Los (nuevos) ricos también lloran. Y a los muy nuevos —como los ganadores de la lotería— además del llanto les espera un abanico de emociones que van desde el acoso de la prensa a la implosión conyugal.
1. Para el FMI
Los premios “gordos” de las loterías nacionales alimentan millones de sueños con sus millones de pesos, tientan a aquellos que ven al botín como una tabla de salvación que permitirá surfear el océano de la pobreza y el tedio (que muchas veces se cuecen juntos) y generan una interminable lista de posibles respuestas a la trillada pregunta “¿Qué harías si tuvieras tantos millones de pesos —o dólares, rublos o bolívares?”En la Argentina de 1987, poco antes de que la hiperinflación se tragara los sueños (y por cierto también las realidades) de millones, un afortunado ganador de la lotería decidió destinar su azarosa fortuna al pago de la deuda externa del país. Batiendo récords en solidaridad y originalidad, se convirtió en un héroe nacional de la noche a la mañana.
Aquel hombre era el actor Héctor Alterio, y su mágica historia sólo habitó el guión de la película El hombre de la deuda externa, dirigida por Pablo Olivo y estrenada en los cines argentinos semanas antes de una intentona militar que serviría para recordar que no sólo la economía era débil y vacilante.
A contramano de lo que indica el dicho —la realidad supera a la ficción—, el bondadoso personaje interpretado por Alterio todavía no ha encontrado su equivalente en el “mundo real”, y aun si esto sucediera, resulta que los ceros de la deuda externa argentina (tanto como los de la mayoría de las deudas de nuestros países latinoamericanos) están lejos de ser saldados con un premio individual. ¡Deberíamos ganárnoslo todos!
2. Para Andrew Lloyd Weber
Ha habido muchos menos ceros en otros premios millonarios. Menos ceros pero no menos problemas. La británica Vivian Nicholson, que de altruismo sabía poco, ganó tres millones de libras en 1961 y lo primero que le dijo a los periodistas fue que sólo pensaba en “gastar, gastar y gastar”.
Cumplió aquella promesa con creces y el dinero se escabulló muy pronto en coches y vestidos caros. Algunos de esos vestidos fueron de novia: “Viv” se casó tres veces. Ninguno de aquellos enlaces fue demasiado fructífero: terminó sola y empobrecida, intentó suicidarse un par de veces con whisky y pastillas y descubrió —a tiempo— a los testigos de Jehová. Hoy es una de ellos y, a pesar de tanta reflexión bíblica, dice no estar arrepentida de nada.
La británica Vivian Nicholson, que de altruismo sabía poco, ganó tres millones de libras en 1961 y lo primero que le dijo a los periodistas fue que sólo pensaba en “gastar, gastar y gastar”.
El Daily Mirror, uno de esos tabloides británicos que jamás duda en explotar “las historias de vida” para venderla en portada en titulares tamaño marquesina, tuvo la sensata idea de consultarla como consejera para los nuevos ganadores. Pero no todos quieren oír hablar de ella. Los Ackerman, que ganaron un premio millonario en 2007 rechazaron cortésmente el consejo de Viv. Ellos, en abierto contraste, dijeron que sólo querían “ahorrar, ahorrar y ahorrar”.
Ese declamado exceso de austeridad descalifica automáticamente a los Ackerman en la carrera por ser alguien “jugoso” para el infoentretenimiento. Seguramente ellos jamás tendrán una comedia musical basada en sus vidas, algo de lo que sí puede presumir “Viv” desde que en 1999 se estrenó “Spend, spend and spend” (aquí, un fragmento).
3. Para cualquier talk-show
Aunque más ricos que famosos, los súbitos millonarios no sólo pueden morir indigestados por el sabor agridulce de tantos miles de dólares (o libras, euros, yenes, rupias). La fama repentina también puede barrer el anonimato puertas hacia afuera mientras puerta adentro se encarga de remover los últimos vestigios de las relaciones conyugales de los ganadores.
Aquí seguimos en el terreno de la realidad y volvemos a la Argentina, aunque a la de 1972. Mercedes Ramón Negrete, un obrero paraguayo que vivía con menos de lo justo y necesario en un suburbio de Buenos Aires, ganó 321 millones de pesos en el Prode, un popular juego de pronósticos deportivos. El resultado más inmediato fue que no dudó en dejarlo todo. Y “todo” incluyó a Fabiana López, su novia de entonces, que del espasmo pasó a la rabia y de ahí a la acción. Buscó un abogado y muchos micrófonos y se encargó de deshilvanar tan bizarro drama ante los programas de televisión.
Aquel estrellato fugaz llevó a López por un camino ascendente que no escapó a los clichés del caso: se hizo popular al almorzar con Mirtha Legrand (sí, ya estaba su programa entonces…) y llegó a incursionar en la ficción al sumarse a un capítulo de Los Campanelli, una típica comedia blanca de la época.
Negrete, por su parte, volvió a su Paraguay natal no sin antes dejarle a Fabiana diez millones de pesos como para calmar su insistencia. No era ni el 4% de tan fresca fortuna, pero para ella —según confesaría muchos años más tarde— era suficiente. Lo gastó en ropa interior, deshabillés, camisones y zapatos “hasta que se me terminó”.
Con algo más de criterio, su ex novio también terminaría dilapidando el capital, pero lo que más perdió fue la paciencia y la intimidad. Harto del acoso de los periodistas y de una opinión pública que tomó partido por “Fabi” (devenida en heroína), Negrete terminó recluido en un pueblo del departamento paraguayo de ñeembucú y sólo habló con la prensa dos veces en 24 años. Por increíble que parezca, en la segunda dijo lo mismo que en la primera: “No me dejan tranquilo”.
4. Para ir cerrando
Supongo que, como recopilador de estas historias atravesadas por lluvias de millones, debo esbozar alguna mínima reflexión sobre si el dinero hace la felicidad o si más bien contribuye a desmoronar los andamios oxidados de vidas que ya eran insostenibles. Pero me quedé pensando que los deshabillés de Fabiana se fueron ajando con el tiempo, que Viv sólo conserva recuerdos de sus ostentosos vehículos y que haciendo inversiones en el agro paraguayo, Negrete demostró ser tan eficiente como las reuniones que se hacen para combatir el cambio climático. También me quedó la duda acerca de si Viv recibió regalías para que coreografiaran su pasión consumista.
Ah… y, por último, me quedé pensando en que la deuda externa no se paga ni siquiera con la imaginación. Se denuncia (por ilegal). O a lo sumo se paga con choclos, como hizo la artista argentina Marta Minujín con Andy Warhol. ®