En el arte, todos los jugadores, agentes, figuras y segmentos son legítimos en tanto la realidad, variopinta y contradictoria, además es irrefutable y misteriosa. Eso no quita la libertad que cualquiera tiene para señalar lacras como el empoderamiento ilícito o el tráfico de influencias o hasta lo que se entienda por mal gusto o carencia de propuesta.
Life is very short, and there’s no time
For fussing and fighting, my friend
I have always thought that it’s a crime
So I will ask you once again
Try to see it my way
The Beatles
La querella entre bandos confrontados en materia de segmentos de producción artística es absurda por principio y a final de cuentas. Quiero decir que si se acepta que el aspecto nuclear en el campo artístico es la producción de subjetividad (me refiero a la creación y recepción del arte en términos de conocimiento), entonces es necio aspirar a convencer a la opinión pública del medio de que una tendencia o tendencias, por ejemplo, son más valiosas que otras, o que los practicantes disciplinarios, es decir, aquellos que crean en el marco de un sistema artístico definido, tradicional o muy codificado (formas convencionales de pintura, escultura, estampa, fotografía o dibujo) se encuentran en una posición de mayor relevancia que los que han tomado la opción de trabajar dentro de las prácticas adisciplinarias, no definidas en los mapas críticos o en estado expandido y abierto (formas de última generación de la instalación, intervención, apropiación, intermedialidad, transvisualidad, entre otras). Pretender el acceso a la mayoría de importancia o rango en el campus y en el socius artísticos es una necedad por el simple hecho de que la pluralidad y la relatividad del horizonte de lo producido es la característica que revela la especificidad en que percibimos el despliegue de los artefactos estéticos. La coexistencia de la multiplicidad es de lo más interesante que nos han enseñado las artes.
Ninguna forma de aparición de la creatividad artística —bajo la apariencia de posturas autorales y de tipos de artefactos— está por encima de otra, no desde el punto de vista de que las obras estimulan la producción de ideas, experiencias, fantasía, delirio y educación sentimental en el territorio de la mentalidad individual y colectiva. Sin embargo, está muy claro que la producción y la recepción artísticas también son valoradas bajo una perspectiva mediática y no sólo tomando en consideración la cuestión medial, y ello implica que, más allá de la construcción del poder discursivo para las imágenes, la comunidad de comunidades que es el mundo del arte compite entre sí para ganar las posiciones de mayor legitimidad cultural, éxito mercadológico, visibilidad institucional y privilegio social. En la carrera para obtener todo esto abundan la minusvaloración, la censura, y prevalece la crítica tenue en la argumentación pero encendida en el desprecio.
Ninguna forma de aparición de la creatividad artística —bajo la apariencia de posturas autorales y de tipos de artefactos— está por encima de otra, no desde el punto de vista de que las obras estimulan la producción de ideas, experiencias, fantasía, delirio y educación sentimental en el territorio de la mentalidad individual y colectiva.
Aclaro que uso la palabra “mediático” para aludir al hecho de que en el círculo del arte actúan agentes y figuras que ocupan las posiciones de toma decisiones y que otorgan y administran los recursos destinados a la publicación, promoción, difusión y distribución del arte: funcionarios de museos, galeristas, coleccionistas, jurados, promotores, curadores y críticos institucionales. Y señalo, por otra parte, que con “medial” trato de poner en evidencia la actividad descrita al principio del artículo, es decir, la que tiene que ver con la ecuación arte-conocimiento y que en este caso consiste en lo que hacen los distintos artistas, teóricos, historiadores, investigadores, curadores y críticos no alineados. Detrás de esta segmentación, si bien es aún de carácter algo esquemático, se encuentra el asunto de que los agentes que generan “multiplicidad de contenidos” son los que se representan la zona medial y que los agentes que generan “gestión de contenidos” son los que constituyen la zona mediática. Aclaro en este punto que unos y otros no siempre son diferentes personas físicas o morales, pues a veces una misma persona juega entre las dos zonas, y además que, en una versión más perversa de los listados, la distinción entre medial y mediático tal vez sólo se reduzca a hallar la diferencia (y también los matices y grados) entre agentes que trabajan para la formación de opinión y valor movida por intereses elitistas y agentes cuya acción —aunque tome postura y promueva prácticas específicas— está regida fundamentalmente por la búsqueda de pluralización.
Así las cosas: ¿arte de última generación o arte tradicional? Recordemos que está comprobado que es poco común que los artistas tengan una visión neutral hacia la práctica de sus colegas no cercanos o distintos, generalmente proyectan la elección que define su obra hacia el aval o denostación a ultranza de otras opciones creativas: es comprensible aunque ciertamente desafortunado cuando trasciende y se convierte en grilla. Muchos analistas y críticos resentidos o aspiracionales caen en lo mismo, y aquí sí estamos hablando de una cosa más lamentable porque si propician la radicalización por motivos de revancha, pienso que rompen con el mínimo de responsabilidad pública de mediación que supone su rol. En medio de la denostación infundada y mezquina, se extraña el sentido de interpelación cultural y artística que bien puede recurrir a la ironía, al sarcasmo o a la duda y al cuestionamiento sin perder de vista la fuerza de la afirmación y el culto por la productividad práctica/discursiva. La pregunta que abre este párrafo podría reformularse incluso de otros modos, haciendo más polémico el debate a la hora de adjudicar niveles de importancia o jerarquías de actuación: ¿arte anti-curaduría o arte pro-curaduría?, ¿productores de contenido (artistas, teóricos, curadores, críticos, historiadores) o gestores, funcionarios y administradores? No debería ser difícil concluir que todos los jugadores, agentes, figuras y segmentos son legítimos en tanto la realidad, que puede ser variopinta y contradictoria, además es irrefutable y misteriosa. Eso no quita la libertad que cualquiera tiene para señalar —con rigor— lacras como el empoderamiento ilícito o el tráfico de influencias o hasta lo que se entienda por mal gusto o carencia de propuesta.
Tal vez los artistas conceptuales globalizados o los pintores todavía románticos, por citar dos faunas estereotípicas, deberían ejercer primero su derecho a desmarcarse de sus rivales más próximos, o sea, los artistas conceptuales productivos de los artistas conceptuales oportunistas y los pintores románticos comprometidos de los pintores románticos parasitarios. Sería muy elegante. Estoy seguro de que hay muchas cosas que comparten las comunidades artísticas desde la particularidad de su práctica o condición disciplinaria; algunas de ellas son la necesidad por la expansión de nuestra experiencia y el placer por la productividad en el campo de la ficción que retroalimenta a la esfera fáctica. El medio del arte en México, que manifiesta un conecte potente tanto con el imaginario propio como con el internacional, tiene de su lado el acceso desbordante a los umbrales del sentido y la significación, pero acusa graves fallas y falencias en términos de organización democrática de la cultura artística y pobreza de diálogo comunitario plural. Esto es fatal toda vez que un atavismo de nuestra cultura es que el poder del significado producido por las comunidades más proactivas siempre tiende a sobre-institucionalizarse históricamente, a sedimentarse. Si no trabajamos por cambiar el estado de cosas desde esta premisa, estaremos aceptando que, en el campo más amplio de lo social, el control del sentido y la significación por las clases políticas corruptas y por los sectores civiles exclusivistas continúen frenando la democratización y simulando el diálogo. ®