Feroz no es una obra que se deba guardar en la biblioteca personal, debe ir de mano en mano, cargarse en la mochila o el bolso, en el pecho como insignia en la batalla que libran las mujeres día a día y de la que todos podemos formar parte.
El eterno debate entre la utilidad de la poesía varía —a mi parecer— según quien escribe. Porque la palabra es vasta y poderosa y ceñirnos a un compromiso público o personal es querer trazar fronteras peligrosas y difíciles de ver.
Tal es el caso del poemario Feroz, de la escritora michoacana Karla González. En él propone una escritura libre, combativa, honesta, personal y colectiva, que abarca una realidad urgente a la vez que da voz a sus propios sentimientos, los cuales el lector fácilmente puede extrapolar a sí mismo.
Una de las prologuistas del libro, Josahandi Orduña, pregunta: “¿Cómo se puede andar por el mundo como si lo bello no existiera? Sin embargo, también es necesario apuntar hacia una verdad incómoda”. Y lanza un cuestionamiento a la yugular a quien se considere poeta: “¿Cómo se puede hablar de lo bello sin ignorar tanto horror en el mundo?” Dualidad actual indiscutible, y es verdad, uno de los problemas de la poesía contemporánea, al menos de la mala poesía, es crear malos versos que, para colmo, se construyen con lenguaje barroco que apuesta por la superficie y no por la profundidad. En algún momento se asoció la poesía equívocamente sólo con el romanticismo, como quien cree que el cuento es para los niños. Y si hay quienes desean hacer poesía de algodón de azúcar, está bien; sin embargo, la que ha sobrevivido al tiempo y la que lo seguirá haciendo es aquella que es capaz de ver la luz y la oscuridad del mundo y retratar a los individuos tal y como son; poesía que en paralelo genera reflexión y vincula al lector con su realidad.
Es el caso de Karla con Feroz, un libro dividido en dos partes. La primera constituida en una voz que se suma a las tantas que visibilizan el horror de la violencia contra las mujeres. Voz sobreviviente, voz apagada, voz descalificada de tantas a quienes en un ejercicio valiente pone sobre el papel para formar versos que cotidianamente nos encontramos en otros formatos y medios, que nos abofetean en la cara tratando de hacernos ver que la realidad —además de normalizada— es para ellas atroz.
Karla González sistematiza su poesía para abarcar esa barbarie desde la violencia silenciosa y atávica que nos ha hecho creer que la mujer cumple un papel menor en la historia; hasta la explícita, sangrienta y cruel que, como sociedad, pareciera nos negamos a aceptar hasta que le pase a alguien cercano.
El compromiso de Karla es consigo misma, sí, pero a la vez con todas las mujeres. Su voz colectiva suena desde retratos infantiles en versos como:
Para la niña que fui,
a la que escribió palabras prohibidas,
a la que aprendió a hacerlo...
... Para todas las mujeres agua costillas prófugas.
Para la escritora la poesía es una espada desenvainada con la que se planta en el mundo, porque si las circunstancias exigen defensa, el fin debería ser parar la violencia devastadora:
Diez mujeres muertas por todas partes,
días de tenerle miedo a todo.
Días de acariciar la muerte y oler su perfume rancio…
... Tiempo feroz, lobo feroz,
La noche grita y que la poesía nos salve.
Esta primera parte no es fácil de leer, pero se convierte en un acto menester. Porque la omisión es complicidad y el lector, una vez que comienza, debe seguir y asumir la responsabilidad de pertenecer a una sociedad indiferente o el hombre a reconocer ese perpetuar de micromachismos o macromachismos que en muchos casos llevan a la muerte. Cada verso no son olas sutiles, son tsunamis que no tienen pudor en llamar las cosas por su nombre:
... el monstruo hoy es tu esposo, Juana,
y te asesinó a puñaladas frente a tus hijas.
Lesvy,
tu novio monstruo decidió estrangularte,
no sin antes decirte que te ama.
En la segunda parte, Karla comparte también la belleza de las emociones y las experiencias que hacen un poco de contrapeso. El compromiso del escritor, aquel del que digo es debatible, en todo caso es con la causa del ser mujer y todo lo que le representa: amor, pasión, deseo, nostalgia, dolor, esperanza, sororidad, memoria…; todo capaz de llegar a quien lee y le es inevitable sentirse partícipe:
Quiero sol, amor,
sol que me derrita el cuerpo,
quiero risas.
Tengo un suspiro retenido en las caderas,
algo se expande dentro, lento,
repleto de estrellas,
un fuelle azul sopla el universo de tu boca.
Uno no puede salir indiferente después de leer estos poemas. Se cierra el libro sacudido, conmovido, molesto, confrontado, ilusionado y entre suspiros; también envuelto de la estética de las palabras que permiten tener esperanza, una que no debe ser intangible sino materializarse en acciones contundentes y de transformación. Si la poesía sirve de algo, éste es un gran ejemplo. Feroz no es una obra que se deba guardar en la biblioteca personal, debe ir de mano en mano, cargarse en la mochila o el bolso, en el pecho como insignia en la batalla que libran las mujeres día a día y de la que todos podemos formar parte. El poemario merece una mayor distribución, digna del tamaño de un mensaje que permite tocar, sacudir, abofetear, abrazar… a tantas y tantos que lo necesitan. Ojalá ocurra, como en muchos otros casos, que esta pequeña chispa termine convirtiéndose en un gran fuego. ®
El libro se puede adquirir en librerías independientes o directamente en la editorial Conjuro Ediciones, al correo [email protected]