversa. Creo que, como cualquier otra tecnología, las herramientas pueden ser utilizadas para fines perversos, pero en sí mismas no son ni buenas ni malas, son herramientas, nada más”, dice el novelista nacido en una ciudad que por las noches, efectivamente, parece el set de película de terror con ciencia ficción, como lo es Toluca, en el Estado de México. Unos años antes, en otra entrevista, Alberto y yo coincidimos en ello.
La híbrida e implosiva ficción científica mexicana
Alberto Chimal realizó además de El viajero del tiempo, 83 novelas, libros en los que experimentó cómo desarrollar la escritura de minificción y microrrelato en la red social Twitter. El viajero del tiempo, por ejemplo, a pesar de que son textos cortos, “podrían ser un homenaje al personaje de H.G. Wells” de La máquina del tiempo, publicado en 1895. Además de escritores como José Luis Zárate o Gerardo Sifuentes, Chimal dice que hay “una cierta cantidad de autores más jóvenes que están abordando de otro modo el asunto de la ciencia ficción, como Rafael Villegas, Gabriela Damián y Rodolfo J.M.”. “Lo que es curioso”, continúa, “con la mayoría de estos autores es que de alguna manera están utilizando la ciencia ficción no en estado puro, están mezclándola con otra cosa, están inventando sus propias propuestas literarias siempre al amparo de otro subgénero o sin abordar directamente la etiqueta de ciencia ficción, sino utilizándola como un elemento más, quizá como lo habría hecho Bradbury —aunque, por supuesto, con medios muy diferentes”.
Según Chimal, el último movimiento de autores de ciencia ficción nacionales hizo implosión, desapareció a fines de los años noventa y dejó una estela muy frustrante de proyectos editoriales que quedaron malogrados. En los noventa, dice Chimal, los escritores mexicanos sí estaban interesados en ese tipo de historias, pero los editores no querían a estos escritores locales, entre los que se incluye él mismo. Así, “el camino para muchos de esos autores parece ser la hibridación, la búsqueda por otra parte”, como Bernardo Fernández, Bef, “que de pronto dio un viraje en su trabajo al comienzo de este ciclo, se dedicó principalmente a la novela policíaca, pero el libro Hielo negro de alguna manera mezcla lo policíaco con algunas ideas muy raras que están más cerca de la ciencia ficción”.
Le pregunto si cree que en los años noventa la literatura de ficción científica podría haber sido un reflejo del cine mexicano de ese mismo género —el cual no ha tenido una producción seria, a diferencia de otros países. Para Chimal son fenómenos paralelos, “tampoco había mucha comunicación entre cineastas y escritores, quizás si hubiera habido más habría pasado otra cosa”. Recuerda que de aquel tiempo el único sobreviviente es Guillermo del Toro: “Es muy sintomático que no sólo se va hacer carrera a Hollywood, sino que literalmente huye de México porque secuestran a su padre y él —muy comprensiblemente—, se siente disgustado por la situación en el país”.
El interior atrayente y el exterior desagradable
¿Tiene la ficción científica hoy muchos más elementos que hace cincuenta años para echar a volar mucho más la imaginación? Alberto Chimal responde que no se puede evitar esta inflexión que hubo en el pensamiento occidental a la vuelta del siglo, “cuando se empezó a difundir la idea de que justamente el futuro ya había llegado, de que alguna manera aquellas promesas que había hecho la cultura popular no se habían cumplido porque ya habíamos llegado al año en el que se suponía que comenzaba el futuro, el año 2000”. Remata: “Seguimos cargando con eso y eso no va a cambiar, esta sensación de decepción”.
Lo que está pasando, y en lo cual tiene mucho que ver la cultura digital, según Chimal, “es que el interés de la ficción, no de la ciencia ficción nada más, sino de toda las formas narrativas de la cultura popular, pasa del espacio exterior, como el campo de la imaginación del siglo XX, al espacio interior, subjetivo, virtual”.
El autor de El último explorador [Fondo de Cultura Económica, 2012] dice que una película que marcó ese cambio fue Matrix, “la gran obra del cambio de siglo en ese sentido”, aunque no es la primera que plantea esto, “pero es la que lo consagra globalmente”. “La idea de que lo interesante no está en el espacio exterior, sino en la conexión a la máquina para explorar el ciberespacio; al convertirnos en jugadores sobrehumanos de videojuegos. Seguimos en esa tensión entre lo interior, que es cada vez más atrayente, y lo exterior, que es cada vez más desagradable”.
“La idea de que lo interesante no está en el espacio exterior, sino en la conexión a la máquina para explorar el ciberespacio; al convertirnos en jugadores sobrehumanos de videojuegos. Seguimos en esa tensión entre lo interior, que es cada vez más atrayente, y lo exterior, que es cada vez más desagradable”.
En este sentido, algunas de las novelas más interesantes de este género publicadas recientemente Reamde [2011], de Neal Stephenson; Ready Player One [2001], de Ernest Cline, y The City and the City [2009], de China Miéville.
Mujeres mexicanas en la ficción científica
¿Hay más hombres que mujeres que escriben sobre estos temas?, le pregunto. Chimal cree que algo está cambiando, pues “más mujeres se están acercando a la literatura fantástica, a la ciencia ficción, a todo esto que, según yo, podríamos llamar en general literatura de imaginación”.
La literatura mexicana siempre ha tenido una fijación “un poco malsana con el realismo”, dice, “sobre todo con el realismo en relación con el poder político, con la historia oficial, con una manera impuesta verticalmente de mirar el mundo”, lo cual “ha cerrado las puertas a muchos diferentes tipos de literaturas”. Para Chimal, esa visión ha ocasionado que en otros ámbitos de la vida haya desigualdad, discriminación y “toda clase de males contra los que quizá como sociedad nos sentimos más facultados para protestar. Parte de esa protesta también sucede en la literatura y también se da con mujeres que están reclamando espacios que antes se les habían negado y que están haciéndolos suyos de muchas formas”.
El futuro de la ficción científica en México
La ficción científica se va a integrar a muchas formas, vertientes y corrientes de literatura nacional, dice Chimal, “no va a quedar en estado puro, se va a convertir en un elemento, un repertorio de iconos, de conceptos, que van a ser utilizados por muchos autores de muchas maneras”. En los noventa ya había libros como El orgasmógrafo [Plaza y Janés, 2001], de Enrique Serna, [suponemos que el autor se refiere a Amores de segunda mano, de ese autor, el cual fue editado en 1994], “en el que utilizaba elementos de ciencia ficción junto con muchas otras cosas. Creo que esa tendencia va a proseguir”.
¿Esto se debe al rápido desarrollo de las tecnologías?, le pregunto. “Sí, y a la cada vez más rápida intercomunicación entre autores de diferentes lugares, de diferentes regiones, de diferentes inclinaciones. Ese proceso ya no tiene que depender, como dependía de otras épocas, de una autoridad central; por internet ahora es en todas direcciones y a todas horas”.
Al final de la conversación, Alberto Chimal me cuenta que en Estados Unidos se lanzó una antología que reúne textos fantásticos de autores mexicanos que se llama Three Messages and Warning [Small Beer Press], compilada por el estadounidense Chris Brown y Eduardo Jiménez Mayo. Es una antología de lo más interesante “porque no se habría podido hacer en México”, pues entre otros autores se encuentran “los considerados canónicos o generales de la literatura como Ana Clavel, Mauricio Montiel Figueiras, Agustín Cadena, y autores que estuvieron en el ámbito de los marginados como José Luis Zárate, Bef y Pepe Rojo”. También se encuentran Karen Chacek, Gabriela Damián, Amparo Dávila, Agustín Cadena, Claudia Guillén, Yussel Dardón, Bruno Estañol, Liliana Blum, Beatriz Escalante y Óscar de la Borbolla, entre otros.
“Si alguien lo hubiera intentado reunir en México”, cree Chimal, “probablemente no hubiera podido porque varios de esos autores no habrían querido verse en compañía de los otros. Por el simple hecho de haberse hecho afuera y sin atender a las jerarquías y los prejuicios del establishment literario nacional, resulta más diversa y más incluyente de lo que podría haberse hecho aquí. Eso me parece un gran logro que se puede explicar perfectamente a partir de las nuevas posibilidades de comunicación” ¿O será, pienso, que en México se encuentra parte del futuro de una nueva forma de escribir ciencia ficción? Si Ray Bradbury escribió, en menos de un mes, su Fahrenheit 451 en una máquina de escribir alquilada por diez centavos de dólar la media hora en la Universidad de Los Ángeles, quizá una joven mexicana que vive en un país en crisis permanente podría estar escribiendo la gran obra de este siglo en algún blog…
Chimal, por cierto, desde temprana edad empezó a escribir en la computadora, pues la máquina de escribir y el lápiz nunca le han acomodado por sus dedos largos y delgados. “Yo estaba en una posición muy apropiada la primera vez que me encontré con un teclado de computadora, fue como una revelación”. De haber sido Ray un jovenzuelo de estos tiempos habría sido un entusiasta de los soportes digitales de una manera muy creativa, “que nos hubiese hecho olvidar que estábamos leyendo en una pantalla”, dice Alberto Chimal para terminar. ®