Sobre la muerte de una princesa tapatía y la expulsión del autor de esta columna de un diario, y por qué Mario Vargas Llosa debería de conocer a Luis Barragán.
Atmosféricas. Llueve interminablemente, y el mercado de San Juan de Dios y la Calzada se inundan por momentos. La muchacha se resiste a mojarse hasta que no tiene más remedio que entregarse a la suave orgía de las gotas. Afortunadamente la línea dos del metro sigue funcionando. Luego cantamos, de la mano, singing in the rain, pero esa es otra historia: it was long ago, in another country, and besides the wench is dead. Una muchacha se acuerda del principio de un libro: cuando empieza a llover las gotas son anchas, y espaciadas. Otra muchacha insiste en algo que le nombra chilaut, contra el exceso de adrenalina, el abismal exceso de adrenalina. Y luego platica de los riesgos de esa invisible oscuridad, de los placeres de los electrochocs, del refinamiento ofrecido por el manicomio de San Juan de Dios. Albert Camus dijo que el único problema filosófico que vale la pena es el del suicidio. En fin, seguiremos informando all along the watchtower, ah Dylan.
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Recuento y examen de las explosiones causadas por la pasada columna sobre la vida, los tiempos y la muerte de María Inés Orendain y Corvera, princesa tapatía.
Previo: esta columna se publica simultáneamente en tres lugares: El Informador, la revista Replicante y la revista Arquine.
Una: Por culpa de mi pasada columna fui corrido de uno de estos tres medios, mi casa desde hace años. Un caballero no tiene memoria y no me acuerdo de cuál me corrieron estrepitosamente.
Dos: Recibí graves insultos, razones y cuerdas objeciones por distintas vías, verdaderamente alarmantes. De veras. Me dijeron de todo en un cierto sait que se llama pollitos o algo así. Viéndolo serenamente, todo se reduce a esto: who is afraid of aristocracy & elites? La primera comprobación es que estamos casi rodeados, casi, repito, de gentes acomplejadas y mezquinas que ni siquiera se toman el trabajo de leer bien lo que se dice en la columna y menos de entender lo que quiere decir aristocracia: el gobierno de los mejores. ¿Mejores en qué? En primer lugar en bondad humana, en cuidado por la comunidad. Los aristócratas, con alguna frecuencia, son libertarios. Este columnista, fiel miembro de la aguerrida clase media, también lo es. Ora, se preguntarán los mismos: ¿Qué quiere decir libertario? Se los dejamos de tarea, si es que los acomplejados saben hacer tareas.
¿Fue un error, una imprudencia, hablar de princesas y de mujeres emancipadas, fuertes, justas, empoderadas (gran palabra)? La conclusión es que por supuesto que no. No hay peor cosa que la autocensura, y más en estos tiempos de la desastrosa 4T.
Tres: Me obligué a repensar todo el affaire. ¿Fue un error, una imprudencia, hablar de princesas y de mujeres emancipadas, fuertes, justas, empoderadas (gran palabra)? La conclusión es que por supuesto que no. No hay peor cosa que la autocensura, y más en estos tiempos de la desastrosa 4T. Probablemente falte poco tiempo para que el mesías de Macuspana llame desde su regañera mañanera a sus hordas para que ora degüellen a todos los aristócratas capaces de ser identificados. Lo bueno es que tales personas no caen en ningún cliché. Es más, muchas podrían pasar por chairos, si no es que tienen un cierto aire condescendiente, cierta insolencia ante la tontería, la fealdad, la vulgaridad, otros tantos valores de la 4T, tan ilustrada ella.
Cuatro: Esta columna, que es un examen de conciencia leal y descarnado de lo que para este escritor conviene o no decir, para saber si es inútil tratar de comunicarse con el prójimo en buena lid, para entender mejor al mundo y entonces sí ser capaces de cambiarlo, de cambiar —como querían los surrealistas— la vida. Hacia dónde quiere la verdadera, subrayado, la verdadera aristocracia cambiar al mundo: muy fácil, hacia uno mejor para todos. Recado para los insultadores ignorantes: ¿saben acaso en dónde hay casas reales vivitas y coleando, verdaderamente florecientes? En los países más democráticos, más avanzados del mundo. Dinamarca, Holanda, Inglaterra, Noruega… Habría que pedir a los insultantes ponerse voluntariamente unas orejas de burro y consultar sus olvidados o nunca abiertos manuales de geografía, física y política.
Total parcial: parece que no fue un extravío decir lo que se dijo y se firma en la columna pasada. Y si alguien quiere más aclaraciones, o quiere optar por el venerable método de los colegios de “*ente a la salida porque te voy a partir la madre” estoy a sus purititas órdenes. Nomás que sean hombrecitos y no recurran al cobarde método del anonimato. Total general: lero, lero.
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Respetuoso recado para don Mario Vargas Llosa
Maestro: antier, a la salida del diálogo de los cinco finalistas del premio de novela de la bienal, me permití abordarlos abruptamente a usted y al licenciado Raúl Padilla. Precipitadamente pregunté a usted si conocía quién es Luis Barragán. Me dijo que no, pero alcancé, en medio del tumulto, a decirle torpemente que era el más grande arquitecto de la historia de México y que fue libertario y católico. No supe, en la boruca, su reacción. Así que me permito abundar brevemente:
Luis Barragán fue un absoluto aristócrata en diversos campos: la vida llana y diaria, sus labores de ranchero, su vida de mediano estudiante de la Escuela Libre de Ingenieros de Guadalajara, su fugaz, deslumbrante, alucinante carrera como el arquitecto del silencio y la serenidad, de la alegría y el erotismo, de la permanente y esperanzada apertura a lo divino.
Barragán fue, en más de un sentido, un loco de los balcones. Segundo premio Pritzker de la historia, y para efectos prácticos el primero, ya que la inicial entrega fue una obviedad, fue para Philip Johnson, quien era entonces el patriarca de los arquitectos gringos.
Fue un total heterodoxo, un marginal, menospreciado siempre por quienes piensan que la grandeza arquitectónica es directamente proporcional al número de cerriles metros cuadrados construidos. No ganó nunca mucho dinero: su plumaje no era de ésos: fue mucho más cigarra que hormiga, mucho más aristócrata que burgués y tampoco miembro de la meritoria clase media a la que hasta entonces su familia muy dignamente pertenecía. Eligió, para vivir, un barrio de Tacubaya con vecindades, talleres, viviendas humildes y aguerridas. Barragán creó el Pedregal de San Ángel, un fraccionamiento destinado a la alta burguesía ilustrada. Pero ni soñó en irse a vivir allí. He threw a lot along with the poor, como dice Leonard Cohen. Y allí edificó una casa estudio que es ahora un museo activo y combativo, patrimonio de la Humanidad en declaratoria del 2004 de la Unesco. Barragán fue, en más de un sentido, un loco de los balcones. Segundo premio Pritzker de la historia, y para efectos prácticos el primero, ya que la inicial entrega fue una obviedad, fue para Philip Johnson, quien era entonces el patriarca de los arquitectos gringos.
Total, cuatro comedidas peticiones de parte de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán, copropietaria y gestora desde 1993 del patrimonio general del arquitecto y por lo tanto de la casa, y de este espectador:
1 Que nos hiciera el favor de asistir a una cierta fiesta para explicarle de bulto y con elementos objetivos lo anteriormente enunciado. No se pudo, tant pis.
2 Para rogarle que en su inminente visita a la Ciudad de México se tome un par de horas para estar en la Casa de Luis Barragán.
3 Para rogarle que mencionara sus impresiones al respecto en alguna futura columna, la que sería de extrema utilidad para contener las amenazas estatistas que pudieran amenazar la libre gestión de la casa y las colecciones, todos los tesoros barraganescos.
4 Y, culpablemente, para que se dignara usted firmar un ejemplar de un libro que ha sido permanente inspiración para la Fundación y para este espectador en particular: El loco de los balcones.
Con un abrazo cordial,
Juan Palomar ®