El corazón se hinchó. No sé si de miedo, de alegría o de sorpresa. Nunca me dijo nada y ella lo supo desde niña. Esperé el momento oportuno para decírtelo, dijo. Momento oportuno para ella, claro está. Quiere venir, conocerme. No estoy seguro, pienso, pero me sale un natural ¡Claro que me encantaría conocerte!, aunque eso ya no afectaba su decisión: Tengo los boletos del viaje, llego mañana en el vuelo 170.
Una hija. Es como si hubiera saltado nueve meses y más: han pasado diecinueve años y de repente tengo una niña entre mis brazos sin saber si es ilusión o temor de acariciarla y romperle los deditos.
Tengo veinticuatro horas para superarlo, para que mi sonrisa luzca natural y sin nervios, pero el cigarro me es insuficiente para desprender el miedo del alma. No es que tenga que suceder nada, pero algo extraño se arraiga a mi cuerpo y me hace respirar pausadamente. Se me ocurre llamarla, decirle que mejor voy yo a visitarla, pero me imagino que quiere conocer más sobre su padre: dónde vive, en qué trabaja, qué cosas son importantes en su vida, aunque ni yo mismo sepa la respuesta. Así que mejor dejo las cosas como están. Esta noche el insomnio se apodera de mi dormitorio.
Una hija. Es como si hubiera saltado nueve meses y más: han pasado diecinueve años y de repente tengo una niña entre mis brazos sin saber si es ilusión o temor de acariciarla y romperle los deditos.
Antes de ir al aeropuerto compré algunas cosas en el mercado: fruta, leche, huevos, para que no parecer el típico soltero, y unas flores que imaginé podrían ser sus favoritas. El vuelo 170 viene con algunos minutos de retraso, lo que alarga mi agonía. Blusa negra y pantalón de mezclilla, cómo no imaginé que habría decenas de muchachas con esa combinación saliendo por la puerta A. No importa, sé que la reconoceré.
Por los altavoces se mencionan vuelos, llegan, salen; se escuchan saludos Hola, ¿cómo estuvo el viaje? que me hacen voltear y observar a las personas; ruedas de maletas girando a mi alrededor, y el vuelo 170 detenido.
He pasado más de una hora en el aeropuerto y comienzo a pensar que todo esto fue una broma. En mi mente ya me veo llamándola hija y repaso una vez más los lugares a donde pienso llevarla. Empieza a ser desesperante.
Voy a la ventanilla a preguntar, por enésima ocasión, sobre el vuelo, pero esta vez la cara de la empleada se desdibuja y hace una serie de preguntas: ¿Es pariente de alguien que “venía” en ese vuelo? ¿Cuál es el nombre de su hija? ¿En qué ciudad abordó el vuelo? ¿Sabe si “tenía” seguro de vida?
Mi corazón se estrelló. Volteé a mi alrededor buscando a una chica linda de blusa negra y pantalón de mezclilla que no apareció ni ese ni ningún otro día. Mi temor de acariciarla le rompió los deditos y la hizo desaparecer. ®