En 2005 la colonia penitenciaria de las Islas Marías cumplía un siglo de existencia. Con bombo y platillo la Secretaría de Seguridad Pública celebró ese aniversario ambivalente. Vigilar y castigar, de Michel Foucault, es de una vigencia incontestable.
La idea que se subrayó en ese entonces es que la colonia, instalada en la Isla Madre (las otras que conforman el archipiélago son María Magdalena, María Cleofas y San Juanito) arribaba al nuevo milenio como prisión modelo, no sólo en México sino en el mundo. La colonia albergaba delincuentes con largas sentencias pero de baja peligrosidad y comportamiento ejemplar. En esa isla los presos podrían vivir junto a sus familias, trabajar, cultivar la tierra o trabajar en las granjas camaroneras, acceder a pequeños placeres como visitar una playa, tomarse un refresco en la tiendita de abarrotes del puerto Balleto.
Había quedado atrás el infierno descrito en Los muros de agua por José Revueltas: no más el hacinamiento de presos políticos, comunistas, ladrones sin importancia u homosexuales; todos ellos bajo el común denominador de la pobreza), a merced de los golpes y la semiesclavitud.
En ese 2005 las autoridades presumieron: las Islas Marías están consideradas un centro de readaptación de avanzada en el plano mundial. En la isla, tanto sentenciados como sus niños van a la escuela. Muchos aprenden a hacer las famosas artesanías características de las viejas cárceles mexicanas: barquitos de madera dentro de botellas, lámparas, cuadros. Muchos de ellos con la leyenda “Islas Marías”, como si se tratara de un destino turístico.
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Ya se vislumbraba que la suerte de las Islas Marías tendría una vuelta de tuerca. Para 2006 un ciclón había afectado su infraestructura y su recuperación fue larga y complicada. En el México continental, mientras tanto, la administración federal daba inicio a lo que llamó la guerra contra el narcotráfico.
Las cárceles federales comenzaron a explotar. O mejor dicho, a implosionar. El crecimiento de la población penitenciaria por delitos federales (en particular narcotráfico) aumentó de forma exponencial. Además la administración de los penales de máxima seguridad comenzó a poner en evidencia una descomposición sin freno.
Ya habían ocurrido otros tropiezos que comenzaron a transformar los penales federales. A finales de 2004 Arturo Guzmán Loera, “El Pollo”, sería asesinado en los locutorios del entonces llamado penal La Palma, en el municipio de Almoloya de Juárez. Ese crimen fue la gota que derramó el vaso.
Ya se vislumbraba que la suerte de las Islas Marías tendría una vuelta de tuerca. Para 2006 un ciclón había afectado su infraestructura y su recuperación fue larga y complicada. En el México continental, mientras tanto, la administración federal daba inicio a lo que llamó la guerra contra el narcotráfico.
Para inicios de 2005 los penales de máxima seguridad se habían transformado. La vigilancia se reforzó; se acabó el trabajo; no habría más talleres de guitarras o de pintura o de lectura. Los presos, durante todo ese año, saldrían de forma muy limitada de sus celdas. Apenas unos minutos para ingerir sus alimentos. Su correspondencia sería limitada. No tendrían ni siquiera el derecho a sacar libros de la biblioteca.
Frente a los escándalos de corrupción los penales federales optaron por adoptar parcialmente el modelo carcelario de Filadelfia del siglo XIX: un silencio y aislamiento casi totales. Sin embargo, en la Palma no existía la intención de propiciar una reflexión monacal en los presos para que meditaran sobre sus crímenes. Existía únicamente el intento desesperado por retomar el control de las instalaciones.
Para Foucault, la invención de las prisiones también dio inicio a la soberanía de su administración (independiente incluso del poder judicial que opera en la cotidianidad) y a un personaje “bastardo” y “deforme”: el juez que vigila la implementación de la pena. En el caso mexicano, cabe preguntarse: ¿quiénes ostentan el poder de facto en la prisión?
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En 2010, y en esta refriega de guerras declaradas, de crecimiento exponencial de la población penitenciaria y la falta de control, la María Madre pasó a formar parte de los penales federales. Se alegó que la isla es grande. Comenzaron los traslados de presos federales provenientes de todas las cárceles del país.
Empezaron pequeños cambios. Los colonos dejaron atrás la posibilidad de vestir como quisieran. Desde abril de 2010 vestirán pantalón y camisa caqui, y llevarán en la parte superior izquierda de la camisa, un número.
Actualmente, el proyecto para la colonia es transformarla en una prisión para los prisioneros peligrosos.
El 3 de junio de 2011 el Diario Oficial de la Federación publicó que se construirán seis complejos penitenciarios en las Islas Marías para los reos de alta peligrosidad; dos de ellos destinados a reos de máxima peligrosidad: terrorismo, secuestro, operaciones con recursos de procedencia ilícita, tráfico de armas, tráfico de indocumentados, tráfico de órganos, corrupción de menores de edad.
El diputado federal del PRI Humberto Benítez Treviño declaró al respecto a un medio nacional: “Fue un error histórico haber construido penales de alta seguridad cerca de las metrópolis”. (Como diría Foucault, a los presos de máxima seguridad se les concibe como leprosos, a los que se debe aislar de la sociedad.)
Sin embargo, el motivo principal aludido para retransformar a las Islas Marías es aliviar la sobrepoblación penitenciaria.
Según Foucault, la creación de más cárceles sólo crearía más delincuentes. Desde que se inventaron las cárceles éstas han probado que no disminuyen la tasa de criminalidad: “Se puede muy bien extenderlas, multiplicarlas o transformarlas, y la cantidad de crímenes y de criminales se mantiene estable o, lo que es peor, aumenta”. Frente a ello, ¿tendrá sentido transformar la única colonia innovadora de avanzada en México?
¿Qué dice de una sociedad en que una cárcel como la de las Islas Marías, que había logrado remontar su propia leyenda negra como centro de exterminio a inicios del siglo XX, vuelva a ser renovada como un oscuro destino para presos de alta peligrosidad?
En 2010, y en esta refriega de guerras declaradas, de crecimiento exponencial de la población penitenciaria y la falta de control, la María Madre pasó a formar parte de los penales federales. Se alegó que la isla es grande. Comenzaron los traslados de presos federales provenientes de todas las cárceles del país.
Dice Foucault en Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión [1975] que los vicios que percibimos en el sistema penal nacieron con las cárceles. La reincidencia, su falla en convertirse en verdaderos centros de rehabilitación, los abusos y excesos de la burocracia carcelera, el silencio que ocurre detrás de los muros de las prisiones y su cualidad de convertirse en “escuelas del crimen” fueron aspectos señalados incluso antes de que terminara el siglo XVIII. “Las prisiones no disminuyen la tasa de criminalidad: se puede muy bien extenderlas, multiplicarlas o transformarlas, y la cantidad de crímenes y de criminales se mantiene estable o, lo que es peor, aumenta”.
Añade: “La detención provoca incidencia. Después de haber salido de prisión, se tienen más probabilidades de volver a ella. En Francia, por lo menos, de 1828 a 1834 uno de cada casi cinco condenados eran reincidentes”.
Las críticas y los intentos por reformar a la institución carcelaria no son periféricos o eventuales, de acuerdo con Foucault. Surgen desde el inicio de la cárcel misma y parecen ser parte de su propio funcionamiento. Incluso, hace notar, la mayoría de los críticos de la prisión, por lo menos en el siglo XIX, no son filántropos ni humanistas, sino que provienen del mismo mecanismo de impartición de justicia: jueces, policías, técnicos oficiales, criminólogos.
Aunque la respuesta a estas críticas siempre ha sido la misma: el mantenimiento de los principios de la técnica penitenciaria. “Desde hace siglo y medio se ha presentado a la prisión como su propio remedio; la reactivación de las técnicas penitenciarias como la única manera de reparar su perpetuo fracaso”.
Al final de la lectura no existe una propuesta clara, alternativa a la prisión. Mientras el sistema de justicia esté fundamentado en la pérdida de la libertad las cárceles transitarán simultáneamente en sus preceptos ideales (adaptación del criminal) y su fracaso. Y en esa deriva parecen ahora naufragar las Islas Marías. ®