Un amante inseguro y atormentado. Un joven director de orquesta que lo ha interpretado como nadie. Dos biografías sorprendentes, cada una a su manera. Dos genios, Gustavos los dos.
Primera parte
Silvia pregunta: ¿Y si a cien años de su muerte todo el sufrimiento escuchado sobre el corazón de Gustav Mahler hubiese sido mentira, si durante décadas y décadas los directores lo han sangrado mal y sus verdades más profundas estuviesen aún enterradas en el silencio debajo de las orquestas esperando a ser descubiertas?“¡Alma querida!, ¿dónde están tus ideas?”
Mahler (Bohemia, 1860-Viena, 1911) era miope, nervioso hasta la enfermedad y pataleaba sobre el piso como un caballo furioso en presencia de desconocidos; cuando tenía cerca una botella de vino le arrancaba las etiquetas con los ojos chispeantes y las hacía bolita, como un niño. Era inocente y tierno hasta extremos de candidez con su esposa Alma Schindler (1879-1964), al tiempo que un brutal tirano que, poco antes de su boda —celebrada el 9 de marzo de 1902—, cuando ella le insinuó que también deseaba componer, le prohibió dedicarse a la música en una espeluznante carta sin parangón en la historia del machismo : “Lo que tú eres para mí es: MI MUJER… tenemos que ser uno en nuestro amor, pero, ¿en las ideas?, ¡Alma mía!, ¿dónde están tus ideas?… tú tienes que ser como yo lo necesito si queremos ser felices… ¿quieres componer?, ¿por placer o para aumentar los tesoros de la humanidad?… el que compone soy yo y a partir de hoy tú también tienes un trabajo: ¡hacerme feliz!… la configuración de tu vida futura, en todos sus detalles, ha de depender íntegramente de mis necesidades”.
Un mesías tropical
“Quienes cumplimos quince años en el siglo XXI necesitamos un Mahler nuevo y fresco, cercano a nuestras vidas, que podamos sentir como nuestro”. En su osada aventura hacia la configuración de un universo mahleriano diferente y propio, Silvia encontró a través de Gustavo Dudamel los sonidos que estaba buscando; la batuta de este venezolano de treinta años le reveló una inesperada y desconcertante posibilidad: que la angustia metafísica no sea, como siempre se ha cacareado, la esencia de la música de Gustav Mahler, sino que ésta se encuentre en su trágica experiencia en el amor, en la desesperación que le causaba ser un amante inseguro y desastroso.
Segunda parte
I
Durante la crisis de la civilización europea que desembocó en la Primera Guerra Mundial (1914-1919) surgieron dos descubrimientos que transformaron la vida espiritual del ser humano: la teoría de la relatividad y el psicoanálisis. El universo y el alma dejaron de ser lugares seguros: todo lo que sobre ellos se sabía resultó ser mentira. De pronto, las mismas cosas ya no fueron las mismas cosas, y los hombres quedaron indefensos ante la confusión y el miedo de habitar un mundo que se revelaba diferente, desconocido, ajeno.
En su afán por expresar esta nueva realidad el arte destruyó los convencionalismos y emprendió búsquedas radicales por encontrar nuevas formas expresivas. Musicalmente, esta revolución significó el desvanecimiento de las ideas estéticas enarboladas por el romanticismo decimonónico y el surgimiento de un sistema de doce notas (el tradicional era de ocho) que permitió construcciones sonoras ambiguas, cuya coherencia evadía la melodía para servir a fórmulas mucho más complejas.
A pesar de su violencia, esta transformación no fue del todo una ruptura. Entre los últimos melódicos y los primeros modernos se extienden lazos sutiles y enigmáticos donde el sistema tonal es llevado hasta el umbral de la ambigüedad, desde donde fueron posibles las nuevas formas de articulación sonora que marcaron el rumbo de este arte durante el siglo XX. Gustav Mahler es uno de los puentes principales en este proceso.
II
Gustavo Dudamel (1981, Barquisemeto) es hermoso: tiene una exuberante cabellera de oscuros chinos despeinados y un cuerpo elástico y latino que baila cumbias sobre el pódium; negros ojos que se extienden llameantes y peligrosos por miradas que abren vertiginosos panoramas de pasión y furia, y labios sensuales que al sonreír hacen pensar en el contraste íntimo de los felinos: tiernos y amorosos pero siempre dispuestos a matar en defensa de lo que es suyo.
Su madre daba clases de perfeccionamiento vocal y su papá tocaba el trombón, así que a nadie sorprendió que a los cuatro años quedara fascinado con la descripción lírica de un barco que naufraga en las aguas de un furioso océano que N. A. Rimsky-Korsakov hace en su suite sinfónica Sheherezade.
Gustavo pidió en su quinto cumpleaños un violín como regalo y a los pocos meses fue inscrito en el Sistema Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles (SNOJI), fundado (Caracas, 1975) y dirigido por el economista y músico amateur José Antonio Abreu (1939).
Gustavo era un violinista de innata musicalidad y desconcertante habilidad para la improvisación, todo parecía indicar que sería un virtuoso; sin embargo, deseaba ser director musical. En 1994, a los trece años, tuvo la iniciativa de conformar una orquesta con sus compañeros y tomar la batuta para conducir los movimientos segundo y tercero de la Sinfonía 1, El Titán, de Gustav Mahler.
Abreu asistió al ensayo y quedó asombrado ante la íntima comprensión que Gustavo mostraba de una partitura pletórica en contrastes y complejas demandas técnicas. A partir de entonces dirigió su enseñanza hacia la dirección orquestal.
Tras cuatro años de formación intensiva Gustavo recibió el nombramiento de director artístico de la Sinfónica Juvenil Simón Bolívar, conformada por los músicos más adelantados del Sistema. El grupo realizó giras por Venezuela y América del Sur ofreciendo un repertorio diseñado sobre todo con sinfonistas enmarcados en los románticos (Berlioz, Brahms, Chaikovsky…) y compositores latinoamericanos del siglo XX que a través de lenguajes cercanos a las vanguardias pero inspirados en ideas autóctonas impulsaron una música clásica propia del continente (Revueltas, Ginastera, Villa-Lobos…).
En 1994 Gustavo ganó la primera edición del Concurso de dirección orquestal Gustav Mahler en Alemania. Uno de los miembros del jurado fue el connotado director Esa-Pekka Salonen, entonces titular de la Sinfónica de Los Ángeles, quien declaró: “Dudamel es el conductor más impresionantemente dotado que jamás haya existido”.
Gustavo tenía 24 años. Firmó un contrato con la disquera Deutsche Grammophone, recibió invitaciones de las Sinfónicas de Londres, Viena y San Francisco, y con la Simón Bolívar recorrió Europa triunfalmente. A partir de entonces su carrera ascendió vertiginosamente.
III
Curiosamente, lo novedoso en el repertorio mahleriano no es el lenguaje, que transita por los idiomas acuñados y desarrollados durante el siglo XIX, sino el planteamiento: hacer del hecho sinfónico un mundo que todo lo abarque, que todo lo contenga. La medida de esta totalidad es el corazón del propio Mahler, que avanzó siempre, intrépido, incansable, en busca de las eternas respuestas: ¿Para qué el sufrimiento cotidiano? ¿Qué encontraremos después de la muerte?
El conjunto de su obra es una épica narración de sus aventuras místicas y sensuales en torno a estas dos preguntas. Grandes proezas, cantos a la tierra, sueños celestiales, trágicas premoniciones, recuerdos atormentadores, extáticas risotadas, muchas muertes, muchas resurrecciones, dudas indescifrables, dicha cotidiana, retozo inocente y dolores milenarios configuran una cosmogonía musical que ha trascendido por expresar un mensaje de profunda esperanza en torno a la vida, que la propone como una sorpresa interminable, donde el ser humano debe permanecer al lado de la naturaleza, maravillándose del mundo, para recibir con valentía y felicidad las bendiciones y los tormentos del destino.
Curiosamente, lo novedoso en el repertorio mahleriano no es el lenguaje, que transita por los idiomas acuñados y desarrollados durante el siglo XIX, sino el planteamiento: hacer del hecho sinfónico un mundo que todo lo abarque, que todo lo contenga.
A pesar de estar expresado mediante una gran orquesta, su mensaje tiene una textura camarística; los pasajes de las secciones son pequeñas intimidades, construidas intrincadamente; cada conjunto encaja con el otro como piezas de un rompecabezas, formando un pensamiento absoluto, cuya sensación de unidad sólo es posible mediante la meticulosidad en los detalles que lo conforman. Las hojas donde Mahler escribía eran al tiempo obras literarias; a veces había tantas palabras como notas; con sus aclaraciones sobre estados de ánimo, buscaba acentuar los contrastes, definir los matices sonoros necesarios para ofrecer una correcta lectura de sus ideas.
En su obra no suelen encontrarse referencias melódicas claras; el sistema tonal está llevado a sus últimas consecuencias, partido, desencajado de sus propias reglas, al borde de la ambigüedad, al servicio de la brillante y conmovedora inconsistencia de un hombre dual, que siempre se debatió, citando a Leonard Bernstein, uno de los máximos exponentes mahlerianos, entre “el compositor y el director, la sofisticación y la inocencia, la sangre alemana y la bohemia, las creencias cristianas y las judías, la tradición occidental y la visión oriental, la disposición sinfónica y la naturaleza operística, la gran orquesta y la música de cámara, el sentido trágico y la alegría infantil”.
IV
Gustavo Dudamel es hoy el conductor más famoso del mundo. Además de dirigir artísticamente tres orquestas de primer nivel (Orquesta Juvenil Simón Bolívar, Sinfónica de Gothenburgo y Filarmónica de los Ángeles) se ha consolidado como uno de los mahlerianos más interesantes en la historia.
Al frente de la mítica Filarmónica de Berlín, donde Mahler ha sonado a través de Herbert von Karajan (1908-1989), Georg Solti (1912-1997) y Claudio Abbado (1933), Gustavo dirigió la Quinta Sinfonía, y logró lo que parecía imposible: el Adagietto para arpas y cuerdas otra vez fue nuevo: en esa canción de amor agotada por tantos recuerdos, donde parecía no haber lugar para imágenes nuevas, surgió un llanto interminable, tan honesto y desconsolado que dio la impresión de que por primera vez se escuchaba en el mundo.
El poder de convencimiento que tiene Gustavo es avasallador. Se para frente a las orquestas y estalla en apasionadas explicaciones, y mientras habla su mirada se enciende y va cambiando, como un caleidoscopio de fuego: ya es ardorosa, ya se asombra, ya parece tímida y ya arde de nuevo. Al verlo los músicos tienen la impresión de un profeta que en estado de éxtasis revela a su pueblo los designios de un Dios oscuro y misterioso. “¡Mahler quiere sangrar frente a nosotros, no hay que obstaculizarlo, hay que ayudarlo!”, y es tan intensa e incomprensible su fuerza que cierran los ojos y lo siguen.
Pero su influencia mahleriana trasciende lo artístico y se abre espléndidamente hacia el ámbito social; por él miles de jóvenes no sólo se han acercado a Mahler, sino que han encontrado el valor para experimentarlo de un modo individual.
El triunfo de Gustavo Dudamel es justamente ése: haber provocado una revolución musical donde los jóvenes modernos son capaces de leer atrevidamente a compositores sobre los cuales las generaciones anteriores habían colocado un nimbo rígido y dogmático.
Por haber logrado transmitir una libertad violenta y emancipada, este joven director de orquesta ocupa ya, a sus treinta años, un lugar destacado en la historia de la música.
Tercera parte
“¡Alma querida!, ¿cuál es la muela que me duele?”
A pesar de nadar y montar a caballo, Mahler nunca pudo mostrarse impetuoso, viril, sanguíneo; era más un sonido que un hombre; un ser abstracto, sin noción de su cuerpo, que una vez salió del consultorio del dentista a la sala de espera y preguntó: “Alma querida, ¿cuál es la muela que me duele?”Mahler fue una carne sin dueño que, aunada a un corazón torpe y egoísta hacia el amor de pareja, incapaz de sentirlo como una relación entre iguales, propició que Alma se consiguiera un amante, el arquitecto Walter Gropius (con quien posteriormente se casó en segundas nupcias) y recibir así el golpe más terrible de su vida: una tristeza de la que nunca pudo curarse…
Cuando Mahler se enteró del engaño desempolvó las partituras juveniles de su esposa, las que había prohibido sangrientamente, y la despertaba tocándolas, afirmando con una gran sonrisa que eran magníficas, “escritas por una diosa”, y le ofreció ayuda para publicarlas, organizarle conciertos, dirigirlos, asesorarla en nuevas composiciones… Pero el sueño de Alma ya estaba roto y regresar a su música, después de haberla perdido, ya no tuvo sentido. Mahler no se rindió, y ahora quiso arreglar su vida erótica; entonces acudió a la última novedad científica de su época: el psicoanálisis, y se entrevistó con el doctor Sigmund Freud. Pero estaba ya demasiado viejo y demasiado enfermo del corazón; ¡y murió sin nunca haber amado realmente a una mujer!
Silvia sonríe, brilla y grita
Cuando Mahler se enteró del engaño desempolvó las partituras juveniles de su esposa, las que había prohibido sangrientamente, y la despertaba tocándolas, afirmando con una gran sonrisa que eran magníficas, “escritas por una diosa”, y le ofreció ayuda para publicarlas, organizarle conciertos, dirigirlos, asesorarla en nuevas composiciones…
“… ¡Ahí, y sólo ahí está la verdadera esencia de su ser, y por lo tanto, de su música!” Silvia está segura: Mahler inventó todo su universo artístico desde el dolor de ser un pésimo amante. Así quiere escucharlo ella porque es como no se ha escuchado nunca. “La generación anterior atendía al genial pensador y agudo filósofo, al implacable director de la Ópera Imperial que representaba el centro de la vida cultural vienesa de finales del siglo XIX, pero todo eso planteaba que Mahler era un hombre completo, firme y pleno, y justamente es todo lo que no era”. Entonces Silvia comenzó poner atención a los detalles de su biografía que siempre habían pasado por triviales y anecdóticos y fue juntando las piezas “de un ser fragmentado, de una sensibilidad ingenua y demasiado dulce, sexualmente aterrado, que escribía sobre elevadas ideas, pero fue tan honesto que son sus debilidades lo que con más fuerza y belleza aflora en su música, y creo que es algo de lo que ni él mismo se dio cuenta”.
Una revolución libertaria
Gustavo no cree que en la música haya lugar para absolutos; sólo sabe que mientras la gente que la escuche pueda formarse opiniones propias, radicales y contestatarias, este arte nunca correrá el peligro de anquilosarse y ser una pieza de museo.
Por ello, con una gran sonrisa que hace pensar en la luz, Gustavo asegura que si pudiera resucitar, como en su Segunda Sinfonía, y acercarse a Silvia, Mahler seguramente recibiría con gran atención lo que esta joven de 24 años y grandes y curiosos ojos color miel, adornada con un vestido de flores de colores, tiene que decirle:
“¡Tonto!, ¿no te das cuenta de que te ama?”
Con su desconcertante voz de contralto, para la que Mahler con tanta eficacia y sentimiento escribió, Silvia le diría: “Te ahorrarías mucho sufrimiento cotidiano y tendrías menos tiempo para pensar en la muerte si tan sólo dedicaras más tiempo a lo que sientes por Alma; no seas tímido porque es hermosa y tiene veinte años menos que tú; ¿por qué la celas así?, ¡tonto!: ¿no te das cuenta de que te ama?” ®