Los mitos de la historia, la tragedia de la vida política, la densidad de la música, los sueños y las pesadillas, el deseo y el enigma, todo atraviesa el dibujo de Luis Fernando, tamizado por el filtro de la imaginación lúdica, la escritura automática, el desmadre liberador, la cábula, el desencanto.
¿Historieta? ¿Novela gráfica? ¿Poesía visual?
Editorial Resistencia recupera para nosotros el trabajo gráfico del genial dibujante mexicano Luis Fernando. Comixtlán (2017) es un título que compila a partir de material publicado parcial o totalmente en añoradas publicaciones como La Regla Rota, La Pus moderna, la sección Histerietas o el Gallito Cómix, cuyas fuentes son revisitadas y actualizadas para poner al alcance y la vista de las nuevas generaciones la extraña obra y las letras de uno de los más anómalos y fecundos dibujantes de la escena mexicana.
Aunque, como afirma el también artista gráfico Ernesto Priego en la presentación de este volumen, la historieta nacional es una suerte de “abstracción mítica”, la populosa obra de Luis Fernando se impone aún dispersa en publicaciones de breve alcance o borrada memoria: sus ecos son insospechados.
Porque no sólo se trata de que Luis Fernando sea un dibujante excelso —ahí están también Clément, Quintero, Peláez, Ramos, Rocha— sino su sulfurosa inteligencia, la poética piedad con la que su dibujo atraviesa, recompone e interpreta la cultura mexicana.
Insisto, no basta su poderoso y expresivo trazo con guiños muchas veces a lo Crumb —sobre todo en sus retratos realistas— para ponderar el vuelo absoluto de la libertad, el absurdo y el caos, la imaginación.
Porque quizá sólo al lado de Luis Fernando está la gigantesca estatura del extinto Manuel Ahumada. Palabras mayores, pues.
Porque los mitos de la historia, la tragedia de la vida política, la densidad de la música, los sueños y las pesadillas, el deseo y el enigma, todo atraviesa el dibujo de Luis Fernando, tamizado por el filtro de la imaginación lúdica, la escritura automática, el desmadre liberador, el guiño, anacronismos del lenguaje coloquial, la cábula, el desencanto: o díganme: ¿Qué artista que no sea de la estatura de Rivera o de Zenil pone a “lloviznar” sobre un peatón espesos goterones con la forma de los niños héroes? ¿Qué barbaján reúne en una barra, preparando y devorando tortas de mortadela a La Catrina de Posada, Frida Pop y Borola Tacuche?
Será que en el dibujo de este autor gravita la pulsión salvaje y frágil de mi propia adolescencia: una serie de dibujos donde la belleza, la intemperie, el sexo y la muerte confluyen como temas esenciales. En Comixtlán Lilia Prado es sueño húmedo. Hay chaneques y niñas diminutas, hay la muerte que brota de una pupila y violencia y desamparo. Un Cristo mata en un duelo a un ídolo azteca —obra que mereció una condena pública del Arzobispado mexicano. La virgen, hombres perdidos en la ciudad, las ruinas, la llorona, luchadores. Y aquella joya que en el lejano 1987 ganara el primer lugar del Primer Concurso de Cómic Experimental, convocado por el Museo de Culturas Populares: esa loca distopía con ecos velardeanos llamada “La blanda patria”.
En cada secuencia, cada silencio —cada fondo negro, cada espacio negativo—, en cada trazo de Luis Fernando hay un misterio y una pregunta.
La palabra “rescate” no alcanza para una obra de semejante intensidad y magnitud.
Sólo la visión y la generosidad de una editora como Josefina Larragoiti pudo haber hecho esto posible: porque hay que “ver distinto” para saborear la forma en que este dibujante delira; en sus mujeres hechas con trazos y densidad de sueño, en sus héroes amorosamente parodiados —“espejo que ya no me refleja”—, en su canto de amor a una ciudad monstruosa, Comixtlán nos recuerda que como Escher, Durero, Posada, Crumb, Breccia, Ruelas, Rivera y Grant Wood el dibujo también puede ser una suerte de poesía. ®