«La retrospectiva de la obra de Antonio López realizada por el museo Thyssen de Madrid el verano pasado tuvo récord de asistencia. El trabajo de Antonio López es puro como un puñado de tierra; es paciente como un árbol creciendo y en el que cada detalle va apareciendo a su debido tiempo».
De 1975 a 1980 Antonio López García pintó la Gran Vía, esa icónica avenida de Madrid que comienza en la calle de Alcalá y termina en la plaza de España. A primera hora del día era como una gigantesca grieta, dice el pintor en una entrevista: “La Gran Vía vacía y sin coches era verdaderamente impresionante, una imagen muy distinta a lo que acostumbrabas a vivir en la ciudad. Quise expresar en la pintura ese aspecto fantasmal que puede tener el mundo en que vivimos”. En ese entonces pintó en las madrugadas, buscando la soledad; ahora lo hace con público buscando los cambios de luz en el mismo sitio. Siempre intensamente, hasta el último detalle es destacado y cuidado; nada en sus pinturas es pasado por alto.
Desafiando el paso del tiempo atrapa la permanencia de lo material sobre lo impalpable. Sus cuadros transmiten la urgencia del artista por pintar y dibujar el presente, como una instantánea fotográfica, buscando siempre plasmar lo que hay delante de nuestros ojos y a veces se escapa en la inmediatez. La cotidianidad es su tema, y pinta desde un refrigerador hasta un árbol de membrillo en su jardín, invariablemente con música clásica de fondo. Lucha con la luz y el tiempo pero más que nada con el reflejo de éstos sobre los objetos.López García, pintor y escultor, nació en Tomelloso, un pueblo manchego ubicado en el centro de España. Se acercó a la pintura gracias a su tío, el también pintor y dibujante Antonio López Torres, quien le encargó su primera composición.
La sencillez del campo lo ha seguido durante su vida. Es un hombre discreto que sin aspavientos crea obras eternas. En 1961 se casó con María Moreno, otra gran pintora realista y dibujante dotada, que a pesar de haber vivido a la sombra de su famoso esposo ha logrado obras de gran calidad que, quizá por la convivencia diaria, se asemejan a las de su esposo.
La cotidianidad es su tema, y pinta desde un refrigerador hasta un árbol de membrillo en su jardín, invariablemente con música clásica de fondo. Lucha con la luz y el tiempo pero más que nada con el reflejo de éstos sobre los objetos.
Antonio López es considerado un pintor hiperrealista (aunque alguna vez tocó el surrealismo) debido a la gran similitud que existe entre su obra y la realidad. Pero si observamos con más atención nos daremos cuenta de que el realismo de López García toca lo onírico, lo metafísico. Como dice María Moreno: “Para terminar en la abstracción hay que pasar antes por la realidad y la realidad es lo que ven tus ojos. Tratar de entenderla es un proceso tan importante y largo como llegar a la abstracción”. Sus paisajes urbanos carecen de movimiento, no hay personas ni autos con lo que se magnifica la soledad palpable. Pinta las ciudades que conoce como Madrid o Tomelloso: “Son dos lugares a mi medida. Son como yo mismo”. En el año 1985 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias y en enero de 1993 fue nombrado miembro de la madrileña Real Academia de San Fernando.
La retrospectiva de la obra de Antonio López realizada por el museo Thyssen de Madrid el verano pasado tuvo récord de asistencia. El trabajo de Antonio López es puro como un puñado de tierra; es paciente como un árbol creciendo y en el que cada detalle va apareciendo a su debido tiempo. La pintura española se puede entender a partir del retrato y López ha mantenido esa tradición. Hereda de Velázquez o Zurbarán el oficio, que ejerce cual obrero artesanal, imponiendo nuevos estándares en un quehacer que muchos daban por muerto. El artista siempre trata el el cuadro con un respeto que hoy muchos prefieren hacer a un lado en el arte contemporáneo. ®