Un año en libros

Conclusiones, posiciones, digresiones y conexiones

Aquí hablo de algunos libros de política, economía y pensamiento que leí o releí en 2023, y los vinculo entre ellos y con coyunturas actuales, para las que se pueden encontrar antídotos en los mismos libros.

Diderot y el arte de pensar libremente

El arte de pensar…

Denis Diderot es mucho menos conocido que Voltaire pero merece otro lugar, uno distinto al que ocupa. Este año disfruté la biografía escrita por Andrew Curran, Diderot y el arte de pensar libremente (Barcelona: Ariel, 2020). Cuando se sabe algo sobre Diderot suele ser que editó la Enciclopedia, pero hizo mucho más: fue un polímata extremo, un pionero intelectual, uno de los guías de la Ilustración francesa y, sobre todo, diría yo, un pensador radicalmente independiente. Pensamiento independiente es algo que siempre hace falta, y a veces más: vea el México actual, dominado por un esclavo de su vanidad ignorante, el licenciado López Obrador, sus propios esclavos o “borregos heroicos” (Stendhal) y una parte de la oposición partidista que en no pocas ocasiones se parece a tales fanáticos.

Vaya que necesitamos más Diderots… Es una desgracia que el fanatismo “antiwoke” se sienta o sea visto como la resurrección de la Ilustración, cuando en realidad es el maquillaje de algunos conservadurismos, sobre todo religiosos. Los woke pueden ser revisados y criticados pero no todo lo que dicen es falso o tonto, y quienes los critican con absolutismo no son los nietos de Diderot. Decir que lo son es insulto para personajes como el creador francés, personajes que no defendieron el status quo sino que empezaron a deslegitimarlo y romperlo y ayudaron a sustituirlo; Diderot escribió y habló contra la esclavitud y la colonización de África… Por su parte, los fanáticos “antiwoke” (estoy hablando de los fanáticos en contra, la oposición total e insultante, no de cualquier crítico de lo woke) se dedican a defender los status quo antiliberales, del pasado y del presente, manipulando las palabras “libertad” en Estados Unidos y “libertad” y “liberal” en Latinoamérica, teniendo usualmente como trasfondo una visión religiosa. No son liberales —no les importa la libertad de todos, les molesta la libertad de muchos—; no son el “regreso” a la Ilustración —nunca concluida— sino el regreso: una reacción conservadora contra el progreso y su expansión, reacción que el “wokismo” provocó y de la que se ha vuelto el símbolo contrario —paradojas idiomáticas: para sus oscuros opositores fanáticos, los woke se han convertido en el blanco y en las víctimas propiciatorias…

No quieren la libertad de la mujer como mujer, son homófobos, no creen en el cambio climático, creen en conspiraciones como la de “la agenda 2030”, idolatran a hombres como Elon Musk y Javier Milei, repetidor de una economía llena de simplismos y masturbaciones de adolescente como “(todos) los impuestos son un robo”.

Este año quedé más que harto de esos hombrecitos que se presentan como defensores de la razón, la ciencia y la libertad pero que apenas se mete el dedo en su olla “intelectual” se revela el resto de su receta: si no todos, la mayoría son tradicionalmente religiosos, creen en “cosas” como “el Espíritu Santo”, creen que en el momento de “la Concepción” aparece una persona y por tanto que en cualquier aborto la decisión es asesinato, su idea de libertad religiosa es su libertad y de nadie más, no quieren la libertad de la mujer como mujer, son homófobos, no creen en el cambio climático, creen en conspiraciones como la de “la agenda 2030”, idolatran a hombres como Elon Musk y Javier Milei, repetidor de una economía llena de simplismos y masturbaciones de adolescente como “(todos) los impuestos son un robo”. ¡Cuánta razón, ciencia y libertad! Si no se entiende el sarcasmo: todas esas creencias de fanáticos “antiwoke” son creencias anti–libertades de los demás, son irracionales, anticientíficas o pseudocientíficas, como la economía de Milei.

Hay que añadir: ojalá el Estado mexicano nos “robara” como “roba” el Estado danés para que de veras tuviéramos un sistema de salud como el de Dinamarca… pero para el libertarian “antiwoke” dizque ilustrado es demasiado entender de tipos históricos. Ellos “saben” que “URSS mala”, “Cuba mala”, “Venezuela mala”, “capitalismo bueno”. ¿Qué saben sobre la verdadera historia de Escandinavia? Nada. He visto a quienes creen que las escandinavas son las economías más libres del mundo pero con la palabra “libres” falsificada como “desreguladas” y “antisocialistas”. La creencia misma indica la ignorancia de la historia de los casos. ¡Son un chiste! ¿Y qué saben ellos sobre Palme, Myrdal, Brandt, Nenni, Soares, Bobbio? ¿Bernstein, Gobetti o Charles Wright Mills? Entre tanta izquierda no comunista de tantas épocas. No saben nada. Es obvio. Estos personajitos “racionales” merecen crítica con la dureza racional que ellos creen ejercer y que suponen que nadie en la izquierda aguanta (se supone que todos los que no somos ellos vivimos ofendidos y llorando ante el genial e imponente espécimen que cree ser el pobre diablo que se esconde en Twitter para hacer de coro de los Agustín Laje del mundo). Muchos de los vicios en que caen algunos woke son el charco primigenio de sus fanáticos opuestos: reduccionismo, sectarismo, intolerancia, ignorancia y falsificación históricas, postureo, victimismo. No, no defienden la razón, ni la ciencia ni la libertad, defienden el pasado que les conviene o acomoda más. Nada más.

Muchos de los vicios en que caen algunos woke son el charco primigenio de sus fanáticos opuestos: reduccionismo, sectarismo, intolerancia, ignorancia y falsificación históricas, postureo, victimismo. No, no defienden la razón, ni la ciencia ni la libertad, defienden el pasado que les conviene.

Piense el ejemplo del llamado matrimonio gay: se trata de matrimonio civil, no de matrimonio religioso. Nadie ha propuesto obligar a las iglesias a casar homosexuales. La propuesta es la posibilidad de matrimonio civil entre esas personas. La implicación no es la persecución de (contra) las religiones sino que ninguna iglesia obligue a los Estados a prohibir contratos civiles matrimoniales a personas homosexuales. El matrimonio religioso sigue existiendo, sigue siendo heterosexual, no podría dejar de serlo por efecto directo del matrimonio civil expandido, y nadie en la religión queda obligado a hacer lo que no quiere (sólo quedan impedidos de seguir haciendo que otros hagan lo que los religiosos quieren). Y, sin embargo, contra toda razón, inventando “culturalmente” problemas que no existen objetivamente, ofendiéndose subjetivamente, tomando como ofensa lo que no lo es excepto en su imaginación o nostalgia de poder, los religiosos al extremo “ven” como persecución en su contra la aprobación del matrimonio civil igualitario. No, no sólo personas woke imaginan o fabrican subjetivamente ofensas.

Repito: el matrimonio gay no es la prohibición de la religión sino del Estado religioso, no es la cancelación del matrimonio religioso/católico sino la extensión del matrimonio civil/estatal, pero los lajianos siguen chillando como si esa legislación fuera una Inquisición como la que usó la Iglesia católica para cancelar creencias y vidas.1 Son autoritarios y quieren de regreso un monopolio ilegítimo. Son, podemos decirlo así, antiDiderot.

También he visto en México que algunos de los que sienten que todo ofende su catolicismo admiran a Christopher Hitchens por su “incorrección política”, que anticipaba una crítica a ciertos aspectos de jóvenes activistas de la actualidad, pero en realidad no han leído mucho de Hitchens, quien tenía mucho de diderotiano, era crítico de la madre libertarian Ayn Rand, a quien ahora admiran más de esos mexicanos gracias a Milei, y era (Hitchens) enemigo acérrimo de la Iglesia católica e insistía en hechos como éste: el fascismo original, y desde ahí el totalitarismo no comunista, era “otro nombre para la actividad política de la derecha católica”. Me parece que si supieran no les gustaría tanto el señor Hitchens… Como a mí me gusta, aun cuando no me gusta siempre en el fondo, lo convocaremos más adelante. Y menos les gustaría el extrotskista Hitchens ahora que los fanáticos “antiwoke” y sus avatares tuitero–yutuberos se desviven tratando de etiquetar al nazismo como izquierda. Pero dejemos por el momento a esos ilustrados de ficción y regresemos a Diderot, tan experto como en la época se podía ser en varias ciencias, crítico literario innovador, ateo encarcelado por serlo (¡viva la libertad de la Iglesia católica, carajo!), cabeza muy bien amueblada que se movía sin mayor respeto a iglesias de cualquier clase. Artista del pensamiento independiente, parafraseando a Curran. ¿Todos los lectores de este texto pensarán muy independientemente? ¿Nadie se ofenderá? ¿Ninguno? Porque, insisto, no es cierto que sólo los jóvenes woke se ofendan irracionalmente —mucha gente de otras edades y perspectivas toma como ofensa cualquier cosa sobre la que no quiere pensar.
Sigamos con los libros.

Churchill. La biografía

La biografía.

Algo que releí: Churchill. La biografía (Crítica: México, 2019), monumental biografía de Winston Churchill escrita por Andrew Roberts. Este autor también es biógrafo de Napoleón, biografía que no leí en 2023 pero que recomiendo aquí porque este año salió la película–fiasco de Ridley Scott; si no ha visto la película, no pierde nada si no la ve —es pésima—, pero puede aprender leyendo el libro de Roberts, Napoleón. Una vida (Palabra, Madrid, 2016). Y léalo sobre Churchill.

Sir Winston es célebre y generalmente admirado por su labor en la Segunda Guerra Mundial, pero es mucho más que eso, y su brillante actuación en esa guerra no le quita ser un político de claroscuros, como la gran mayoría de los políticos. ¿Qué fue más en el caso Churchill? ¿Lo claro o lo oscuro? Puede sacar sus propias conclusiones a través de este libro profusamente documentado, independientemente de que Roberts admire mucho a Churchill. Por cierto, uno de los “oscuros” churchillianos sería el regreso al patrón oro, decisión criticada por John Maynard Keynes.

John Maynard Keynes:
un capitalista revolucionario

Un capitalista revolucionario.

Sobre Keynes leí John Maynard Keynes: un capitalista revolucionario, de Roger Backhouse y Bradley Bateman (FCE: México, 2014). Como Diderot y Churchill, que nunca pasó por la universidad, Keynes fue un individuo heterodoxo, y aunque él sí fue alumno universitario no fue un académico convencional: nunca tuvo el título de University Professor, aunque dio clases en Cambridge (en el engañoso lenguaje académico del México actual, no fue “profesor–investigador de tiempo completo definitivo” sino “profesor de asignatura”), casi nunca trabajó de tiempo completo en la academia y, si bien es justamente famoso como economista, no tuvo título de economista. Lo fue, fue un economista real y de primera, sin título; se graduó como matemático y tampoco tuvo ningún posgrado.

Keynes es poco entendido fuera de pequeños círculos de especialistas en economía y economía política; por ejemplo, algunos creen que no era liberal sino de izquierda antiliberal, otros que no era de izquierda sino un simple capitalista, otros que fue culpable de la crisis económica de los años setenta. Las tres creencias son falsas. Esa crisis tiene su origen en la guerra de Vietnam continuada por Lyndon Johnson y la pareja Nixon/Kissinger, esto es, la causa primera está en el escalamiento del gasto no keynesiano en lo militar y acompañado de la congelación de impuestos decidida por Johnson. Keynes fue un economista científico y hombre de izquierda liberal y capitalista: mezclaba medidas de un tipo de Estado con un tipo de capitalismo, en busca de un capitalismo mejor e individuos de todas clases que fueran más libres. Además, Keynes fue un buen escritor y defensor del arte y los artistas.

Piketty esencial

Piketty.

Otro enemigo de quienes tienen como enemigo a Keynes viene de Francia y se llama Thomas Piketty. Evidentemente, esperpénticos “economistas” como los Pazos, el “científico de datos” Arturo Herrera o los nuevos “Milei boys” no entienden ni a Keynes ni a Piketty; lo suyo son las hipersimplificaciones para hoyos digitales libertarians y la grilla X. Quien sí quiera entender a Piketty puede leer al economista escandinavo Jesper Roine, en Piketty esencial (Ariel: México, 2018). Es una síntesis del libro máximo de Piketty, El capital en el siglo XXI, explicado por un economista que entiende a Piketty porque es de hecho una de sus fuentes.

Como se dijo antes, muchos derechistas mexicanos no sólo antiMarx sino antiPiketty y antiKeynes están diciendo que el nazismo fue de izquierda. Para empezar, nunca han demostrado que sepan qué es la izquierda y cuál es su historia conceptual e internacional (sólo saben gritar “¡comunismo!”, “¡es que la URSS!”, “¡chavistas!”, “¡viva Milei!”); después, no saben de lo que hablan porque su “ciencia” se reduce a la falsedad “capitalismo = libertad = capitalismo”. No saben que hay tipos de capitalismo y que algunos de ésos son tipos de capitalismo sin libertad —sin libertad en todo ámbito ni de todos los individuos— y capitalismos con Estado. Pero ellos creen que la izquierda sólo usa al Estado y que sólo la izquierda usa económicamente al Estado; no entienden que la diferencia está en para qué usan unos y otros al Estado… Por eso serían extrañas para ellos citas como ésta del mencionado libro sobre Keynes: en 1940, “el ministro de economía alemán [nazi] había lanzado propuestas de (…) un sistema de libre comercio y tasas de cambio fijas dentro de Europa” y “a Keynes se le pidió que formulara una contrapropuesta” (pp. 131–132). El mundo de la realidad es distinto del mundo de la creencia.

El secreto de Hitler

La doble vida del dictador.

Ahora bien, quienes quieran conocer al verdadero Hitler político y al verdadero movimiento nazi tendrían que leer a historiadores como Joachim Fest, Allan Bullock, Ian Kershaw, Timothy Snyder o Lothar Machtan. De Machtan leí este año El secreto de Hitler (Planeta: Barcelona, 2001), en el que presenta los resultados de su investigación sobre la vida personal del líder ultraderechista. ¿Cómo interactuaron las dimensiones personales y públicas de Hitler? ¿De qué se trataba su relación con Eva Braun? ¿Era gay? Si lo fue y lo ocultaba, ¿las formas de ocultarlo influyeron en algunas de sus formas de hacer política dentro y fuera de su partido? Y si lo fue, hay que añadir, su sexualidad no es la que tiene la culpa ni la disculpa por las tragedias que el dictador causó.

Por cierto, Keynes fue gay y a pesar de ello se casó con una mujer, como Hitler extrañamente se casó antes de suicidarse. Al respecto, el segundo párrafo de la página 310 de Machtan es una conclusión fuerte y muy plausible… Esos matrimonios son una práctica que no se ha extinguido y que en muchos casos de políticos se debe a consideraciones estratégicas. Aún existen los homosexuales que se casan para parecer heterosexuales, lo que tiene sentido en sociedades que criminalizan la homosexualidad, como les gustaría hacer a algunos “ilustrados antiwoke”, pero que en sociedades actuales liberalizadas puede indicar lo poco diderotianos que son esos individuos, como poco diderotianos son los heterosexuales que no quieren casarse pero se casan por presión social religiosa para no parecer homosexuales. También los hay todavía y en ellos no hay independencia mental–cultural. Pero la posibilidad legal de casarse por lo civil debe existir para todos los adultos, entre adultos libres, para que la tome quien quiera y no la tome quien no quiera, con lo que ni el Estado ni la religión decidirían por ellos, pues ni uno ni la otra podrían obligarte ni a casarte ni a no casarte por lo civil (el dizque liberal Milei se contradice también en este punto), aunque los extremistas religiosos se ofendan y lloren por todos los pasillos… En fin, el trabajo de Machtan no es superficial ni sensacionalista, es la exploración de un aspecto más del caso Hitler por parte de un experto sobre ese caso. Y su punto de partida es válido, además de atrevido o diderotiano: “lograr cierta aclaración sobre la conexión entre historia privada y la política” (p. 27); si Hitler “huyó a la historia”, tratando de esconder o destruir información para entender, “la suya no puede ser la última palabra. Si somos capaces de arrancarle sus secretos, estamos obligados a hacerlo” (p. 311). No por nada el libro de Machtan se llama El secreto de Hitler y no por nada Jean Starobinski llamó a Diderot “El hombre que contó secretos”.2 Dicho sea de paso, lo que defiende Machtan no es intentar meterse forzada e ilegítimamente en cada aspecto de la vida privada y presente de los políticos y gobernantes, es investigar históricamente ciertas conexiones en ciertos casos. E importa, desde luego, señalar y criticar la hipocresía religiosa de los poderosos.

Rauschning miente

Regresando a la ignorancia de cierta derecha nacional sobre qué es lo nazi y quiénes fueron nazis o simpatizantes, este año releí un libro realmente filonazi que encontré en una librería de viejo: Rauschning miente, publicado en 1941 en edición de autor, por un profesor de la UNAM muy conocido entre juristas y abogados, Eduardo Pallares. Si se quiere ver un ejemplo de lo que decía/puede decir alguien con simpatías nazis debe buscar y leer al simpatizante nazi Pallares. El libro fue publicado cuando las leyes racistas de Nuremberg ya eran más que conocidas, pues se promulgaron en 1935, y cuando la Segunda Guerra Mundial estaba en marcha. Pallares defiende al nazismo por medio de una crítica al político disidente Hermann Rauschning. Algunas de sus palabras: Hitler daba “verdaderas cátedras sobre economía” (p. 13), lo que de veras me recuerda a los perdidos fancitos de un Milei “genio de la economía”; Hitler era un “iluminado, un cerebro de intuiciones prodigiosas, (…) en su trato íntimo, nos recuerda a cada momento, a Napoleón” (p. 17), lo que me hace insistir en que el lector debe leer el Napoleón de Roberts;  Hitler “está a igual distancia del liberalismo burgués y del comunismo marxista” (p. 25) y “su odio contra el marxismo tiene como raíces psicológicas el hecho cierto de que el marxismo es obra de los judíos, enemigos declarados de la raza aria” (p. 28). Toca la puerta el señor Hitchens: me recuerda que él recordó en público, más de una vez, que Hitler le entregó, vía concordato, la educación alemana a la Iglesia Católica, que no era la de la Teología de la Liberación.

Algunas de esas palabras de Pallares son ciertas en un sentido: Hitler no era de izquierda. No era liberal, comunista ni realmente miembro de ningún tipo de socialismo; no era socialista, era populista, y por eso, bajo el contexto en que lo hizo, recurrió a la palabra “socialista” para nombrar a su partido nacionalista–racista de derecha antidemocrática y con sueños imperiales. Si no se conoce ese contexto no se entiende la primera parte de la carrera de Hitler, la parte formativa del partido. El resto de las afirmaciones de Pallares son falsedades, unas mentiras como aquella de que los judíos se declararon enemigos de los arios y no al revés, otras son tremendas fallas de juicio. El libro ilustra lo que eran y pueden ser los filonazis en países como México. Cuando lo escribió, el Holocausto no había ocurrido, así que me pregunto qué habrá pensado Pallares cuando se enteró… ¿Se habrá arrepentido o alegrado? ¿Cambió de opinión? Creo que no.

Hitler no era de izquierda. No era liberal, comunista ni realmente miembro de ningún tipo de socialismo; no era socialista, era populista, y por eso, bajo el contexto en que lo hizo, recurrió a la palabra “socialista” para nombrar a su partido nacionalista–racista de derecha antidemocrática y con sueños imperiales.

El nazismo es totalitarismo de derecha, el comunismo es totalitarismo de izquierda. Si alguien cree que siendo ambos totalitarios eso significa que el nazismo era de izquierda —o el comunismo de derecha— no entendió nada. Lo digo porque a) vi ese “argumento” en el desastre tuitero que provocó José Antonio Crespo, y b) para extender un puente entre esos hechos, el libro del que hablamos en el párrafo anterior y el libro que sigue, Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia (Barcelona: Anagrama, 2023) de Lea Ypi, filósofa y politóloga albanesa, estudiosa de la Ilustración. Gran libro.

Libre. El desafío de crecer en la fin de la historia

El desafío de crecer en el fin de la historia.

El totalitarismo de izquierda, esto es, no la Alemania nazi sino la URSS, fue un fracaso que costó mucho de muchas maneras a Rusia y a los países que gobernó. La caída de la URSS fue un hecho positivo, tanto en el sentido fáctico como en el moral. Pero si fue bueno que dejara de existir el comunismo en los países del Este, ¿fueron necesariamente buenos o muy buenos los sustitutos? Lea Ypi da su respuesta, seria pero amena, rigurosamente pensada y muy bien escrita, con experiencia personal y análisis, que da más de una lección.

Las nuevas hornadas de fanáticos del capitalismo deberían leer Libre. El desafío de crecer en el fin de la historia. Bajo el comunismo nunca hubo Libertad, pero ¿bajo el capitalismo siempre la hay? Es una pregunta que esos fanáticos ni siquiera vislumbran. Porque creen que capitalismo y libertad son sinónimos. No lo son. La respuesta marxista/anticapitalista más rígida y más atrasada diría que nunca hay Libertad bajo el capitalismo, y la respuesta mileísta diría que libertad hay sólo bajo y siempre bajo “el capitalismo”. Ambas falsas, ambas demostraciones de dogmatismo e ignorancia histórica.

El perdedor iluminado.
Ignaz P. Semmelweis

Semmelweis.

Ya que hablamos de la buena pluma de Ypi, hablemos de otras prosas, estas literarias, de gran nivel. Pero antes quiero mencionar un librito con el que me topé en otra librería de viejo: El perdedor iluminado. Ignaz P. Semmelweis (Sevilla: Pangea, 1991 y 2002). Escrita por Magdalena Fresán, es una estupenda exposición–resumen de lo esencial del descubridor de las causas de la fiebre puerperal.

Semmelweis transformó así un sector de la medicina y lo hizo con un trabajo empírico–lógico que es un ejemplo de ciencia, pero que le costó ataques profesionales, grillas académicas, pérdida de empleo, ostracismo, todo lo cual eventualmente influyó en que Semmelweis desarrollara una enfermedad mental. Gran caso, triste caso.

No lo conocía, le agradezco a Fresán y a la colección que descubrí con ella, “Viajeros del conocimiento”, de la editorial Pangea.

El ferrocarril subterráneo

Ahora sí vayamos a las dos obras literarias que quiero elogiar. Una, El ferrocarril subterráneo (Random House: México, 2017), de Colson Whitehead, sobre la esclavitud en Estados Unidos (¡woke! ¡el racismo no existe!) y una casi increíble opción de escape: una serie de trenes construidos y operados por antiesclavistas del norte que recorrían clandestinamente el sur gringo para sacar de ahí a esclavos fugados. El tema parece invención de novela pero no lo es, la novela es la forma en que Whitehead trata un asunto cabalmente histórico.

Un carnívoro cuchillo

La otra recomendada es la novelita de Francisco Umbral Un carnívoro cuchillo (Planeta: Barcelona, 1996). Recomiendo no tanto por lo narrado sino por la narración: la trama no es necesariamente interesante pero la escritura es indudablemente brillante. Había leído artículos de Umbral pero no libros y en unos y otros su pluma es, efectivamente, otro cuchillo…

* * *

Así como leí y releí libros, hubo libros que no terminé de leer y libros que estoy (re)leyendo. Quiero hablar de algunos de ambas categorías.

Un libro que no terminé de leer porque dejé de leerlo es de Agustín Laje. Un librucho que no quiero prohibir pero tampoco promocionar ni indirectamente aquí. No pude terminarlo porque tuve que tirarlo antes de llegar a la mitad; el texto llega a ser genuinamente idiota y el tiempo hay que usarlo en libros de buena calidad. Pero tal vez lo reseñe después… Lo de Laje es tan idiota como tramposo y me es evidente que está hecho para mantener y energizar una base social de idiotas para una extrema derecha católica. Ni modo, hay que decirlo: cualquiera que no esté idiotizado no puede creerle al doctor Laje, escudero de Milei y de la ultraderecha católica que usa a conveniencia la palabra idiota que yo uso contra los idiotas engañaidiotas como Laje.

El academicismo puede ser tan ridículo… No es un mal libro, pero tiene una interpretación débil y cuestionable sobre el papel de la élite priista —¿le faltó rigor de académico de Cambridge?—, y esa interpretación, una vez detectada y descartada, me llevó a dejar el libro.

El otro libro que no terminé de leer es de Carlos Pérez Ricart, Cien años de espías y drogas (Debate: México, 2022), presentado como producto “con el rigor de académico de Oxford”… Afirmación que hace sonreír. El academicismo puede ser tan ridículo… No es un mal libro, pero tiene una interpretación débil y cuestionable sobre el papel de la élite priista —¿le faltó rigor de académico de Cambridge?—, y esa interpretación, una vez detectada y descartada, me llevó a dejar el libro. En algún momento terminaré de leerlo, pero no urge porque no es un libro clave ni vital. No puedo dejar sin remate esa payasada: Pérez Ricart pasó por Oxford pero no es académico de Oxford, y sería tan riguroso que es obradorista pero de baja intensidad, tan riguroso que alguna vez dijo en el portal de propaganda Sin Embargo que resolver el problema de violencia dependía de que Marcelo Ebrard ganara su demanda a armeros gringos —suena bien pero es falso, pero sobre todo sonaba ebrardista cuando Pérez Ricart creía contra todo rigor politológico que Ebrard podía ser el candidato presidencial de AMLO.

Unos libros que estoy releyendo

Porque acaba de morir, apenas empecé a releer The Trial of Henry Kissinger (Londres: Verso, 2001), del referido Hitchens. Sí, el harvardiano Kissinger era inteligente, pero no un genio, y sobre todo era un enorme pedazo de mierda… Más que realista era un cínico y un creyente de la supremacía total de Estados Unidos. ¿Se podría decir que mentía con el rigor de un académico de Harvard? A diferencia de Churchill, en quien lo claro terminó siendo más grande que lo oscuro, en Kissinger es mucho más grande lo oscuro: Vietnam, Chile, Timor del Este y un largo etcétera versus cierta apertura a comunicarse (el gobierno gringo) con China y la URSS.

Si algo ignora Milei es la historia. Ignora la historia de Escandinavia, imposible de entender sin partidos–gobiernos–programas de izquierda; ignora muchas historias de capitalismos de cuates como el priista: repleto de contradicciones, en el caso priista había capitalismo y autoritarismo, ni comunismo–socialismo ni La Libertad–democracia…

Otra relectura es El Estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado (RBA: Barcelona, 2017), de Mariana Mazzucato, que empecé a releer tras el triunfo electoral de Milei. El loco argentino cree que el sector privado es intrínsecamente bueno e innovador y que el público es necesariamente lo contrario. Obvio debería ser que la creencia de Milei es una caricatura fantasiosa, digamos, representa las dos caras de una utopía que vende también una distopía que se hace pasar como historia, la supuesta historia del Estado. Pero si algo ignora Milei es la historia. Ignora la historia de Escandinavia, imposible de entender sin partidos–gobiernos–programas de izquierda; ignora muchas historias de capitalismos de cuates como el priista: repleto de contradicciones, en el caso priista había capitalismo y autoritarismo, ni comunismo–socialismo ni La Libertad–democracia, sustitución de importaciones pero también importaciones de bienes suntuarios para la clase alta, se alababa y acarreaba a obreros y campesinos y se creaban grandes grupos empresariales privados con el apoyo legal e ilegal del Estado, Pemex era discursivamente la nación misma e intocable pero la inversión privada en Pemex empezó poco a poco muchos años antes de los neoliberales, a veces se chocaba desde el Estado con empresarios pero siempre hubo gran desigualdad socioeconómica y ésta siempre estuvo a favor del empresariado grande. Otras historias que ignora Milei son las que presenta con mucho detalle Mazzucato. Resulta que parte de lo que se cree innovación privada no lo es o es resultado dependiente de innovaciones públicas–estatales, con o sin intención democrática. Tu iPhone, por ejemplo, no existiría sin el Estado, lo que no quiere decir el Estado en abstracto ni cualquier tipo de Estado sino proyectos de cierto tipo de Estado.

Hay muchos tipos y subtipos de Estado y de capitalismo, tantos que se encuentran casos buenos, extraordinarios, malos, peores y terribles, con izquierdas, derechas e híbridos, híbridos tanto de izquierda y derecha como de Estado y capitalismo.

Como dice Carlota Pérez en el prólogo, el análisis de Mazzucato “no sólo es keynesiano, también es schumpeteriano”. ¿Qué significan esas referencias a Keynes y a Joseph Schumpeter? Que el Estado puede y debe a) regular y corregir al mercado, b) invertir múltiplemente, y c) también arriesgarse a emprender. Emprender no en todo o cualquier cosa, no emprender cabarets, cadenas de hoteles, fábricas de lo que sea ni refinerías atrasadas, emprender proyectos de investigación y desarrollo que puedan abrir o cambiar mercados, e innovación con acento verde. El Estado no es inherente y perennemente innovador, pero tampoco es inherentemente incapaz de innovar y en ocasiones puede superar al sector privado, más arrogante mientras menos cierto es su discurso. Se repite: hay muchos tipos y subtipos de Estado y de capitalismo, tantos que se encuentran casos buenos, extraordinarios, malos, peores y terribles, con izquierdas, derechas e híbridos, híbridos tanto de izquierda y derecha como de Estado y capitalismo. Esto quedó aún más oculto durante la Guerra Fría, pero después de la caída del Muro de Berlín puede quedar más claro. Como se desprende del libro de Mazzucato, las asociaciones entre lo público/el Estado y sus gobiernos, por un lado, y lo privado/el mercado y sus empresarios, por el otro, son asociaciones posibles, tienen muchas posibilidades específicas y pueden ser malas, como en tendencia son las de AMLO, o buenas para todos, o para la mayoría. Estas ramificaciones, esta tipificación, es precisamente lo que no entienden quienes creen que AMLO impulsa el comunismo en vez de un capitalismo de cuates y quienes creen que el capitalismo de cuates del obradorismo es izquierda. Estado siempre malo o siempre puro y bueno, mercado siempre puro y bueno o siempre malo, siempre/nunca hay que privatizar, son cosas imaginarias que surgen y viven en cabezas cavernarias.

La oposición política.
Otra cara del siglo XX mexicano

Cavernarias como las de los fanáticos pejistas que quieren creer, sin entender, que toda la oposición a López Obrador es fascismo. Un buen libro para entender de oposiciones que es necesario entender hoy es el de Elisa Servín, La oposición política. Otra cara del siglo XX mexicano, al que regresé este año y fue publicado en 2006 por el CIDE, cuando el CIDE era un centro de excelencia y no un Frankenstein colgado de un risco —no por eso diría de todo lo que se hacía en el CIDE que era hecho con “la excelencia de académico del CIDE”…

Y el caso del CIDE me sirve para regresar a lo de Mazzucato y Milei: el caso del empeoramiento obradorista no justificaría una propuesta mileísta de privatizar todo el sistema de ciencia y tecnología, ya que ni el monstruo obradorista es el único resultado estatal posible ni el sueño anarcocapitalista mileísta es más que un sueño. Lo que se tiene que hacer, lo que además de ser posible es mejor, no es dejar de usar el Estado sino usarlo de otra manera, y usar la cooperación con lo privado —y lo civil— también de otra manera. El Estado emprendedor de Mazzucato no es ni lo de Milei ni lo de AMLO: es lo que Milei ignora y rechaza, es lo que AMLO no hace. No puede hacerlo con un Conacyt empeorado, capitalistas no innovadores, militares que no gastan dinero apoyando investigación sino que ganan dinero apoyando al presidente, y proyectos ecocidas como el “tren maya” construidos con esos capitalistas y esos militares. Asimismo, a la mayoría de los empresarios mexicanos les falta Estado de Derecho pero también visión. Pero acaso hay que empezar por reivindicar la razón crítica y reimpulsar la lectura, la lectura amplia, profunda e independiente. Ojalá haya puesto un mínimo grano de letras.3 ®

Notas

1 Cfr. mis “Argumentos contra la oposición al matrimonio gay”, Derecho en Acción, CIDE, 2016. Ya no pueden leerse en Internet porque la dirección espuria del CIDE los desapareció. Cabe añadir, entonces, que esa dirección, empezando por el doctor José Antonio Romero Tellaeche, es obradorista, y que el dios de la secta obradorista es, como Laje y Milei, hombre religioso que se opone a toda legalización progresista en materia de matrimonio, aborto y drogas.
2 “The Man Who Told Secrets”, The New York Review of Books, marzo de 1973.
3 Ya que entramos en esos territorios añadamos: desde nuestra perspectiva, también hay que 1) defender “con todo” la autonomía universitaria. 2) Procurar la pluralidad racional y con calidad en la enseñanza y la investigación. 3) Tomar en serio y castigar el plagio; los famosos casos recientes NO son excepciones y no se explican mecánicamente por la identidad obradorista. 4.1) Dejar de confundir o fingir demencia ante la confusión entre graduar y educar. 4.2) Combatir la industrialización de los títulos. Es decir, la tendencia a la sacralización de la forma y la banalizaciónn mercantilista del fondo; este doble punto puede verse reflejado en el caso de Lenia Batres, la nueva ministra de la Suprema Corte, quien posee cuatro grados académicos, una licenciatura y tres maestrías, pero ni oral ni editorialmente puede acreditar ser una practicante y conocedora del Derecho y las Ciencias Sociales; o véase el caso de Samuel García, alfabeto sólo en grilla de redes digitales pero abogado con más de un doctorado. 5) Flexibilizar meritocráticamente la academia, lo que no quiere decir nada como lo que dice Pablo Majluf con la palabra “meritocracia”, tampoco hacer más fácil y menos costoso el despido, sino hacer menos formalista y más meritoria la contratación.

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