Solvente resulta el estilo de los textos de variada extensión, desde dilatados ensayos de tono académico con las consabidas notas de pie de página y demás referencias bibliográficas, hasta verdaderos artículos relativamente breves y ágiles pero cuajados de frases candentes y sesudas a un tiempo.
Ecos de otros libros, fruto de una larga y provechosa carrera como investigador (aunque en la página legal se va la imprecisión de afirmar que en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, siendo que se trata de Filológicas), alternada con la tarea en publicaciones periódicas de cultura como fiel y agudo cronista de su tiempo, vuelven particularmente atractiva, para el estudioso de las letras mexicanas, la presente selección de ensayos que gira en torno de los poetas conocidos como Contemporáneos. Los años de 1924 a 1933 es el periodo que el autor refiere como la efectiva en que se mantuvo la cohesión interna del grupo. Señales debidas [FCE, 2011] es el título de un volumen que reúne textos sobre José Juan Tablada, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Julio Torri, Jorge Cuesta, José Bergamín, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Bernardo Ortiz de Montellano, Gilberto Owen, José Gorostiza, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Enrique González Rojo y Jaime Torres Bodet. Solvente resulta el estilo de los textos de variada extensión, desde dilatados ensayos de tono académico con las consabidas notas de pie de página y demás referencias bibliográficas, hasta verdaderos artículos relativamente breves y ágiles pero cuajados de frases candentes y sesudas a un tiempo, como el titulado “Julio Torri, fusilero” (en el sentido de fusilarse o tomar en empréstito sin consentimiento expreso un estilo que no es propio).
Editor entre otras encomiendas honrosas e incluso redituables —desde varios rubros— del epistolario de José Gorostiza, por encargo de la familia Gorostiza Ortega, más tarde también editor de su Poesía completa (1996), Sheridan se detendrá en el carácter taciturno, de profunda melancolía y, sobre todo, duda acerca de sí mismo por parte del gran poeta. Este énfasis por el carácter obsesivo, casi neurótico de Gorostiza, sobre todo expresado en las misivas con sus íntimos (Pellicer, Villaurrutia y Torres Bodet), más la digresión acerca de los “Poemas inconclusos”, bajo tal denominación comprendidos en la edición definitiva de Poesía completa, si bien descubiertos originalmente e incluso estudiados a fondo por Mónica Mansour, son dos particularidades que dicen mucho del carácter y las obsesiones de Sheridan: por una parte, la consonancia con las ideas de Paz sobre Gorostiza, cuyo tenor fue cambiando con el tiempo, culminando en cierta desconfianza, comprensible envidia de cofrade y, por otra parte, la competencia explicable y el celo profesional respecto de una colega.
Célebre por sus juicios lapidarios, en ocasiones formulados en frases expresivas, subidas un tanto de tono, muy a la mexicana, y desde la tribuna contenciosa de una revista de amparo (primero fue su casa Vuelta, luego Letras Libres y otras más), el autor vapulea a Salvador Novo e incluso al editor de sus inacabadas memorias a manera de novela, La estatua de sal (1998), Carlos Monsiváis, sobre todo por los compromisos políticos y la adhesión incondicional por parte de Novo a favor del régimen de Díaz Ordaz durante el movimiento estudiantil de 1968. Monsiváis se escuda tras la corrección política para hacer de Novo un paladín en defensa de los intereses de las minorías sexuales, siendo que Novo nunca se atrevió a publicar en vida e incluso dejó sin terminar sus escandalosas memorias, puntualiza Sheridan con justeza. A Novo, aparte de unos cuantos poemas, se lo comió la actualidad periodística de su época y los compromisos sociales con los poderosos.
Monsiváis se escuda tras la corrección política para hacer de Novo un paladín en defensa de los intereses de las minorías sexuales, siendo que Novo nunca se atrevió a publicar en vida e incluso dejó sin terminar sus escandalosas memorias.
Recordando una entrevista aparecida en 1965, con música de fondo compuesta por ningún otro que Octavio Paz, poeta asediado en apremios de naturaleza íntima, no habiendo cedido y justo por ello vituperado por Novo más tarde, Sheridan citará un pasaje esclarecedor. Para disipar cualquier duda, en el volumen In/mediaciones [1979], Paz mismo dejó asentado, con sus propias palabras, la opinión que le merecía Novo, quien “no escribió con sangre, sino con caca. Sus mejores epigramas son los que, en un momento de cinismo desgarrado y lucidez, escribió contra sí mismo. Esto lo salva”. Sheridan, al igual que su maestro y supremo mentor —perdonavidas— recoge este pasaje de severa autocrítica que exculparía hasta cierto punto a Novo:
Quiero confesarme, quitarme todas las máscaras y los vendajes de la circulación pública, descender de todos los pedestales de merengue en que me han encumbrado premios, distinciones, alabanzas, aplausos, etcétera, y confiarle la desoladora convicción de que mi vida como escritor ha sido un verdadero fracaso. No quiero por esto decir que no vaya a pasar o que no haya ingresado ya en la historia de las letras mexicanas como un pequeño fenómeno de fertilidad y versatilidad, de ingenio, etcétera; lo que quiero decir es que, sin jactancia, creo haber sido dotado por la naturaleza y bendecido por Dios con facultades de imaginación, de sensibilidad y de capacidad creadora que no he sabido aprovechar debidamente en la producción de la Obra Maestra con que todos soñamos y con que todo artista debe tender a justificar su presencia transitoria en el mundo.
La lección moral que pretende impartir el hombre de letras es clara: derrochar las dotes que un escritor ha recibido con el periodismo, aunque lo mismo aplica para los textos de homenaje a la academia, que pagan pues dan de comer, u otros, llámense intriga mediática, representación diplomática en el extranjero e incluso esa noble tarea del editor, a condición de realizarla a conciencia, no sólo con autores celebrados sino incluso con los propios escritos, el buen juez por su casa empieza. Dicho sea de paso, fue posible detectar la presencia de varias erratas en voces extranjeras a lo largo de Señales debidas; estos señalamientos —igualmente debidos— no dejan de sorprender. Por otro lado, es evidente que ninguno, dedicado a escrutar y discernir la obra ajena, es decir el trabajo de excepción escrito por otros, se halla exento de caer en el cultivo ancilar, no puro (sirviéndose de los conceptos propuestos por Reyes) de sus capacidades escriturarias. Reyes mismo debió someter su obra ensayística a severo escrutinio. El polígrafo regiomontano consagró millares de páginas al cultivo de la literatura en su función ancilar, es decir como crítico y comentarista de las letras; por lo menos, tuvo el valor y lucidez de admitirlo. Novo, además de cortesano, fue poeta. Por su parte, Monsiváis, aludido en el texto contra Novo, es autor de una obra satírica y burlesca, Nuevo catecismo para indios remisos [1982], la cual ha logrado transcender en la historia reciente de las letras de México. Sheridan ha escrito también novelas, poemas y piezas claramente de literatura. El meollo del asunto consiste en que su obra es conocida por su labor como crítico y cronista, no como poeta o narrador; lo mismo que su cofrade y compañero de revista Domínguez Michael, a quien ni siquiera ampara el hecho de ser miembro de la academia, aunque tampoco lo ha necesitado. ¿Pero quién entre nosotros no se mordería la lengua al momento de expresar tal preeminencia de los géneros literarios puros sobre los meramente serviles o utilitarios? La fluidez de ideas en Sheridan, la formulación luminosa de su pensamiento, las frases inflamadas y conceptuosas, incluso la capacidad de escudriñar hasta en los albañales del traspatio de la intelligentsia, todas ellas son prendas de estimable valía que, en ocasiones, llegan a contrastar con el otro Sheridan, célebre en el periodismo, el polemista encendido, el cultor del donaire con retruécano, el sabio tejedor del doble sentido, el defensor a ultranza del sexismo y otros prejuicios, que tan incómodos resultan a la llamada corrección política impuesta —como de manera acertada apunta el autor— desde la perspectiva de los medios universitarios estadounidenses.
Sheridan ha escrito también novelas, poemas y piezas claramente de literatura. El meollo del asunto consiste en que su obra es conocida por su labor como crítico y cronista, no como poeta o narrador.
Una última salvedad: Octavio Paz, en efecto, presentó su renuncia como embajador en la India en respuesta a la matanza de Tlatelolco y ahí radica el contraste con Novo, sin embargo, con su silencio oneroso e incluso su aquiescencia franca con respecto al proyecto de la globalización (en los medios informativos, la red bancaria y finalmente el comercio y la economía) impuesto paulatinamente durante los sexenios de De la Madrid, Salinas y Zedillo, Paz está lejos de hallarse situado más allá del bien y el mal, sino en una dimensión real y contingente que hoy por hoy, quizás, ante el franco retorno del Ancien régime, se guarde mucho de condenarlo con franqueza pero, si los desaciertos y yerros políticos de un hombre de letras de la talla de Jorge Luis Borges no son ningún secreto, aunque tampoco obnubilan su genio como gran creador, en todo caso habrá que esperar el juicio último de la historia sobre este controvertido poeta y ensayista mexicano. Síntesis —en general— bien cuajada, en sus alcances como estudioso, Señales debidas es un libro que para el lector joven, que jamás se haya acercado a la escritura de Guillermo Sheridan, lo eximirá de consagrarse a la engorrosa empresa de conocer a fondo el resto de su producción, entre diatribas incendiarias, chistes de dudoso gusto, panegíricos a favor de sus conmilitones y denuestos en contra de sus opositores. ®