Protestas. Una ciudad desquiciada. Una reforma educativa que, dicen los maestros disidentes, no pasará. No a la evaluación. ¿Y las plazas que pueden venderse, heredarse, tranzarse? Niños sin clases, anarquistas que ven en este movimiento el principio de la revolución. Policías y soldados golpeados…
Despierto a las siete de la mañana y enciendo la televisión. Alcanzo a ver una parte del noticiero. Hay varios tipos vestidos con trajes oscuros muy bien planchados —parece una moda entre políticos comprar los trajes en la misma sastrería— sentados alrededor de una mesa redonda con humeantes tazas de café: hablan de la reforma educativa. De los beneficios que ésta traerá a la educación pública del país. Responden a preguntas mal planteadas —eso también es una moda en televisión.
Del otro lado de la pantalla, en las calles, está lo que históricamente se conoce como el problema magisterial. Para nadie es un secreto que hasta hace poco tiempo las plazas para los profesores se vendían, cuando no se heredaban, cual tierras medievales, y si a eso le sumas una Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), capaz de desestabilizar a un país entero menudo, problema tienes en casa. Entre los maestros también hay quienes saben de movilizaciones sociales, pues han tenido tiempo suficiente para estudiar maestrías con las distintas organizaciones independientes que se mueven en la ciudad, que saben tomar las calles por distintos puntos; que saben, incluso, provocar a la policía para que sea ésta la que responda a los golpes y luego sumar un pretexto para protestar y salir a las calles: la represión.
“Los maestros no tienen de qué preocuparse; al contrario: van a ser los primeros en salir beneficiados”. También la educación. Se habla tanto de ella hoy en día y hoy en día a todos les preocupan los pobres niños que se quedan sin clases; padres de familia que frente al hartazgo y la desesperación recurren a los insultos, lo cual provoca que predomine por momentos un discurso discriminatorio.
“Los maestros no tienen de qué preocuparse; al contrario: van a ser los primeros en salir beneficiados”. También la educación. Se habla tanto de ella hoy en día y hoy en día a todos les preocupan los pobres niños que se quedan sin clases; padres de familia que frente al hartazgo y la desesperación recurren a los insultos, lo cual provoca que predomine por momentos un discurso discriminatorio, como documenta Juan Carlos Romero Puga en su blog de Letras Libres: “La cólera de los imbéciles”: “Nada habla tanto de nuestra ignorancia o de la aceptación poco crítica de la información que recibimos de terceros como el abuso en el lenguaje de discriminación y estereotipos cargados de desprecio. Deberíamos esperar más de los medios”. Y, por otra parte, es comprensible: “Te partes la madre todo el día en la oficina, sales temprano, quieres llegar a tu casa a descansar y los pinches ‘maestritos’ te joden la tarde, ¿dónde está el gobierno?, que se pongan a trabajar”, dice Carlos desde la ventanilla de su automóvil, uno de los tantos y tantos automovilistas enfurecidos al encontrarse con la avenida Reforma cerrada y con un caos vial.
Algunos saben de lo que hablan, o eso parece: “¿Sabes cuándo se va a acabar esto?, cuando a los dirigentes sindicales les den su buena mochada”, dice un amigo. Hace una pausa. Alguien le acaba de indicar que lea una nota del periódico que habla del enorme despliegue policiaco de un día antes, cuando a los maestros les impidieron cerrar el Periférico, una de las vialidades más importantes de la ciudad. “A los maestros los utilizan nada más como peones”, remata; otros copian información, repiten, cual periquitos amaestrados, lo que escuchan en la radio, en la televisión, con la vecina mientras tiende la ropa, con el compadre mientras compra el pan, en el transporte público. Aprenden a informarse repitiendo: lo de hoy es estar en contra o a favor, con los malos o con los buenos, y vete a saber dónde están. Vamos, hasta Roger Bartra le entra a la contienda y explica que estamos frente a un grupo (la CNTE) que “pertenece al viejo mundo de la cultura nacionalista revolucionaria que lentamente se está desvaneciendo y está contaminada por la putrefacción de una cultura sindical que se resiste a desaparecer del panorama político”. Agregaríamos al sindicato de los telefonistas; también al de los electricistas, radicalizados por una izquierda mexicana que al parecer poco a poco está dejando de serlo, pues por lo menos en lo que respecta al paquete de reformas hacendarias sólo se oponen a una o dos propuestas, entre otros detallitos más.
“No hay que caer en la confusión. La reforma educativa no es sólo un tema de educación, es presupuesto, capacitación, infraestructura, equipamiento y materiales de estudio, esto con el fin de elevar la calidad de la educación y al mismo tiempo mantener las conquistas laborales”, es lo que explica Juan Díaz de la Torre, titular del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) en el periódico La Prensa de Zacatecas el pasado 5 de septiembre. Por su parte, el secretario de Educación, Emilio Chuayfett, en una entrevista con Carmen Aristegui el mismo día, asegura que “la reforma educativa sí, parcialmente, es laboral. Si faltas tres días consecutivos, dejas el servicio. Si faltas tres días de manera discontinua, pero en treinta días de plazo, dejas el servicio. Si no acudes a las evaluaciones o no acudes a los servicios de capacitación, dejas el servicio. Esto lo acordamos con los tres partidos que integran el Pacto por México”.
En ocasiones, y más si de política se trata, te obligan a entrar al bando de los buenos o los malos (aunque en realidad no debería haberlos), los que están a favor o los que están en contra: un partido de futbol en un estadio atascado de gente que se llama México. Si no sabes de qué van las reformas del Estado igualmente protestas en automático por miedo a que te asocien como un fiel publicista que trata a los demás como idiotas. Acá, en México, protestar es un ejercicio que casi viene incluido como obligación en tu credencial del Instituto Federal Electoral (IFE). No importan los líderes de ese charrismo que en algún momento creímos decrépito. Tampoco importa que muchos de los que acuden a tomar las calles ni siquiera sepan en qué consiste la reforma. A ellos les dicen que tienen que subir a un camión, que se tienen que bajar y unirse a su equipo, que tienen que gritar, y en caso de que haya madrazos, pues una de dos: a correr o a ponerte al frente, tal y como sucedió durante el último enfrentamiento contra granaderos, donde quedó bien documentado, al menos gráficamente, que algunos maestros golpearon a granaderos.
Dejo amarrada la bicicleta en la esquina de Bucareli y Reforma. Miro a mi alrededor. Me empapo de hombres y mujeres que se dispersan por distintas zonas en grupos de aproximadamente diez personas. Uno de ellos está en la esquina. En una pick up Nissan suena un altavoz colocado en el techo.
—Compañeros de Iztapalapa, ¿en qué quedamos?, ¿no dijimos que la lluvia no nos iba a hacer nada?
Una lluvia ligera con algo de viento frío. Tengo hambre. Por un momento me distraigo y miro las hamburguesas Carl’s Jr. Una especial con tocino, dice el anuncio. No tengo dinero y, además, están cerradas. Son muchos los negocios que lo han hecho y los empresarios reportan pérdidas millonarias. Me quedo con la imagen. No de los empresarios. De la hamburguesa. Doble porción de tocino. Lástima.
Sobre la avenida Reforma avanza otra pick up. Suenan las mismas históricas consignas de siempre acomodadas según las circunstancias. Para eso están. No se van a poner a inventar nuevas cada vez que hay que salir a la calle.
Camino, tomo algunas malas fotografías con un lamentable iPod. Primera fotografía: rostros demacrados quemados por el sol. También hondas miradas donde el cansancio y el fastidio hacen de las suyas. Una que otra sonrisa que intenta serlo y se queda en mal intento. Dientes grandes y sarrosos. Cabelleras amarillentas mal teñidas. Sombreros de distintos tipos donde prevalecen los tipos rancheros. Bigotes como corbatas en morenos rostros de señores con botas a lo “Piporro”, bajitos y obesos con camisas de cuadros metidas y cinturones con decoración de hilo blanco bordado sobre el cuero café o negro. Apesta a sudor rancio mezclado con lluvia. Como de cualquier estación del metro. Imaginen ustedes.
Sobre la avenida Reforma avanza otra pick up. Suenan las mismas históricas consignas de siempre acomodadas según las circunstancias. Para eso están. No se van a poner a inventar nuevas cada vez que hay que salir a la calle.
—¿Usted es maestro? —le pregunto a un señor de camisa color beige, pantalón de vestir gris y botas negras como las de Vicente Fernández. Tarda un instante en responder. Alza una pierna: una de las botas queda en la banqueta del camellón de avenida Reforma, frente a una mierda de perro.
—No, qué va, yo sólo estoy de chismoso, vine a ver qué se traen.
No me mira a los ojos. Así como él hay muchos: desde las orillas ven a los maestros como una especie en peligro de extinción. Algunos de los “chismosos” condenan que los maestros salgan a las calles, que las “secuestren”; otros incluso aplauden y se suman a las consignas, se informan. ¿Hasta dónde llega el derecho a manifestarte?, es una pregunta que se multiplica, son muchos los que están en contra. Hace algunos años incluso se pensó en la ridícula idea de construir un “protestódromo” para que ahí se concentraran todas las manifestaciones.
—Diles que regresen a trabajar… ¡huevones!
Una madre con una playera de las Chivas, pants gris y zapatillas planas le dice algo a su hijo adolescente que viste una playera verde de Pokémon, pantalón de secundaria técnica y unos deplorables Converse. Mira a los maestros. Quién sabe lo que piensa ese adolescente que se ha quedado sin clases. Sería interesante preguntarle, pero sin la madre a un lado.
Sentado en la banqueta del camellón de avenida Reforma, visiblemente agotado, está el hombre, justo frente a la entrada principal de un lujoso hotel custodiado por granaderos que descansan sus escudos en el piso mientras bostezan, revisan sus celulares, hacen bromas entre ellos y, de vez en cuando, se toman su tiempo para voltear a verle las nalgas a las mujeres que salen por las puertas de cristal del hotel.
Las dos maestras están de pie.
—Esperemos que no caiga otro tormentón —dice una de ellas mientras echa un vistazo al cielo nublado.
—Quiero recoger el testimonio de lo que ocurre… —les digo tras presentarme. También les pido autorización para grabarlas. Desde la banqueta, con la cabeza inclinada, el hombre responde que sí y señala a la mujer que acaba de hablar.
—Que ella le diga.
La mujer se llama Angelina Almaraz Rivera y es profesora de educación primaria con casi treinta años de servicio en una escuela de Cuajimalpa.
—¿Cómo empezó el movimiento magisterial? —le pregunto. Tarda en responder. Sopesa la respuesta. Seguramente no es la primera vez que se la hacen. La otra mujer no me quita la vista de encima. Me ve de arriba a abajo. Desconfía. Quizás en algo me ayuda el casco azul de ciclista que cuelga de mi mochila. Pienso que es mejor que un casco de granadero o de soldado. Responde: “Desde 1979, con la Coordinadora Nacional. Y surge como una alternativa a la traición de los líderes sindicales del SNTE. Se conforma en Oaxaca. Ahí, con los compañeros que trabajan en las distintas comunidades, que se defienden de los abusos de la clase en el poder. No te creas, Oaxaca nos ha mostrado camino. En 1989 comenzó la movilización nacional del magisterio, en sus distintos niveles, por una democracia sindical. Se consiguió romper el tope salarial y estructuramos comités ejecutivos seccionales democráticos hasta 1998”.
El secretario de Gobernación, Emilio Chuayfett, declaró: “No estoy ausente de la problemática magisterial, esto no coincide con los mecanismos de lucha de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, pues no se puede dejar a los niños sin clases”. Agrega, al referirse a los resultados inmediatos de la reforma educativa, que “Cada año se renovará un 4.5 por ciento de la planta de maestros. En diez años estaríamos con 45 por ciento, y si aceleramos el procedimiento estaríamos a la mitad. Y en doce años en 60 por ciento”.
El sonido de las consignas aplasta. Se hace más fuerte conforme se acercan los distintos grupos. En desorden. Por momentos todo es un entrecruce de gritos ininteligibles, a los que se añaden los gritos de los vendedores ambulantes. Ellos sí reportan buenas ganancias económicas. El vendedor de mangos en vasos. El vendedor de abanicos. El de las capas de plástico para la lluvia. Éste pasa frente a nosotros. “¡Capas, capas, capas pa’ la lluvia, pa’ que no se moje!”, y el hombre le pide silencio con un “¡shhhh!” De cualquier manera, sus gritos se alcanzan a meter en la grabación.
Acerco la grabadora a los labios cuarteados y mal pintados de rosa de la mujer. La otra mujer en ningún momento me quita la vista. Tiene un rostro bondadoso y mejillas chapeadas.
—¿Qué pasó entonces?
—Se infiltró una maestra que mantuvo alianza con Elba Esther Gordillo. La Sección 9 se fracturó. De ahí a la fecha los maestros continuamos en lucha por la democracia sindical. Ahora, básicamente, es para recuperar la educación pública y por la defensa de nuestro trabajo.
Comienza a llover un poco más fuerte. Espero que la grabadora no se descomponga.
—¿Los maestros se niegan a ser evaluados? —pregunto. En los éxamenes de oposición para docentes en 2013 la mayoría de los maestros reprobó y aun así les dieron las plazas. “Huevones”, recuerdo el adjetivo de la madre. La mujer agacha un poco la cabeza. Por encima de la montura dorada de sus lentes alcanzo a ver la mirada reflexiva de sus ojos claros.
—De ninguna manera: si nosotros somos maestros y evaluamos a los alumnos, resulta obvio que promovemos la evaluación. Lo que se pide es que se dé en los términos de nuestro ámbito laboral, que sea elaborada por personas que estén dentro del servicio y no por personas ajenas, y que además sea completamente objetiva.
¿Los maestros se niegan a ser evaluados? —pregunto. En los éxamenes de oposición para docentes en 2013 la mayoría de los maestros reprobó y aun así les dieron las plazas. “Huevones”, recuerdo el adjetivo de la madre. La mujer agacha un poco la cabeza. Por encima de la montura dorada de sus lentes alcanzo a ver la mirada reflexiva de sus ojos claros.
Por momentos las consignas se callan, entonces queda un silencio extraño. No porque uno no esté acostumbrado a silencios así, pero éste parece gritar quién sabe desde dónde, o desde las tantas y tantas calles tomadas por los maestros.
—¿Cuál es la estrategia que siguen?
El hombre que está sentado saca una cajetilla de Delicados sin filtro. Enciende uno. Suelta la primera bocanada y el humo gris nos cubre durante algunos segundos. Deja el cigarro encendido en su boca y cuelga los brazos a los lados. Parece una marioneta cansada.
—Se está consensuando un paro indefinido. Será previo trabajo con los papás para que ellos nos respalden, porque al final nos vamos a quedar sin salario… es una medida necesaria para conseguir cada uno de los objetivos.
Las movilizaciones han ocasionado, entre otras cosas, un caos vial que si bien es recurrente en la Ciudad de México, sobre todo en las horas pico, no deja de molestar a los ciudadanos que se transportan en autobuses, peseros y automóviles. Una buena tarde arrancas tu auto y sabes que tardarás media hora en llegar a casa; enciendes el estéreo y avisan de una manifestación. Esa media hora se vuelven dos fastidiosas horas donde ya ninguna canción consigue calmarte.
—¿Qué les dicen a los que se quejan de los problemas que ocasionan en la ciudad?
Mientras hago la pregunta la maestra me da la razón y mueve la cabeza. Sabe que es cierto. Han recibido insultos de automovilistas furiosos (esos mismos que acudirán a terapia la semana siguiente).
—Pueblo, disculpa. Lamentamos afectarlos. Pero esta lucha es por todos. Porque finalmente el maestro no lucha para sí. Lo hace por la educación pública. Por despertar la conciencia de los habitantes de la ciudad. Cada vez nos vemos más explotados. La reforma educativa claro que nos va a afectar. También la reforma energética. Se quiera o no, el movimiento magisterial viene con todo, y es para la población pobre, porque los gobernantes quieren más pobres todavía.
«Mira, yo no estoy a favor del gobierno de Peña Nieto, pero si la reforma educativa se lleva a cabo tal cual lo manifiestan, se va a cambiar el rumbo del país en materia educativa… Yo lo veo como una oportunidad histórica para México”.
En entrevista por teléfono, Ave María Panamá García, asesora legal del SNTE, me dice: “Con la reforma educativa las escuelas podrán organizarse para arreglar el plantel con la ayuda de los alumnos, maestros y padres de familia. Esto siempre se ha realizado, pero no se debe dar por escrito sino en los hechos. Y creo que en esta situación se debe especificar muy bien qué papel desarrollará el sindicato de maestros; además que muchos de los docentes que vemos en las calles marchando se irán debido a que no quieren presentar la evaluación; otros están peleando el retiro voluntario anticipado… Mira, yo no estoy a favor del gobierno de Peña Nieto, pero si la reforma educativa se lleva a cabo tal cual lo manifiestan, se va a cambiar el rumbo del país en materia educativa… Yo lo veo como una oportunidad histórica para México”.
Los granaderos frente al hotel se retiran en orden hacia el autobús que los llevará al cuartel. Cargan de lado sus escudos, alzan las caretas de sus cascos. Muchos de ellos sonríen como si posaran para una fotografía.
Antes del primer informe de Enrique Peña Nieto corría el rumor de que se reprimiría el movimiento magisterial. Cosa que no ocurrió, por fortuna. No obstante, en los momentos en que termino esta crónica la policía antimotines rodea el Zócalo de la Ciudad de México, lista para desalojar al campamento de maestros con motivo del Grito de Independencia. Está claro que a ninguna de las dos partes conviene que se resuelva el problema por la vía violenta.
Quito el candado a la bicicleta. Pedaleo despacio sobre la avenida Juárez —la de Efraín Huerta. Pienso mientras me mojo. Miro por última vez el anuncio de las hamburguesas. Casi me despido de su doble ración de tocino. Al pasar frente a otro hotel lujoso un policía escupe casi frente a la llanta delantera de la bicicleta. Sonríe. “Te estás mojando”, comenta. Lo ignoro. Atrás de él ondea la bandera de México. ®