La pintura de Manuel Mathar se podría considerar visceral, nace de un estado de ánimo y de una determinada manera de percibir el mundo que lo rodea, ambientando de un modo muy certero la desesperanza.
Varios agoreros se han pasado desde hace muchos años prediciendo el fin de la pintura. Está demostrado, aunque entre los artistas cada vez haya menos pintores (aprender de verdad un oficio no es muy “contemporáneo”), que algunos de los que persisten encuentran en esta disciplina el vehículo adecuado para representar lo lóbrego de la época actual, la oscuridad persistente que envuelve estos tiempos.
Señores, la pintura no ha muerto (ni la literatura, ni el cine…). Más bien lo que se nos está muriendo es el alma, es la sociedad (ciudadanía) la que se apaga entre tanta catástrofe social provocada por nuestra clase política y empresarial (legal e ilegal).
Y cierto tipo de pintura, producto de este estado de ánimo, recoge el malestar contemporáneo y refleja la incertidumbre en la que vive la mayor parte de la sociedad actual, pintores y artistas incluidos.
La pintura de Manuel Mathar se podría considerar visceral, nace de un estado de ánimo y de una determinada manera de percibir el mundo que lo rodea, ambientando de un modo muy certero la desesperanza.
Manuel Mathar nació en Mérida, Yucatán, en 1973. Pasó una breve e intensa época en la Ciudad de México y luego se movió a Monterrey, donde durante cuatro años estuvo trabajando en una carnicería y pintando, exhausto, después de cumplir con su horario de trabajo.
De esa época datan muchos de sus bodegones, poblados por animales humanizados, y empieza a consolidarse un estilo propio donde se aúna el realismo de los encuadres y motivos con una mirada que resalta lo insospechado, lo oculto, lo sórdido y absurdo de la realidad.
Manuel Mathar pertenece desde 1997 al colectivo Los Lichis, todos ellos amigos, una banda de música experimental y oscura, densa en atmósferas, y dedicada también al performance y con fuertes vínculos con la fotografía, el video y la instalación que tuvieron varias presentaciones internacionales, hasta que Mathar decidió dedicarse de manera más exclusiva a la pintura, aunque sigue tocando el bajo con Los Lichis.
Las representaciones pictóricas de Mathar no son literales, su realismo no pretende ser una copia fiel de la realidad, sino que esa realidad se presenta tamizada por una mirada que la hace misteriosa y distante, enigmática, un mundo lleno de sombras.
Mathar acaba de presentar una exposición en el Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA) de a colonia Roma en la Ciudad de México, Costra, que abarca su prolífica producción que abarca desde el 2009 hasta el 2011, una serie magnífica de 42 pinturas al óleo sobre lino.
Los retratos que pinta Mathar están envueltos en una capa de misterio, de indefinición, como si estuvieran ligeramente desenfocados o con el grano reventado, también por las actitudes de los retratados, a veces por los objetos que portan en las manos, por las poses… Estos retratos tienen algo de explícito y a la vez muestran un aspecto enigmático, pero no sólo de los personajes, sino de la condición humana.
Lo que aquí presentamos es una selección de retratos, todos recientes, género en el que el pintor ha conseguido un sello personal y reconocible, un discurso de la melancolía burlona y la negritud de nuestra época que envuelve a los personajes retratados. En palabras del artista: “Entiendes la pintura cuando haces cosas tan complicadas como un retrato, entiendes el color”.
El retrato es una técnica formal, con una serie de referentes que lo definen. Mathar no niega su pasión por la pintura de Goya, y también por la pintura de Julio Ruelas (pintor zacatecano que murió muy joven). La admiración a Goya parte además de por su virtuosismo técnico por sus virtudes visionarias, por la capacidad de leer una realidad hace más de dos siglos que ahora se reproduce de manera fiel. Así, en la pintura de Goya podemos ver reflejada la realidad actual que nos dejan las actividades criminales del narcotráfico a lo largo de todo el país: mutilados, descabezados, ahorcados… esa barbarie que pintó Goya persiste aumentada en los tiempos modernos.
Los retratos que pinta Mathar están envueltos en una capa de misterio, de indefinición, como si estuvieran ligeramente desenfocados o con el grano reventado, también por las actitudes de los retratados, a veces por los objetos que portan en las manos, por las poses… Estos retratos tienen algo de explícito y a la vez muestran un aspecto enigmático, pero no sólo de los personajes, sino de la condición humana.
La técnica parte de retratar con cámara fotográfica a los personajes en escenografías que el artista fabrica ex profeso para posteriormente llevarlos al lienzo. Los retratos son básicamente oscuros, es el rostro el que aparece iluminado mientras que el resto permanece en la oscuridad. En ese aspecto difiere de la pintura religiosa en la que la luz es cenital y, aunque el artista persigue conseguir una profundidad espiritual en los retratos, su manera de iluminar el cuadro es más bien una referencia al cine, a la iluminación empleada en ese medio. De sus retratos dice Mathar que es como ir un poco a ciegas con una lámpara y sólo cuando enfocas te das cuenta de lo que está ahí.
Y añade el pintor: “La pintura tiene que ver más con la poesía, es una referencia directa, es una actividad que me genera placer. Si viviera en Suecia y fuera sueco pintaría otras cosas, pero aquí en México pinto reflejando la oscuridad y la incertidumbre en la que vivimos”.
Actualmente Manuel Mathar está preparando la exposición Con olor a talco y gasolina, compuesta por una serie de 45 óleos. En el título hay una alusión a la cocaína, “una cosa bien pinchemente histérica”, aunque no es una referencia directa, pero explica un poco el porqué de esas escenografías cerradas, reseñando una serie de estados alterados, casi claustrofóbicos, violentamente paranoicos.
La exposición Con olor a talco y gasolina se podrá visitar desde el 6 de julio hasta el 30 de agosto en la galería Arte Actual Mexicano, en la ciudad de Monterrey. ®