Variaciones sobre la melancolía

El tempo de lo inalcanzable

Una errática divagación sobre la melancolía me permite compartir con ustedes 24 piezas musicales relacionadas con este peculiar estado de ánimo —¿o condición clínica?—, de Brahms a Harry Styles.

Jacob de Gheyn II, «Saturn as Melancholy«, c. 1595.
Escribir es una forma de terapia. A veces me pregunto cómo se las arreglan los que no escriben, o los que no pintan o componen música, para escapar de la locura, de la melancolía, del terror pánico inherente a la condición humana.
—Graham Greene

I

La melancolía es un hilo que teje una variedad de actividades, las artes, la literatura, la música. En la pintura está presente en obras como “Melancolía I” (1514) de Durero o en la de Jacques de Gheyn (arriba). Compositores como Chopin, Mahler o Satie canalizan este sentimiento en piezas que dialogan con la nostalgia y lo inefable. La melancolía también habita en la obra de poetas y escritores como Keats, Baudelaire, Ajmátova, Plath o Borges.

Lejos de ser sólo ese dulce dolor, la melancolía se convierte en una fuente de creación, en un espacio en el que el ser humano reflexiona sobre su fragilidad y su lugar en el mundo.

Se le atribuye al poeta estadounidense Henry Wadsworth Longfellow la siguiente frase: “La melancolía es una tristeza, un deseo sin nada de dolor, parecido a la tristeza en la misma medida en que la neblina se parece a la lluvia”, aunque no he podido averiguar en cuál de sus numerosos libros aparece, si es que él la escribió. Es posible, pues, que sea una paráfrasis o una interpretación moderna de sus pensamientos sobre la melancolía. Me parece, sin embargo, que la frase describe a la perfección ese estado de emoción profundo y complejo que es una mezcla de anhelo, contemplación y un tanto pesarosa, no necesariamente vinculado a una causa específica —o acaso a un conjunto de ellas: amores, lugares, épocas…—. Es una sensación de añoranza de algo ausente, perdido o inalcanzable, de una belleza serena y reflexiva. Victor Hugo decía que es “la alegría de estar triste”. Se diferencia de la tristeza porque no busca una resolución: dejar atrás la tristeza para restaurar la felicidad; sería, más bien, como un susurro que invita a la introspección y al goce de su propia profundidad. Es diferente a la nostalgia, ese sentimiento de añoranza por el pasado, que no es sino la evocación de recuerdos queridos y sensaciones agradables como alegría, cariño, gratitud; la nostalgia se centra en el pasado —como la saudade—, en tanto que la melancolía es un estado que puede ser prolongado y, ya vimos, reflexivo —pero ¿quién soy yo para decir que no puede haber una combinación de todos estos sentimientos a la vez?

II

Robert Burton, en su obra La anatomía de la melancolía (1621),

incluye una variedad de disciplinas en las que la melancolía está presente, desde la literatura hasta la doctrina religiosa y desde la disciplina militar hasta la medicina y a la filosofía. La obra de Burton es fundamental para la formación de la visión moderna sobre la melancolía, dado que él es el primero en sugerir que la melancolía puede ser tanto un estado temporal de la mente como un sentimiento de depresión independiente de cualquier circunstancia patológica o fisiológica y que cada ser humano se ve afectado en algún momento de su vida por las disposiciones melancólicas.[1]

“Escribo sobre la melancolía para mantenerme ocupado y así evitar la melancolía”, escribió este clérigo de la Iglesia Anglicana, bibliotecario y académico de la Universidad de Oxford, en el prefacio satírico de su magna obra,[2] que ha servido de inspiración para escritores y poetas. Aunque las personas pueden escapar de la melancolía, decía Burton, siendo sociables y activas —“diversas actividades físicas y mentales que ayudan a vencer la melancolía. De ellas, el estudio se considera la más eficaz. Se recomiendan especialmente la memorización de textos, la demostración de proposiciones geométricas y el álgebra”—,[3] ésta es congénita a la condición humana. A pesar de su tono médico, la obra considera cuestiones más amplias, incluyendo la política de su tiempo.

Robert Burton reflexionará sobre su propia tristeza y, tal vez sin proponérselo, escribiría una obra cardinal no sólo para el barroco y el humanismo anglosajón, sino una fuente de inspiración para los poetas románticos del siglo XIX como John Keats (su poema “Lamia” está inspirado en una historia de la Anatomía…) y escritores del XX como Jorge Luis Borges (que lo cita en su cuento “La Biblioteca de Babel”).[4]

Al parecer, Burton sufría depresión clínica, aunque su espíritu, como el de fray Servando, era festivo. Por eso su obra no es oscura sino optimista. Aun así, el 25 de enero de 1640 Robert Burton decidió no salir de su recámara: lo encontraron colgado de una viga del techo.

III

¿Es la melancolía un estado de ánimo o una condición clínica? Sí y no. En el ámbito de la psiquiatría la melancolía es un término que se utiliza para describir un subtipo de depresión mayor. En este caso, la melancolía se caracteriza por síntomas específicos, como pérdida significativa de placer en casi todas las actividades, falta de reactividad a estímulos positivos, sentimientos de culpa excesivos o inapropiados, y  cambios significativos en el apetito, el sueño o el movimiento —agitación o aletargamiento—. La vieja bilis negra, la melancholia: melas (negro) y kholes (bilis), uno de los cuatro fluidos vitales del cuerpo humano —sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema— de acuerdo con la teoría humoral de Hipócrates (c. 460–c. 370 a.C.). “La melancolía se ha convertido hoy en un mal generalizado, en un estado de ánimo que embarga a la mayoría de los ciudadanos”, se lee en un texto atribuido a Aristóteles,[5] y se preguntaba: “¿Por qué todos los que han sobresalido en filosofía, política, poesía o las artes eran manifiestamente melancólicos?”

En el Romanticismo se asoció la melancolía al genio artístico, al individuo atormentado, a los poetas y pintores; la melancolía propia de las grandes sensibilidades y del talento.

No fue sino hasta el siglo XVIII cuando en el Romanticismo se asoció la melancolía al genio artístico, al individuo atormentado, a los poetas y pintores; la melancolía propia de las grandes sensibilidades y del talento. Fue en el siglo XIX cuando pasó a entenderse como una dolencia tanto de origen psicológico como corporal; véase, por ejemplo, de Sigmund Freud, Duelo y Melancolía, publicado en 1917, año que “sirve para trazar el momento en el que la melancolía deja de considerarse sinónimo de creatividad, imaginación e ingenio como lo fue durante siglos, para convertirse en el equivalente de depresión y desequilibrio emocional”.[6]

Aquí nos interesa, sobre todo, la acepción que se le atribuye a Longfellow, esa “tristeza, un deseo sin nada de dolor, parecido a la tristeza en la misma medida en que la neblina se parece a la lluvia”, y no esa pesadumbre llorosa como la que consumía a Camilo Sesto en su canción “Vivir así es morir de amor”: “Siempre se apodera de mi ser/ Mi serenidad se vuelve locura/ Y me llena de amargura”.

IV

En una parte importante de la obra de Borges la melancolía se relaciona con la memoria y el olvido —sus tres grandes temas—, y se profundiza cuando el olvido polariza los efectos de la memoria. En un pasaje de “El Aleph” un indudable sentimiento melancólico brota del vano intento de abarcar lo inabarcable, de comprender la vastedad de la experiencia humana y del mundo. Se percibe ahí un sentimiento de pérdida, de imposibilidad de asir plenamente el tiempo, los recuerdos y las cosas que nos rodean:

¿Cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? […] Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó.

En su poema “1964” dice: Sólo me queda el goce de estar triste,/ esa vana costumbre que me inclina/ al sur, a cierta puerta, a cierta esquina”.

A su vez, la filósofa española María Zambrano parece complementarlo:

En la ausencia que las cosas dejan hay una manera de presencia; en su hueco está aleteando todavía su forma. La melancolía es una manera, por tanto, de tener; es la manera de tener no teniendo, de poseer las cosas por el palpitar del tiempo, por su envoltura temporal. Algo así como una posesión de su esencia, puesto que tenemos de ellas lo que nos falta, o sea lo que ellas son estrictamente.

María Zambrano aborda la melancolía en Claros del bosque (1977), en el que aparece como una experiencia íntima ligada al vacío, la pérdida y la reflexión, pero también como un estado que permite una apertura a lo trascendente y a lo esencial de la existencia. Para ella la melancolía no es un estado propiamente de sufrimiento, sino una vía hacia la contemplación y la reconciliación con la vida: “La melancolía es el despertar a lo que no está, a lo ausente que se presiente como irremediable. Es, pues, la más alta forma del conocimiento lírico, conocimiento que, sin embargo, no redime, sino que abisma”.[7]

El filólogo jalisciense Antonio Alatorre respondió así a una pregunta de Jean Meyer: “Pertenezco más bien a la especie de los memorialistas, los que se ponen a escribir a los setenta años y hablan de su madre o de su padre, o de alguien que conocieron a los dieciséis años, y al hacerlo comprueban que están melancólicos o alegres por dentro”.[8] Más recientemente, Roger Bartra reflexiona en La melancolía moderna «sobre algunos personajes de la historia que se han visto envueltos por esta dolencia: Lincoln, Kierkegaard, Munch, Baudelaire, Goethe. Síntoma del cambio, la crisis y el absurdo, la melancolía ha sido un malestar, una dolencia presente en el alma humana que fluye persistentemente desde la Antigüedad. La melancolía ha devastado y desolado la vida de quienes ha habitado, pero a su vez ha gestado magníficas expresiones artísticas que afirman la vida —y la tensión en ella».

V

En marzo de 2009 publiqué este artículo, “Notas tristes”,[9] que reproduzco pues con éste entro de lleno al tema que me interesa: la melancolía en la música.

Cuando mi padre murió fui a su casa en Torreón y tomé, de entre sus modestas pertenencias, un pequeño búho de yeso, algunos libros gastados y un casete que se llama Música de La Laguna. La canción cardenche, que editó el INAH en 1990. Nunca había escuchado ese antiguo género que aún cantan a capella un puñado de ancianos en los ejidos de La Flor de Jimulco y Sapioriz, cerca de Lerdo. Con la muerte de Antonio Valles, Genaro Chavarría y Guadalupe Salazar —entre unos pocos más— se apagarán también decenas de esas bellísimas melodías de amor a la mujer, a Dios y aun a los fieles difuntos, aunque también las hay pícaras y de doble sentido.
“Ahora nos tiran de locos”, dijo don Lupe, “no les gusta oír eso ya, la música que está entrando está quitando todo lo antiguo”. La canción cardenche —nombre tomado de un espinosa cactácea del desierto— consta de tres o cuatro voces cansadas que se distribuyen de acuerdo con la tesitura del cantante: la grave es el fundamental, también conocida como la marrana o el arrastre; la segunda o intermedia es la que lleva la melodía, y a la más aguda se le llama contralta, arrequinte o requinto. Suele haber en medio de algunas de estas piezas largos silencios que acentúan la emotividad.
Cuando volví a casa puse el casete. Apenas unos segundos después esos dulcísimos lamentos bucólicos y esas letras ingenuas, arcaicas, me habían provocado un copioso llanto que duró toda la tarde. No lo he puesto más de tres veces porque en un instante las lágrimas escapan tan abundantes como un sorpresivo chubasco en aquellas áridas tierras.
Hace unos días Luis González de Alba[10] me envió un escueto mensaje que decía: “¿Ya habías visto esta maravilla? No logro dejar de llorar…” A esa frase seguía el link en YouTube que lleva a la hermosa canción “Stand by me” (B. E. King, J. Leiber y M. Stoller, 1961), de la cual las más famosas interpretaciones son las que hicieron Cassius Clay en 1966 y John Lennon casi diez años después, en 1975. Esta nueva versión, que es parte de Playing for Change: Song Around the World, “un movimiento multimedia creado para inspirar, conectar y ofrecer paz al mundo por medio de la música” […].
“¿Por qué lloraste tanto?”, le pregunté a Luis. Me respondió que la canción le gusta y hacía años que no la escuchaba, y que al ver a todos esos músicos tan expresivos y reflexionar sobre la intención y la tecnología que hizo posible ese coro mundial las lágrimas brotaron de manera irresistible.
Las canciones nos hacen sentir alegres, tristes o tranquilos porque las asociamos con recuerdos o experiencias, pero hay piezas musicales que son tristes en sí, como las que están compuestas en tonos menores, las cuales probablemente estimulan o detonan algo en planos subliminales. Puede ser la “Rapsodia de un tema de Paganini” de Rachmaninoff o una simplona balada comercial. “Un amigo mío”, dice Luis, “me dijo que las canciones griegas, aun sin entender la letra, le causan una profunda melancolía”. Me gustaría saber con qué música lloraba mi padre.

VI

La música melancólica, independientemente de su género, se caracteriza por evocar un estado emocional introspectivo, relacionado con la nostalgia, la tristeza o el anhelo. Esto se logra mediante una combinación de elementos musicales y estéticos que trascienden las barreras estilísticas, como la melodía: las líneas melódicas suelen ser suaves, descendentes o repetitivas, lo que produce una sensación de resignación o reflexión, y a menudo exploran tonalidades menores, que evocan emociones profundas.

En la armonía los acordes y las progresiones tienden a ser sombríos, con resoluciones ambiguas o incompletas que sugieren incertidumbre o pérdida.

Sea en un nocturno de Chopin, un tango de Gardel, un blues de B. B. King o una balada indie contemporánea, la música melancólica nos ofrece consuelo y belleza en el acto de recordar lo que fue o, simplemente, de imaginar.

En el ritmo es común un tempo lento o moderado, con lo que se enfatiza el peso emocional, mientras que los timbres cálidos y resonantes, como el de las cuerdas, los pianos o voces suaves, refuerzan la intimidad y el tono reflexivo. En los géneros electrónicos los sintetizadores suelen ser, digamos, etéreos.

La música melancólica a menudo juega con contrastes sutiles en la intensidad, desde pasajes delicados y silenciosos hasta crescendos emocionales que parecen brotar de un lugar de vulnerabilidad.

En los géneros con letra éstas abordan temas como, valga repetirlo, la pérdida, la soledad, el tiempo o los recuerdos.

Sea en un nocturno de Chopin, un tango de Gardel, un blues de B. B. King o una balada indie contemporánea, la música melancólica nos ofrece consuelo y belleza en el acto de recordar lo que fue o, simplemente, de imaginar.

VII

Aquí, una breve selección, arbitraria y personal, de piezas melancólicas que me han acompañado en algunos momentos, a veces desde hace muchos años. Al escucharlas me invade lo que llamo «el efecto Proust», es decir, la sensación que me produce escucharlas de nuevo y, al mismo tiempo, la evocación del tiempo en que las escuché por primera vez.

Sinfonía No. 3 en fa mayor, Op. 90 – III. Poco allegretto, de Johannes Brahms (1833–1897). “Hablo a través de mi música”, decía el compositor alemán. Uno de los motivos principales de esta obra está basado en la transposición musical de las iniciales de una frase suya: “Frei aber froh” (libre pero feliz: fa–la–fa, aunque la segunda nota es la bemol).

Rapsodia sobre un tema de Paganini, Opus 43, variación XVIII, de Sergei Rachmaninoff (1873–1943). Muy popular a partir de su inclusión en la banda sonora de Pide al tiempo que vuelva (Somewhere in Time, 1980). En 1897, después de las críticas negativas a su Sinfonía núm. 1, cayó en una depresión de cuatro años, hasta que la terapia le permitió completar su Concierto para piano núm. 2, el que fue muy bien recibido en 1901.

Gimnopedias, de Erik Satie (1866–1925). Al parecer, el compositor francés solamente tuvo una relación amorosa en toda su vida, con la pintora Suzanne Valadon, muy breve, de apenas seis meses… Satie fue «un precursor del minimalismo y el impresionismo musical. Es decir, hacía mucho con poco y exploraba una paleta de recursos ligados a la temporalidad y a la percepción tímbrica».

“Les feuilles mortes” (Las hojas muertas), Yves Montand. Célebre canción francesa de 1945, con letra de Jacques Prévert y música de Joseph Kosma. Popularizada por Yves Montand, la música del estribillo se convirtió en un estándar del jazz, con el título de “Autumn leaves”, al ser traducida al inglés por Johnny Mercer.

“Ne me quitte pas”, Jacques Brel (1929–1978). Cuando Edith Piaf la escuchó dijo: “¡Un hombre no debería cantar cosas como éstas!” ¿Acaso Piaf se escandalizaba por la manera en que Brel mostraba sus sentimientos como una versión musical del Marqués de Sade o por la obscenidad de componer una canción que narra el daño que se le hizo a un ser querido? Brel grabó la primera versión en 1959, y otra en 1972.

“You’ll never walk alone”, Gerry and the Pacemakers. Una canción compuesta por Richard Rodgers (música) y Oscar Hammerstein (letra) para el musical Carousel, estrenado en Broadway en 1945. La versión más exitosa de esta canción fue lanzada en octubre de 1963 por Gerry and the Pacemakers, en el tercer sencillo de este grupo de Liverpool, apadrinado por Brian Epstein. Grabada en los Abbey Road Studios de Londres, bajo la dirección de George Martin, alcanzó el número uno en la listas de éxitos británicas.

“Like a rolling stone”, Bob Dylan. Según varios de sus biógrafos, esta canción trata sobre la pérdida de la inocencia y la crudeza de la experiencia. Los mitos, los patrones y las viejas creencias se desmoronan para revelar una realidad muy difícil. De acuerdo con Mike Marqusee, “La canción adquiere plena intensidad cuando uno cae en la cuenta de que está dirigida, al menos en parte, al mismo Dylan: es él quien no tiene el rumbo a casa”.

“For no one”, The Beatles. Una canción notable por su sonido pop barroco y un contenido nostálgico, en el que Paul McCartney narra el previsible final de una relación amorosa. Incluida en el álbum Revolver, de 1966.

“Many rivers to cross”, Jimmy Cliff. Músico jamaiquino, nacido en 1944, es famoso por canciones como “Sittin’ in Limbo”, “You Can Get It If You Really Want”, “I Can See Clearly Now” —su versión de la canción de Johnny Nash—, “Reggae Night” y por la extraordinaria película The Harder They Come, cuya banda sonora ayudó a introducir el reggae en los mercados de buena parte del mundo. “Many Rivers to Cross”, de 1969, la compuso en Londres. En una entrevista dijo: “Cuando llegué al Reino Unido todavía era un adolescente. Llegué lleno de energía: voy a triunfar, voy a estar a la altura de los Beatles y los Stones. Y no fue así, estaba de gira por clubes, sin lograr abrirme paso. Luchaba con el trabajo, la vida, mi identidad, no podía encontrar mi lugar; la frustración alimentó la canción”.

“Wish you were here”, Pink Floyd. Canción de 1975, es un homenaje a Syd Barrett, exintegrante del grupo, que refleja la pérdida y la añoranza. La guitarra acústica y la voz emotiva de David Gilmour crean una atmósfera introspectiva y profundamente conmovedora.

“I’m not in love”, 10cc. Eric Stewart compuso esta canción en 1975, después de que su esposa le preguntara por qué no le decía que la amaba. Stewart pensaba que si repetía esa frase acabaría por despojarla de significado. “Eso me llevó a tratar de encontrar otra forma de decirlo, y el resultado fue que elegí decir ‘no estoy enamorado’ mientras le daba, sutilmente, las razones por las que nunca podría dejar esta relación”.

Merry Christmas, Mr. Lawrence, Ryūichi Sakamoto (1952–2023). Músico, escritor y actor japonés, comenzó su carrera en 1978 con la banda pionera de música electrónica Yellow Magic Orchestra. Empezó a actuar y a componer música para cine con Merry Christmas Mr. Lawrence (Nagisa Oshima, 1983), en la que interpretó uno de los personajes principales, con David Bowie, y compuso la banda sonora. El papel de Sakamoto es el del capitán Yonoi, que impone valores como una férrea disciplina, el honor y la gloria, al más puro estilo japonés, pero su celo oculta una homosexualidad reprimida.

“Hallelujah”, Leonard Cohen. Una canción publicada originalmente en el álbum Various Positions, de 1984, y casi pasó sin pena ni gloria. La versión de John Cale de 1991 animó a Jeff Buckley a grabarla en 1994, y en 2004 ocupó el puesto número 259 en la lista de Rolling Stone de “Las 500 mejores canciones de todos los tiempos”. Se han realizado más de 300 versiones, y a la muerte de Cohen en noviembre de 2016 volvió a las listas internacionales, incluido el ingreso al Billboard Hot 100 estadounidense.

“With or without you”, U2. Del álbum The Joshua Tree (1987), combina una instrumentación minimalista con la emotiva intensidad de la voz de Bono, que transmite una sensación de conflicto interno, pérdida y amor imposible. Su progresión lenta, repetitiva, junto con la atmósfera etérea creada por el uso del infinite sustainer en la guitarra de The Edge, amplifica su melancolía.

«Petit Pays», Cesaria Évora (1941–2011). Cantante de Cabo Verde, conocida con el sobrenombre de «la reina de la morna» (un género musical y de danza de ese país, relacionado con el fado portugués, la modinha brasileña, el tango rioplatense y el lamento angoleño). La letra de esta canción refleja un profundo sentimiento de amor y nostalgia por su país, pequeño y humilde, pero vasto en cultura y tradiciones musicales.

“En Barranquilla me quedo”, Joe Arroyo (1955–2011). Entrañable homenaje del cantante colombiano y su orquesta La Verdad a la ciudad de Barranquilla, donde residió desde los catorce años hasta su muerte. Está incluida en el álbum Fuego en mi mente, grabado en los estudios de Discos Fuentes y publicado el 11 de abril de 1988.

“Mexican Moon”, Concrete Blond. Composición de Johnette Napolitano, del álbum homónimo de 1993, en el que cuenta la historia de un romance fallido y la huida a México de la protagonista, desde donde rememora la historia entre tequilas y Tecates.  

“Take a picture”, Filter. Sencillo del segundo álbum, Title of Record, de 1999. El líder de este grupo estadounidense, Richard Patrick, dijo que la canción habla de él mismo cuando se emborrachó en un avión y se despojó de toda la ropa, después dijo no recordar nada.

“Efta fores” (Siete veces), Giorgos Dalaras. El más famoso de los cantantes griegos contemporáneos, con unos noventa álbumes. Nacido en 1949, Dalaras ha cantado numerosos estilos diferentes de música griega, como el rebético y el laïkó, además de música árabe y religiosa. “Aunque caigas sietes veces, debes levantarte otras ocho”, dice esta canción, una de las favoritas de Luis González de Alba. Del álbum Sta Tragoudia Pou Sou Grafo (En las canciones que escribo para ti), de 2003.

“Postcards from Italy”, Beirut. Ah, el recuerdo de esos tiempos ya pasados, que se compartieron con alguien amado… quizá con malos momentos, pero que a la distancia se aceptan con cierto arrepentimiento. La canción de este grupo folk de Nuevo México es del álbum Gulag Orkestar, de 2006. La peculiar voz de Zach Condon es irremediablemente melancólica.

“The District sleeps alone tonight”, Birdy. Una reflexión sobre la soledad y el descubrimiento personal en medio de la soledad de la urbe, una vez que los bares han cerrado y los autos se pierden en la noche. Canción original de The Postal Service (2004), la versión de esta cantante británica es muy superior. Está incluida en su álbum debut Birdy, de 2011.

“Holocene”, Bon Iver. Una reflexión que explora la pequeñez del ser humano frente a la inmensidad del mundo. La era geológica llamada Holoceno comenzó hace unos 11,700 años y continúa hasta el presente. Aparece en el segundo álbum de la banda, Bon Iver, de 2011.

“Solitaire”, Mark Lanegan (1964–2022). Lanegan, también escritor, abandonó Los Ángeles para instalarse en Killarney, Irlanda, en 2020, donde “conectó con los fantasmas de sus antepasados y encontró una nueva y refrescante inspiración junto a su mujer, Shelley Brien”. Murió en 2022, un año después de haber contraído covid–19. “Solitaire” es una vieja canción de Philip Cody y Neil Sedaka, grabada por Los Carpenters y Elvis Presley, entre otros. Lanegan la incluyó en su álbum Imitations en 2013. “There was a man, a lonely man/ Who lost his love, through his indifference”.

“As it was”, Harry Styles. Sencillo del album Harry’s House, de 2022, evoca las canciones de la década de los ochenta y sus teclados electrónicos. ¿De qué habla? Vamos, de qué va a ser… de cambio y del desamor, entre otros asuntos. Uno de sus versos dice: “Harry, no estás bien solo. ¿Por qué estás en tu casa sentado en el suelo? ¿Qué pastillas estás tomando?” ®


[1] Véase Alexandru Oravițan, “Una lectura de la melancolía en los textos de Jorge Luis Borges”. Colindancias: Revista de la Red Regional de Hispanistas de Europa Central, 5: 195–204, 2014.
[2] El título completo es The Anatomy of Melancholy, What it is: With all the Kinds, Causes, Symptomes, Prognostickes, and Several Cures of it. In Three Maine Partitions with their several Sections, Members, and Subsections. Philosophically, Medicinally, Historically, Opened and Cut Up.
[3] Borges Center, “Anatomy of Melancholy, The”. University of Pittsburgh.
[4] Santiago Trinchero, “Robert Burton, anatomista de los tristes”. La Izquierda Diario, 25 de enero de 2019.
[5] Hernán Urbina J. “Del problema XXX de Aristóteles. La melancolía, la llaga y la oportunidad”. Revista Nova et Venera, Vol. 4, núm, 36, abril de 2018.
[6] Ainhoa Suárez Gómez, “En defensa de la melancolía”. Nexos, 23 de julio de 2015.
[7] María Zambrano, Claros del bosque, Madrid: Alianza Editorial, 1977.
[8] Jean Meyer, “Antonio Alatorre”. Egohistorias, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos.
[9] En la desaparecida revista Milenio Semanal, que dirigía Roberta Garza, aunque la rescaté para Milenio Diario unos años después.
[10] Luis González de Alba se suicidó el 2 de octubre de 2015.

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Publicado en: Ensayo, Música

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