Si existe ya un marco para la crítica (que el curador utiliza inteligentemente para aludir a su propio país), ¿no habría sido lo más valioso, lo más valiente, hacer esa crítica a México?
¿Ya fueron a ver Crisisss? ¿Alguien me puede explicar por qué se llama Crisisss? ¿Las tres eses serán para acentuar la crisis como diciendo “crisis, ¡¡¡tsss!!!”? Un misterio más del arte contemporáneo.
Crisisss es una exhibición que ocupa todas las salas del Palacio de Bellas Artes y el Ex Teresa Arte Actual de la Ciudad de México. Curada por Gerardo Mosquera, cubano (que radica en La Habana) fundador de la Bienal de la Habana, Crisisss pretende “construir discurso mediante la muestra misma, pero yendo de las obras a la exhibición, no al revés… [mirando] a América Latina en sus conflictos y complejidades, poniendo el énfasis en la contemporaneidad”. Y comienza bien, de entrada con una fotografía enorme de un indio que sostiene una anacrónica cámara de video hacia nosotros.
Una vez en la sala, es evidente el contexto del curador, que parece hablarnos espacio por espacio acerca del socialismo de su propio país, teniendo su crítica al régimen ecos que relacionan brevemente las obras con el amplio espectro de conflictos a los que la curaduría pretende aludir.
Una joya museográfica nos espera casi al entrar en una ala de la sala principal en la que la obra State of the Union (Clinton), de Aaron Valdez, dialoga con Opus, 2005 de José Toirac. Ambos videos rescatan de los discursos de Bill Clinton y Fidel Castro, respectivamente, las cifras que parecen sustentar sus regímenes. Al centro, en medio de estas dos pantallas, una pintura de Sandra Ramos, Carga pesada, traduce literalmente el significado de las dos obras que la enmarcan: una mujer es aplastada bajo un podium lleno de micrófonos.
Cuba Cuba Cuba, mucho Cuba. Muchos artistas disidentes y muchos artistas muy críticos que aún habitan la isla. El peso del conflicto que representa el país del curador parece tomar una parte importante de la exhibición, haciendo chiquitas a otras crisis latinoamericanas que por lejanas tal vez sean más difíciles de recordar y representar con tanta claridad. Con base en las obras de los cubanos podemos hilar historias que nos hablan de la decadencia de la revolución, del socialismo, del nacionalismo, la propaganda, la hipocresía entre acción y discurso, comprendiendo con estos elementos una parte de la realidad crítica de un país que vive actualmente un periodo de convulsión silenciosa, política y social, que tal vez resulte en otra gran crisis.
Pero ¿qué pasa con las otras latitudes del continente? ¿Qué pasa con México? Vemos una sala en la que se mezclan los rosarios hechos con vidrios rotos producto de un ajuste de cuentas de Teresa Margolles con los grabados políticos de José Guadalupe Posada, algunas pinturas de José Clemente Orozco, al centro una obra del Grupo Semefo, un video del performance Border Brujo de Guillermo Gómez Peña y una pieza de arte sonoro que nos repite incesantemente “Diles que no me maten”, obra de Jorge Méndez Blake. Si existe ya un marco para la crítica (que el curador utiliza inteligentemente para aludir a su propio país), ¿no habría sido lo más valioso, lo más valiente, hacer esa crítica a México? La posición privilegiada de Gerardo Mosquera como observador externo que puede articular y proponer un discurso coherente y claro acerca de una innegable realidad que tiene a su país anfitrión de rodillas se pierde por completo, prefiriendo una cómoda (y lucidora) ambigüedad que parece decirnos, erudita: “Desde J. G. Posada en México se cohabita con el abuso y la muerte”… Mmmh…
Ya en otra sala, la obra de Miguel Calderón, Evolución del Hombre, sirve de contrapunto tragicómico a las obras acerca del desamparo sistemático que provoca el conflicto migratorio de nuestros países; los desaparecidos en las dictaduras y la impenetrabilidad de los regímenes de facto que mantuvieron el terror durante décadas en Latinoamérica y de los que parece, dadas las actuales luchas por el poder en América Central, no terminamos de cansarnos.
Una instalación sonora de Santiago Sierra en la que se reproducen simultáneamente los himnos nacionales de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay sirve de antesala a la muy desafortunada utilización de un espacio exterior del primer piso en el que la magnífica obra El colillón del sol y El colillón de la luna (cigarros a escala constituidos por miles de colillas recolectadas en las pirámides del sol y la luna), de Jesús “Bubu” Negrón, parece estar aventada en el suelo entre el extintor y la mochila desparramada de una guardia malencarada.
Crisisss es dispar. Nos hace esperar mucho, nos prepara lentamente, contándonos una historia que a dos terceras partes de la muestra se siente ya incompleta y descuidada. Para cuando llegamos a la penúltima sala que alberga algunas fotografías documentales de las fantásticas deconstrucciones de Gordon Matta Clark (Cutting, de 1971 y Splitting, de 1974) ya hemos perdido el hilo completamente, comprendiendo, sí, pero a través de las obras que como viñetas de la realidad nos hablan de que… básicamente… más que nada, Latinoamérica ha tenido lo que vienen siendo un chorro de conflictos en los últimos cien años. ®
Rigoberto Reyes.
Saludos.
Interesante texto. Me sorprende que esta exposición no haya producido un impacto mayor por la cantidad y calidad de artistas presentes, algo, pienso, sin precedentes no sólo para el arte mexicano, sino latinoamericano reciente. Yo tampoco sé por qué las tres sss, y esto es normal cuando ni siquiera hay folletines, ya no digamos catálogos de la muestra, es una pena la desorganización. No sé, yo pienso que esta exposición sufrió de boikot y burocracia. Seguí desde hace meses el proyecto y vi como, entre peleas internas de bellas artes, conflictiva remodelación, burocracia y un tufillo a censura la muestra se fue atrasando y limitando, pero aún así creo que es realmente imprescindible y crítica.
Quizá hay países que tienen, al interior de la muestra, demasiada atención como Chile (Mosquera es autor de «Copiar el edén, arte reciente en Chile» de ahí su profundo conocimiento sobre esta producción), y otros de los que esperaba más obra como Perú y su excelente producción en torno a la violencia, la memoria, los desaparecidos, etc. Pero en cuanto a la crítica a México, discreparía un poco con la autora, pues aunque quizá no es tan «evidente» resulta potente: la exposición no comienza dentro de Bellas Artes, sino fuera: Un buitre de metal, parado sobre un largo tubo (que parece emular a los que sostienen a las águilas de al lado) en la explanada, mira fijamente hacia Bellas Artes, el máximo símbolo del arte en México. Afuera de Palacio un vulgar mingitorio reposa anulando la dignidad del recinto, es una instalación. Por las noches decenas de focos rojos iluminan totalmente la fachada de Bellas Artes: la intervención del artista Gonzalo Díaz nos inquieta al insinuarnos el nivel de violencia al que estamos llegando, mensaje que se complementa con sus máximas del poder proyectadas en un letrero electrónico interior del museo. Claro la exposición tampoco acaba en Bellas Artes. Afuera del Ex teresa, entre otras tantas, se alza la bandera de México teñida de negro. Dentro un olor nos molesta, es una manta ensangrentada de Teresa Margolles. La crítica, creo, está. Las lecturas de la exposición son las que faltan. Saludos!
Jack Landers
Que bonito escribe la señorita que hizo esto. Y si, es verdad, latino américa no ha tenido mas que conflictos desde siempre… no es así el mundo entero?