El chofer de un minibús de Guadalajara de la ruta 249 es manejado por el mismo diablo, como lo pudo atestiguar la autora de esta crónica a 90 kilómetros por hora por calles y avenidas de una ciudad vencida por la abulia y la burocracia.
Dios está en todas partes. Escribió su nombre en el gran espejo retrovisor. Cuelga del retrovisor pequeño y se aferra a la puerta de ingreso de este minibús de la ruta 249. Está, pero no se manifiesta. En cambio aquí se siente al demonio: se esconde en el pie derecho del chofer, pisa el acelerador hasta el fondo y, entonces, ¡hiccc! el freno. El diablo bufa las letras de la Arrolladora Banda Limón y se escapa por las bocinas de este autobús urbano de Guadalajara.
Acá los secuestros, descuartizados y guerras contra el narcotráfico son irregulares. En cambio el transporte público satisface la dosis de violencia que cada mexicano se ganó en las vidas anteriores.
El 1 de marzo de 2011 un burócrata de la Secretaría de Vialidad de Jalisco presumía: los dos primeros meses del año el transporte público sólo causó 70 accidentes, mató a ocho, hirió a 149. Menos mal, se ufanaba, porque en el mismo periodo de 2010 hubo 105 accidentes, 18 muertos y 204 heridos.
Lo mejor es que para que la adrenalina corra a 90 kilómetros por hora basta un viaje de seis pesitos.
A bordo del 249 el paseo incluye los municipios de Tonalá, Tlaquepaque, Guadalajara y Zapopan por el mismo precio, anuncia un cartel blanco, pegado al cristal delantero. En teoría el periplo comienza en la colonia El Bethel, en Tonalá, y acaba en El Colli, en Zapopan. En la práctica el viaje habita dentro del vehículo infernal, incluso cuando no se mueve. Incluye a la Banda Limón; los sorbos del chofer a un Raleigh que nunca se acaba; el perfume ácido del óxido de los pasamanos tubulares; los arrancones, los frenazos y el paso veloz sobre los baches. Directo al infierno, con un centenar de paradas.
¿Va para allá?, pregunto, en la esquina de la calzada Independencia y Esteban Alatorre. Sí va. Lo dice el conductor, con un gesto que no significa lo contrario.
El chofer tiene veintitantos y unos pelos de mecate que causan escalofríos. Su cara está partida en piezas con el surco de varias cicatrices. No se sabe si fueron la huella de una navaja o de las muecas de la vida. Chucky, el muñeco infernal, en un rostro de barro.
Chucky enamorado, decepcionado y vengativo tortura con la canción de la abeja reina, que termina y vuelve a empezar, termina y vuelve a empezar, termina y vuelve a empezar. “Me equivoqué, me equivocaba/ mientras te amaba poquito a poco/ me aniquilabas”, Chucky rodeado de santidad yetiquetas.
Acá los secuestros, descuartizados y guerras contra el narcotráfico son irregulares. En cambio el transporte público satisface la dosis de violencia que cada mexicano se ganó en las vidas anteriores.
Las etiquetas son de La Alianza de Camioneros de Jalisco, que según la Wikipedia es la empresa privada de transporte público más antigua de la región. Fue fundada en 1930 “con siete rutas fijas y 60 camioncitos”. Desde entonces sus principales labores son contar las ganancia millonarias y chantajear a una ciudad entera, hoy de 4.5 millones de habitantes. Cada año la Alianza y las otras compañías de transporte público anuncian que subirán el precio del viaje. Cada año los estudiantes organizados se quejan del servicio y del costo mientras el gobernador en turno amenaza con retirar la concesión. Cada año el gobernador retira, pero las amenazas, después de una huelga de varias horas —sólo la Alianza posee 58 rutas—, el líder de los estudiantes comienza una carrera como diputado y los empresarios del transporte logran el aumento, a cambio de la promesa de mejorar el servicio.
En este 249 las mejoras consistieron en instalar detectores de humo: los pasajeros en turno; colocar en un costado del autobús un mapa diminuto que ilustra el recorrido de otra ruta, la 156; pintar de azul añil los asientos que fueron color rata; potenciar la velocidad del vehículo y el sonido del estéreo, y poner a Cristo por todos lados.
“Dios es amor”, se lee en el gran espejo frontal en que se refleja el muñeco infernal y desde el cual acecha a sus quince pasajeros. Un poco a la derecha, justo en el centro del parabrisas, pero un poco arriba, sobre la carrocería, un crucifijo plateado, idéntico a uno en la puerta de ingreso, se aferra al minibús con tornillos. De él cuelgan un rosario negro y uno blanco.
Cada que el diablo acelera los rosarios se columpian. Y eso ocurre cada treinta segundos. Cuando rebasa, los rosarios hacen un movimiento pendular. Y eso ocurre cada 45 segundos. Cada que el demonio frena, los rosarios se estrellan contra el parabrisas; es decir, todo el tiempo. El diablo se burla de Dios hasta en un minibús y en Guadalajara el camino a las tinieblas está trazado sobre las avenidas Garibaldi, Enrique Díaz de León, La Paz, López Mateos…
Una joven se santigua, pero no se queja. Difícil, meterse con Chucky, el chofer, y salir ileso. Hipnotizados en sus propios infiernos, los demás pasajeros sortean los empellones como autómatas. A ratos ponen las piernas duras para evitar una caída, a ratos se aferran al pasamanos, a ratos sueltan el cuerpo.
El humo que lo envuelve todo hace dudar de si esto no es parte de una alucine. Sería uno muy pedestre, incluida la letra de la Arrolladora: “Y te sentías abeja reina/ que ambicionabas/ abeja reina/ una colmena/ abeja reina de oro y seda”.
En este alucine una anciana gorda recién llegada intenta asir sin éxito el pasamanos oxidado mientras paga su boleto y el diablo le mete pata al acelerador.
En esta alucinación la dosis de violencia cuesta menos que un boleto al cine, un cigarro de mota, un…
“¡Bajan!” En la glorieta Minerva el diablo pisa el freno de la unidad. “¡Bájese por atrás!”, gruñe Chucky, mientras jala el humo de su Raleigh. Sus cicatrices son en realidad arrugas. Apenas frena, vuelve pisar el acelerador. El demonio se aleja montado en la 249, mientras el ruido de la ciudad diluye su tufo: “Con el polen mas fino de el mundo/ Construí tu cama/ trabajaba panal por pa…”.
Esta semana, en Guadalajara el diablo matará a dos. ®