Ésta es una novela para dar gracias. Entre tantos libros que esperan ser leídos, entre las novedades, las rarezas y las predictivas resoluciones de algunos autores de cabecera de las grandes editoras, entre las distintas ansiedades que uno experimenta cuando conoce a un autor por primera vez, uno agradece la maestría de un autor como Petrovic. La mano de la buena fortuna (Sexto Piso, 2a edición, 2007) aparece casi como un riesgo. Y lo es. Un escritor serbio que plantea una novela dentro de otra novela y luego elabora/adivina una tercera entre ellas: la del texto-lector; para los posestructuralistas pocas cosas son nuevas, para los formalistas también; pero no hay búsqueda de novedad, sino que la sorpresa viene de un planteamiento antiguo y previsible: ¿qué es un lector? Aún más: ¿qué logra ser un lector?
Aquí el artilugio. Un joven estudiante de filología recibe un trabajo que le ayudará con sus problemas económicos cuando su trabajo como corrector en la revista Nuestras Bellezas no es suficiente. Un hombre misterioso le encarga leer una novela pagada por su autor, de pocos ejemplares, y le pide que haga un tipo de correcciones, por decirlo así, intervencionistas; la novela contiene sólo descripciones, no hay trama ni diálogos, ni personajes, sólo hay un narrador que enuncia, cataloga; el lector-corrector se ve inmerso en la realidad de la novela, en la realidad de su realidad y en otra tercera: la producida por el texto. La teoría es la siguiente: si varias personas a la vez leen el mismo libro pueden encontrarse en él, en el espacio narrado, en un tiempo dentro del tiempo, en una atmósfera que no es la del espacio de la lectura sino la del interior del texto. La novela que el estudiante “corrige” es sobre una historia de amor, un encargo de un autor amoroso, la historia del “corrector” se enlaza con otros personajes que también conocen el libro y él mismo se enamora de otra lectora; una lectura arrebatadora es lo menos que podríamos decir. “Las palabras vuelan, lo escrito permanece”, dirá en la entrada de la casa del interior del libro que está en el nuestro, el que tenemos en las manos. La mano de la buena fortuna es una teoría de la memoria. Escribir es permanecer y ser. Uno de sus personajes, una anciana que comienza a olvidar las palabras, no puede subir las escaleras porque se olvidó qué eran las escaleras, no puede comer porque no consigue recordar los nombres de los alimentos. Para saber que estamos tenemos que recordar en la escritura los tantos nombres de nuestra estancia, de otra manera nos desvanecemos y la historia —por insignificante que sea— no es, no logra ser. El lector es capaz de reconstruir las escenas humanas y meterse a un libro de viaje y conocer el mar, y traer objetos de ahí, donde no se está. ®