Para entender este proceso hay que regresar a una de las premisas básicas de López Obrador y su equipo cercano: él, y sólo él, representa al pueblo, a aquellos que a él le interesan para fines electorales. Él es quien toma las decisiones porque sólo él tiene la visión global.
El proceso de selección en Morena no deja de ser interesante, no tanto por lo que se ha planteado (requisitos, carta compromiso y otras muestras de lealtad), sino por las ambigüedades que van incluidas en el paquete. ¿Qué pasa, por ejemplo, si, como ocurrió en 2006 en la elección presidencial, el voto del ganador es apenas 1% o 2% por arriba del siguiente contrincante? ¿Lo aceptarán los integrantes del partido, siendo que se puede esperar un proceso que no sea precisamente limpio o ejemplar en la compra de votos? ¿O qué pasa si no hay un ganador de mayoría, sino uno de pluralidad?
Para entender este proceso hay que regresar a una de las premisas básicas de López Obrador y su equipo cercano: él, y sólo él, representa al pueblo, a aquellos que a él le interesan para fines electorales. Él, en otras palabras, es quien toma las decisiones porque sólo él tiene la visión global. Cualquier información adicional es para corroborar o para facilitar sus decisiones. O al menos parece serlo. Lamentablemente no lo sabemos porque no se estudia cómo se toman las decisiones presidenciales. Algún día se entenderá en México que es importante conocer los procesos de toma de decisión, no sólo asumirlos pretendiendo que la voluntad de un hombre es lo que mueve a todo el sistema político o, de perdida, al poder ejecutivo.
Es más sencillo que las bancadas de dos partidos políticos se pongan de acuerdo si esas bancadas representan los intereses del partido que si representan los intereses de sus estados o de sus distritos. De ahí que hablar de gobierno dividido sea otra de tantas ocurrencias en la academia, una que no aplican en el caso mexicano.
Puede sonar a locura que un individuo pretenda representar a un país. No lo es porque es parte de un juego político y porque se pueden presentar argumentos acerca de por qué puede ser válido decir que el presidente es el representante del país. Desde el punto de vista de la representación cualquier presidente puede alegar que él representa a la nación, en tanto que los senadores representan a sus estados y los diputados a sus distritos, con los plurinominales, que representan una mezcla de las otras representaciones. Esa pretensión se facilita cuando los partidos políticos tienen la capacidad para hacer que senadores y diputados representen los intereses del partido por arriba de los intereses estatales y distritales. Es más sencillo que las bancadas de dos partidos políticos se pongan de acuerdo si esas bancadas representan los intereses del partido que si representan los intereses de sus estados o de sus distritos. De ahí que hablar de gobierno dividido sea otra de tantas ocurrencias en la academia, una que no aplican en el caso mexicano.
Si se acepta la premisa de que el presidente representa a la nación y que eso es más importante que la representación estatal y distrital, entonces no es tan difícil argumentar que la representación presidencial sea la que domine en el proceso de selección de candidato, algo secundario más allá del proceso de selección de un candidato, y, mucho más importante, en el plano de lo que se debe hacer en todo el gobierno, es decir, en los tres poderes que lo conforman. Lo sencillo es llamar a eso un sistema presidencial y, al mismo tiempo, olvidar que ni en un sistema presidencial decide una persona —a menos que se viva en México, donde sigue vivo en mito del poder presidencial—. Tampoco en una dictadura o en un sistema totalitario toma las decisiones un individuo.
Regresando al proceso de selección: aunque hay más de cuatro candidatos, hay cuatro que son los favoritos (Sheinbaum, Ebrard, López Hernández, Monreal), y dos de esos favoritos (Ebrard, Monreal) son de adorno para pretender que hay una competencia democrática. La elección es entre dos de ellos, y los otros cuatro (con Polevnsky y Noroña), al menos por el momento, crean un problema que tiene que ver con los procesos en que hay varios candidatos: los candidatos débiles quitan votos a alguno de los contendientes principales. Por ejemplo, tal vez alguien que votara por López Hernández sin la presencia de Noroña vote por Noroña, beneficiando a Sheinbaum al debilitar a López Hernández. Asumo para este ejemplo que la competencia es entre Sheinbaum y López Hernández. Es un ejemplo, nada más. Pero es el caso que entre más candidatos más se diluye el apoyo por uno de ellos. Es el problema con el voto en las democracias: hay una inflación de votos, por lo que cada uno vale muy poco a pesar del ideal de una persona un voto.
Imagino que para este momento al menos una persona en Palacio ya se dio cuenta de que Sheinbaum no es una buena alternativa. Si ganara sería su transformación, no la del padre del movimiento.
La situación ideal para el dedo de Palacio parecería ser que ningún contendiente pase de ser un ganador de pluralidad. Se podría asumir que entonces quien ganara más votos sería el elegido, pero dado el estilo de gobernar de López Obrador él tendría que sacrificarse para decidir quién debe ser el heredero. Cumple con lo prometido —una elección democrática al interior del partido— y su voluntad porque no hay ganador claro —y por el bien del partido, la transformación y su voluntad él tendrá que tomar la mejor decisión ante un partido no unificado y así unificarlo—. Imagino que para este momento al menos una persona en Palacio ya se dio cuenta de que Sheinbaum no es una buena alternativa. Si ganara sería su transformación, no la del padre del movimiento. Su gira no ha sido otra cosa que la de quien anunció que ya es candidato/presidente. Claro, existe el escenario en que haya un claro ganador a pesar de los faccionalismos y los pleitos internos ya a la vista. El dinero siempre puede comprar voluntades. ¿Aceptaría ese resultado López Obrador?
¿Qué va a pasar? No sé. Sólo planteo un escenario porque me tomo en serio las pocas ideas mal presentadas y peor desarrolladas que se han compartido a lo largo de estos años desde Palacio Nacional y algunas mencionadas por los defensores incondicionales. No es un análisis exhaustivo porque no es mi propósito y porque no hay ideas muy desarrolladas en cuanto a lo que sea la representación presidencial. Será más sencillo tener una idea más clara entre más información se pueda tener sobre lo que está pasando, algo que no puede depender meramente de lo que digan las encuestas. Al menos por el momento parece que el gran ganador sigue siendo el elector de Palacio. Por lo mismo, el gran perdedor sigue siendo el país, es decir, toda la ciudadanía, hasta la que vota por Morena.
¿Y la oposición? Ésa sigue pensando en qué va a hacer y sin candidatos que parezcan atractivos y con la capacidad y el cinismo para ganar la base de votantes de Morena. ®