Una novela borderline

Las virtudes capitales, de Érik Martínez

Ésta es una noche de sirenas y marranos. Bienvenidos. En un rincón de la cantina el sonido y las luces se mezclan en una cuba inmemorial. Suenan las voces salidas de quién sabe qué lenguas. Las putas bailan, pichonean, es la coreografía del desastre. O son sólo tragos de más. Rebasar la frontera del recuerdo. El desmadre después del borde, la reconstrucción de la noche. Bienvenidos al Magnolia bar, nuestra ciudad.

Las virtudes capitales [México: Resistencia, 2008] es una atmósfera de voces. La novela se construye en un espiral oral. Los personajes hablan y recuerdan una noche en el Magnolia: un crimen, un atentado, el desmadre, motivos, secretos. Y como en una peda de arrabal la verdad es una coincidencia imposible. La reconstrucción es imaginación, oráculos, pasados cochambrosos. Ráspale y sácale brillo a la memoria: “Porque es en lo que me entretengo, en revisar aquel momento, en reinventarlo siempre de nuevo, asidero en estos momentos asiduos”.

Érik Martínez (Ciudad de México, 1961) nos lleva a una ciudad en la frontera del norte mexicano. Donde todo pasa, transita o se trafica. Gringos y gabachas deschongadas, narcos y policías en comunión, una prostituta llamada Ofelia, un negro conocido como el Hamlet. La violencia es la mamacita protagónica. Violencia en los marranos chillando y quebrando polis, violencia en las bocas, violencia en una aventura lingüística. El lenguaje mismo agarra aire:

que leer no es como coger pinche negro te lo digo yo que si te gustara tantito la panocha yo te lo enseñaba piensa ella ya arrellanada en el catre bajo el ventilador inútil como hombre rotante o igual diera inmóvil con la magnolia enfrente flotando en el aire a esta hora desflorada de vástagos mientras deletrea el editorial idiota de hasta cuándo clamarán nuestras bocas justicia conciudadanos pero no sabe ella si lo lee bien o regular qué con la vista cansada y con que se adormila con el calorón que tres agentes del orden degollados sólo en una noche y encontrado también lo que parece ser el torso destetado de una señorita.

Esta escena la vemos como vemos nuestro rostro en el espejo una mañana de cruda. Borrosa, fragmentaria, cansina, golpeada, primero los ojos hinchados, luego la boca seca, nos reconocemos poco a poco, a pedazos, después se percibe el lugar, algo no está como debería, algo turbio, agua fría en la cara y se ven con precisión los estragos de una noche que debería ser imborrable.

Erik Martínez narra con violencia: ritmo muchas veces sin puntuación, voces atropelladas, frases entrecortadas, ideas y humor, inglés, español y neologismos. Una estructura de puro vértigo: the borderline.

La historia se complica o se desenmaraña. ¿Cuál es el pedo? Versos shakespearianos recitados por los matones. La violencia sucede en cualquier tiempo. Las historias se repiten aunque revolcadas.

En el Magnolia la fiesta sigue. Y en la memoria se filtran los recuerdos como vistazos en una pared agujereada por balazos.

Para los chingones chingones no había más que el Magnolia. A ver memoria: Para que te torturen… —el Sarita García. Para putas grandotas, torneadas, que maman hablando de ilusiones, de anhelos, asuntos fronterizos, o pinche literatura, el PandoraElít. El Convento Rico pa los puñales y los jodidos. Pa la raza con lana y los pochos y los guanacos forrados y los gendarmes con torta, el Gringo Home. Pa guarradas todos. La santísima democracia. Pero para lo insondable, lo importante, el nuestro humilde. A secas: El Magno. Olia. Con el barrigón burócrata del Delegado. En la puerta o en el bar. En la puerta en letras chicas el rubro como si fuera contrato: No cover. En paréntesis seguido los jueves hay pozole. Es todo. La noche. ®

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Publicado en: Libros y autores, Septiembre 2011

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