Sistema Nacional de Creadores: el beneficio y la duda

Aquí les preguntamos: ¿y usted qué opina?

Hace unos días se publicaron los resultados del SNC y hubo muchos comentarios. Unos opinaron desde el rencor o el resentimiento, otros desde la mesura y el análisis meticuloso cuasi–académico. No pertenezco ni a unos ni a otros, sino todo lo contrario, de modo que arriesgaré algunas palabras al tema.

Benito Pérez Galdós en una tertulia literaria (foto de Christian Franzen, 1897).

Todavía recuerdo cuando Jesús de León, un consolidado escritor de provincias, vociferaba por las cantinas de Saltillo: “¡Quiero mi vaca!”… Era el inicio de una época, de algo que se había discutido por años y que se cristalizaba en las becas a la creación artística. La anécdota viene a colación por la bonita tradición mexicana que surge cada vez que se publican los resultados del Sistema Nacional de Creadores de Arte (antes Fonca), pues cada año a los resultados le siguen artículos y comentarios que critican los métodos de selección, que denuncian el amiguismo, el nepotismo de los jurados o que sospechan y hasta condenan el conjunto todo de elementos que integran y componen al Sistema.

Unos opinaron desde el rencor o el resentimiento, otros desde la mesura y el análisis meticuloso cuasi–académico. No pertenezco ni a unos ni a otros, sino todo lo contrario, de modo que arriesgaré algunas palabras al tema.

Porque, ¿existe en realidad el nepotismo, el amiguismo, el compadrazgo y todas las tramas que se denuncian entre jurados, candidatos y aparato de la burocracia? Bueno, eso todos lo sabemos. En 2014 Luigi Amara declaró para La Linterna Mágica: “Julián (Herbert) es mi cómplice en muchas cosas” (cito de memoria); sin problema hasta ahí, el caso es que esa declaración Amara la hacía momentos después de recibir un premio de 100 mil dólares, premio del que Julián era co–titular, co–organizador o una cosa por el estilo. Entonces sí, estas relaciones de círculos concéntricos entre jurados, ganadores, premios y premiados, existen y siempre van a existir.

El mecanismo para identificar vínculos y conflictos de interés entre jurados y postulantes ha quedado reducido a un gran arco del triunfo que cualquiera se puede pasar por el arco del triunfo. La proporción entre dinero invertido y resultados es completamente desproporcionada respecto a la calidad literaria de los beneficiados

En este 2025 los artículos denunciaron las mismas irregularidades de otros años: la aparición de “los de siempre” en la lista de ganadores, la documentada cercanía, la hermana ganadora y la hermana jurado, la falta de calidad de algunos y la sobrada desvergüenza de otros. El Sistema, y en eso tienen razón casi todos, se ha vuelto una puerta giratoria por la que pueden pasar todos, con la única condición de que pasen siempre los mismos. El mecanismo para identificar vínculos y conflictos de interés entre jurados y postulantes ha quedado reducido a un gran arco del triunfo que cualquiera se puede pasar por el arco del triunfo. La proporción entre dinero invertido y resultados es completamente desproporcionada respecto a la calidad literaria de los beneficiados. Ante las acusaciones, invariablemente, el silencio de la burocracia a cargo es ominoso, y esta vez, estoy seguro, no será la excepción.

¿Qué no podemos negar? Que la mayoría de los postulantes son realmente artistas, escritores; personas honestas, que acatan las reglas del juego y participan de buena voluntad, sí; pero tampoco podemos negar que hemos visto los nombres de este o aquel sinvergüenza en la lista de ganadores. El Sistema es tan plural que deja la puerta abierta al vividor y al encantador de serpientes.

La beca del Sistema se le ha otorgado lo mismo a quienes tienen una obra sólida y a quienes casi no la tienen; se le han ganado los hijos de sus papás, pero también quienes no tienen ni padre ni madre; lo único que parece unir a todos los beneficiarios del Sistema es que ninguno vive de sus libros publicados.

Nadie puede negar la pluralidad en el otorgamiento —qué fea palabra— de estímulos para la creación literaria. En los años de funcionamiento el Sistema ha otorgado estímulos a escritores y escritoras maduros, jóvenes y muy jóvenes; a escritores críticos del sistema y a los afines al sistema, a escritores que no volvimos a ver nunca y a otros que los vemos una y otra y otra vez en la lista de seleccionados; se le ha otorgado a escritores y escritoras que trabajan en el funcionariado municipal, estatal o federal. Algunos beneficiarios son maestros de tiempo completo —incluso en el extranjero—, otros han ganado una infinidad de premios y certámenes, pero también lo han obtenido quienes están en el desempleo o la marginación aunque —y esto hay que resaltarlo— siempre sean los últimos y los menos. La beca del Sistema se le ha otorgado lo mismo a quienes tienen una obra sólida y a quienes casi no la tienen; se le han ganado los hijos de sus papás, pero también quienes no tienen ni padre ni madre; lo único que parece unir a todos los beneficiarios del Sistema es que ninguno vive de sus libros publicados; quienes realmente viven de esos libros son las editoriales.

En cuanto a calidades literarias de los beneficiarios, las reglas son todavía más flexibles, pues los “productos” generados por el “proyecto” van desde buenos, excelentes, muy buenos, hasta lo regular y cosas que entran al estatus del olvido apenas se reciben los “entregables”: cosas que nunca se escribieron —o debieron escribirse.

Imposible negar que el Sistema ha puesto más que un grano de arroz para que se escribiesen —¿o escribieran?, ¿cómo lo quieren?— obras que en un futuro, no muy lejos, ocupen un lugar en la literatura reciente, obras que ya lo tienen, cosas que ya están en otros idiomas, en otras lenguas. También es cierto que, en ciertos casos, el Sistema se ha utilizado como un modo de vida con la literatura de pretexto: una puerta giratoria de un hotel de lujo.

Que la beca del Sistema puede ser un apoyo fundamental para que el escritor ponga todas sus energías para escribir una obra, sí; pero los casos de éxito en el ámbito que nos ocupa, lo literario, son cada vez más escasos —o, en su defecto, cada vez más grotescos—. Y sí, el destacado lugar que ocupa hoy la literatura escrita por mujeres se debe, en buena parte, al Sistema. Tampoco vamos a negarlo.

No pretendo desentrañar los problemas a resolver ni mencionar cada caso de abuso o de éxito, que ambos existen; tampoco hacer el diagnóstico completo de lo que ha funcionado en el Sistema ni lo que sigue sin funcionar, porque, para hacerlo, necesitaría una beca; sólo me queda preguntar: ¿el Sistema debería renovarse? Sí. ¿Se va a renovar? No. ¿Por qué? Porque renovarse requeriría un extenso y exhaustivo examen de autocrítica por parte del Sistema, y eso revelaría vicios más profundos de los que ya se saben en público.

Todavía recuerdo cuando Jesús de León vociferaba por las cantinas de Saltillo: “¡Quiero mi vaca!”… ¿Y quién no quisiera tener su vaca, aunque sea por tres años? Porque, sea como sea, tener la beca del sistema sí es mamar de una ubre. La ubre más grande para artistas de toda Latinoamérica.

Máximas y principios del sistema

—Un principio del Sistema es: si ya te ganaste la beca una vez, es más fácil que te la vuelvas a ganar a que se la gane alguien más. Aplica el dicho: “Más vale malo por conocido…”.
—Lo importante es el proyecto: ¿la literatura…? Esa luego la vemos.
—Nada sobrevive a los grupúsculos. Donde florecen los grupúsculos no crece ni la hierba.
—“Como jurado, debes tomar en cuenta que, si el proyecto que más te gusta es el de tu prima, tu tía, conocida, amiga; de tu novia, expareja, pariente o alguien muy muy cercano… ¡Bueno! La vida es así”.
—Un día te la dan, otro día eres jurado; te la vuelven a dar, vuelves a ser jurado, te la vuelvan a dar… ¿Qué le vamos a hacer?

Hasta la vista. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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