Los gobiernos de centroizquierda en América Latina en realidad no lo son más que de palabra, pues la macroeconomía no ha cambiado desde que llegaron al poder, como lo demuestran con datos duros James Petras y Henry Veltmeyer en su libro Espejismos de la izquierda en América Latina (Lumen, 2009).
Esta cuña aprieta porque es del mismo palo: James Petras y Henry Veltmeyer no pueden ser descalificados como derechistas ni como cooptados por grandes capitales, oligarquías o mafias. No se trata de vulgares provocadores ni recurren al insulto al estilo de Apuleyo o Vargas Llosa junior. Son autores de un libro que resulta imprescindible para fundamentar cualquier opinión sobre los gobiernos de centroizquierda en América Latina: Venezuela (Chávez), Bolivia (Morales), Brasil (Lula), Argentina (Kirchner) y Chile (Bachelet).
Para responder a cuál es la realidad de éstos plantean que no se necesitan “sueños o romances políticos, retratos idealistas de próceres políticos y de regímenes izquierdistas o centroizquierdistas que llegan al poder, sino un análisis más científico, empírico y situado de estos procesos, y una evaluación más realista de su significado”. Su principal conclusión es que encuentran pocos indicadores de cambio importantes en la macroeconomía de estos países respecto del neoliberalismo. Por el contrario, han cooptado o desalentado a los movimientos sociales populares y, lo más importante, los pobres no se han beneficiado, por mucho, como los ricos con el crecimiento económico de la región.
En una tabla comparativa con fuente en la CEPAL del año 2007, con los datos correspondientes a la década, se muestra el crecimiento porcentual de varios países de la región. En ella puede verse que Venezuela presenta altibajos entre unos y otros años, y que mantiene una importante tendencia ascendente. Pero también Colombia mantiene una tendencia constante de crecimiento, que es similar o superior a la de Brasil, Chile y Bolivia, aunque inferior a la de Argentina. El punto es que el signo ideológico o político que se le atribuye a un gobierno no implica una diferencia significativa o característica respecto de sus resultados. Inclusive, “en este nuevo contexto de rápido crecimiento económico, la riqueza se ha concentrado en forma creciente”, con la cual se ha gestado “una nueva generación de multimillonarios superricos”.
Su principal conclusión es que encuentran pocos indicadores de cambio importantes en la macroeconomía de estos países respecto del neoliberalismo.
Retóricamente, “la centroizquierda libró una guerra ideológica contral el FMI, y sobre todo contra sus condicionamientos y sus onerosos pagos de la deuda que, podía argumentarse, han empobrecido a la clase trabajadora”. Sin embargo, “una vez en el poder, la centroizquierda actuó con rapidez y decisión para cancelar la deuda pública (en realidad pagó la deuda al FMI y al Banco Mundial), afirmando que esto limitaba la influencia de estas entidades”. En verdad, “los regímenes de centroizquierda hicieron que aumentara la deuda interna y externa total, en leal cumplimiento de las estrictas políticas y programas fiscales del FMI sobre excedentes del presupuesto y manteniendo los vínculos del banco central con el sector financiero”.
Ninguno de los bancos centrales de estos gobiernos ha presentado restricción a los pagos de la deuda ni ha dado prioridad a la deuda social. Pero todos ellos han cumplido con los tenedores de bonos o con los acreedores. Textualmente dicen, en una cita que vale oro: “Los regímenes de centroizquierda han observado tanta premura y puntualidad en el pago de deuda como los regímenes de la derecha neoliberal”, exactamente igual a lo que hizo el presidente Vicente Fox en México con los ingresos excedentes por el incremento de los precios del petróleo. Y, lo más importante, en todos ellos “el crecimiento de los pagos de la deuda y los aumentos en las reservas en moneda extranjera excedieron por mucho los incrementos en el salario mínimo, lo cual creó mercados atractivos para los inversores extranjeros en sus mercados de capitales”.
En el caso de Brasil, “a diferencia de la dinámica expansión del movimiento de toma de tierras de los capitalistas, que reciben un poderoso apoyo financiero y políticas favorables por parte del régimen de Lula, los movimientos populares se encuentran en retirada, bajo vigilancia y sujetos a una cruel represión, encarcelamientos asesinatos cuando emprenden ‘acciones directas’”. De modo que el régimen petista “se ha convertido en el líder del resurgente movimiento agroexportador dirigido por las élites”. Lula “ha eliminado las salidas políticas a las que podía recurrir el MST y los sindicatos, y abrió las puertas para la reafirmación de la economía de la clase gobernante”.
En Argentina el gobierno de Kirchner, en términos estructurales, “fue claramente una continuación de los anteriores regímenes neoliberales de derecha”. Y algo peor: “consolidó exitosamente la posición previamente inestable de los dueños privados de bienes privatizados del Estado y brindó legitimidad a las numerosas transferencias ilegales de empresas públicas a titularidad privada”. Ha fortalecido a tal punto al capital extranjero que George Soros es el principal terrateniente del país, a la vez que se ha rehusado a otorgar personalidad jurídica a una de las principales confederaciones sindicales, las desigualdades en el ingreso “siguieron también sin cambios y, en algunos casos, hasta se incrementaron”.
En Bolivia el gobierno de Evo Morales “redefinió y distorsionó de manera drástica varias de las principales exigencias populares en el plano político y socioeconómico, a fin de favorecer los intereses de la oligarquía y el capital extranjero” con los que estableció pactos formales y acuerdos de trabajo que han llevado “sin escalas a la veloz reconstrucción de la extrema derecha y el debilitamiento estratégico de los movimientos sociales”.
En cuanto a las políticas sociales de este país andino, “todas aquellas medidas que habían implementado los regímenes anteriores, neoliberales y desacreditados, siguen intactas”.
Morales ha puesto el énfasis en el carácter cultural y democrático de su revolución, “negando de esta forma toda posibilidad de transformar las relaciones de propiedad o de expropiar el capital extranjero o las 25 millones de hectáreas de propiedad de la clase dominante boliviana”. La autodeterminación indígena “se trata de un aserto ideológico, una cuestión puramente discursiva, vacía de todo fundamento económico y sin forma de ser puesta en práctica”, puesto que sin una profunda reforma agraria que ha sido rechazada por el líder cocalero de los suéteres bonitos “la población indígena carece de una base económica para materializar su autodeterminación”. Esta ideología indigenista “ha tenido poco o ningún impacto sobre las desigualdades originadas en los ingresos y en la propiedad, los contratos con las empresas multinacionales extranjeras y los gastos e ingresos del presupuesto”.
Como en todas sus afirmaciones basadas en datos duros, Petras y Veltmeyer consideran que “la inmoralidad del régimen del MAS y su traición a las esperanzas y aspiraciones de los movimientos sociales revolucionarios y sus sacrificios políticos se hacen más claramente evidentes en el abandono total, por parte del régimen, de la nacionalización de la energía y de otros recursos naturales de primordial importancia. No se nacionalizó un solo pozo petrolero ni una sola línea de gas”.
El gobierno de Morales se limitó a aumentar los pagos en conceptos de regalías e impuestos “hasta niveles iguales a los de la mayoría de los países capitalistas de Occidente, pero muy inferiores a las tasas vigentes en Medio Oriente, Asia y partes de África”. A la vez, extendió y profundizó “la desnacionalización de la economía a un costo enorme para la clase trabajadora y para los pobres urbanos y rurales, que no vieron nada (o vieron muy poco) de los mayores ingresos”. Se trata de una política económica que tiene una franca vocación por el extranjero, puesto que “ha firmado contratos con casi todas las oligarquías existentes y con casi todas las multinacionales extranjeras de actividad extractiva presentes en Bolivia”. Además de que se conservan bases militares fijadas por Estados Unidos dentro de su territorio, hizo que este país fuera más dependiente aún del capital extranjero, puesto que cuarenta y dos multinacionales extractivas “ejercen una influencia dominante sobre la economía boliviana” que en conjunto hacen de este país “uno de los más resonantes ejemplos de dependencia económica en el mundo”.
En cuanto a las políticas sociales de este país andino, “todas aquellas medidas que habían implementado los regímenes anteriores, neoliberales y desacreditados, siguen intactas”, y los programas subsidiarios que pretender paliar la pobreza, “casi carentes de fondos, han producido un reducido impacto en el estándar de vida de los indígenas, los obreros y los empleados públicos”.
En suma, todos estos regímenes centroizquierdistas “conservaron o profundizaron las características esenciales del modelo neoliberal y sus políticas estructurales”, puesto que han basado su desarrollo “en una asociación estratégica entre la clase capitalista nacional, el Estado y los inversores extranjeros, a diferencia de lo que marca la imaginería populista-nacionalista de intelectuales occidentales”.
Los casos y datos por país continúan sin desperdicio alguno de página, una a una haciendo ver, como indica el título, como espejismos, lo que la retórica proclama real. Un libro no exento de ideología, pero que posee una solidez académica que lo hace superior a cualquier trabajo periodístico sobre el tema. ®