Los príncipes de la bolsa siguen acumulando dinero y recursos sin contemplaciones. Estudios poco difundidos apuntan a que los bancos de todo el mundo pudieron aguantar los primeros embates de la crisis financiera gracias al dinero “fresco” procedente del narcotráfico, de la prostitución y de la venta de armas. El dinero no huele. No tiene fronteras.
Los soldados presentaron armas con sus alabardas, abrieron las verjas y volvieron a presentar armas cuando el pequeño Príncipe de la Pobreza entró con sus andrajos ondulando, a estrechar la mano del Príncipe de la Abundancia Ilimitada.
—Mark Twain, Príncipe y mendigo
“Demasiada gente rica” se titulaba la ponencia de Paul y Ann Ehrlich, dos neomalthusianos, en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de El Cairo, en 1994. Según sus conclusiones, “el impacto de la humanidad en el sistema de preservación de la vida en la Tierra no está determinado meramente por el número de personas vivas en el planeta. Depende del comportamiento de esas personas. Cuando tenemos en cuenta este comportamiento surge un panorama completamente diferente: el principal problema de población está en los países ricos. Hay, de hecho, demasiada gente rica”.
Los Ehrlich se parecen mucho a los economistas: no aciertan una, pero todo lo que dicen parece tener sentido. Paul R. Ehrlich, en su clásico The Population Bomb (1968) —átense los machos— pronosticaba que la explosión demográfica iba a provocar entre 1973 y 1983 —algunos de nosotros casi ni habíamos nacido— “la muerte de un tercio de la humanidad por hambre”. En los años noventa se habrían agotado ya los recursos naturales —con el petróleo siempre han sido muy agoreros y no paran de aparecer nuevas bolsas. Recuerdan a esos estafadores con comercios que siempre tienen una pancarta colgada en la que se asegura que la oferta actual es por cierre— y buena parte de la raza humana habría desaparecido antes de 2015.
Sin embargo, los economistas y los que viven de los mercados —esos entes que nadie sabe quiénes son porque se camuflan bajo mil y una sociedades y son ayudados en su invisibilidad por todos los gobiernos de las mayores potencias— no pretenderán nunca lo que llegó a proponer Ehrlich: la creación de un gobierno mundial autócrata que fijara cuotas reproductivas (como hizo China hasta anteayer) y administrara los recursos de la Tierra toda en que aún respiramos.
Ricos en tiempo y dinero
Ehrlich, luego de todos sus épicos fallos, sigue pensando que hay demasiados ricos. ¿Pero qué es ser rico? Según Aitor Zárate, un antiguo jugador de baloncesto español que ahora se dedica a enseñar a jugar en mercados de futuros y asesora sobre métodos para eludir cargas fiscales, no son ricos los que tienen sólo dinero, sino aquellos que tienen tiempo para disfrutarlo.
Para Zárate, admirador de Bruce Springsteen y autor de varios bestsellers en España y Portugal sobre el mundo del dinero, no existen izquierdas ni derechas “ni en economía ni en nada. Son conceptos trasnochados igual que aquellos que todavía creen en esas tonterías a esta altura de la película. Cada uno debe centrarse en el individuo que es y buscar su perfeccionamiento personal y tirar a la basura todas las creencias inmovilizadoras: el concepto izquierdas y derechas lo es para la mayoría de la gente”.
Para Zárate izquierda y derecha son conceptos colectivistas que sólo sirven para hacer creer a determinada gente que el agrupamiento es necesario. “No somos iguales, por tanto la desigualdad debe existir. No todo el mundo merece ni está preparado para la riqueza y por tanto generalizar con respecto a la idea de distribución (la redistribución jamás) me parece una ligereza”, enfatiza en una entrevista que le hice este año.
Zárate asegura que existen métodos para hacerse rico, “pero el meollo no está ahí: está en la toma de decisiones, el sacrificio y el conocimiento; la mayoría no quiere tomar decisiones, por supuesto no quiere hacer el sacrificio de adquirir el conocimiento.
Para los que nunca hayan oído hablar del mercado de futuros, este gurú de las finanzas lo desvela llanamente: “Mercado en el que alguien se obliga a comprar una cosa determinada a un precio determinado en una fecha determinada. Obviamente hay otra persona que tiene la obligación contraria. Hay 800 tipos en el mundo y sirven para tres cosas: ganar dinero, no perderlo y mejorar como persona”. Si en algo insiste Zárate en sus libros es en la necesidad de un progreso “espiritual” que llevará a hacernos más ricos en tiempo y dinero. Este progreso no tiene nada que ver con la religión, ni mucho menos, más bien al contrario: hay que desembarazarse de creencias “limitadoras”. Si en política lo eran, como hemos visto, las izquierdas y las derechas, en economía la religión, en especial la católica, es un importante baldón del que hay que prescindir cuanto antes. “La católica es la religión de la culpa: si haces algo mal, te castiga, y si lo haces bien te premia, de un modo patético. Hay que ser humilde, esconder los logros… ¡Al carajo! Es un conjunto de ideas que no sirven para nada y en mi vida lo que no vale lo tiro a la basura. No nos engañemos: la salvación no existe, entre otras cosas porque no la necesitamos, pero desde luego la religión protestante, que pone énfasis en el trabajo, es sin duda más acertada. En la vida tenemos un tiempo y una energía y funciona con dinero. Por tanto hay que gestionar nuestro tiempo, nuestra energía y el dinero que recibimos a cambio de nuestro tiempo y energía. Cualquier persona o religión que defienda alguna idea contraria a esta verdad… tiene orden de alejamiento para conmigo”, explica.
Zárate asegura que existen métodos para hacerse rico, “pero el meollo no está ahí: está en la toma de decisiones, el sacrificio y el conocimiento; la mayoría no quiere tomar decisiones, por supuesto no quiere hacer el sacrificio de adquirir el conocimiento. Y por último el 90% de la población no está preparada para ganar dinero. Mi sistema no es más que un método, un arma para conseguir un objetivo y no tiene nada de piramidal. Es como las lentejas: si quieres las tomas y si no las dejas”.
Responsable de la crisis: la incultura del ciudadano de a pie
Aitor Zárate opina que la economía financiera que cada día hace subir y bajar la bolsa como una noria tiene “alguna” responsabilidad en la crisis mundial actual. “Pero la mayor responsable es la incultura del ciudadano de a pie. Si hubiese un poco más de cultura hay ciertas cosas que serían: si no se pensase solamente en el ladrillo como inversión o en los fondos de inversión, si nuestra cultura no estuviese basada sólo en el ladrillo y el turismo otro gallo nos cantaría. O la forma de pensar del individuo en España cambia (algo muy complicado) o el país lo va a pasar muy mal y vamos a estar diez años con un nivel de paro del 20%”, predice.Ante este panorama indica que ningún colectivo, el Estado nacional, por ejemplo, va a hacer nada. Él aconseja que cada individuo “aprenda y no se deje engañar. Cuando me engañan una vez, la culpa es de quien me engaña. Si me engañan una segunda, la culpa es mía, y si me engañan una tercera es que soy tonto del culo”. Este tipo de expresiones, entre frescas y limítrofes con lo políticamente correcto, son habituales en su blog “Mi vida en un pendrive”, que, como todo lo que está relacionado con su método para hacer dinero y sus empresas, hace referencia al Factor K.
Aunque publica en Internet, Zárate no cree ni en la publicidad ni en Internet. “Creo en el directo. El Espabila (un seminario de trading) es eso: me pongo delante de un grupo de personas e intento extraer mi energía y metérsela en vena, que haya una transmisión bidireccional de energía”, argumenta. No tiene perfil en Facebook y en sus últimas entradas en el blog habla a menudo de la “deselectrificación”: borrar no sólo los rastros físicos de las operaciones económicas, sino también los digitales. “El sistema tiene que tambalearse, cosa que ya ha comenzado. Para construir, primero hay que destruir”, llega a decir en una anterior entrevista. Su libro El Factor K (bestseller) lleva por subtítulo “cómo desaparecer y pagar menos impuestos”. Para Zárate, hay un concepto denominado economía de opción: “si hay dos formas de hacer las cosas y una resulta más barata es perfectamente lícito el tomarla. En los impuestos pasa eso, salvo para los trabajadores por cuenta ajena que no tienen ninguna posibilidad”.
A finales de noviembre escribe en su blog:
No olvides una cosa, es un secreto: “Ganar dinero es fácil. Mantenerse interesado es otra cosa”. Hasta que no realices una actividad con interés, verdadero interés, preocupándote sólo por el hecho de realizarla de manera impecable, sin importarte el resultado, no conseguirás ganar dinero. Si consigues hacerlo así, es decir si actúas de manera autotélica (independiente, autosuficiente), verás como todo fluye, incluso el vil metal. ¿Qué hace la mayoría? Preocuparse por el resultado descuidando el cómo hace la actividad. ¿Resultado? Aburrimiento, hastío, pobreza mental y poco dinero (es el activo más importante que tenemos y el que nos dan a cambio de nuestro tiempo: es decir ahí, en lo que nos pagan, está expresado de una tacada nuestro valor y precio: el verdadero). ¡Os estoy viendo fruncir el ceño! ¡Creedme, tengo razón!
Este gurú de las finanzas está haciendo planes a siete años vista y entre sus objetivos estaría construir una ciudad —K-plex— y fundar un “banco de los pobres” en el que cualquier inversionista podría participar a partir de cantidades muy pequeñas de dinero.
¿Lo conseguirá? No soy economista ni profeta: tan sólo hablo del presente e intento hacerme una composición de lugar sobre lo que ha sido el pasado. Métodos para ganar dinero siempre ha habido (en Estados Unidos hay varios lugares donde te enseñan a operar en futuros, con fórmulas preestablecidas) y en España, no hace mucho tiempo de ello, una familia —la García-Pelayo— saltó a la fama por conseguir un sistema con el cual ganar dinero a varios juegos de casinos. Ahora, que los han vetado en todos ellos, están probando fortuna en el póker real y virtual.
Dinero, dinero, dinero. ¿Y qué ocurre cuando lo que falta es eso?
Los parias de la modernidad
“Las desgracias eran tan comunes como el hambre en aquel lugar. Sin embargo, el pequeño Tom no era infeliz. Lo pasaba bastante mal, pero no lo sabía”, cuenta Mark Twain en Príncipe y mendigo al hablar del pequeño Tom Canty. Cualquiera que leyera este clásico sabe que el pobre —como pasara con don Quijote, obra que admiraba Samuel Clemens— se vuelve “príncipe” tras leer unos libros —de un sacerdote, durante tiempo guardianes del conocimiento, del K —knowledge— y por ende, dueños de la economía al estar compinchados con el poder. Realmente no se vuelve, sino que “se cree” príncipe, y el azar consigue que lo confundan con uno de verdad.
A ellos les recetamos tecnología para todo: para la anticoncepción, para producir más, para “progresar”. Y somos “nosotros” los que pagamos a precio de saldo sus productos mientras les vendemos a precio de oro nuestra tecnología.
Comenzaba mi exposición con la teoría de los Ehrlich (ampliamente compartida por la mayoría de organizaciones ecologistas de la actualidad) sobre que había demasiados ricos. ¿Y no será que hay demasiados pobres? Zárate cifraba en 90%, nada menos, la población no preparada para ganar dinero. Los estudios más optimistas dicen que el 20% controla los recursos de toda la humanidad, por lo que, aunque Zárate se empeñase, sólo quedaría un 10% capaz de tener algo de lo que no comen, gastan, malgastan, despilfarran los otros, los megarricos. Aquí en España se señala a veinte familias que controlan la economía. En México, quizás diez tan sólo. Aunque Zárate diga que un colectivo como el Estado no puede, un país como Brasil consiguió con Lula pasar de ocupar el tercer lugar entre los países con mayor desigualdad al décimo puesto.
En su libro Vidas desperdiciadas el sociólogo polaco Zygmunt Bauman —el inventor del término “modernidad líquida”— cree que lo que sobran son pobres. El capítulo 2, titulado “¿Son ellos demasiados? O los residuos del progreso económico” comienza:
Ellos son siempre demasiados. “Ellos” son los tipos de los que debería haber menos o, mejor aún, absolutamente ninguno. Y nosotros nunca somos suficientes. “Nosotros” somos la gente que tendría que abundar más.
Bauman desbarata las teorías de los Ehrlich con una lógica aplastante, la lógica de este anterior párrafo: cuando hablamos de superpoblación nunca decimos —al menos no los europeos— que la sufrimos “nosotros”, sino “ellos”. Y en ellos se mete a China, India y toda África, por ejemplo. A ellos les recetamos tecnología para todo: para la anticoncepción, para producir más, para “progresar”. Y somos “nosotros” los que pagamos a precio de saldo sus productos mientras les vendemos a precio de oro nuestra tecnología. ¿Recuerdan la etimología de la palabra “especular”? Pues eso: seguimos intentando cambiar nuestros espejitos por su oro, nuestro conocimiento por sus materias primas. Y “nos” va bastante bien, aún. O “les” va a ellos, a los megarricos, a las multinacionales.
Bauman señala en toda su obra cómo estamos dejando cada vez más atrás del tren de la modernidad a muchísima población humana. Los nuevos pobres son los que ven imposible acceder al consumo y a las novedades del sistema capitalista. Para ser europeo o estadounidense medio hacen falta euros o dólares y “ellos”, los residuos del progreso económico, observan que los megarricos consumen —consumimos— vorazmente mientras no se les ofrece posibilidad de llegar a un estándar mínimo de consumo.
Cárceles para destruir los residuos que llegan de las zonas de frontera
“Sobre todo a los recién llegados, tales como mendigos hambrientos y sin hogar, que vagaban por el mundo porque les quitaron las tierras para convertirlas en dehesas para ovejas. Se dedicaron a pedir limosna y fueron azotados, amarrándolos a una carreta, desnudos de la cintura arriba, hasta manarles la sangre. Luego volvieron a mendigar, los azotaron otra vez y les cortaron una oreja. Mendigaron por tercera vez —¿qué iban a hacer los pobres diablos?— y fueron marcados en las mejillas con hierro candente y luego vendidos como esclavos. Se escaparon, los pescaron y los ahorcaron. La historia terminó pronto”. Eso publica Mark Twain en 1882. Más de un siglo después, pero con otros personajes y en un ensayo, Bauman nos explica lo mismo. Nos aclara que las cárceles, concebidas en el Estado Social europeo —que se bate en retirada— para reciclar a personas y reconducirlas a la sociedad “normal” cumplen ahora la función de destruir residuos humanos. Los gobiernos han entrado en una deriva enloquecida de construir más cárceles —aquí en España tenemos la triste estadística de tener la cifra más alta de presos por habitante de la Unión Europea, a pesar de ser uno de los países con una tasa de criminalidad más baja— y de recetar pena de prisión para un mayor número de delitos. Aplican la intolerancia —tolerancia cero es una expresión vana, fútil y estúpida— y dedican las condenas más duras y más largas con la esperanza de reconstruir, dice Bauman, “la débil y titubeante industria de destrucción de residuos sobre una nueva base, más acorde con las nuevas condiciones del mundo globalizado”. Las expulsiones de gitanos de Francia este mismo año no son casualidad y vienen a confirmar estas teorías de Bauman, expuestas seis años antes.Los Estados modernos ya no pueden prometer la “seguridad” que se atisbaba en aquel utópico “Estado social” y ahora optan por advertir a sus ciudadanos de constantes amenazas. Cada poco tiempo se lanzan advertencias sobre terrorismo, pandemias, graves desastres naturales y otros horrores. Estos nuevos géneros de temor —como sucedía en el año 1000 con la advertencia-promesa de la llegada del mesías en carne mortal— hace que se disuelva toda confianza, una característica que trabaja como “pegamento” en la convivencia humana. Bauman nos recuerda aquella frase de Epicuro: “Lo que nos sostiene no es tanto la ayuda de nuestros amigos, sino la seguridad de que nos ayudarán”. Ahora, la confianza se ha transformado en sospecha. Tras estos últimos secretos desvelados por WikiLeaks: ¿Quién confía en sus gobernantes? ¿Cómo otorgar credibilidad a unos políticos que en lugar de explicar sus tropelías se dedican a perseguir al que las desvela y ni se molesta en desmentirlas? Como en la fábula de Andersen, el rey está desnudo, pero no permite que se lo digamos. Tampoco que lo sustituyamos.
Bauman sitúa a los nuevos pobres en el mismo lugar que Twain colocaba a los suyos: en las zonas de frontera. En Estados Unidos se intenta blindar todo el territorio para que no pase el hemisferio inferior, en una hipócrita estrategia, pues la mayor parte de su mano de obra no cualificada está conformada por inmigrantes. En Europa hacemos lo mismo: absorbemos en la Unión a los que creemos “semejantes” pero rechazamos a “los otros”: Turquía y Marruecos. Millares de estos ciudadanos están en territorio europeo cumpliendo la misma función que los hispanos en Estados Unidos. En algunos países, como Holanda y Alemania, hay continuos conflictos por este motivo. La ultraderecha —derechas e izquierdas siguen vigentes, son formas de ver la vida, mal que le pese a Zárate— atrae votantes con un discurso xenófobo cada vez más transparente. La izquierda está ensimismada, preguntándose cuál es su función ante toda esta avalancha de incertidumbres.
Y mientras, los príncipes de la bolsa siguen acumulando dinero y recursos sin contemplaciones. Estudios poco difundidos apuntan a que los bancos de todo el mundo pudieron aguantar los primeros embates de la crisis financiera gracias al dinero “fresco” procedente del narcotráfico, de la prostitución y de la venta de armas. Como señaló en su día el imperialista romano Vespasiano —que se especializó en gravar con impuestos todo lo que se le ocurría, hasta la orina que compraban los bataneros— “Pecunia non olet”. El dinero no huele. No tiene fronteras. No se le conocen padres. Sigue sin reglas. Los jeques del petróleo reunidos en Saudi Aramco amenazan gobiernos democráticos y grandes compañías inspirados en las reglas de una teocracia absolutista. Están protegidos por los “amigos” americanos, ésos dirigidos por un Nobel de la Paz —Obama— con varias guerras abiertas y un campo de concentración sin cerrar —Guantánamo.
Sobre ellos y los que se parecen a ellos —cada día conocemos a más— escribía en 1987 el cantautor revolucionario portugués Xosé Afonso la canción “Os Vampiros”: