En la película de Bigelow los reveses que sufre Estados Unidos se deben a atentados de Al Qaeda y no a sus propios y numerosos tropiezos estratégicos y morales. Pero ella no quiere empantanar su nítida narrativa con eso ni con el caos de la disidencia interna (en el Ejército, la CIA y el FBI) en contra de la guerra, la tortura y las prácticas antihumanas.
I. El cine de explotación
Entre 1919 y 1960 surgió un estilo fílmico que se llama cine de explotación. Básicamente los cineastas independientes, incapaces de competir contra los grandes estudios, los Majors, que dominaban los canales de distribución y exhibición, y contra su star system, optaron por ofrecerle al público lo que Hollywood le negaba: entretenimiento a base de tratar temas tabú y escandalosos, como las relaciones extramatrimoniales, el consumo de drogas, la prostitución, la trata de blancas y las visiones racistas del mundo primitivo como único pretexto para insinuar el retraso endémico de los pueblos no occidentales y, más importante aún, mostrar mujeres “de color” con los pechos desnudos. La censura no les permitía ofrecer ese tipo de atracción, por lo que crearon un modelo de filme de prevención-denuncia en el que advertían al público que lo que estaban a punto de ver era un tema difícil, quizás vergonzoso y controvertido, pero importante, y así el espectador era invitado a ver, reflexionar y actuar. Obviamente ésta era una estrategia hipócrita para mostrar hombres de la alta sociedad a punto de acostarse con prostitutas (jamás se mostraban escenas sexualmente explícitas, bastaba con la insinuación, pues finalmente eran temas prohibidos) y jóvenes que embarazaban irresponsablemente a sus novias, entre otras calamidades. La transgresión se pagaba siempre con la ruina moral, enfermedades venéreas o adicción y muerte. El público tenía la oportunidad de disfrutar las tramas salaces, ya que finalmente el filme suponía una condena a la perversión.
De Manhattan a Abbotabad
La nueva cinta de Kathryn Bigelow, Zero Dark Thirty (ZDT) busca ser una especie de dramatización de material periodístico, una obra casi documental que comienza en la oscuridad, con el sonido de llamadas telefónicas desesperadas realizadas desde de una de las Torres Gemelas pocos minutos antes del colapso. Inmediatamente después la cinta nos lleva a una de las prisiones “negras” de la CIA, donde un preso (que sabemos que nunca volverá a ser libre) es torturado. Así se presenta la investigación que durará una década y culmina el 2 de mayo de 2011 con el asesinato de Osama ben Laden en su refugio en Abbotabad, Paquistán (no creo estar cometiendo un atropello al contar el final). La mayor parte del filme consiste en tensiones burocráticas, conflictos internos e interrogatorios a prisioneros que están siendo o han sido torturados. El trabajo de una agencia de investigación no es digno de una cinta de acción, las aventuras de la CIA no son como las de James Bond, más bien se trata de una labor, minuciosa y poco glamorosa, de análisis, chantaje y vigilancia. Para contrarrestar el letargo y la monotonía de un filme semejante Bigelow y su guionista, Mark Boal, añaden una trama que funciona como el viejo cliché de la bomba a punto de estallar, el cual es usado por los apologistas de la tortura: “Si un terrorista tiene información de un atentado y hay una bomba a punto de estallar, el único recurso es torturarlo hasta que revele su plan”. Mientras la CIA busca sin éxito cómo desarticular la red terrorista, ésta logra llevar a cabo atentados en Islamabad, en Londres y en una base militar estadounidense en Afganistán. Así parece que hay un duelo o un partido de tenis entre las fuerzas del bien y los villanos, cuando en realidad las acciones terroristas son independientes de la búsqueda de Bin Laden.
La mayor parte del filme consiste en tensiones burocráticas, conflictos internos e interrogatorios a prisioneros que están siendo o han sido torturados. El trabajo de una agencia de investigación no es digno de una cinta de acción, las aventuras de la CIA no son como las de James Bond, más bien se trata de una labor, minuciosa y poco glamorosa, de análisis, chantaje y vigilancia.
La explotación del cine
En muchos sentidos ZDT es una cinta de explotación: una obra que se nos presenta con toda la seriedad y urgencia de un documento vital que debemos ver, pues a pesar de ser controvertido, desagradable y escandaloso es importante. Es una película que explota miedos patrioteros y prejuicios racistas, y recompensa al espectador con la verdadera atracción: la crueldad de las sesiones de tortura y la revanchista y orgásmica matanza final. De igual manera que los filmes de explotación, ZDT no cumple lo que promete y a final de cuentas termina desilusionando, ya que las muy promocionadas secuencias de tortura ni siquiera son tan brutales como las que se llevaban a cabo en Abu Ghraib —de las cuales pudimos ver una selección de fotos maquillada pero repugnante— ni tampoco rebasan el catálogo de atrocidades que mostraba regularmente la serie 24 o, más recientemente, Homeland. Todo mundo sabe que el régimen de Bush autorizó el uso de la tortura en los interrogatorios de los detenidos sospechosos de tener vínculos con Al Qaeda. Durante el siglo XIV era rutinario que las autoridades torturaran a judíos para obligarlos a confesarse responsables de la peste bubónica. No había duda, estos sujetos reconocían haber envenenado las aguas de varios ríos y manantiales con venenos misteriosos que provocaban la devastadora epidemia. Los confesos eran ejecutados, sus familias asesinadas o, en el mejor de los caso, expulsadas, y obviamente la peste seguía extendiéndose, por lo que buscaban otro chivo expiatorio. La tortura suele obtener resultados, sólo que rara vez da buenos resultados.
II. Expectativas
Todo filme tiene su propio mecanismo promocional, un dispositivo indispensable para destacar en un mercado saturado de productos y puede ser un resumen honesto, un coqueteo sensacionalista o una cínica extrapolación manipuladora y estridente. En el caso de Zero Dark Thirty el primer dilema es distanciar ese mecanismo del filme mismo. Desde que la película estaba en producción corrieron rumores que alarmaban o excitaban al público acerca de que los cineastas habían obtenido acceso sin precedente a materiales secretos y habían tenido contacto con los protagonistas de la cacería y el asesinato de Osama ben Laden. Muchos sospecharon que se trataba de un esfuerzo propagandístico para ayudar al presidente Obama en las elecciones de noviembre de 2012. Otros pensaron que se buscaba exculpar a la CIA, y unos más esperaban una denuncia de las irregularidades y la brutalidad de un asesinato que se presentaba como la conclusión de la carnicería brutal e inconsciente que ha sido la llamada guerra contra el terror. Por su parte, mucha gente imaginó que era un esfuerzo por erradicar las varias teorías conspiratorias acerca de lo sucedido a Ben Laden. La película parece haber querido satisfacer esas expectativas al tratar de ser un poco de cada una.
Muchos sospecharon que se trataba de un esfuerzo propagandístico para ayudar al presidente Obama en las elecciones de noviembre de 2012. Otros pensaron que se buscaba exculpar a la CIA, y unos más esperaban una denuncia de las irregularidades y la brutalidad de un asesinato que se presentaba como la conclusión de la carnicería brutal e inconsciente que ha sido la llamada guerra contra el terror.
Licencias poéticas, distorsiones oportunistas
ZDT es un filme con agenda política y con una clara certeza: presentar al ejército estadunidense como una fuerza del bien. Bigelow y el guionista han asegurado tener un compromiso periodístico con la verdad. Aunque, más allá de la licencia artística, que consiste, según la directora, en la compresión narrativa de diez años en dos horas y media y la fusión o fabricación de personajes, tenemos que el énfasis que se da a la tortura no parece estar respaldado por los documentos que se han hecho públicos en relación con esta práctica. Como es bien sabido, Michael Morrell, el actual director interino de la CIA, la demócrata Dianne Feinstein, presidente del Comité de inteligencia del Senado, y dos senadores del Comité de las fuerzas armadas, el republicano John McCain y el demócrata Carl Levin, han señalado que es falsa la idea que quiere dar el filme en el sentido de que la información para encontrar a Laden fue obtenida por medio de la tortura. Por otro lado, Michael Hayden, el director de la CIA en los últimos años de la presidencia de Bush, dijo que la tortura a la que fueron sometidos los sospechosos fue decisiva para resolver el caso, algo que obviamente le conviene señalar, ya que sería sorprendente que reconociera que los abusos que se cometieron bajo su dirección fueron inútiles. Muchos otros testimonios se dividen entre quienes confirman la eficacia de la tortura y aquellos que afirman que fue irrelevante para obtener el dato decisivo del caso Ben Laden, que fue descubrir a Ahmed al Kuwaiti, el mensajero que estaba a cargo del último tramo de la compleja red con la que Ben Laden se comunicaba con el exterior desde su casa-bunker de Abbottabad, una ciudad famosa por estar habitada por militares y exmilitares paquistaníes.
Unidimensionalidad y vacío
Podríamos pensar que la cineasta ofrece una denuncia tan incómoda que políticos de ambos partidos tratan de silenciarla, aunque la visión que ofrece de la tortura a través de la protagonista Maya (Jessica Chastain en el papel de una agente, caracterización que supuestamente está basada en una persona real) no es ambigua. Si bien inicialmente vemos a una tímida Maya ante el grotesco espectáculo de Ammar (basado en Ammar al-Baluchi, a quien ahora se le sigue proceso en Guantánamo) cuando es golpeado, torturado con agua, colgado, encerrado en una caja, privado del sueño, aturdido con música estruendosa y humillado sexualmente, poco a poco la vemos ganar confianza, participar en la tortura y deshumanización de los prisioneros, a los que finalmente ve como piezas en un rompecabezas. Maya es un personaje unidimensional, sin vida personal ni familia (más allá de unas fotos de niños que aparecen en el monitor de su computadora) ni deseos amorosos o sexuales; sin amigos (como explica instantes antes de salvarse de un suicida en el hotel Marriott de Islamabad, en 2008) y sin más interés u obsesión que matar a Ben Laden. Debemos de suponer que una vez cumplida su misión, como el protagonista de Hurt Locker, queda hundida en un vacío existencial. Un vacío que pretende ser de alguna forma la moraleja de la historia.
III. La visión extremista
Bigelow asegura que en Zero Dark Thirty ofrece una visión casi periodística de la cacería de Osama Ben Laden. No obstante, sabemos que no sólo escogió las versiones que apoyan la efectividad de la tortura, sino que eligió convertir los interrogatorios “mejorados” en el elemento central y fundamental de la investigación (lo cual no han hecho ni siquiera los más rabiosos defensores de la tortura). Bigelow presenta la técnica de la CIA que consiste en doblegar salvajemente a un cautivo para hacerlo creer que, en un momento de delirio, confesó, y después tratarlo amablemente, darle ropa, cigarros y comida como premio. En ese estado entonces se le pide “confirmar” sus declaraciones. En las salas de tortura de la CIA comúnmente se seguía un escrupuloso guión burocrático; el proceso era documentado y videograbado y había médicos asegurándose de que el prisionero pudiera soportar más tortura. Por alguna razón, Bigelow presenta una imagen distorsionada de esas sesiones, ya que introduce correas de perro —un objeto que pertenece a otro tipo de tortura, como aquella a cargo de “contratistas” civiles que se llevaba a cabo por las noches en Abu Ghraib, donde, entre otras cosas, se hacían pirámides humanas, se soltaba a los perros para que intimidaran y mordieran a los presos, se forzaba a los cautivos a tener o fingir que tenían relaciones homosexuales y se les sodomizaba con diversos objetos. Al mostrar la correa de perro, Bigelow quiso explotar la memoria del espectador y evocar las imágenes de la soldado Lynndie England en las que sujeta a un preso. Pero esto provoca una reacción contradictoria, ya que si bien es irritante, también da un falso contexto a aquella imagen infame pues insinúa que pudo ser parte de una importante investigación. Las correas de perro obsesionan a Bigelow; el agente y torturador “Dan”, antes de regresar a Washington, advierte a Maya diciéndole que Obama (quien prohibió la tortura en su segundo día de presidente y a quien Maya ve por la televisión declarar que “Estados Unidos no tortura”) los puede dejar desprotegidos: “Vas a tener que ser muy cuidadosa con los detenidos de ahora en adelante, la política está cambiando y no quieres ser la última persona sujetando un collar de perro cuando vengan los del comité de supervisión”. No sólo es cuestionable la veracidad del recuento, sino que se enfatiza que para Maya y sus colegas no hay vergüenza, remordimiento o responsabilidad, sino sólo la necesidad de cubrirse las espaldas.
Bigelow presenta la técnica de la CIA que consiste en doblegar salvajemente a un cautivo para hacerlo creer que, en un momento de delirio, confesó, y después tratarlo amablemente, darle ropa, cigarros y comida como premio. En ese estado entonces se le pide “confirmar” sus declaraciones.
Manipulación o periodismo
Bigelow y Boal podrán creer que su película está cerca del periodismo, pero resulta un poco difícil justificar escenas manipuladoras como aquella en que la agente de la CIA, Jessica, le prepara personalmente un pastel de cumpleaños a un miembro jordano de Al Qaeda que supuestamente está dispuesto a cooperar a cambio de 25 millones de dólares. La CIA cae en la trampa y el jordano se vuela en pedazos matando a siete agentes. Bigelow trata de mostrar que los fanáticos no se corrompen y, aunque Jessica brinda diciendo: “A las grandes oportunidades y a la gente común que las hace posibles”, veremos que las oportunidades en ZTD sólo vienen en la forma de tortura y no de soborno.
Reveses y burócratas
En ZTD los reveses que sufre Estados Unidos se deben a atentados de Al Qaeda y no a sus propios y numerosos tropiezos estratégicos y morales. Pero Bigelow no quiere empantanar su nítida narrativa con eso, ni con el caos de la disidencia interna (en el Ejército, la CIA y el FBI) en contra de la guerra, la tortura y las prácticas antihumanas. Aquí, como en todas las ficciones probélicas, los obstáculos son los burócratas incompetentes que se oponen a las soluciones más violentas y radicales.
El fin justifica el fin
Se ha elogiado hasta la náusea el asalto al refugio de Ben Laden. Es un ejercicio competente de cinematografía de acción, algo que Bigelow sabe hacer bien. Lástima que no haya sabido cómo transformar esa puesta en escena (donde en un gesto de falso respeto apenas se muestra a Ben Laden) en una explicación de por qué asesinar al hombre más buscado de la historia moderna era mejor opción que capturarlo y tratar de desmantelar su red, entender cómo se organizó el ataque del S-11 y llevarlo ante la justicia. Para Bigelow el asunto es un caso cerrado: la venganza purifica y justifica los medios. No obstante, el intervencionismo violento, el asesinato extrajudicial y la tortura son actos inmorales. Punto. No se puede debatir que la tortura es o no justa —aquí no existe equivalencia moral—, y al hacerlo estamos dándole legitimidad de facto. ®
José
Lo que más se debe criticar de esta cinta es que es ABURRIDISIMA, francamente me quede dormido a la mitad además de su defensa acerca de la tortura, esas ridiculas llamadas desde el edifico en cuestión solo sirven para justificar la tortura francamente esperaba algo mejor, al menos la vi pirata.