Editorial Atalanta, de la mano de su editor Jacobo Siruela, ha publicado por vez primera en castellano siete narraciones del escritor Nayer Masud, uno de los más deslumbrantes y delicados de la literatura india. Aromas de alcanfor concluye con una entrevista y una breve exposición de su esmerada traductora, Rocío Moriones Alonso, donde nos aproxima a las fuentes literarias e idiomáticas del autor. Masud escribe en urdu —el idioma que hablan los pakistaníes y muchos musulmanes de la India— y está imbuido de literatura persa, de la que el autor ha traducido varias obras al urdu. También ha sido traductor de Kafka y se confiesa lector insaciable de todas las literaturas. Entre los autores que escriben en español y ha leído admira a Cervantes, García Lorca, Borges y García Márquez.
En la estructura de los relatos se aprecia la influencia del autor de La metamorfosis, aunque al leer Aromas de alcanfor el zumbido que más rasca tu cerebro está en sintonía con Edgar Allan Poe, Emily Brontë y la poesía persa y urdu contemporáneas, especialmente con la del escritor Intizar Husain. El estilo de Masud permeabiliza la fragilidad de la vida y es tan propio como la influencia que fermenta. También se distinguen rastros de las novelas policíacas de James Hudley Chase entre las sutilezas de una prosa tan precisa como enigmática.
Masud evita la metáforas, pues no le satisfacen los recursos poéticos en su prosa, y sin embargo quiebra las fronteras entre la realidad y el sueño. La lectura de estos narraciones te introducen en la palpitación laberíntica de un mundo y de un lugar que no sabes bien a que época pertenece a excepción del último, La mina del jardín de los pavos reales, que es el más concreto. El autor dice haberlo escrito “porque mucha gente se quejaba de que no entiende mis historias” y porque quería recuperar algunas figuras históricas de cuando los ingleses acabaron con el imperio mogol, en la India del siglo XIX. Lo cierto es que el lenguaje preciso te mete en el corazón del sentimiento de un personaje que ni siquiera ha sido descrito o a un lugar que ves y del que sólo te ha contado un mínimo detalle, pero con tal exactitud que no hace falta más. Las palabras bailan, las frases retumban y el misterio de Masud vuela hasta la cotidianidad de una mujer que aparece como una sombra en el quicio de una ventana, la vibración que envuelve a unos objetos olvidados en un armario cuarenta años antes, las apariciones y las desapariciones en los patios de las casas, entre las brumas de un lago o las consecuencias de los cantos de una mina —especie de gorrión— del Himalaya que vive en una jaula de oro en el Jardín de los Pavos Reales.
Nayser Masud nació en 1936 en Lucknow, capital del estado indio de Uttar Pradesh —región del norte—, el más poblado del país y donde están el Taj Mahal y Benarés. Creció fascinado por la biblioteca de su padre, un erudito que fue catedrático de persa en la Universidad de Lucknow. A los siete años Masud ya escribía poemas, aunque no fue hasta los treinta y cinco, tras el doctorado en urdu y persa, cuando empezó a escribir relatos. Unos relatos que el autor escribe despacio, que revisa y depura una y otra vez y en los que prescinde de la psicología de esos personajes que tan bien destilan la esencia de la parte vieja de la ciudad de Lucknow, de la que el autor no puede escapar y de la cual apenas ha salido más que a través de la buena literatura. Es más, sólo consigue la concentración que exige la creación metido en la casa que heredó de su padre.
La finura es el calificativo que mejor define a esta prosa que ha crecido despacio, con la sutileza de quien no tiene tratos con la prisa ni hace demasiadas cosas el mismo tiempo. Confieso que la lectura de Aromas de alcanfor me ha conmovido; Masud ya vive en el espacio donde reservo mis armas de supervivencia. ®