Sexo en China

El imperio del deseo, de Liu Dalin

Un acercamiento voluptuoso que alimentó la creación de un refinado erotismo en la descripción y práctica de “las artes de alcoba”; el gigante milenario visto a través del estudio de su sexualidad.

La historia de la sexualidad en China.

La historia de la sexualidad en China.

Tuve noticia de este libro hace ya un par de años a través del blog “China en su tinta”, del sinólogo Manuel Durá, y habiendo conocido previamente la noticia sobre la existencia de un Museo erótico en China un libro escrito por su fundador sonaba de lo más apetecible. Tres años mediaron en que llegaran algunos ejemplares a librerías de México.

Para conocer otros aspectos del libro y de la vida de su generoso autor pasé por acá a visitar el texto que escribió Manuel en su blog —no tiene desperdicio. Aquí sólo mencionaré que Liu Dalin es sociólogo y erotómano; que ante el hostigamiento de la autoridades tuvo que mudar el museo erótico que fundó de Shanghai a Tongli, y que en 1992 publicó una investigación sobre sexualidad conocida como la versión china del Informe Kinsey. Y su texto El imperio del deseo [Madrid: Alianza Editorial, 2010] es la puesta en castellano de “una traducción (al francés) adaptada de un libro en dos volúmenes escrito en chino y editado en aquella República Popular”, el cual se propone un breve repaso a muchos de los aspectos de la sexualidad china a lo largo de su vasta historia.

La piedra de toque en la tradición china de la sexualidad radica en entender el universo como un proceso de creación constante; donde la unión de los complementarios, el ying y el yang, es el motor de su movimiento. Y ante esto el acto sexual es visto como ejemplo encarnado del accionar universal. Verbigracia, en el ancestral I Ching se homologan la unión del cielo y la tierra (ying y yang) con “la unión del hombre y la mujer que se acoplan para procrear”. Y es esa raigambre, tan diferente a la occidental, el sustrato que alimenta un modo más gentil de mirar la sexualidad. Amén del importantísimo aspecto genésico en el que se asegura la veneración de los ancestros —clave en la religiosidad china— a través de los hijos. Y esta amalgama se encuentra en el sustento de mucha de la filosofía nacida en la China desde su prehistoria.

La piedra de toque en la tradición china de la sexualidad radica en entender el universo como un proceso de creación constante; donde la unión de los complementarios, el ying y el yang, es el motor de su movimiento. Y ante esto el acto sexual es visto como ejemplo encarnado del accionar universal.

Tal es el caso de la filosofía taoísta, fue ésta la que comenzó a dar cuerpo a conceptos sobre la sexualidad, su relación con aspectos de la salud —dando lugar a la imaginación de una alquimia sexual (con sus dislates) que busca en los actos de la carne no sólo la plenitud sino la longevidad—, y paralelamente genera un “arte de alcoba” donde se busca “desarrollar la conciencia de una unidad con el cosmos vivida a través de la activación de las energías fundamentales en el acto sexual”. Y de tal matriz de pensamiento se crea conocimiento, prácticas terapéuticas y educación sexual liberales —etiquetaríamos hoy día— relacionadas con una visión saludable de la vida. Y de modo paulatino, al decantar de los años, se fue separando y surgiendo un acercamiento voluptuoso que alimentó la creación de un refinado erotismo en la descripción y práctica de “las artes de alcoba”.

Sexo contra censura.

Sexo contra censura.

No todo es miel sobre hojuelas. J-C. Pastor, en el prólogo del libro, nos advierte de la “contención” con que el texto fue escrito en medio de la pudibundez y censura que el Estado quisiera preservar en las cuestiones relacionadas con el sexo. Y es que el camarada Mao, acusándola de feudal, buscó extirpar y sanitizar esa herencia concupiscente al igual que los manchúes y los confusionistas ya lo habían hecho. Aparentemente el libro debía de ser un texto “descriptivo y poco apasionado” para tener fortuna y lograr difundir esta herencia dentro de la misma China.

Existe otro texto —también muy recomendable—, La vida sexual en la antigua China [Madrid: Siruela, 2000] escrito por R. Van Guilk en los sesenta, y entre ambos hay una diferencia notable, mientras Van Gulik se maravilla ante los casi tres mil años que reseña y nos lleva a concebir, mayoritariamente, un ideal humanista en el abordamiento cotidiano y generalizado de la sexualidad, Liu Dalin en el Imperio de los deseos deja claro que si bien en la prehistoria los ritos de fertilidad y la veneración a los principios femeninos (ying) y masculinos (yang), y después en los orígenes del taoísmo el acercamiento al sexo era medianamente —válgaseme la expresión— igualitario, muy pronto la sociedad patriarcal vino a opacar la equidad de ambos principios —en cuanto a la disposición y el usufructo sexual de los hombres y las mujeres concretos.

Por ejemplo, no es que Van Gulik soslayara la animalidad de la costumbre de vendar los pies de las mujeres, sino que Dalin lo subraya y desenmascara como muestra de un zeitgeist patriarcal que atravesó las costumbres chinas. Conjuntamente Dalin señala costumbres sobre castidad y fidelidad femeninas normadas por sistemas de propiedad privada, dominación masculina y prohibiciones sexuales.

Sí, lo confieso, me resultó anticlimática tanta neta acompañando los amorosos dichos de la muchacha cándida… aunque quedan baluartes ante estos señalamientos flamígeros de realidad patriarcal. Seguramente aquel sustrato —que conecta el sexo con el cosmos— pervivió dentro de muchas de las alcobas, si no cómo imaginar una tradición cultural relacionada con el sexo y el erotismo tan amplia y elocuente; supongo que de manera continua una buena porción de los chinos no satanizó y siguió concibiendo como un don los actos de la carne, y aunque “el hombre dominaba la sociedad encontramos, a pesar de todo, textos que dan testimonio de una cierta libertad sexual de la mujer”, escribe Dalin. Y otros libros donde se describen los estados de excitación que debe de provocar el juego erótico en la mujer antes de la introducción del “tallo de jade” y, por la razón que se invoque, alquímica o no, pero se “requiere” la excitación femenina como parte del retozo para que las esencias ying y yang se “den”. Así pues, afortunadamente hay obras que hacen referencia al placer sexual mutuo. “El Manual de la muchacha cándida insiste en la unión de la pareja basada en el sentimiento amoroso y en la necesaria realización de la armonía del ying y del yang. Y necesario que el hombre y la mujer consigan despertar los deseos del otro porque, si no, los humores y las almas no podrán unirse con armonía y de forma beneficiosa para la pareja.”

Ying y yang.

Ying y yang.

Ahora bien —y “aprovechando el nublado”— también pudiera aventurar otra digresión considerando un argumento de John R. Clarke expresado en Sexo en Roma [Barcelona: Océano, 2003] acerca de que muchas de las prohibiciones sexuales afectaban sólo a la élite, el 2% de la población, teniendo el pueblo llano más permisividad o naturalidad en su vida cotidiana. Pudiéramos suponer lo mismo en China para las épocas, regiones, incluso para dinastías anteriores y posteriores a aquellas en que los confucionistas y los manchúes implantaron costumbres más rígidas. Van Gulik dice —parafraseo— que los chinos fueron confucionistas al exterior y taoístas al interior, y Dalin completa la idea al señalar que “la educación sexual se dio siempre sugerente y abiertamente en el seno del pueblo”. La existencia de una tradición cultural relacionada con el sexo y el erotismo amplia y elocuente, me parece, señal clara de tal cosa.
Ya con el comunismo vino el “asexuamiento y emparejamiento” que procuró la Revolución cultural achatando la vida amorosa de los chinos, ante esto El imperio del deseo busca mostrar la tradición erótica nutricia y propia a las nuevas generaciones sumidas en el analfabetismo sexual. Alguien pudiera acusar de arcaizante el interés del libro, pero, ¿no es la libertad y el gozo parte de lo que promete la modernidad? Libertad y gozo a los que Dalin parece invitar a los nuevos chinos a través de sus arcanos.

El imperio del deseo es encomiable, ofrece un viaje desde los ritos de fertilidad de la prehistoria china, la uniones colectivas y el matriarcado, la monogamia y el patriarcado; pasando por temas como la homosexualidad y las filias, hasta las visiones budistas y taoístas sobre el sexo y los ejemplos del arte y literatura —sobre todo— de las últimas dinastías (la Ming y la Qing, excluyendo la de Mao y posteriores); es un libro que presenta en pocas páginas una panorámica muy documentada de un modo de vivir el erotismo y la sexualidad sugerente y distinto —yo quisiera decir gozoso pero la corrección política y la mirada feminista pondrían sus objeciones—, así que sea usted quien separe el grano de la paja y forme su opinión. ®

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Publicado en: Libros y autores, Marzo 2014, NSFW

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