Los bienes de consumo actuales son indiscretos, intrusivos y chismosos, dice Byung–Chul Han. Vienen ya sobrecargados de ideas preconcebidas y de emociones que se imponen al consumidor.
Un escritor que ha venido ganando cada vez más adeptos es el filósofo surcoreano formado en Alemania, Byung–Chul Han. Su lectura ágil no demerita en profundidad y propuesta, ya desde su obra La sociedad del cansancio y la más reciente No–cosas.
En esta última nos invita a valorar y descubrir que las cosas tienen o deben tener un valor, y que éste, con la modernidad que nos consume, empieza a desaparecer. Empieza con una descripción emotiva:
Las cosas que poseemos son contenedores de sentimientos y recuerdos. La historia que se deposita en las cosas mediante un largo uso les confiere un valor sentimental. Pero sólo las cosas discretas pueden cobrar vida por un intenso apego libidinal. Los bienes de consumo actuales son indiscretos, intrusivos y chismosos. Vienen ya sobrecargados de ideas preconcebidas y de emociones que se imponen al consumidor. Apenas entra nada de la vida personal.
Dividido en breves capítulos, No–cosas incluye un apartado sobre el llamado teléfono inteligente, del cual señala que “nos controla y programa. No somos nosotros los que utilizamos el smartphone, sino el smartphone el que nos utiliza a nosotros. El verdadero actor es el smartphone. Estamos a merced de ese informante digital”.
En esa misma sintonía de los teléfonos inteligentes habla de las llamadas selfies, las fotografías que se toma uno mismo y que son ya el pan de cada día. Para el filósofo,
La selfie anuncia la desaparición de la persona cargada de destino e historia. Expresa la forma de vida que se entrega lúdicamente al momento. Las selfis no conocen el duelo. La muerte y la fugacidad les son del todo ajenas. Las funeral selfies indican la ausencia de duelo… Son selfies tomadas en los entierros. Junto a los féretros, la gente sonríe alegre a la cámara. Se contraría a la muerte con un irónico soy yo. Pero también podríamos llamar a esto el duelo digital.
Tiene claro el alcance de su crítica: “La pantalla digital, que determina nuestra experiencia del mundo, nos protege de la realidad. El mundo se desrealiza en un mundo sin cosas, sin cuerpos. Al ego así fortalecido nada otro lo toca. Se refleja en la espalda de las cosas”. Quizá por eso señala que en la modernidad que vivimos “estamos todos en las redes sin estar conectados unos con otros. La comunicación digital es extensiva. Le falta la intensidad. Estar en la red no es sinónimo de estar relacionados”. Esto es, vivimos en la era “de la desaparición de la distancia, la relación da paso al contacto sin distancia”.
Cierra con capítulos que invitan a la reflexión:
La mayor atención a las cosas va emparejada con el olvido y la pérdida de sí mismo. Cuando el ego se debilita, se torna receptivo a ese silencioso lenguaje de las cosas. La experiencia de la presencia presupone un exponerse, una vulnerabilidad. Sin herida, sólo oigo a la postre el eco de mí mismo. La herida es la apertura, el oído para lo otro. Hoy, esos momentos epifánicos no son posibles porque el ego se fortalece cada vez más. Apenas le tocan las cosas.
Hace un llamado a que no olvidemos el silencio en nuestras vidas, pues es un elemento que nos ayuda a pensar, a ser un poco más reservados en un mundo donde estamos en constante ánimo de compartir: “Ahora queremos compartirlo todo con todo el mundo, lo cual conduce a un ruidoso tsunami de información”.
Para cerrar, dice, de manera autorreferencial: “Me gusta ser el intérprete del destino, el fisonomista del mundo de las cosas”, pues sabe que “las cosas hacen que el tiempo sea tangible, mientras que los rituales lo hacen transitable”. No–cosas (Taurus, 2021) es un libro que invita a valorar lo que tenemos a la mano, a la vista, lo que ha formado y forjado nuestro andar y que en ocasiones olvidamos. ®