“Encuentro-debate con tres escritores mexicanos”, decía la invitación para asistir el martes 28 de septiembre a la Librairie Internationale, ubicada en el número 36 de la calle Tournai, muy cerca del centro de la ciudad de Lille. Los invitados: Sergio González Rodríguez, Guillermo Fadanelli y Juan Manuel Servín.
El pequeño salón acondicionado en la parte superior de la librería se encontraba lleno de asistentes, en su mayoría jóvenes, cuando los tres escritores mexicanos, ataviados a la manera de The Blues Brothers, se sentaron al frente acompañados de las moderadoras. Después de una rápida presentación sobre el quehacer literario de cada uno de ellos las moderadoras iniciaron la sesión con varias preguntas. El primero en ser cuestionado fue Fadanelli, a quien se le pidió que hablara sobre su novela autobiográfica Educar a los topos y de la experiencia que lo llevó a escribirla; así, habló de su “tortuoso” y “lastimero” paso por una escuela militarizada. Con un humor que se quería irreverente pero que entre los franceses no tuvo el menor efecto, Fadanelli se extendió repitiendo su ya muy sabido historial de derrotas a puños cuando era niño y su posterior triunfo a los trece años de edad —una respuesta en la que aprovechó para ufanarse de su afición a la cerveza y en la que no dejó pasar la oportuidad de deslizar un comentario misógino, al más puro estilo bukowskiano —¡pero si cómo no!—, del tipo “No hay mujer que valga la pena tal esfuerzo”.Sergio González Rodríguez y J.M. Servín, que al igual que Fadanelli lucían aún sus sombreros, fueron interrogados por una de las moderadoras acerca de la recurrente atmósfera “trágica” y “desesperanzadora” que abunda en la literatura del trío ahí presente. Su respuesta dio un extraño giro y se convirtió en lo que quiso ser una radiografía del México contemporáneo, poblada de lugares comunes (delincuencia, narcotráfico, corrupción, miseria…) harto conocidos en el extranjero; un intento de análisis sociológico y político que no sólo fue irrelevante por su obviedad, sino por esclarecer muy vagamente la pregunta que se les planteó.
El hecho de que la mayoría del público asistente desconociera las novelas de los mexicanos impidió que éstos pudieran tratar frontalmente sus creaciones literarias, pero también esa situación fue aprovechada por los tres escritores para darle orientación a placer a un “encuentro-debate” que nomás no conseguían subir de nivel.
Más adelante, antes de iniciar la ronda de preguntas abiertas a los asistentes, los tres abordaron la tradicional vinculación que ha existido en México entre la intelectualidad y los políticos, llegando a la conclusión de que en la actualidad tal relación ya no es tan estrecha, que el caciquismo cultural prácticamente es inexistente y que incluso existe una abierta confrontación por parte de los escritores con el poder. Palabras más, palabras menos.
Fadanelli había conseguido servirse de González Rodríguez y de Servín para convertirse en el protagonista; una actuación en la que el contracultural por excelencia incluyó un repertorio de contradicciones y desatinos.
Alcé la mano para intervenir: “Quisiera comentar algo no menos sombrío que lo que han estado señalando. Primero, creo que si bien los nexos entre los escritores y la política han cambiado, es totalmente falso que hayan desaparecido; el caciquismo cultural sigue existiendo en México. En las publicaciones es discernible en muchas revistas, y en cuanto a los creadores, las formas de cooptación son, aunque no en todos los casos, las abundantes becas y premios. Segundo, en algún número de la revista Replicante Heriberto Yépez publicó un escrito titulado ‘Carta a un viejo novelista’ [no. 17], el cual pone el dedo en la llaga, por ejemplo, cuando habla del caso de la revista Tierra Adentro, que, entre otras cosas, se negó originalmente a publicar ese ensayo para no ofender a Fuentes…” Estaba por terminar cuando Fadanelli intentó acotarme, pero Sergio González lo instó a que me dejara concluir. Al final, el desconcierto de los tres era inocultable. Lo que vino después no fue más que una enmarañada retahíla de justificaciones disparatadas y de exabruptos; incluso, de manera ventajosa los tres despotricaron en contra de alguien ausente: “Pero si Yépez es un oportunista”, dijo Servín. El “encuentro-debate” concluyó con la importancia de la literatura latinoamericana y la destacada labor de los escritores ahí presentes. Fadanelli había conseguido servirse de González Rodríguez y de Servín para convertirse en el protagonista; una actuación en la que el contracultural por excelencia incluyó un repertorio de contradicciones y desatinos, pues no sólo llegó a aseverar que “si la revista Replicante desapareciera no pasaría absolutamente nada…” —lo cual es cierto, pues aun si desaparecieran Nexos y Letras Libres, donde Fadanelli colabora eventualmente, tampoco pasaría absolutamente nada—, sino que además de arremeter en contra de la opinocracia que prevalece en México —cuando él mismo opina graciosamente de esto y de lo otro en su columna de El Universal— y de menospreciar el trabajo que hacen los editores independientes, soltando un “prefiero ser escritor” —¿y Moho?—, no tuvo el menor reparo para ofrecerse como una “buchona” de la literatura y asegurar no tener el menor escrúpulo si su trabajo literario fuera financiado por el narcotráfico. Uy.
Cuando me retiraba de la librería, después de haber cruzado algunas palabras con Sergio González, Fadanelli, fiel a sí mismo, no pudo contenerse y me gritó con sorna: “¡Me saludas a Heriberto!” —a quien, por cierto, no tengo el gusto de conocer. ®
Yaneli Silva
Bueno, no conozco a ninguno de los tres, por un par de segundos pensé en saberles algo, pero aborte la intención. Pensé, más bien, en que el tono del artículo convirtió a Ricardo García López en el protagonista, lo que me trajo la idea de los extremos que se tocan.
David Aguilar
Se sienten buenos y duros, y la verdad, son más malos que blandos; ¿de cuántas madrizas de los meseros se habrá salvado Fadanelli? ¿Aguantará un tiro de a deveras? ¿Podrá pasar una borrachera sin la ayuda de esos batracios unineuronales que siempre le acompañan quemándole incienso? Puta , todo lo malo que en su tiempo criticó en la literatura, ahora lo sopla a la muchedumbre, la diferencia entre la literatura de Fadanelli y la pornografía, es que la última tiene más variables.