Este plagio con copete es grave en el mismo grado que lo es cualquier plagio de un estudiante. Precisamente es grave porque fue y es un caso más, uno más…
I. Ya se sabe: el presidente Peña Nieto tiene en su currículum una tesis de licenciatura con un tercio de plagio. No con “errores de estilo” en un tercio de “su” texto sino con plagios que ocupan una tercera parte de él. Para muchos —millones— de los mexicanos no es un asunto “tan grave”, en el sentido de ser irrelevante o sólo muy poco grave. No tienen razón. Pero tampoco les sobra razón a otros tantos que ven en este asunto el caso más grave de plagio al tratarse del presidente de la República. Ni es el caso más grave ni es uno falto de gravedad.
Lo que pasa en el grupo de ciertos “hipercríticos” es simple: por un motivo u otro han hecho malos cortes temporales; piensan de adelante hacia atrás, en vez de pensar en las dos direcciones, de atrás hacia adelante y de aquí hacia allá. Por eso parece que más que preocuparles e indignarles el plagio como plagio, les molesta que el plagiario sea quien se sienta en la silla presidencial. La falla, la insuficiencia de esta posición puede revelarse por análisis de implicaciones; así, la posición cuestionada implica una especie de condonación retroactiva a favor de quienes plagiaron en esa época u otras pero no llegaron a ninguna presidencia. ¿Sólo importan casos como el de Peña? ¿Los plagios sólo importan retroactivamente y con base en la relevancia actual del plagiario? Critican a Peña como presidente por algo que no hizo como presidente, cayendo en una retroactividad parecida a la retroactividad jurídica que los juristas no quieren aplicar. ¿Cómo cambiar, pues, las condiciones en que surgen, actúan y florecen —se titulan— los plagiarios? ¿Cómo mejorar la educación universitaria, castigando y evitando el plagio, si el plagio cobra importancia después de que la cobra quien ha plagiado? Peña Nieto no es extraordinario en nada, para nada, ni positiva ni negativamente, por lo que su más reciente “pecado” tampoco lo es. Si hubiera plagiado siendo presidente, o intentando aprovecharse de serlo, su caso sería uno de los más graves casos de plagio relativos a la academia. Pero no fue así. Este plagio con copete es grave en el mismo grado que lo es cualquier plagio de un estudiante. Precisamente es grave porque fue y es un caso más, uno más…
¿Cuántos jóvenes Peña Nieto hubo y hay? Imposible dar con el número exacto, pero tienen que ser cientos de miles de mexicanos.
II. ¿La tesis peñanietista dice algo sobre el presidente? Sí. Y es obvio lo que sus enemigos quieren que diga: él es un corrupto, siempre lo ha sido, por eso plagió. Pero hay algo más grande y más importante sobre el plagio como tal, todo un problema en sí mismo: lo que esa tesis dice sobre el sistema educativo en México. Porque ni el sistema, en el más amplio sentido, se limita a los centros públicos por naturaleza ni a los niveles primario y secundario de la educación, y porque el joven Enrique Peña Nieto no fue ni el primero ni el único ni el último “universitario” en plagiar. En su carrera, en su generación, en su universidad, como en casi todos lados en todos los años —más entre la década de los setenta y la actualidad—, tuvo/tiene que haber decenas de casos similares. Se puede seguir fingiendo cuanto se quiera, pero lo que hizo el hoy presidente no es la excepción entre los alumnos de casi cualquier universidad, es una regla. Dentro de esa realidad las diferencias son de grado: dentro de las mayorías que plagian, unos plagian menos que otros, unos plagian más. Ah, la ironía: la corrupción en México no puede no tener un doble costado cultural… La corrupción mexicana es al mismo tiempo institucional y cultural.
III. El plagio le parece una minucia a la mayoría de la población, sin duda. A millones de mexicanos plagiar les parece lo de menos, una preocupación inútil y mamona de ratoncitos de biblioteca, y seguramente no sólo están dispuestos a plagiar sino que lo han hecho sin ningún problema —ninguno— en la secundaria, la preparatoria o la universidad.
A mí me parece grave, sin parecerme lo más grave que el plagio sea —en un sentido, haya sido— el de un presidente. Lo más grave, si lo que más te importa es la educación, es la magnitud estimable del problema: estoy seguro de que si revisáramos con seriedad, rigor e intención todas las tesis mexicanas, de todos los grados, una mayoría de ellas —no todas, una mayoría— tendría al menos un plagio. Al menos. La pintura empeoraría mucho más si incluyéramos en la revisión otro vicio muy corriente y muy común: el exceso de paráfrasis, o las paráfrasis excesivas, que ciertamente pueden constituir otra forma del plagio. No se dice abiertamente, se tapa o se relativiza de malos modos, pero así es la vida de las mayorías en la universidad. Un plagio por aquí, otro por allá, y así uno más, y uno más… Después alguien de esas masas se convierte en presidente, para decirnos a todos, plagiarios y no plagiarios, corruptos y no corruptos, qué hacer.
La mayor parte de mi tiempo laboral la he dedicado a la academia y conozco de diversas maneras tanto universidades públicas como privadas, de provincia y de la capital, y una de las constantes estudiantiles es el plagio, que no es una práctica infrecuente entre los profesores, es decir, y hay que decir claramente, no son pocos los profesores que plagian, y son más los que no hacen nada contra el plagio y los plagiarios. Y como no podía ser de otro modo, hoy se atreven a criticar a Peña Nieto profesores que sé que han plagiado, cuando fueron estudiantes o ahora que dan clases, o en todo momento. Como me criticaron a mí cuando en Puebla exhibí decenas de casos de plagios cometidos por alumnos y comentaristas mediáticos.
No me parece una minucia el plagio de Peña. No es un par de erratas. Es algo grave. Sólo insisto en que menos grave que el problema, digamos, nacional, sobre el que casi nadie dice ni hace nada. Como si no existiera. Como si lo de Peña fuera excepcional, extraordinario. Puede parecerlo porque hoy está donde está, pero no lo es. La verdad es que él, antes de ser político y presidente, hizo como “estudiante” “universitario” lo que hacen la mayoría de los jóvenes que van a las universidades.
Consecuentemente, lo que sí es más grave se extiende. Se extiende a muchos otros asuntos: la baja calidad de la educación universitaria —lo que suele haber de hecho es una cosa indigna de ese nombre—, el imparable declive de los títulos académicos como indicadores o predictores confiables de capacidad y virtud, la corrupción más allá de la política y simultáneamente la obsesión —que se acusa sola— con el cumplimiento de formalismos dentro de las “universidades”, al punto de que a veces casi todo se reduce a eso, a sacar (alumnos), presumir (profesores) y reproducir (administradores) unos papelitos. Etcétera deprimente. Y por tanto, también deberíamos preocuparnos de si hay plagios y falsificaciones de títulos y dejar de preocuparnos por si la gente tiene títulos o no (Peña lo tiene, como sea pero lo tiene, como tantos otros, políticos y no) para empezar a preocuparnos por si la gente sabe o no sabe, hace o no hace, aprende o no aprende.
Un ejemplo que amarra todo: Octavio Paz no fue más que bachiller… y hay que ver todo lo demás que así fue.
IV. Es obvio que no me parece una minucia el plagio de Peña. No es un par de erratas. Es algo grave. Sólo insisto en que menos grave que el problema, digamos, nacional, sobre el que casi nadie dice ni hace nada. Como si no existiera. Como si lo de Peña fuera excepcional, extraordinario. Puede parecerlo porque hoy está donde está, pero no lo es. La verdad es que él, antes de ser político y presidente, hizo como “estudiante” “universitario” lo que hacen la mayoría de los jóvenes que van a las universidades. Ahora mismo cientos de futuros políticos y altos funcionarios en todo el país lo están haciendo, y sus profesores y universidades no están haciendo nada para evitarlo. Si Peña plagió efectivamente la tesis, a más de cuatro profesores y una burocracia no les importó el proceso, no les importó nada al respecto o son unos titulados incapaces, absolutamente incapaces; si no, ¿cómo habría plagiado efectivamente la tesis? Así se puede ver todavía más claramente cuál es el problema de fondo.
Digo, entonces, que es finalmente irrelevante tener un título académico, pues hasta los Peña lo tienen, lo obtienen como sea (lo que es un problema) pero lo tienen. Si tantos tienen títulos y los consiguieron plagiando, la tesis o antes, sin nunca estudiar de veras, o se los dieron con facilidades, como suele ser aunque el hecho no se acepte, ¿cuál es el valor real de un título? ¿Qué significa objetivamente? Por eso la preocupación no debe ser si la gente tiene títulos o no —ya vimos que no significan mayor cosa porque se pueden “ganar” de cualquier forma—, debe ser qué ha hecho, qué hace, qué puede hacer y cómo obtuvo un título si lo tiene. Hay que pensar más casos: no sólo genios sin títulos como Leonardo sino gente como Bill Gates, Steve Jobs, incluso Mark Zuckerberg, pasando en México por otros como el ya citado Paz e ídolos de universitarios como Carlos Monsiváis. Son talentos extraordinarios, podrá decir alguno. ¿Entonces los títulos académicos son para gente intelectualmente ordinaria? ¿No hay desviaciones y errores cuando tanta gente extraordinaria huye o se aleja de esa ruta y tanto mediocre o tramposo se convierte en maestro, doctor y profesor? Creí que lo debido era dar a la gente ordinaria no un título sino más preparación, una mejor educación…
Pero pensemos aun más. Tres datos relacionados para reflexionar:
Primero. Los protagonistas de los mayores escándalos de corrupción de nuestro siglo XXI son gente que fue a alguna universidad. Son gente “educada”. Hay corruptos que no son universitarios y universitarios que no son corruptos, pero si hay corruptos que fueron a la universidad, y en abundancia los hay, la conclusión es que el paso por la universidad y la obtención de un título son irrelevantes, lo que quiere decir que no son éticamente decisivos y no han hecho la diferencia contra la corrupción. ¿Buena educación? Segundo. corruptos y plagiarios influyen o hasta llegan a mandar sobre la política educativa. ¿Qué esperar? Tercero. Esos corruptos y plagiarios, simuladores con retórica de Estado de Derecho, mantienen reglas irracionales e igualmente simuladoras como contratar gente para ciertos puestos públicos sólo si están “académicamente” titulados. Como si garantizaran algo. El chiste es pésimo. Tan malo que es una broma cínica y de mal gusto. Contra la inteligencia y la decencia. ¿Dónde está la Autoridad? ®
—Este texto fue construido a partir de una útil discusión con la escritora Julia Santibáñez.