Sexo en Roma (100 a.C.–250 d.C.) [Barcelona: Océano, 2003] es una gran golosina cultural, una amplia selección fotográfica que incluye material “desenterrado” de los gabinetes secretos de varios museos y un estudio bien documentado sobre esas representaciones del sexo engastados en un libro tamaño carta de 168 páginas de buena factura; su autor, John R. Clarke, es catedrático en historia del arte de la Universidad de Texas especializado en estudios sobre el Imperio Romano.
Considerando los emplazamientos originales de los frescos de las residencias de Pompeya y los falos adosados en muros o grabados en sus calles, así como de pinturas y esculturas de Príapo y su flamante apéndice, situados en accesos y jardines, Clarke contextualiza la función que pudieron tener y, ante la abundancia de objetos cotidianos con explícitas imágenes carnales, confirma la naturalidad con que se miraban los temas relacionados con el sexo. Aquellas imágenes bendecían y aseguraban suerte y abundancia; las pinturas denotaban lo acomodado y sibarita de su dueño; otras eran bromas o insinuaciones y —claro— algunas, en efecto eran arte creado para el deleite y la voluptuosidad.
El sexo para los romanos era un regalo divino —un don de Venus—, algo deseable natural y positivo, aunque también poseía restricciones y una normatividad en relación con ciertos aspectos.
Clarke busca desde el principio hacernos ver la diferencia moral y normativa con que miramos las representaciones del amor carnal que produjeron los romanos del imperio, por ejemplo, su carencia de un concepto peyorativo del sexo como el nuestro de pornografía. Objetos producidos por una sociedad permisiva y admiradora del deleite, donde también existían normas para conductas como el sexo oral, el adulterio o la posición pasiva en el sexo homosexual, aspectos ante los cuales la elite romana debía acatar una etiqueta, y aunque estas restricciones no afectaban explícitamente sino a la elite, es decir el 2% de la población, mal visto estas normas —estoy seguro— sólo conseguían plantear para ese dos por ciento y para el resto de la población una línea que representaba la posibilidad de la trasgresión. La línea que separaba lo obsceno y lo denigrante movía a risa, pero también era, sin duda, combustible del deseo, acicates de la voluptuosidad latina.
Ahora bien, que las normas de los romanos fueran tales les obsequió distintas posibilidades de apropiación de su sexualidad y les permitió expresar de otra manera el erotismo; liberal sin duda, mas natural posiblemente, pero es simplona la imaginación de una bucólica convivencia de todos encuerados y todos contra todos. Tan sólo la existencia de la esclavitud debería matizar cualquier visión idílica que se pudiera tener —sí, lo sé, es anticlimático, pero la Roma imperial fue todo menos igualitaria—, sin embargo su opulencia produjo ciudades y objetos admirables.
Estudiando pinturas, esculturas y distintos objetos principalmente del área de Pompeya y de la Galia conquistada, Clarke repasa temas como la aproximación cotidiana y doméstica al sexo; la libertad de la mujer en algunos momentos del Imperio; la función de las pinturas en tabernas, baños y prostíbulos, entre otros. Además de obsequiarnos un recuento gráfico de las multicitadas pinturas de Pompeya y otros objetos muchas veces referidos pero pocas veces vistos, Clarke logra demostrar la tesis de que lo valioso de este conocimiento es poder hacer conciencia de la subjetividad que conlleva cualquier juicio que busque normar la connatural práctica del sexo en el ser humano.
Así, estas noticias de la Roma imperial son otro punto de referencia para considerar esa parte de la vida que está discreta e íntimamente hormada y que, por supuesto, para nosotros es natural. Y no sólo la parte normativa, sino la parte imaginativa: qué nos está dictado, a través de reglas y “sugerido” —a través de los mass media— de qué podemos hacer o intentar hacer. Qué imaginar o no en torno al sexo, al personalísimo uso de nuestro propio cerebro, piel y genitales.
Sexo en Roma es una guía que demuestra que una de nuestras civilizaciones “madre” todavía puede seguir ofreciéndonos enseñanzas útiles. ®