Todo viaje implica una experiencia profunda, un desprendimiento inaugural, lo mismo que una reconciliación de regreso —si es que el retorno se llega a dar. Todo un acontecimiento que termina por imprimirse en el plano de la conciencia.
Decir “el viaje a la literatura” es casi redundante. La escritura es un traslado de antemano. El clásico tema de discusión socrático. Qué tanto se modifica la expresión. Alfonso Reyes definió la forma como esencialmente oral. Son posturas razonables, aunque no determinantes. En la práctica todo mundo sucumbe a los atractivos de la escritura. Ese acarreo de las primeras expresiones al papel, a la pantalla, etcétera —¿hay algún otro tipo de superficie?—, también es señal de postura. Un proceso casi natural, que se adopta por propia determinación. Como sea, se trata de un desplazamiento.
De igual manera, referirse a la experiencia literaria como una verdadera “Odisea” es un poco romántico. Con ello se estará nada más ensalzando la disciplina. En lugar de ver de qué tratan los libros que producen la evasión. Los textos narrativos por supuesto que trasportan al lector, lo viajan, como se dice en términos urbanos, pero ese detalle se presta a interpretaciones muy personales, interpretativas; en el menos peor de los casos, a estudios de carácter psicológico.
En lugar de ver de qué tratan los libros que producen la evasión. Los textos narrativos por supuesto que trasportan al lector, lo viajan, como se dice en términos urbanos, pero ese detalle se presta a interpretaciones muy personales, interpretativas; en el menos peor de los casos, a estudios de carácter psicológico.
El vínculo ante todo habría que verlo en un sentido artesanal; mejor dicho, plástico; puro, elemental… el viaje literario. Aquí las referencias vienen a ocupar el primer lugar de importancia. Aflora la inquietud por traer a colación las glorias o las desventuras expedicionarias de algún poeta o narrador. Resultan innumerables las obras respectivas. Los nombres de los autores. La ya mencionada de Homero, capital aportación, cómo soslayarla, marca tendencia. Entonces tampoco podrá desdeñarse La expedición de los diez mil, de Jenofonte, si de darle volumen al tema se trata. Esta obra escrita por quien fuera discípulo de Sócrates, en coincidencia con la Odisea, como variedad argumentativa, alude al viaje de regreso a casa, después de la guerra. El autor aparece como personaje en segundo plano. Otro texto meritorio de mención es el de Los viajes de Marco Polo, que no los narró él, como ya se sabe, sólo los contó a maese Rusticello, con quien compartía prisión en Génova; claro que vino participándoselos no sin la finalidad de que maese Rusticello los escribiese. Marco Polo incluso aparece en la relación, al margen del papel de narrador. Se habla de él. Es aludido en tercera persona.
Antes de cerrar el episodio de las bases, quizá resulte pertinente mencionar la Comedia de Dante, texto al que Boccaccio añadió el adjetivo de “divina” —y en maridaje con el cual se la conoce desde 1555. Por más que se quiera pasar a otros ámbitos de la historia, mayormente recargados hacia la relativa actualidad, donde bien podrían sobresalir apelativos como el de Conrad o London, es impensable abandonar este remoto panorama sin dedicarle un espacio a El satiricón, novela cumbre del escritor latino Cayo Petronio. De manera tal que será preciso ir a las entrañas del dilatado paraje.
Inicios de la era cristiana, primera centuria. Aparece un relato que desafía las disposiciones de la retórica. Es de Petronio, hombre refinado y erudito. En sus propias palabras: “A los retóricos se les debe la decadencia de la oratoria”. El artista muestra preferencia por el lenguaje del pueblo. Para él, el espíritu retórico ha sumido el discurso en una “armonía pueril”. De modo que no hubo cosa mejor que el empleo de latín vulgar. La más clara expresión, por cierto. Por algo El satiricón ha franqueado el curso de los siglos. No ha perdido esplendor a la fecha.
Retrata las andanzas y los excesos de tres compañeros, afectos a la aventura y el vino; en una palabra, al placer, con todas sus implicaciones, como los banquetes, por decir lo menos. Sujetos muy partidarios también de pasear por las calles y entregarse a lo que depare el momento. No les importa sobrepasar los límites de la ciudad. Allende encontrarán a algún amigo que los invite a pasar a su propiedad, para seguir disfrutando con excelente comida y bebida. Cuestión de costumbres. He ahí el trasfondo, o la sustancia nuclear de la picaresca.
La trama: los viajes de Sal Paradise, con Dean Moriarty y demás personajes, por carretera; de costa a costa en Estados Unidos y por territorio nacional. Los viajantes son unos soñadores desenfrenados, ángeles en rehabilitación, apegados al consumo de bebidas embriagantes y enervantes, muy dados a la vida nocturna subterránea con sus antros entrañables, donde sublimes improvisaciones rítmicas impregnan el ambiente.
No obstante el apreciable resultado, la repercusión va más allá. Hay una novela que matiza todo un periodo de expresión a partir de la segunda mitad del siglo pasado. En el camino, el segundo volumen novelístico escrito por Jack Kerouac. Música, películas, otras publicaciones… la marca abarcó campos. El libro está determinado por una prosa salvaguardada de miramientos innecesarios, denominada “espontánea”. Los matices de la voz son lo que define esta tendencia expresiva, libre en su desenvolvimiento y provista de frases que con oportunidad otorgan intensidad al discurso, animoso de por sí.
La trama: los viajes de Sal Paradise, con Dean Moriarty y demás personajes, por carretera; de costa a costa en Estados Unidos y por territorio nacional. Los viajantes son unos soñadores desenfrenados, ángeles en rehabilitación, apegados al consumo de bebidas embriagantes y enervantes, muy dados a la vida nocturna subterránea con sus antros entrañables, donde sublimes improvisaciones rítmicas impregnan el ambiente.
En el contenido de esta publicación subyace el espectro de El satiricón. Ambos libros van por el mismo rumbo. Están emparentados. Los caracteriza un desapego a la formalización del verbo, para exponer sus propias experiencias como bohemios peregrinos. Con veinte siglos de por medio, el argumento nace y renace.
Temática recurrente, los relatos de viaje pueden concebirse en múltiples categorías, desde los textos categóricos como los de John Muir titulados Viajes por Alaska, registro de proporciones dramáticas sobre la vida en condiciones extremas, hasta los trayectos imaginarios, entre los que se puede considerar las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, alucinantes narraciones desprovistas de toda pretensión épica, así como el reporte de viaje inmaterial de Lovecraft titulado La búsqueda soñada de la oculta Kadath.
El caso es que todo viaje implica una experiencia profunda, un desprendimiento inaugural, lo mismo que una reconciliación de regreso —si es que el retorno se llega a dar. Todo un acontecimiento que termina por imprimirse en el plano de la conciencia, a grado tal que con esmero suele llevarse a los dominios del término. ®