El año 2015 presenta todas las señales de que la recuperación global post 2008–2009 seguirá siendo titubeante, e incluso puede presentar un serio retroceso. Los fantasmas que rondarán serán los de la recesión, la deflación y la deuda. La falta de oportunidades, la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza y el desencanto con los políticos tradicionales motiva a otro fantasma: los extremos políticos bajo las formas de populismo y xenofobia.
Entre lo inesperado y lo interesante
Un periodista preguntó en cierta ocasión a Harold Macmillan, entonces primer ministro británico (1957–1963), qué era lo que más podía desviar a los gobiernos de su curso. La respuesta fue magistral y una lección para todos aquellos que gobiernan o aspiran hacerlo: Events, my dear boy, events. Traduciendo libremente: “Lo inesperado, mi estimado, lo inesperado”. Y además está la supuesta maldición china (supuesta, porque realmente no es conocida entre los chinos) de “Ojalá y te toque vivir en tiempos interesantes”. Macmillan ciertamente vio cumplida su profecía: su gobierno quedó claramente debilitado en 1963 por un escándalo que mezcló el sexo extramarital de uno de sus principales ministros (John Profumo) con el espionaje soviético. Pocos meses después el primer ministro renunció por problemas de salud, aunque se recuperaría plenamente para vivir casi un cuarto de siglo más, disfrutando inmensamente la etiqueta de estadista.
José López Portillo escribió, como presidente de México (1976–1982), un diario. Una anotación con la que denotaba percepción de una turbulencia cercana era “Agárrate, Genoveva, que vamos a galopar”. Todavía más conocida fue su defensa —patética— en su último informe de gobierno de que era el responsable del timón, pero no de la tormenta. Lo cierto es que el galope y la tormenta fueron mucho más violentos de lo que esperaba y terminaron por prácticamente lanzarlo de la silla. Terminó su sexenio dejando una economía tan derrumbada como su prestigio personal. Ciertamente, no gozó el resto de sus días de la etiqueta de estadista.
En lo que se refiere a los últimos meses de 2014 y los iniciales de 2015 el entorno internacional se avizora como pletórico de “eventos”. Quizá, ojalá, no sea una montaña rusa como la experimentada en la terrorífica crisis financiera global de 2008–2009 (periodo también conocido como la “gran recesión”), pero sin duda será una etapa llena de tiempos muy “interesantes” y plena de signos de interrogación. Ojalá que los gobernantes de turno estén plenamente conscientes de ello.
Crecimiento global mediocre, en el mejor de los casos
Por principio de cuentas, no ha habido en tiempos recientes un “motor” formidable en materia de crecimiento. Se habla, acertadamente, de una economía global multipolar, con Estados Unidos, China, otras economías asiáticas (particularmente Japón) y las economías europeas (varias en Europa occidental) como puntos salientes, a los que se suma el conjunto latinoamericano y Australia (varios países africanos se han dinamizado en tiempos recientes, pero su relevancia sigue siendo menor en un contexto global).
Estados Unidos al parecer empieza a acumular cierto impulso (por fin), en tanto que la desaceleración (relativa) de China y de otras economías trajo el fin del “boom” en los precios de muchas materias primas.
Y mientras que en Francia emerge la extrema derecha, populista y xenófoba, en España lo hace la extrema izquierda con el partido Podemos, igualmente populista. Las elecciones en el principal país ibérico tendrán lugar a más tardar en este 2015, y la única certeza por el momento es el desencanto con los partidos tradicionales.
No hay, por ello, una economía que con fuerza “jale” al resto con un significativo impacto global. La que más se acercará a ello será Estados Unidos. El principal peligro, por otra parte, es China, puesto que su inflado mercado inmobiliario puede arrastrar, en su corrección, a un sector financiero que nadie catalogaría como fuerte. Esa película (que puede clasificarse en el género del terror) ya la vivieron diversas naciones en 2008–2009 y una repetición sería igualmente pavorosa.
Sin representar ese peligro latente, la eurozona sigue lastrada. El significativo crecimiento alemán, con diferencia el motor de la región, ha perdido impulso. En Francia, en tanto, el gobierno de François Hollande arranca, apenas y más como signo de desesperación que de convicción, una serie de reformas liberalizadoras de la economía. Muy probablemente será demasiado tarde para entusiasmar a los electores franceses —en todo caso siempre sospechosos de todo aquello que se asemeje a un liberalismo anglosajón—. No es sólo el hecho de que en la próxima cita electoral probablemente se repetirá el elenco (Hollande vs. Sarkozy) sino de que habrá una nueva integrante que puede quedarse como inquilina del Palacio del Eliseo: Marine Le Pen. Y mientras que en Francia emerge la extrema derecha, populista y xenófoba, en España lo hace la extrema izquierda con el partido Podemos, igualmente populista. Las elecciones en el principal país ibérico tendrán lugar a más tardar en este 2015, y la única certeza por el momento es el desencanto con los partidos tradicionales. Quizá, aunque es demasiado pronto para saberlo, el radical Matteo Renzi (con ese radicalismo de arranque que le faltó a Hollande) será fructífero en la casi siempre anquilosada Italia.
En Japón el primer ministro Shinzo Abe ha sido tácticamente brillante, puesto que convocó a elecciones en diciembre para reafirmar su mandato. Esto es, llamó a las urnas antes de ser impopular. En Brasil, con una cita electoral fija, Dilma Rousseff tuvo la suerte de ser reelecta (de panzazo) antes de que muerdan la recesión y los escándalos de corrupción (del mundial de futbol y su apabullante resultado para los cariocas mejor no acordarse).
El crecimiento global ha sido y será en un corto plazo, por todo ello, mediocre en el mejor de los casos. Esos boyantes tiempos caracterizaron la mayor parte de la década de los años noventa en el siglo XX y hasta 2007 (puede hablarse de unos quince años de impresionante prosperidad) son una memoria crecientemente lejana… y se nota. No es casualidad que el tema de la distribución de la riqueza se haya vuelto prominente en años recientes, y muy probablemente así seguirá, cortesía además del formidable texto de Thomas Piketty: El capital en el siglo XXI. La presión de que algo cambie en ese sentido ha sido significativa y casi con seguridad se acrecentará.
Por ello, los movimientos tipo Occupy Wall Street o Indignados, con la raíz de la insatisfacción juvenil ante el panorama económico, habrán de continuar. Aunque no hay soluciones fáciles a la vista: la impresionante movilidad que ofrece hoy el planeta (a millones de personas y sobre todo a miles de millones de sus capitales) hace imposible que cualquier Estado pretenda erigirse como el “gran redistribuidor” por medio de impuestos punitivos. El Estado tampoco puede ofrecerse como el “gran empleador” dadas las restricciones presupuestales (y la ineficiencia del sector público cuando se dedica a ser empresario). Por el contrario, la competencia global en materia de producción (y por ello de empleo) llevará al imperativo de seguir flexibilizando los mercados laborales, con toda la inseguridad que ello implica para la gran mayoría de las personas que detestan los riesgos. La única certeza es la creciente incertidumbre laboral que traen consigo la competencia global y los avances tecnológicos.
¿Vuelta a la normalidad monetaria?
La gran desaceleración, y el delicado estado de muchas economías desarrolladas, fue evidente en lo que habría sido impensable hace no muchos años: tasas de interés cercanas a cero. ¿Quién iba a imaginar a cientos de millones de ahorradores recibiendo prácticamente nada a cambio de tener sus ahorros en un banco o colocados en deuda gubernamental? Ésa ha sido la realidad por años, en lo que los sistemas financieros se han ido saneando, paulatinamente, de la borrachera de crédito que caracterizó la década pasada, hasta 2007–2008.
Por otra parte, las bajísimas tasas de interés no han desatado las llamas inflacionarias. La enorme liquidez inyectada en los mercados no ha traído consigo el temido aumento sostenido y generalizado en los precios. Por el contrario, en varios países (destacadamente en la eurozona y Japón) el monstruo monetario que acecha es la deflación. Si algo se ha mostrado en estos años es un mayor dominio por parte de los banqueros centrales de ese arte (difícil de catalogar como ciencia) que es la política monetaria. Ha sido un aprendizaje arduo, pero el progreso es evidente en el hecho de que la “gran inflación” que caracterizó a la economía global, sobre todo en la década de los años setenta del siglo pasado, no ha regresado. Las elevadas inflaciones de dos dígitos en los casos de Venezuela y Argentina son las muy notables excepciones en un mundo caracterizado por la estabilidad de precios.
Los meses finales de 2014 han marcado los titubeantes principios del fin de ese dinero ultra–barato. El regreso a la normalidad monetaria tomará tiempo, por lo que no deben esperarse elevadas tasas de interés al menos por varios años. El fantasma de la deflación probablemente mantendrá tasas que seguirán rayando en cero en la eurozona y en Japón al menos durante 2015. Estados Unidos, con una recuperación que se muestra cada vez más vigorosa, será el primero en regresar (y poco a poco) a esa normalidad. La (relativa) pujanza estadounidense se manifestó en los últimos meses de 2014 en la creciente fortaleza del dólar. Una vez más, como en tantas otras ocasiones, la divisa verde se engrandece ante otras monedas. Si bien es imposible saber cuánto se mantendrá ese fenómeno, no parece algo transitorio.
Con respecto a México, es previsible que la inflación mantenga los niveles que ha presentado en años recientes. Esto es, ligeramente arriba de la meta del Banco de México (3%) pero realmente por poco (esto es, rondando 4%), y por ello sin despertar ninguna alarma. Eventualmente las tasas de interés también tendrán que subir, aunque también puede preverse que ese ascenso no será ni abrupto ni pronunciado. El peso mexicano probablemente encontrará un nuevo nivel, quizá más cercano a los 14 pesos por dólar que a las tradicionales 12 o 13 unidades por billete verde, ayudando a la pujanza exportadora.
¿Regresa la energía barata?
La solidez de la economía de Estados Unidos es mucho más que un manejo de tasas de interés. Otro fenómeno impensable hasta hace pocos años, la reindustrialización, también se ha convertido en algo característico. La llamada fracturación hidráulica ha impulsado a ese país no sólo como productor petrolero sino también en muchas actividades asociadas, desde el transporte hasta la construcción.
Si una lección constante encierra el avance tecnológico es que sus direcciones y consecuencias son inesperadas. Hace pocos años era popularísima la teoría del peak oil: llegaría el momento en que la producción de hidrocarburos alcanzaría un máximo imposible de trascender (ese “pico”) y de ahí en adelante sólo existiría el camino del descenso, dada la continuada explotación de los yacimientos. Nadie negaba que había más petróleo, por supuesto, pero era incosteable de explotar. La fracturación hidráulica lo hizo costeable, y de paso transformó a la economía global.
Energía barata es elixir para cualquier economía, destacadamente en su industria y sector servicios, que no depende de una renta petrolera. Es imprevisible lo que ocurrirá con los precios, pero puede esperarse que no regresen a niveles altos en el futuro cercano.
El mediocre crecimiento global (que ha amortiguado el crecimiento de la demanda) y una oferta de petróleo que ha aumentado de manera significativa, gracias a la nueva tecnología, trajeron un resultado poco sorprendente: el freno, primero, del crecimiento de unos precios que parecían imparables, para posteriormente empujarlos con fuerza a la baja. En diciembre de 2014 un precio para el barril de petróleo de tres dígitos (al menos de 100 dólares) parece ya un sueño muy lejano cuando crudos de referencia se ubican alrededor de los 60 dólares.
En un sentido global de corto y mediano plazo la noticia es magnífica: el ahorro para las economías industrializadas (y sus consumidores) será significativo, con ese dinero canalizándose a otros destinos. Energía barata es elixir para cualquier economía, destacadamente en su industria y sector servicios, que no depende de una renta petrolera. Es imprevisible lo que ocurrirá con los precios, pero puede esperarse que no regresen a niveles altos en el futuro cercano.
Los principales perdedores serán, por supuesto, los grandes exportadores de crudo. Al menos dos economías que se encontraban ya delicadas podrán caer en crisis, una relativamente leve (aunque relevante para el mundo) y la otra impresionante (sin consecuencias globales de importancia): Esto es, respectivamente, Rusia y Venezuela. Es prácticamente un hecho que Rusia enfrentará una recesión durante 2015. El impacto imprevisible es realmente el político, puesto que dará un golpe a la arrogancia imperial de Vladimir Putin. Pero, como el cinta negra en judo que es, bien puede reaccionar con fuerza ante la adversidad —o replegarse—. Lo cierto es que el colapso del precio del petróleo no sólo golpea a las finanzas rusas sino que además permite a los países en su órbita energética liberarse en parte de ese yugo. Una fuerte caída del rublo, que se añada a la fuerte depreciación que ya lleva acumulada, podría provocar problemas más graves.
El previsible colapso venezolano será muy distinto: muchísimo más grave en sus consecuencias locales. Por fin, y por desgracia, el destino alcanza a las políticas chavistas que han sido fielmente continuadas, con similar ineptitud, por su sucesor, Nicolás Maduro. Lo previsible para 2015 es lo que se evitó a toda costa durante 2014: una brutal devaluación y una inflación que con suerte llegará a los tres dígitos, con el riesgo de llevar a una hiperinflación. Los millones que Hugo Chávez sacó artificialmente de la pobreza a golpe de gasto desmedido, y de paso corrupción gigantesca, serán retornados a ella. El impacto regional no debe descartarse, pero lo pavoroso será el destino de los venezolanos conducidos por un gobierno tan inútil en la economía como autoritario en lo político.
Las consecuencias son imprevisibles en un país petrolero: Estados Unidos. Se dice mucho que la fuerte caída en los precios frenará la llamada expansión shale. Es indudable que representa un obstáculo, pero muchos han subestimado, y pagado muy caro, el ingenio tecnológico que se despliega ante una señal del mecanismo de precios. Sin duda la inversión en pozos potencialmente caros se va a contraer, pero aquellos que ya están en funcionamiento enfrentan una fuerte presión para abaratar costos, y no debe descartarse que al menos algunos lo consigan. En ese sentido, lo que no debe esperarse es un rápido estancamiento de la producción petrolera estadounidense seguido de un fuerte repunte de los precios.
Los millones que Hugo Chávez sacó artificialmente de la pobreza a golpe de gasto desmedido, y de paso corrupción gigantesca, serán retornados a ella. El impacto regional no debe descartarse, pero lo pavoroso será el destino de los venezolanos conducidos por un gobierno tan inútil en la economía como autoritario en lo político.
En el caso de México, el golpe que significa que caiga significativamente un producto que trae una tercera parte de los ingresos del sector público no debería ser menor. Sin embargo, mucho se compensará con las coberturas que el gobierno adquirió (justo a tiempo) y que, como también fue el caso en 2009, le amortiguarán el golpe. Por otra parte, puede decirse que la reforma energética aprobada en 2013–2014 llegó demasiado tarde. No lo es tanto, puesto que más vale tarde que nunca, aunque hay pocas dudas de que habría sido mejor si se hubiera aprobado hace una década, con el petróleo al alza en lugar de a la baja. Con todo, el torrente de inversión extranjera que se esperaba en el campo de la energía no será tan gigantesco, pero alcanzará magnitudes importantes.
A escala mundial la consecuencia negativa de la energía barata es que se incentiva su uso —y la contaminación—. Puede haber plena conciencia sobre el problema del calentamiento global. El problema es que se trata literalmente de un calentamiento planetario en que ningún país o industria puede, por sí mismo, hacer una diferencia significativa. Muchos tendrán el aliciente de consumir mucho más energía hoy (y no será precisamente energía solar) y simplemente esperar que no haya un precio a pagar mañana.
El problema de las deudas (públicas)
En otros tiempos, ya muy lejanos, los países se endeudaban en periodos de guerra —debido a los déficits fiscales que generaba el gasto bélico— y pagaban esas deudas en tiempos de paz. La moda desde hace algunas décadas es que las naciones se endeudan mucho en tiempos de recesión o bajo crecimiento económico, mientras que se siguen endeudando, si bien menos, en tiempos de fuerte expansión. Uno de los titanes de la teoría económica del siglo XX, John Maynard Keynes, recomendaba hacer lo primero, pero pagar las deudas en etapas de prosperidad. Desde hace tiempo que los gobernantes se declaran “keynesianos” cuando enfrentan una recesión, pero olvidan esas ideas en cuanto se regresa al crecimiento.
El detalle, enorme y evidente, es que las deudas se han ido acumulando a lo largo del tiempo. Deudas que rondan 100% del respectivo producto interno bruto (PIB) no son algo fuera de lo común entre economías avanzadas. Para el cierre de 2014, cifras estimadas por el Fondo Monetario Internacional indican que la deuda pública neta (esto es, ya descontando los activos que tiene el respectivo gobierno) asciende a cerca de 170% del PIB en el caso de Grecia y 138% con respecto al de Japón. Estados Unidos, Reino Unido y Francia se colocan en la franja de 80–90%, mientras que en Italia ronda 115%.
Lo que no puede esperarse, ni remotamente, es que muchos de estos países con deudas ya elevadas se pongan a generar superávits (excedentes) fiscales de la noche a la mañana. Por el contrario, es muy probable que la acumulación de deuda prosiga, si bien a un ritmo más moderado. Hasta el momento no hay nada que indique que la confianza de los ahorradores en la capacidad de pago futura de los países se desvanezca, pero lo cierto es que muy rara vez existen avisos anticipados de pérdida de confianza. En ese sentido, el equilibrio fiscal de muchos países es mucho más delicado. En el caso griego, particularmente, un nuevo descalabro (por ejemplo electoral) puede llevar a otra crisis del euro. En el caso de Estados Unidos algunos enardecidos republicanos pueden provocar una crisis de deuda si llevan a su partido a bloquear el necesario aumento en el límite de endeudamiento.
En el caso griego, particularmente, un nuevo descalabro (por ejemplo electoral) puede llevar a otra crisis del euro. En el caso de Estados Unidos algunos enardecidos republicanos pueden provocar una crisis de deuda si llevan a su partido a bloquear el necesario aumento en el límite de endeudamiento.
En cambio, aquello que sí puede esperarse es que durante 2015, como de hecho ocurre ya, la tan denostada austeridad se mantenga o incluso se profundice en algunos casos. La paradoja, o al menos relativa novedad, es que los posibles (remotos, pero posibles) escenarios de crisis de deuda afectan a naciones consideradas desarrolladas. Los tradicionales deudores que enfrentaban crisis, con México como un ejemplo destacado (tres crisis en menos de veinte años), hoy son presentados como prudentes o incluso modelos a seguir.
El punto positivo con respecto a las deudas son las bajísimas tasas de interés, que ciertamente se mantendrán por algún tiempo todavía. Evidentemente un país puede tener una deuda muy elevada en términos nominales o de su PIB, pero realmente ligera si paga un interés extraordinariamente bajo. Los ahorradores están financiando a muchos gobiernos, recibiendo muy poco a cambio.
El futuro incierto
Todo futuro es incierto, evidentemente, pero el año 2015 presenta todas las señales de que la recuperación global post 2008–2009 seguirá siendo titubeante, e incluso puede presentar un serio retroceso. Los fantasmas que rondarán serán los de la recesión, la deflación y la deuda, con el único punto brillante en Estados Unidos —y eso en términos relativos—. Mientras tanto, la falta de oportunidades, la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza y el desencanto con los políticos tradicionales motiva a otro fantasma: los extremos políticos, destacadamente bajo las formas (en ocasiones mal disfrazadas) de populismo y xenofobia. ®
* Artículo originalmente publicado en febrero de 2015 en Los 43 que marcan a México, en la Colección del Análisis Plural, del ITESO. Se reproduce con autorización del autor y del citado Instituto.