El ser humano se encuentra en la incómoda situación de poseer instintos animales y a la vez inclinaciones civilizadas que, de alguna manera, debe reconciliar, generalmente en detrimento de los primeros. Pero no es posible soportar indefinidamente la tensión, y para cada tipo de tensión existe una liberación: la orgía.
Con gran éxito y sin sufrir ninguna censura, merced a su carácter de ensayo literario, Historia de las orgías [Barcelona: Ediciones B, 2004] fue publicado originalmente en 1958 por Burgo Partridge (1935-1963), hijo de Ralph y Frances Partridge, escritores, traductores y cronistas del Círculo de Bloomsbury (grupo de intelectuales ingleses de principios del siglo XX, enemigos activos de la rígida moral victoriana y que reunió a personajes como Virginia Woolf, su esposo, Leonard Sidney Woolf y su hermana Vanessa Bell, Bertrand Russell, Lytton Strachey, Edward Morgan Forster y Dora Carrington, entre otros), clique literaria de la que no habría que soslayar —como curiosidad y dado el título de la obra— que fueron dados a peculiares relaciones amorosas y endogámicas, que llevaron a Julian Bell (sobrino de Virgina Woolf) a escribir “Os atrevisteis a experimentar la homosexualidad, la promiscuidad, el pacifismo durante la Gran Guerra”.1 circunstancias que seguramente influyeron en el carácter de Burgo y más precisamente en su interés por el tema, y me atrevo a aventurarlo dado el comentario —en el epílogo de 2002 al libro— de su esposa, Hernietta Garnett (también fruto de la endogamia del grupo), quien apunta: “Más notable aún que la ocurrencia es el hecho de que una persona tan joven y tan notoriamente indisciplinada llegara de veras a sentarse a escribirla”.
Es también notable, me atrevo a señalar, que fuera traducido y editado en nuestro idioma 46 años después —tal es el interés que despierta la difusión del estudio de las manifestaciones sexuales en nuestra cultura editorial.
Qué puede haber tan obsceno en un texto que permaneció agazapado casi medio siglo a los ojos del ciudadano de a pie, porque si bien refiere andanzas de personajes como Casanova, el Marqués de Sade y Rasputín, así como escenas de prostíbulos y fiestas privadas de la Inglaterra victoriana, es un texto prolijo y bien narrado que ofrece una panorámica y consideraciones interesantes con respecto a una conducta sexual tabú; lo obsceno sin duda es su título, que despierta las deseos inconfesables de todos nosotros, es demasiado duro para incluirlo en el catálogo de algún librero mientras que sus cuidadas formas decepcionan a los lectores sensacionalistas, es decir, no da gusto ni a tirios ni a troyanos.
Mientras los griegos distinguían el carácter eventual de la orgía, su función como válvula de escape y de revalorador de la rutina, sus vecinos romanos potenciaron el carácter sádico de la orgía, que exacerbaba los distingos esclavistas y la posición del poderoso, convirtiendo su fiestas en orgías histéricas y criminales.
La contención que genera en el ser humano la necesidad de conciliar sus instintos animales y sus inclinaciones civilizadas es el origen de la tensión que de una o de otra forma ha de canalizar el hombre. Partridge reconoce en la orgía la “descarga de tensión organizada, la liberación de histeria acumulada por la abstinencia y la contención y, como tal, tiende a adoptar una manifestación histérica o catártica”, incluso menciona la guerra como un tipo de orgía, aunque también percibe la “dificultades que plantea la identificación y definición de los demás tipos de orgías”, y centra su estudio en aquellas descargas de carácter sexual. Comienza su periplo cultural con los griegos, quizá la primera civilización de Occidente en disfrutar fiestas de este tipo ofrendadas a sus divinidades y ciclos naturales, y hace notar la distancia que separa a estos diletantes, equilibrados y hedonistas, de sus primeros herederos: los romanos lujuriosos y crueles, como corresponde a los apetitos de la sociedad de un imperio. Y es en esta distinción donde encuentra una diferencia orgiástica: mientras los griegos distinguían el carácter eventual de la orgía, su función como válvula de escape y de revalorador de la rutina, sus vecinos romanos potenciaron el carácter sádico de la orgía, que exacerbaba los distingos esclavistas y la posición del poderoso, convirtiendo su fiestas en orgías histéricas y criminales. En el siguiente capítulo nos conduce a través de la Edad Media, el carácter prohibitivo y censor de la Iglesia; los distintos grupos rebeldes y orgiásticos, e incluso sus “Fiestas de locos” encaminadas al desfogue anticlerical y al caos que devuelve su justo valor a la mesura de la vida diaria.
Hasta aquí Partridge distingue lo que pudiéramos llamar “orgías conformistas”, pues tienen una función reguladora en el seno de la sociedad y fueron —por lo menos— toleradas, para después, a través del tiempo, distinguir de estas orgías a las que llama “orgías del rebelde”: eventos orquestados por uno o más individuos y que “surgen de la sensación de confinamiento y restricción que el individuo padece y atribuye a esa sociedad”, y a las que destina los capítulos subsecuentes.
En ambos casos la búsqueda es la misma: la huida de una tensión intolerable, y pronostica éxito a la primera forma ya que “ataca la verdadera raíz del problema, (si no va acompañada) de excesivos sentimientos de culpa y autorrepulsa” —el tipo de orgía helénico—, en cambio reconoce en la orgía del rebelde menos posibilidades de satisfacción por la dificultad de valorar correctamente el grado de represión que sufre el individuo y “porque su reacción será desmesurada y lo arrastrará a unos extremos de libertinaje que no le son propios” —suponiendo bonhomía en el género humano.
Aunque se pueda acusar a Partridge de no aportar nada extra a los más de sesenta títulos que incluye su bibliografía, existen en su revisión dos tesis que vuelven interesante su lectura:
—La orgía de tipo helénico no sólo es deseable sino sana para el desfogue social, y
—Las orgías y las épocas de prohibición han tenido un movimiento alternativo y pendular en la historia.
¿En qué momento de campaneo pendular nos encontramos ahora? ¿El sida terminó con la liberación sexual y nos devolvió a la contención? O peor aún, ¿la orgía de cibersexo suplanta la libertad y nos limita a la castidad corporal y genera el sucedáneo adecuado para nuestras sociedades de simulación, y ahora es suficiente fingir —en privado— que damos rienda suelta a nuestros instintos para que el efecto catártico nos envuelva con su ensalmo? Por otro lado, ¿nuestros nuevos rebeldes son los swingers y sus clubes? ¿Nuestras anticlericales “Fiestas de locos” los Coachellas y Vivelatinos? O más radicales: ¿las nuevas descargas se dan en los cuartos oscuros de las fiestas gay? ¿Entre los enfermos de sida y los bug chasers de las bareback parties2? ¿Debemos identificar a los nuevos orgiastas en las bandas de narcos, secuestradores y pederastas del Edén?
Si un libro —de temática antropológica— publicado hace medio siglo y reeditado, no hace mucho, en el idioma de la mayoría de los países católicos, puede sorprender por las preguntas que provoca, y nuestras sociedades se encuentran tan alejadas de los ideales humanistas y mesurados de los griegos clásicos, es que estamos en el extremo prohibitivo del movimiento pendular, que se ha ralentizado y que amaga con detenerse en esa injusta mitad.
Me parece claro: si un libro —de temática antropológica— publicado hace medio siglo y reeditado, no hace mucho, en el idioma de la mayoría de los países católicos, puede sorprender por las preguntas que provoca, y nuestras sociedades se encuentran tan alejadas de los ideales humanistas y mesurados de los griegos clásicos, es que estamos en el extremo prohibitivo del movimiento pendular, que se ha ralentizado y que amaga con detenerse en esa injusta mitad; simulación de libertades y crímenes catárticos que vuelven espectáculo ambas facetas: el acceso al show de la emancipación y la visualización de aspectos bestiales a que accede el ser humano.
Nunca más la orgía como fiesta divina encaminada al equilibrio y el disfrute. ®
Notas
1 Ying, Hong, K: El arte del amor, El Aleph Editores, 2da ed., 2005, p. 144.
2 Fiestas “al desnudo” donde está prohibido el uso del condón.