Esta película parece haberse escrito ayer para estrenarse hoy, lo cual quiere decir que el director tuvo la visión para entender el fenómeno del narco, contextualizarlo dentro del marco del bicentenario y plasmarlo en un guión mucho antes de que el tema entrara de forma contundente en el radar de la conciencia del país.
¿Quiénes son los culpables de que el cine mexicano no tenga éxito? ¿Son los grandes intereses comerciales que dominan la industria o los cineastas que no somos capaces de crear productos relevantes para el público? Como director y como cinéfilo tiendo a estar del lado de los que defienden a nuestro cine como un bien cultural que debe protegerse, pero no puedo evitar quedarme con la inquietante sensación de que hay algo de cierto en los que dicen que el cine mexicano tendría más éxito simplemente si se hicieran mejores películas. Las buenas películas llenan las salas y los exhibidores no se pelean nunca con una buena taquilla.
Sin embargo, a pesar de los sinsabores, que no son pocos, el cine mexicano es una novia a la que siempre se le da una segunda (o una enésima) oportunidad, y a veces, sólo a veces, esos momentos de fe se ven recompensados con una película que nos hace volver a creer, que redefine nuestra idea de lo que el cine mexicano puede ser y que crea un discurso que nos conmueve al mismo tiempo que cumple con la aparentemente simple misión de entretenernos. Esto me pasó hace algunos días cuando fui a ver El infierno, del director Luis Estrada.
William Goldman, uno de los gurús del guionismo estadounidense, dice que las películas se dividen en dos: las que nos dicen mentiras que nos gusta oír y las que nos dice verdades que no queremos escuchar. La ley de Herodes, Un mundo maravilloso y El infierno definitivamente entran en la segunda categoría. En manos de Estrada el cine se vuelve una herramienta de provocación, de análisis, de sátira y de catarsis colectiva.
Aunque La ley de Herodes nos sorprendió a todos con su crítica mordaz hacia el oxidado sistema priista, esta película nos llegó hasta 1999, cuando el modelo del presidencialismo monolítico estaba a punto de colapsarse, lo cual le robó parcialmente la sensación punzante que tienen las críticas que se dicen en el momento preciso. Después, Un mundo maravilloso trató de utilizar el modelo de la comedia social del cine mexicano de los cuarenta para hablar de la inequidad social y las ilusiones de modernidad del país, pero creo que en este caso el mensaje pasó por encima del género y la comedia no acabó de cuajar tan sólidamente como en Herodes.
Sin embargo, a pesar de los sinsabores, que no son pocos, el cine mexicano es una novia a la que siempre se le da una segunda (o una enésima) oportunidad, y a veces, sólo a veces, esos momentos de fe se ven recompensados con una película que nos hace volver a creer.
Ahora, con una puntería y un timing exquisito, el director regresa con El infierno, una nueva fábula moral que nos cuenta la historia del Benny, un migrante que regresa a su pueblo después de veinte años de ausencia sólo para descubrir que su terruño querido es ahora un pueblo desolado por las guerras del narco. Benny, como los personajes (medianamente) inocentes que ha interpretado Damián Alcázar en las películas de Estrada, será puesto a prueba en esa realidad torcida donde los buenos y los malos parecen haber cambiado de lugar y probará las tóxicas mieles de la corrupción como alternativa para salir del hoyo en el que se encuentra; pero esta vez no es la maquinaria priista la que lo ayuda. En estos años el priismo ha sido suplantado por otra fuerza más avasalladora, llena de tentaciones, pero con abismos que se abren al menor paso en falso: el narco.
Aunque La ley de Herodes me parece una película admirable, nunca he logrado superar la sensación de estar viendo una alegoría más que una ficción, y lo mismo me pasa con Un mundo maravilloso. Sin embargo, con El infierno el director supera esta limitación de estilo para crear una historia que termina por envolverte como una buena película de gángsters donde cada giro de la trama te hace temer por la vida de los personajes.
Creo que cuando el género se asume correctamente, el público obtiene una sensación poderosa de satisfacción y creo que Estrada logra potenciar el efecto de su película al amarrarse firmemente al género de los gángsters; especialmente a ese modelo de historia ejemplificado por el arco de Michael Corleone, donde el inocente está dispuesto a ensuciarse las manos “sólo por un tiempo” con la idea de salir limpio eventualmente de la mafia; pero si algo nos han enseñado estas películas es que la puerta de entrada es muy ancha, pero la de salida siempre se cierra justo cuando parece que todo va a estar bien.
Mucho se dijo en los medios sobre la controversia de la clasificación C de El infierno, y aunque coincido con lo que el director ha expuesto en los medios acerca de la importancia de que los jóvenes vean la película, también entiendo a los que sostienen que no puede ser otra cosa más que C. ¿Hubiera sido mejor opción suavizarla para alcanzar un público más amplio? Personalmente no lo creo.
He oído varios comentarios de adultos muy impresionados por la crudeza de las imágenes de sexo y violencia de la película. No voy a negar que las escenas son fuertes, pero creo también que son necesarias para el mejor desarrollo y comprensión de la trama. El sexo es el motor de la película; Benny entra al narco no por el dinero en sí, sino porque el dinero le dará acceso a la cuñada, la guapa prostituta del pueblo (interpretada por Elizabeth Cervantes), que alguna vez fue la mujer de su hermano. La violencia extrema inicialmente destempla al Benny hasta el punto de perder el sentido en una secuencia en la que torturan y matan a un soplón, pero conforme pasa la película vemos cómo el personaje se va desensibilizando hacia la violencia a su alrededor y nosotros como audiencia también nos desensibilizamos junto con él. Aun así, el director se contiene de mostrarnos cosas que podrían arriesgar el alienar por completo al público de la película, como el subtexto homosexual dentro del cártel de los Reyes que termina en una terrible balacera en un motel de paso, de la cual Estrada sólo nos muestra imágenes de cuerpos apilados y ensangrentados una vez que pasó todo.
Así descrito, podría parecer irresponsable hacer una comedia negra sobre la triste y desgarrada situación de México, pero El infierno es una de esas raras excepciones en las que ver una película divertida no equivale a ver una frivolidad.
La juventud, su falta de esperanzas, de oportunidades y de modelos a seguir es una de las anclas temáticas de la película. Finalmente, el Benny sabe que será imposible para él salir del narco, pero su esperanza de redención recae en su sobrino, el Diablito, para quien ve un futuro diferente. El problema es que el Diablito, hijo del hermano de Benny, que muere también, era un peligroso gatillero al que apodaban El Diablo, no ve otro futuro para él que no sea el de su tío y el de su padre. Para el muchacho no hay más sentido en la vida que el de continuar los ciclos de venganza de la familia para llegar a ser algún día “un chingón, como su papá”. Hay algo profundamente perturbador sobre la forma en que el Diablito le pide a su tío Benny que cuando él muera le construya una tumba tan bonita como la que le hizo a su padre. Casi sentí que estaba viendo a un terrorista dispuesto a amarrarse a una bomba, pero en lugar de tener a setenta vírgenes prometidas en el cielo, éste tendrá una tumba de casita y un narcocorrido que lo inmortalice.
El tema de las películas normalmente se mantiene escondido entre los mecanismos de la trama si se ejecuta correctamente, de manera que no salgamos del cine sintiendo que nos dieron una lección con moraleja en lugar de darnos entretenimiento. El caso de Estrada es completamente opuesto; él toma el tema y lo pone al centro y al frente para que todos lo veamos. El narco, el violento estilo de vida que conlleva, las tentaciones que ofrece y las consecuencias en el gran esquema del país y la historia están todo el tiempo a la vista y en juego. ¿Cómo logra Estrada un resultado tan satisfactorio invirtiendo las reglas? Creo que creando una ficción inmersiva, pero sobre todo, con un sentido del humor implacable.
Uno de los problemas formales de nuestro cine siempre tiene que ver con el tono. Normalmente vemos películas en que los actores destacan o se desploman según sus capacidades, con pocos directores capaces de establecer un tono actoral que sustente la película. En esto, El infierno no deja de sorprenderme; todos los actores tienen un tono consistente, le sacan jugo a sus personajes y muchos logran escenas verdaderamente memorables, entre ellos María Rojo, Ernesto Gómez Cruz, Joaquín Cosío y Dagoberto Gama. Me parece que después de La ley de Herodes y Un mundo maravilloso Estrada supo afinar por completo a su elenco y a sus colaboradores creativos en el tono de comedia trágica que ya le pertenece por derecho.
Así descrito, podría parecer irresponsable hacer una comedia negra sobre la triste y desgarrada situación de México, pero El infierno es una de esas raras excepciones en las que ver una película divertida no equivale a ver una frivolidad. El humor, como decía alguna vez el dramaturgo Tony Kushner, es la pólvora que dispara las ideas. Y en este caso, las balas de El infierno son verdaderamente expansivas. La película termina con uno de los grandes temores colectivos de este bicentenario que acaba de pasar: el de un grito de 15 de septiembre ensangrentado por las balas de los narcos.
En este año de proyectos cinematográficos históricos medio cocinados, donde hasta las celebraciones oficiales cambiaron de manos una y otra vez, El infierno parece haber sido el proyecto más planeado de todos. Las películas toman años en hacerse desde su escritura hasta su estreno y esta película parece haberse escrito ayer para estrenarse hoy; lo cual quiere decir que el director tuvo la visión para entender el fenómeno del narco, contextualizarlo dentro del marco del bicentenario y plasmarlo en un guión mucho antes de que el tema entrara de forma contundente en el radar de la conciencia del país.
Para mí, éste es uno de los rasgos que definen a un artista; su capacidad de escuchar lo que todos pasamos por alto, de transformarlo en ideas y plasmarlo en un objeto que al verlo, nos refleja. Muchos podrán decir que El infierno es una película dura, incluso desalentadora, pero creo nadie puede decir que en ese reflejo no hay algo de verdad. ®