Sólo un partido sólido, sin fisuras ni devaneos conceptuales, como rezan los clásicos, nos permitirá gobernar este espantoso país que nos ha tocado en suerte, y que se nos deshace entre las manos.
Si diez migrantes africanos, todos ellos empleados de la basura, se organizaran en una guerrilla comunista y dieran un golpe de Estado en Suiza, no sabrían qué hacer. Ahogados en un océano de dinero virtual, no podrían meterse diez francos en el bolsillo. Antes de un mes devolverían el poder, pidiendo a cambio sólo un racimo de bananas.
No está de más aclarar que en el momento del golpe ningún gendarme los detuvo ni alzó en contra de ellos su carabina de utilería. Hasta el punto de que los negros pensaron: “Esto ha sido más fácil que asaltar el Estado de El Vaticano”. La prensa progresista de todo el mundo, naturalmente, rugiría en halagos para ellos durante las veinticuatro horas del día, durante las tres semanas que duró esta revolución gloriosa. Pero ninguna de estas buenas conciencias fue capaz de enrolarse rumbo a Suiza para ayudar a los pobres negros a gobernar el cerebro financiero del mundo. Cobardemente, los dejaban morir de impotencia, de incompetencia y de inanición.
Nadie quiso la cartera de Salud. La de Educación fue pateada por los suelos, sin que ninguno de ellos sospechara que tal vez ese fuese el ministerio clave, el que les ayudaría a administrar una situación que cada hora se volvía más alarmante, más insostenible.
Ellos habían concretado el sueño del comunismo internacional: secuestrar al Rey Midas, al Papa del dinero. Pero su encarnación financiera era tan impalpable, tan intocable como su contraparte teológica. Habían estrangulado con sus rojas manos el corazón del capitalismo, que era una bomba de plástico incolora. Pero el sistema seguía funcionando. No faltaba un solo dólar, ni siquiera en el más remoto banco del país africano del que eran oriundos los cándidos terroristas.
Los cuales habían empezado a sentir los aguijones del hambre, después de haberse repartido entre los diez las insignias y carteras de lo que ellos creían el gobierno del mundo. Uno de ellos se autonombró ministro de la Guerra, entre los gruñidos de envidia de los demás, aun sabiendo que Suiza no tenía ejército. El otro se hizo ministro de Finanzas, en un país casi tan pobre como cualquier país africano. Nadie quiso la cartera de Salud. La de Educación fue pateada por los suelos, sin que ninguno de ellos sospechara que tal vez ese fuese el ministerio clave, el que les ayudaría a administrar una situación que cada hora se volvía más alarmante, más insostenible. El de más luces entre ellos, o simplemente el más ambicioso, se declaró secretario general de las Naciones Unidas.
Por lo demás, fuera de la sala de juntas del viejo palacio de Calvino, donde se habían instalado, el país marchaba con la rutinaria perfección de un reloj suizo. Nuestros héroes eran como diez mosquitos atrapados, no debajo de la carátula, sino dentro de la implacable maquinaria de un sistema de relojería que no tardaría en triturarlos.Cualquier otra guerrilla —mercenarios de todos los países del mundo, uníos—, después de leer y discutir El Capital, no se hubiese atrevido a dar ese golpe de mano. Pero el reino de los cielos es de los ignorantes, de los candorosos, de los audaces. Ningún académico del mundo que gira a la izquierda —esto es, la mitad del planeta— se atrevió a ofrecerles asesoría. La prensa de izquierda —esto es, la prensa mundial— guardó un dramático, un misterioso, un sospechoso silencio ante un hecho de tamaña magnitud, que sin embargo parecía un hecho consumado.
La extrema derecha —lo único que se puede decir en su descargo es que ellos nunca han sabido que tal sea su posición— tampoco movió un dedo. Las cosas marchaban como de costumbre, cual si en El Vaticano la papisa Juana hubiese usurpado las llaves, cual si emplease el tridente del Pescador para peinarse las crenchas de Medusa. A decir verdad, la revolución operada en el cerebro del mundo parecía no tener programa. Daba la impresión de que se organizaba sobre la marcha, A esa conclusión llegaron los dos o tres descabellados teóricos que se atrevieron a tocar el tema en las revistas más prestigiosas y especializadas. Ninguno de ellos se atrevió a decir que se trataba de una revolución incompetente, de una revolución agónica. Y no callaron por un exceso de optimismo, sino por pura y simple ignorancia.
(16 y 17 de mayo de 2021)
Mutatis mutandi (Minuta de un militante)
En vista de que la situación ha empeorado, se imponen algunas medidas de emergencia:
1 No más de diez asesinatos selectivos —no menos—, de carácter meramente didáctico, que los medios de comunicación difundirán ampliamente y de manera gratuita.
2 Recuperar las brigadas de ajusticiamiento de otra época, que mantendrán a raya a la militancia en las provincias, operando éstas sí de manera sigilosa pero implacable.
3 Convertir a los cárteles en estructuras de operación de alta eficacia, dada la cobertura territorial que han alcanzado y la cantidad de armas y de dinero con que han contado siempre.
4 Exterminar sin piedad y sin tardanza las guerrillas serranas y los grupos de choque suburbanos, que tan mala imagen pública dan a nuestro movimiento.
Convertir a los cárteles en estructuras de operación de alta eficacia, dada la cobertura territorial que han alcanzado y la cantidad de armas y de dinero con que han contado siempre.
En el primer inciso, recomendamos que se trate de personajes connotados, pues su propia visibilidad ahorrará el número de ejecuciones.
En cuanto a las brigadas, éstas serán integradas e instruidas en la Escuela de Cuadros, los Centros de Propaganda Fide: es hora de que los neófitos dejen de alimentarse con poesía indigenista y novelitas más o menos obscenas acerca del narcotráfico.
Respecto al tercer ítem, será suficiente con entregarle a los halcones y sicarios algunos textos ideológicos básicos, publicados por la editorial de gobierno.
En cuanto a los jefes de plaza, los operadores financieros, etc., se les reconocerá un grado de mando acorde con su posición y relevancia dentro de las estructuras de producción y distribución en las que operan.
Sólo un partido sólido, sin fisuras ni devaneos conceptuales, como rezan los clásicos, nos permitirá gobernar este espantoso país que nos ha tocado en suerte, y que se nos deshace entre las manos. ®
(30 de agosto de 2019)