Los once años de visitas intermitentes que cubren sus investigaciones la llevaron a presentar su disertación doctoral en la Universidad de Nueva York en Syracuse en 1998, cuya traducción española es El desarrollo rural en México y la serpiente emplumada. Tecnología y cosmología maya en la selva tropical de Campeche, obra que desde una perspectiva participante aborda el pasado, el presente y el desolador futuro que les espera a los campesinos pichuleños.
Los antiguos mayas tenían la creencia de que al final de este ciclo en que vivimos se levantaría del mar una portentosa serpiente de agua que engulliría la tierra firme con todo cuanto ésta contiene. Tal profecía, que prefigura un moderno tsunami, no está lejos de cumplirse, si no en forma literal, al menos en el sentido de la profanación que los hombres hemos hecho de la casa de los dioses, o sea los recursos de la Tierra. Betty Bernice Faust, antropóloga estadounidense, se propuso un estudio de caso, centrado en la comunidad rural de Pich, enclavada entre Campeche y Champotón, no lejos de la ruinas de la antigua ciudad de Edzná. San Diego Pich es el nombre de un poblado que se asienta en una zona selvática colindante con el monte alto que crece en la serranía. Los pichuleños, como se conoce a los moradores, recibieron en varias ocasiones a la doctora Faust entre la década de los ochenta y los noventa. Los once años de visitas intermitentes que cubren sus investigaciones la llevaron a presentar su disertación doctoral en la Universidad de Nueva York en Syracuse en 1998, cuya traducción española es El desarrollo rural en México y la serpiente emplumada. Tecnología y cosmología maya en la selva tropical de Campeche [México: FCE-Cinvestav, 2010], obra que desde una perspectiva participante aborda el pasado, el presente y el desolador futuro que les espera a los campesinos pichuleños, quienes están olvidando las técnicas tradicionales de cultivo en la selva, sustituyéndolas por estrategias que no toman en cuenta el nicho ecológico donde se aplican y que poco a poco van conduciendo a la deforestación masiva, en procura de maderas preciadas y la sobreexplotación de los campos para sembrar arroz y luego alimentar ganado, prácticas que tarde o temprano provocarán una desertificación inminente.
Por paradójico que resulte para los asesores agrarios, los antropólogos y otros científicos (quienes se han tomado el trabajo de analizar las técnicas inmemoriales de labranza del suelo de la selva por parte de los antiguos mayas) han llegado a la conclusión de que la agricultura de tumba, roza y quema, tal como se practicaba, durante el Clásico y Posclásico, era sustentable con el medio ambiente y servía para abastecer a poblaciones humanas dispersas de maíz, frijol, calabaza y tomate, así como de proteína animal suministrada por los pavos silvestres, los venados y los pecaríes, que se acercaban a comer de la siembra. El concepto fundamental es el de milpa, cultivo que gira en torno del maíz, un grano que se considera oriundo del área maya, en particular del feraz valle del Petén, que se especula fue la cuna de la antigua civilización. Orientarse a partir de los puntos cardinales con su carácter simbólico es fundamental. Se comienza del oriente hacia el poniente siempre girando hacia el sur, clavando una serie de estacas que sostienen mecates. Una hectárea se marca con 25 mecates. En el saco donde se lleva la simiente van entremezcladas (en cierta proporción menor) semillas de frijol y calabaza junto con los granos de maíz. Se procura hender la coa en la tierra, se hace el orificio, se deja caer la simiente y luego el propio paso hacia adelante del sembrador se encarga de cubrirla.
Betty Bernice Faust describe en detalle los antiguos procedimientos y los ritos propiciatorios de precepto que se realizan con sak-há, una bebida sagrada que se ofrenda a los dioses y los aluxes, una suerte de duendes o penates que pueden beneficiar o perjudicar la cosecha (según si se los tiene gratos o no). En la milpa no se debe hablar recio, no se hacen burlas ni se pronuncian palabras altisonantes. Todo eso molesta a los santos aluxitos. Tampoco se tala el monte alto, porque allá residen los espíritus superiores y se hallan las plantas medicinales. La extensión de territorio que se requiere para sustentar este sistema de cultivo es considerable. Cada milpa dura a lo más veinte años. Luego hace falta dejar descansar la tierra y el bosque se encarga de hacer el resto recubriendo de maleza el llano. Como jamás estos espacios son demasiado extensos, el mismo bosque preserva el equilibrio ecológico.
Los antiguos mayas tenían la creencia de que al final de este ciclo en que vivimos se levantaría del mar una portentosa serpiente de agua que engulliría la tierra firme con todo cuanto ésta contiene. Tal profecía, que prefigura un moderno tsunami, no está lejos de cumplirse, si no en forma literal, al menos en el sentido de la profanación que los hombres hemos hecho de la casa de los dioses, o sea los recursos de la Tierra.
Otro de los ejes temáticos del libro lo constituye el manejo del agua. Las excavaciones arqueológicas han dejado en claro que los mayas poseían canales de riego y construían mesetas de cultivo. En las ciudades se han hallado cisternas o chultunes que aprovechan el agua de lluvia, captada en los techos mediante ingeniosos desniveles. Además estaban las aguadas, muchas de estas represas ostentan en el centro uno o más agujeros para cuando bajara el nivel, en épocas de sequía, quedara todavía agua. Estos pozos tenían un revestimiento especial que prevenía la filtración subterránea y debían sanearse año tras año por medio del trabajo voluntario de la comunidad. Aquí el h-men o chamán y los viejos del pueblo desempeñaban un papel primordial determinando a cuánta agua tenía derecho cada familia de acuerdo con el trabajo realizado. El agua es un factor determinante, porque en épocas de seca escasea y los campesinos la usan para preparar sus alimentos, su aseo personal y el riego de los huertos familiares.
Ahora con los pozos profundos que ha perforado el gobierno hay agua casi todo el año, aunque también llega a escasearse en época crítica. De ahí el consejo de los viejos de mantener limpias las aguadas comunitarias. No permitir que los animales, los niños ni las mujeres hagan uso inapropiado de ellas como, por ejemplo, lavando ropa ahí o bien bañarse. Antes cada aguada tenía su guardián. Los programas agrarios sólo han servido para deforestar amplias extensiones del bosque. Los primeros años son fértiles los suelos y después no sirven ni para cultivar arroz. El beneficio de esta gramínea, como la explotación ganadera, requiere además grandes cantidades de agua. La relativa igualdad que reina en la economía de la milpa se rompe con el acaparamiento por parte de los campesinos ricos y los ganaderos que reclaman la mayor parte del líquido. Con la modernización han llegado otros vicios como el alcoholismo, la drogadicción, la delincuencia juvenil, nuevas enfermedades y aumento de la violencia familiar.
En general los pichuleños se designan a sí mismos como pobres, campesinos o gente humilde, jamás como mayas. Una historia reciente de sobajamientos y vejaciones está aún presente en la memoria colectiva. Sólo los viejos se saben herederos de una de las civilizaciones más portentosas que haya conocido la historia humana, que alguna vez tuvo un marco de influencia tan ancho que abarcaba desde esas serranías de Campeche, en el norte, hasta el territorio de los lencas entre Honduras y Nicaragua, hacia el sur. Existen innumerables lagunas acerca de la historia de esta civilización. Se ha minimizado su influencia afirmando que ya estaba extinta, al menos en los principales centros urbanos, a la llegada de los españoles. Hoy se sabe que alrededor de muchos de los principales sitios arqueológicos existían poblaciones aisladas. Esa dispersión en el amplio seno de la naturaleza era la única garantía de supervivencia en un territorio hostil, cuyo clima sufre temporadas de secas persistentes. En algunos lugares, como en Pich, algo ha quedado de la antigua sabiduría y la manera en que se debe preservar los bosques, cuidar el agua y educar a los jóvenes. Todos estos conocimientos, aún vivos hoy, son una fuente de riqueza para el acervo integral de la humanidad.
Betty Bernice Faust tuvo algunas dificultades para que al principio la aceptasen los lugareños. Debido al pasado de conquistas y latrocinios, sienten una desconfianza atávica hacia los extraños. Como estadounidense la investigadora fue confrontada también con las políticas racistas y poco humanitarias de su propio gobierno. Para la doctora Faust fue imposible hacerle entender a la gente lo que significaba ser antropólogo. Todos creían que era maestra y así se referían a ella. De forma paulatina fue consiguiendo el respeto de la comunidad y metiéndose en sus vidas. La investigadora también procede de un medio de orígenes rurales. Sus abuelos eran granjeros, circunstancia que le facilitó amoldarse a los sencillos patrones de vida de la gente del campo. La doctora Faust lamenta enormemente las nocivas consecuencias que la vida moderna y la globalización han tenido para esta gente que vivía en armonía con el medio ambiente y se propuso hacer un recuento de sus observaciones con el fin de ofrecer un testimonio para la posteridad. Los muchos viejos que consultó no se cansaban de repetir que quizá aquellas viejas historias iban a servir para que alguna vez sus descendientes tuvieran noción de cómo había sido la vida alguna vez. La serpiente emplumada es un motivo que vuelve una y otra vez en la obra. Sirve para ilustrar el principio vital, el equilibrio entre lo vivo y lo inerte, el renacimiento, aunque también el crepúsculo, los ciclos perpetuos de la naturaleza. ®