Del ridículo “imperio” de Agustín I y el primer fraude electoral a favor de Vicente Guerrero, la pérdida de Texas y la invasión estadounidense hasta la permanente polarización de la política.
La historia mexicana puede ser una de las más interesantes para un analista de casi cualquier nacionalidad, pero también una de las más duramente aleccionadoras para un ciudadano crítico, despierto como mexicano y no enfermo de nacionalismo. Nuestra historia tiene agentes y procesos —puede decirse así— estelares pero se inclina hacia el fracaso. El antídoto no es la autoporra permanente (visible hasta en los anuncios de televisión de exitosas empresas nacionales e internacionales que la explotan); no serán solución ni la industrialización ni la estatalización narrativas del impulso a la autoestima nacional. Sobra autoestima superficial y de ficción, finalmente improductiva; falta autoestima racional, comprensiva y fundada para proyectos de mejora real. Falta, por tanto, autocrítica. Conocer la historia es conocer —en mayor o menor medida— los problemas contemporáneos, y prepararse para enfrentarlos. Debemos, por eso, conocer y reconocer nuestros fracasos históricos.
Selecciono seis fracasos de los primeros 33 años de vida formalmente mexicana:
1. Con el Plan de Iguala, la alianza Agustín de Iturbide–Vicente Guerrero y los Tratados de Córdoba, en 1821 se concreta la independencia político–estatal de México (i.e. México, que no existía en 1521, ya existía en 1810…). Pero inicia su vida independiente con un régimen unipersonal (ése sí): el ridículo “imperio” de Iturbide, “Agustín I”. Nace en 1822 y muere en 1823, en medio de conflictos entre el “emperador” y personajes como el mismo Guerrero y Nicolás Bravo. Entre los actos de Iturbide están la disolución del Congreso y los encarcelamientos de fray Servando Teresa de Mier, Andrés Quintana Roo, Carlos María de Bustamante y José Joaquín de Herrera. La caída “imperial” puede tomarse como un éxito pero son fracaso tanto su existencia como lo que siguió.
De 1824 a 1854, en treinta años, hubo más de treinta sucesiones presidenciales. Sólo Guadalupe Victoria y José Joaquín de Herrera terminaron sus periodos originales, pero las dos excepciones no pueden entenderse sin dos hechos.
2. Tras la desaparición del “imperio” iturbidista y con la aparición de la Constitución de 1824 México comienza su vida republicana. Suena muy bien: ¡muerte al imperio, viva la república! Pero hay de repúblicas a repúblicas… Y aquí la lucha polarizada entre dos “partidos” —logias, grupos y subgrupos ideológicos, bandos políticos amplios— lleva a la inestabilidad política y la lucha militar constantes. A eso y a una alta improductividad estatal. De 1824 a 1854, en treinta años, hubo más de treinta sucesiones presidenciales. Sólo Guadalupe Victoria y José Joaquín de Herrera terminaron sus periodos originales, pero las dos excepciones no pueden entenderse sin dos hechos: el de Victoria (1824–1829) fue literalmente el primer periodo presidencial de la historia mexicana y el de Herrera (1848–1851) fue inmediatamente posterior a la derrota en la guerra contra Estados Unidos. Por otra parte, en esos treinta años Antonio López de Santa Anna ocupó la presidencia once veces, y se promulgaron tres constituciones.
3. El primer fraude electoral se dio para entregar el poder al segundo presidente de México. Es decir: segunda elección presidencial, por tanto primera sucesión, y primer fraude. A favor de Vicente Guerrero y con su participación militar. Recomiendo la lectura de los capítulos sobre el presidente Victoria y el presidente Guerrero de la serie Los gobernantes de México de Manuel Rivera Cambas. Pero remarco: el primer fraude electoral ocurrió a tan sólo siete años de vida independiente y cuatro de vida republicana.
4. La separación de Texas: quince años después de que México declarara su independencia de España los colonos tejanos liderados por Stephen Austin declararon su independencia de México. ¿Causas? Varias, como una colonización mal planeada por parte de México y errores militares de Santa Anna en la campaña contra la separación.
Vale añadir que el primer vicepresidente de la República de Texas fue Lorenzo de Zavala, yucateco que era terrateniente en Texas y había sido diputado y presidente del Congreso Constituyente de 1823–1824, gobernador del Estado de México y ministro de Hacienda en la presidencia de Vicente Guerrero.1
La anexión de Texas a Estados Unidos se formalizó en 1845 y es un antecedente del siguiente fracaso nacional, la invasión norteamericana y la pérdida de gran cantidad de territorio.2
En los primeros 33 años del Estado–nación mexicano la agricultura, el comercio, la industria, la educación y la ciencia quedaron muy frecuentemente en entredicho a causa de la política ineficaz.
5. En 1846 los ejércitos estadounidenses invaden México encabezados por Zachary Taylor y Winfield Scott. En septiembre de 1847 toman la capital, después de triunfos en las batallas de Cerro Gordo, Churubusco, Padierna, Molino del Rey y Chapultepec. Y luego toman la mitad del territorio mexicano, formalizado todo en los Tratados de Guadalupe–Hidalgo de febrero de 1848. El firmante mexicano fue Luis de la Rosa. Se dice que este fracaso se debió a una falta de “conciencia nacional”, sin embargo, para mí, sólo es parte de la explicación: de 1845 a 1848 hubo doce presidentes de México, contra uno de Estados Unidos (Polk). Ese dato de rotación política extrema no puede explicarse satisfactoriamente sólo con “falta de conciencia nacional”.3
6. Apenas un lustro después del fracaso ante Estados Unidos y después de haberse sentado diez veces en la silla presidencial, Santa Anna regresa al poder por iniciativa y apoyo de Lucas Alamán. El dictador se convertirá entonces en “Su Alteza Serenísima”; Alamán moriría antes que la última dictadura santanista. Ésta provocará la revolución de Ayutla, con la que México empezaría a ser más moderno y mejor. Hasta nuevos fracasos…
En los primeros 33 años del Estado–nación mexicano la agricultura, el comercio, la industria, la educación y la ciencia quedaron muy frecuentemente en entredicho a causa de la política ineficaz. Son décadas que muestran los inconvenientes y daños de la polarización política, los extremismos, la ambición desmedida, la “empleomanía” (José María Luis Mora dixit) por grilla, la miopía e improvisación, la soberbia de los gobernantes, la debilidad estructural del Estado, el militarismo, el caudillismo y de otras formas de política centrada en una persona. Es, como siempre, hora de aprender. ®
Notas
1 De Zavala es un caso muy interesante, además de significativo respecto a los problemas de México. Una selección de su pensamiento puede verse en Espejo de discordias. Lorenzo de Zavala–José María Luis Mora–Lucas Alamán, de Andrés Lira, Cien de México, SEP, 1984.
2 El Diario del presidente James K. Polk evidencia que siempre fue su intención que México perdiera, como fuera, sus territorios del norte. Hay una edición en español seleccionada, traducida y apuntada por Luis Cabrera, publicada a mediados de la década de 1940.
3 Un lector agudo se dará cuenta de que en este artículo se opera de principio a fin una distinción entre nacionalidad y nacionalismo, es decir, sin impedir el análisis, manifiesto una “conciencia nacional”, la conciencia de que la historia mexicana es una parte de mí, pero rechazo el orgullo invariable y automático, e irracional, por el hecho mismo de haber nacido y crecido en México. Ni avergonzado ni orgulloso. Eso en general. Mi nacionalidad es mexicana, no soy ni un mexicano nacionalista ni un nacionalista mexicano; no defiendo, en principio, ni el nacionalismo de México ni ningún otro nacionalismo. Tomo la nacionalidad como ciudadanía formal y una influencia sociocultural, no como jaula mental, prisión cultural o límite intelectual, mucho menos como destino biológico, mandato racial, servidumbre político–patriótica ni deber absolutamente incondicional. La retórica contemporánea de la traición a la patria es basura.