El jugador que se había olvidado de hacer goles hizo uno que lo cambió todo. Guillermo Farré se topó con esa pelota que bajaba del cielo. Le pegó con fuerza, con los cordones de los botines, con los ojos abiertos, con una concentración máxima, cayéndose.
Nunca había estado en el Monumental. El jugador, sin destino de verdugo, pisó por primera vez el Coliseo argentino y se apropió de los silencios. Los hizo suyos. Fue flecha y arco. Velocidad y decisión. Voluntad y empeño. No hubo oráculos ni prestidigitadores ni ilusionismo ni videntes. El deportista tuvo una revelación, propia de un libro de autoayuda. La repitió hasta el hartazgo. El hombre, que se había olvidado los goles en su propia infancia, se habló a sí mismo. Se escuchó. Y los demás lo oyeron. “Voy a meter un gol”. Él se creyó.
La pelota baja del cielo con un movimiento defectuoso. El jugador jamás le quita la vista. Y le pega con el cordón del botín derecho. El hombre y el infinito. La eternidad. Un punto en el espacio que contiene todos los puntos. Flashes. Montaje paralelo de la gloria y del ocaso. El roce de la esfera, símbolo perfecto, describe una parábola casi matemática. “La sentí hermosa”, me dice. Después del éxtasis, del grito que exterioriza los nervios contenidos, del vuelo en tierra alrededor de un arco pulverizado, Guillermo Martín Farré mira hacia la popular donde hay un puñado de seguidores de Belgrano y se golpea tres veces el pecho. Fui yo, fui yo, fui yo.
La información que quedará en la historia gracias a la videomanía colectiva será parcial. Será un punto cúlmine, una pulsión, un cross a la mandíbula, un electroshock colectivo. Será, como para los montañistas, la foto de la cumbre en un cerro interminable. No habrá pasados ni afectos. No habrá caminos que se bifurcan ni senderos en subida. Será, ni más ni menos, que ese instante. La anécdota que repetiremos todos según nuestro punto de vista. Una leyenda que, a través del tiempo, sumará más testigos presenciales que la capacidad real del estadio más grande de Argentina. El día que River Plate se fue a la B vi el gol agazapado en el mismo sillón donde ahora está sentado Guillermo.
En Córdoba lo bautizaron como San Farré. En la provincia mediterránea, de tonada alegre, cuarteto y sierras se ignora la hegemonía porteña. Los ídolos son autóctonos. Los famosos, esos que firman autógrafos en servilletas, se les perdonan multas de tránsito y se sacan fotos con los niños como Papá Noel en los centros comerciales, adquieren un peso sustancial fronteras adentro. Fuera de Córdoba pueden ser perfectos desconocidos. ¿Pero qué hace que un futbolista rústico, de una extrema regularidad, que corre en el mediocampo defendiéndose a las patadas sea uno de los ídolos máximos del balompié cordobés?
Cuando la fama es involuntaria
Nunca fue campeón. En un histérico fútbol posmoderno, donde se compran y venden jugadores como esclavos y el valor del amor a los colores del club es patrimonio exclusivo de los hinchas, la trayectoria de Farré va en contramano ya que sólo jugó en dos equipos: Central Córdoba de Rosario (2001-2007) y Belgrano de Córdoba (2007 a la fecha). El mediocampista es invisible, no lo compran, no lo venden, todos los necesitan. Su juego suele pasar inadvertido para la crítica deportiva. Habitualmente, los comentaristas dicen que su desempeño fue “regular” y lo califican con 6.
Cuando llegó a Córdoba nadie lo conocía. Pancho Ferraro era el DT de Belgrano. Su preparador físico, Rubén Olivera, le pidió referencias a un periodista de Rosario porque necesitaban como refuerzo a un volante de marca, que pudiera jugar por los laterales, que fuera colaborativo con el equipo, que tuviera regularidad y liderazgo entre los más jóvenes. El periodista, hincha de Central Córdoba, no dudó y recomendó a Guillermo Farré. “Es una excelente persona, no es conflictivo, equilibra al grupo adentro y afuera de la cancha”. Farré arribó en 2007 para jugar como suplente en el Torneo Nacional B, la segunda categoría del futbol argentino, se fue a vivir a un departamento muy pequeño en la zona de la terminal de ómnibus y no fue la tapa del diario La Voz del Interior.
No hay argumentos para explicar cuándo y cómo se olvidó de hacer goles. Hay un pasado muy lejano en el potrero de la calle 9. Allí lo bautizaron como “Espi”, un apócope argentinizado de “Speedy” González, el ratoncito mexicano de la Warner Brothers que se caracteriza por su velocidad extrema.
Del perfil subterráneo a la explosión absoluta del gol que le dio el ascenso a Belgrano a la Primera División existe una distancia cuantificable en tiempo y espacio. El jugador se consolidó como titular, se casó con su novia de siempre, se mudó a una casa más linda, los hinchas cordobeses lo empezaron a reconocer, fue papá de Salvador, jugó dos finales por el ascenso y vio pasar por el banco de suplentes a siete directores técnicos: Francisco Ferraro, Mario Gómez, Dalcio Giovagnoli, Omar Labruna, Jorge Guyón, Luis Sosa, hasta el actual Ricardo Zielinski. Farré jugó siempre y en las posiciones que le pidieron, incluso fue capitán en dos periodos. Los técnicos pasan, Farré queda.
No hay argumentos para explicar cuándo y cómo se olvidó de hacer goles. Hay un pasado muy lejano en el potrero de la calle 9. Allí lo bautizaron como “Espi”, un apócope argentinizado de “Speedy” González, el ratoncito mexicano de la Warner Brothers que se caracteriza por su velocidad extrema. Espi, en el potrero y en El Fortín de Colón, jugaba de volante derecho. Sus características: habilidad, buena pegada, proyección, gol y —en honor al roedor— mucha velocidad. El tiempo hizo que ese niño mediocampista con características fusionadas entre Juan Sebastián Verón y Marcelo Gallardo abandone la habilidad por la destreza táctica y la explosión por la regularidad. Él lo reconoce siendo sarcástico. Riéndose de sí mismo. La asperaza de la vida se coló en la cancha y condicionó un carácter. Farré vive en el césped como juega en la vida. Hasta que un día se convirtió en una celebridad involuntaria.
El jugador que se había olvidado de hacer goles hizo uno que lo cambió todo.Tal vez el santo del ascenso, como en una película de Alejandro González Iñárritu, sólo haya estado en el lugar y en el tiempo exacto. En los filmes del mexicano el sentido del universo se condensa en un microsegundo y los protagonistas de las historias giran alrededor de un evento puntual: un disparo, un beso inoportuno, un choque entre dos autos, el aleteo de una mariposa. Y Guillermo Farré se topó con esa pelota que bajaba del cielo e hizo lo que tenía que hacer. Le pegó con fuerza, con los cordones de los botines, con los ojos abiertos, con una concentración máxima, cayéndose.
El planeta fútbol siguió la trayectoria de la esfera que se coló entre las piernas de Carrizo. Gol de Belgrano de Córdoba. Gol de Guillermo Farré. Fue el tanto del empate que empujó a uno de los equipos más importantes del universo a descender de categoría. Hubo gritos y lamentos. Insultos y adoraciones. Tembló la tierra, sucumbió la historia y en una habitación solitaria Diego Maradona celebró y no pudo abrazarlo. Minutos después, el Dios del fútbol le confesó a Farré telefónicamente: “Fue uno de los goles que más grité en mi vida”.
De goles ajenos
Guillermo Farré nunca gritó un gol de Diego Maradona. La respuesta no es inmediata. Se excusa. Le pesa no ser contemporáneo. No se acuerda del Mundial de México 86. Ni de los goles contra los ingleses. Era muy chico, dice. Piensa. Da rodeos. Viaja a su infancia pueblerina. Pampa húmeda. Colón, provincia de Buenos Aires, a 277 kilómetros de la oficina de Dios —que es argentino pero atiende en Capital Federal. Allí aparecen sus hermanos mellizos y cómplices en el potrero Jorge y Raúl, los vecinos de la cuadra, el Club Atlético Fortín y el deporte envasado que llegaba por TV. Es el año 1996, River Plate se perfila como el mejor equipo del mundo. Está en la final de la Copa Libertadores de América. Guillermo Farré, el 5 de Belgrano de Córdoba que quince años después condenó a los millonarios al descenso, procura confiar en su memoria y encuentra una respuesta errónea.—Los dos goles de Hernán Crespo en la final contra el América de Cali. Hubo uno que fue de chilena.
Aquella noche de 1996 Marcelo Pichi Escudero, un trabajador del mediocampo, corrió corrió corrió a lo Forrest Gump, desbordó por el vértice derecho del área grande y cuando parecía que se le terminaba la cancha sacó un centro hacia el punto del penal. Todos miraron el ascenso y el descenso de la pelota. Pero Hernán Crespo la hipnotizó, la invocó y la invitó a su fiesta de la destreza. El 9 saltó hacia el cielo sin pensar en la caída, hizo un movimiento elástico y la empalmó de chilena. Gol de Crespo. Gol de River.
Pero esto no ocurrió en la final de la Copa sino en los octavos. El rival fue el Sporting Cristal de Perú un mes y medio antes del cierre del máximo torneo latino. Farré se confunde con los goles ajenos. Le gusta más jugar que mirar. Y pocos se acuerdan de Escudero. La historia desprecia a los jugadores que entregan su vida al sacrificio y a la voluntad.
Guillermo está sentado en el sillón del living de mi casa. En el lugar exacto donde yo mismo vi y grité su gol contra River en la Promoción por el ascenso a la Primera División. La familia Farré está de paseo en Rosario. Como ocurre al menos dos veces por año vinieron de visita desde Córdoba porque su mujer es la mejor amiga de mi esposa. Mariana es la madrina de mi hijo Bautista y Susana es la madrina de Salvador, el hijo de Guillermo. Todos somos oriundos de Colón. Todos hemos emigrado de la ciudad que está anclada en la pampa húmeda a los diecisiete años para estudiar o trabajar. Los colonenses nos reconocemos afuera del territorio. Somos una especie de plaga diseminada en el continente.
Mi casa se disfraza de jardín maternal y nosotros intentamos hablar de fútbol. Junto al matrimonio Farré llegaron también dos de los tres hermanos de Mariana: Manuel y Andrés Quiroga, fanáticos al extremo de River. Falta Pablo, el hermano mayor porque vive en el País Vasco. Es uno de los ayudantes de campo de Marcelo Bielsa en el Athletic de Bilbao. La historia de los Farré y los Quiroga tiene varios puntos de encuentro que preceden al matrimonio de Guillermo y Mariana. El espacio compartido es el fútbol en el Club Atlético El Fortín, el equipo más humilde de la Liga Colonense que usa los colores del Boca Juniors: azul, amarillo y azul. Allí jugaron en las inferiores los tres Quiroga y los tres Farré. Manuel, exarquero en el team colonense no puede calmar a Salvador que se cagó encima. Le pasa el bebé de cinco meses a la madre y corrige al futbolista. “El gol de Crespo de chilena fue contra el Sporting Cristal de Perú”.
El 5 de Belgrano se rectifica.
—…No lo grité tanto a ese gol. Yo no era hincha-hincha de River de ésos que salen a festejar. Además, el partido lo vi en la casa de Pablo Setevendemia, un amigo. En mi casa no teníamos televisor.
Guillermo Farré no era hincha-hincha de River. No gritaba los goles que viajaban por satélite porque durante toda su infancia no tuvieron televisión. El fanatismo con el balompié no llegó a través de los rayos catódicos. En su infancia no hubo virtualidades de play station sino puro fútbol en el potrero de la calle 9.
Comida con sponsor
Desde su debut en 2002 jugando para Central Córdoba de Rosario en la Primera B Metropolitana —la tercera categoría del fútbol argentino— Farré se consolidó como un volante netamente defensivo con mucha marca. La aspereza en el juego rústico fue una característica que le permitió sobrevivir en el fútbol semiprofesional de las categorías del ascenso y en la vida. Guille comenzó a jugar mientras Argentina transitaba la peor crisis económica de toda su historia. Él también la sintió. Llegar a Rosario en camión, viajar a dedo, intercalar la ropa nueva y comer bien cuando se podía le dieron un temple afuera de la cancha que se potenció cada vez que tuvo oportunidad de jugar.
Miga-Miga es una empresa rosarina que catapultó su éxito gracias a envasar sándwiches al vacío. Sus elaboraciones poblaron rápidamente las heladeras de kioscos y estaciones de servicio. La PYME, sponsor de Central Córdoba, fue también una de sus fuentes alimenticias. El club le completaba el sueldo con varios sánguches al término de cada partido. Farré se ríe. Toma mate y se ríe. No quiere comer facturas. Volvimos a mi casa luego de almorzar en el Náutico Rosario, un selecto restorán frente al Paraná. Hoy Farré almorzó muy bien: un típico pescado de río y autografió un plato —como lo hacen todas las celebridades que van al restorán— a pesar del dueño, fanático hincha de River.
El gol de Farré es un hito. Un punto de quiebre. Tuerce a la historia. Los padres del éxito se hunden en su pedantería. El valor del gol es simbólico, representa la consecuencia lógica de un proceso. El 26 de junio del 2011 quedará como el día más negro en toda la historia de River Plate pero el ocaso comenzó mucho antes.
Es una charla, una kermés familiar. Hablamos de lo que más nos gusta. Yo estoy grabando a Salvador y a Bautista. Hay llantos de fondo y olor a caca de bebé. Hasta que se me ocurre hacer un chiste y apoyo la cámara sobre dos libros de guión audiovisual. La escena queda registrada.
—¿Pensaste en tus cuñados cuando gritaste el gol?
Apenas pasaron dos meses del ascenso del equipo cordobés. Manuel eleva sus cejas y contiene una sonrisa irónica. Andrés infla los pómulos y su rictus se extiende. Guillermo disfruta. “Viste el festejo del gol. Hay un momento en el que bajo los brazos. Es porque me acordé de mis cuñados”.
En la casa de los Quiroga hubo contradicciones. Todos son fanáticos de River. Por quién hinchar: por el esposo de Mariana o por la pasión de toda la vida. Manuel toma del suelo dos cubos de tela de Bautista y ejemplifica: “Estos son los defensores de River Alexis Ferrero y Juan Manuel Díaz”. Guille emula la pelota Adidas con un globo amarillo y describe el centro que ejecutó el Picante Pereyra. Los cubos de tela se chocan y no pueden rechazar al globo amarillo. El globo cae sobre la pierna de Farré que está apostado en el living y le pega con toda la fuerza. El globo recorre una trayectoria defectuosa de metro y medio y hasta que llega a la mesa. “Le pegué así, de lleno. Vi cómo la pelota entró al ángulo y grité hasta que me acordé de mis cuñados”.
Después del chiste volvemos a hablar de ese instante. El gol de Farré es un hito. Un punto de quiebre. Tuerce a la historia. Los padres del éxito se hunden en su pedantería. El valor del gol es simbólico, representa la consecuencia lógica de un proceso. El 26 de junio del 2011 quedará como el día más negro en toda la historia de River Plate pero el ocaso comenzó mucho antes. La pulverización económica, el desmanejo financiero, la participación activa de los barras bravas en la internas del club, algunos crímenes oscuros y las oscilaciones de un equipo que postergó jugar bien donde y cuando sea son algunos matices que se concentraron el día del partido de la Promoción. Y la llegada del mediocampista de Belgrano para darle de lleno al balón también es fruto de una consecuencia. No hubo dioses ni inspiración divina. No hubo fortuna. Ni buena suerte. A Farré no lo tocó la varita mágica. Ni todo esto es una escena de una película de González Iñárritu. El gol de Farré es la maduración paciente del esfuerzo. La historia, que desprecia a los jugadores que entregan su vida al sacrificio y a la voluntad, tuvo que redimirse.
Nos preparamos para el gol
“A mis hermanos les decía prepárense para mi gol. Yo estaba predispuesto a que esto ocurra”, afirma el jugador que durante el 2011 no había convertido ningún tanto en el Torneo Nacional B. El carácter optimista de Farré parece salido de un libro de autoayuda, pero esa convicción previa lo empujó a hacer algo imprevisible. En un momento del partido, irresponsablemente abandonó la marca de Erik Lamela, uno de los jugadores con más proyección del fútbol argentino, y picó. “Yo no tenía que ir arriba. No sé por qué fui. Hay situaciones en el partido que uno hace cosas sin pensar”.
“Cuando voy corriendo ya veo cómo baja la pelota”, afirma el mediocampista. Con la mano derecha explica su propio trayecto en el césped del Monumental y con la mano izquierda el de la pelota. Mano derecha Farré y mano izquierda pelota se congelan en la atmósfera. “Ahí veo un poste rojo (así denomina al arquero Carrizo). Pero siempre miro la pelota. Si el poste rojo me sale tengo que desviar la mirada… Pero Carrizo —bah, ese bulto rojo— no sale. Se queda. Y yo llego a la pelota cayéndome. Me tiro para pegarle (con la mano derecha dibuja una especie de toma de karate). El movimiento fue como una tijereta, que jamás había hecho en mi vida”. Las manos de Farré se encuentran. Jugador y pelota. El balón ya tiene un destino de gol. “En el momento que le pegué la sentí hermosa”.
El jugador del gol más doloroso de la historia de River no conocía el Monumental. Ni siquiera como espectador. Jamás había ido. Había rechazado una invitación de los Quiroga para ver la final de la Supercopa Sudamericana en 1997, eso fue lo más cerca que estuvo del estadio de Nuñez. Farré, jugador con más de doscientos encuentros en su carrera como profesional, sólo había tenido roce frente a un equipo de la Primera División en la Promoción del ascenso cuando perdieron contra Racing de Avellaneda en 2008. Farré conoce en detalle el barro y la tierra de canchas marginales, con tribunas de madera y vestuarios desvencijados. Su debut en el estadio de River quedó reservado para una ocasión especial. Una serie de dos partidos entre el tercer equipo con más puntos en el Nacional B y el penúltimo en la tabla de los promedios del descenso de la Primera División. Belgrano jugaba por la gloria, River padecía caminar al borde del abismo. El partido en Buenos Aires (1 a 1) fue la revancha que había comenzado en el barrio Alberdi de Córdoba, con el triunfo por 2 a 0 de los celestes.
River no puede descender. La verdad casi absoluta latía en la atmósfera previa al 26 de junio. Un grupo de hinchas riverplatenses hostigaron al plantel cordobés la noche anterior del partido en el hotel NH City donde se alojaban. “Ni con las bombas nos van a poder asustar. Gallinas cobardes”, escribió en su twitter Mariano Campodónico, uno de los jugadores más experimentados. La madrugada fue movida, a las cuatro de la mañana se activaron las alarmas de incendio. Pero la presión no era patrimonio de Belgrano. La revancha de la promoción representaba el final de dos procesos antagónicos. Por un lado, un trabajo consecuente de casi cuatro años en la B Nacional del equipo más popular de la segunda ciudad del país, y por el otro la agonía de un club en estado terminal. “Nos sentimos siempre muy seguros”, cuenta Farré. Guillermo pisó el Monumental y le llamó la atención la apatía de algunos jugadores de la banda roja. Saludando con desgano, sin mirarlos a los ojos. Antes de que arranque, la mayoría de los players porteños subestimaron a los rivales. Al menos, eso sintió Farré.
Como millones de argentinos seguí el partido con tensión y nervios. Sentado en el mismo sillón donde Guille —dos meses después— me cuenta la experiencia. Yo soy hincha de Boca pero esa tarde me sobrepasó el sentimiento de desearle un buen augurio a un amigo que alegrarme por la desgracia ajena. Mi esposa simpatiza con River y decidió encerrarse en una habitación. Mi hijo, Bautista, de casi dos años, se puso la camiseta de Belgrano con el número 5 en la espalda que le había regalado Guillermo en nuestro último viaje a Córdoba y quedó inmóvil a mi lado, absorbiendo ansiedad.
Nunca pensé que podía gritar un gol con más energía que el segundo de Diego Maradona a los ingleses en el Mundial 86. Pero esta vez mi grito de gol salió de las entrañas. Fue un grito rojo viscoso delirante cavernario y casi revanchista. Desde la comodidad del sillón, tuve menos visión que el propio jugador de Belgrano. Cuando advertí quién había sido el autor ya estaba saltando y abrazándome con mi esposa y no tuve tiempo ni siquiera de llorar de emoción. Bautista nos miraba con los ojos ampliados como si el hecho de agigantar la vista le permitiera entender de qué se trata esta irracionalidad tan romana. Al igual que Diego Maradona fue uno de los goles que más grité en mi vida. Y nunca jugué un Mundial.
Los diarios, las radios y los hinchas ya hablaron lo suficiente sobre el match. Se contó como un momento épico, como una tragedia griega, como un juego locuaz de ajedrez, como un grito impotente de barras bravas que amenazaron de muerte al árbitro, como un duelo de caballeros, como un acto heroico. Que la falta del Chiqui Pérez a Carusso fue penal. Que Sergio Pezzotta debió expulsar a varios jugadores de Belgrano. Que el Picante Pereyra lo pudo empatar antes. Que Lamela ya estaba pensando en su transferencia al exterior. Que el arquero Olave se agrandó antes de atajarle el penal a Pavone y homenajeó a su primo muerto, el cuartetero Rodrigo. Que Franco Vázquez es el mejor 10 de la Argentina pero no lo tienen en cuenta porque juega en la B. Que Carrizo se paralizó con el enredo entre los defensores. Que la pelota que embocó Guillermo se podría haber ido a lo más alto de la tribuna.
Es cierto. En el terreno de las probabilidades, las chances de que ese disparo de movimiento más desesperado que virtuoso se vaya a la tribuna son altamente mayores a que ingrese al arco. Por varios motivos. Farré no es delantero. Le pegó cayéndose. La pelota tardó en bajar. Su promedio de gol por temporada es menos de uno. El mediocampista está más preocupado por defender su propio arco y siempre le toca marcar al más habilidoso del team adversario. Pero no fue así. Fue golazo. Fue un evento extraordinario. La relevancia de la víctima transforma a Farré en un verdugo global que ingresa al salón de la fama de la elite del fútbol inesperadamente. ¿Pero cómo hubiera sido recordado el volante hiperdefensivo de no haber convertido ese gol? Hay que pensar en Farré antes de los dos partidos de Belgrano versus River.
El hombre que espera
Conocí a Guillermo Farré en un departamento de la calle Zeballos casi esquina Corrientes en el verano de Rosario del 2001. Allí vivían nuestras actuales esposas. Mariana estudiaba el profesorado de biología y Susana soñaba ser ingeniera en sistemas. Mientras, el país se fracturaba. El índice de desocupación arañaba los tres dígitos, aún no habían derribado a las Torres Gemelas, un peso argentino valía un dólar y nosotros nos reuníamos los lunes a la noche para reírnos con Todo por 2 pesos, un programa televisivo de un humor muy extraño. Rosario estaba por parir una de las mayores protestas sociales de la historia y nosotros caminábamos despacio. La recesión económica paralizaba no sólo el movimiento comercial. Se respiraba un clima de tensión contenida, ésa que precede a los terremotos. Guille ni siquiera era suplente en Central Córdoba y venía de digerir su primera gran tristeza futbolística: quedar afuera de Boca Juniors luego de haber entrenado casi medio año a metros de la Bombonera.
“Estuve a punto de abandonar el fútbol”, me dijo. Toda su familia, pero especialmente sus hermanos, apostaron por el futuro futbolístico de Espi. Mientras cursaba el último año de la secundaria en la Escuela Nacional de Colón los mellizos lo acompañaron hacia Buenos Aires hasta tres veces por semana durante el segundo semestre del 98. Guillermo integraba un equipo de divisiones inferiores de Boca que se conocía entre los especialistas como la Generación 80. Con jugadores de la talla de Sebastián Battaglia, Omar Marchant y Clemente Rodríguez, entre otros. Todos triunfaron en el Boca de Carlos Bianchi.
Lo aman los hinchas de Belgrano en Córdoba. Lo valoran sus coterráneos en Colón. Lo idolatran los de Boca. Lo pretenden repatriar en Central Córdoba de Rosario. Lo respetan los de River. Lo grita Maradona. Lo abrazan sus compañeros. La alegría de Guillermo por llegar a jugar en Primera después de los treinta años es reparadora.
A Boca había llegado desde Newell’s Old Boys de Rosario uno de los profesionales más respetados en el fútbol juvenil: Jorge Bernardo Griffa, el descubridor de buena parte de los ídolos futbolísticos argentinos. Y Farré recuerda las peripecias que hizo para llegar a cada una de las prácticas. Ni él ni los mellizos conocían Buenos Aires. Los llevaban comisionistas, remiseros y hasta hicieron combinaciones de colectivos que hoy no se atreverían a repetir. Nunca lo dejaban sólo a ese pibe de diecisiete años. Sus hermanos, un par de años mayores, esperaban hasta que finalizara la práctica y regresaban a Colón.
La nochebuena del 98 los integrantes de la familia Farré brindaron por la incorporación de Guillermo a Boca. El juvenil debía esperar un llamado telefónico para presentarse en la pretemporada. El 99 arrancó y el teléfono jamás sonó. La familia decidió acompañar a Guillermo hasta el predio donde entrenaban los jugadores juveniles y viajaron a Capital Federal. Guillermo llegó, se saludó con utileros y preparadores físicos a quienes conocía por haber entrenado casi seis meses. Se vistió de jugador pero lo hicieron esperar a un costado junto a varios chicos que iban a probarse por primera vez. Cuando ingresó, Guille recuerda que la rompió, tuvo despliegue en el mediocampo y ordenó el juego. Al finalizar el partido se acercó el gurú del fútbol de inferiores y le dijo las tres palabras más desagradables que podía escuchar: “Gracias por venir”. Así, Griffa comunicaba el final a los miles de chicos que se presentaban en cada prueba. Agradeciendo. Guillermo lloró desconsoladamente. Sus hermanos quisieron pelear. Y los echaron a todos del predio.
Un no. Rotundo. Un golpe. El miedo al fracaso. La etérea vida de los futbolistas. Los sueños convertidos en pesadillas y las dudas de volver a empezar empujaron a Guillermo a pensar en abandonar la carrera profesional antes de arrancarla. Así llegó a Rosario para estudiar administración bancaria. Hasta que gracias a un amigo de Colón consiguió probarse en Central Córdoba. Por aquellos años, el club rosarino jugaba en la B Nacional.
Tal vez los hinchas de Boca que propusieron crear una Peña con el nombre de 26 de junio-Guillermo Farré en honor al descenso de sus archirivales desconocen esta anécdota del pasado. La historia circular hizo que millones de hinchas de Boca gritaran su gol contra River con la misma fuerza que la parcialidad celeste. Los bosteros también adoraron a Farré durante una tarde de invierno. Ese instante se convirtió en un hito.
Los hitos son resúmenes. Síntesis representativas de nuestras propias vidas. El bautismo, la primera comunión, las vacaciones en Carlos Paz, el primer beso, una despedida dolorosa. Pero visualizar la vida a través de los instantes-hitos puede significar una tarea riesgosa. Probablemente eliminemos hechos o gestos cotidianos y sencillos más paradigmáticos y reveladores que nos hablen con más certeza sobre quiénes realmente somos. San Martín cruzó los Andes, a Newton se le cayó una manzana en la cabeza, Benjamín Franklin colocó una llave en un cometa y Diego Maradona condensó la Justicia de Dios en su mano. Los hitos sintetizan procesos. Son indicadores. Guillermo Farré no es sólo el autor del gol que condenó a River a descenso.
He seguido gran parte de la carrera de Farré. Lo he visto jugar en Central Córdoba y en Belgrano. La primera vez que mi hijo pisó un estadio fue en Alberdi para ver a Guille. Hemos compartido asados y bautismos mutuos. Brindis y viajes. Hemos cantado las canciones de Juan Luis Guerra y filosofado sobre la vida. Hemos vivido en paralelo. En esta crónica, la selección de lo escrito no se remonta a un par de encuentros con el protagonista y su entorno. Las elipsis, las secuencias elegidas y los momentos reveladores son recortes subjetivos de más de diez años de camino compartido. No obstante, hay una imagen de Guillermo que no me pertenece, que yo no he visto, pero creo que es la síntesis más acertada sobre quien es el autor del gol que vapuleó a River. Me cuenta Antonio Galimany, gran amigo, colega e hincha fundamentalista de Central Córdoba que allá por el 2003 él estaba en la tribuna de cemento del Gabino Sosa, donde juega de local su equipo. En un momento del partido se sienta a un par de metros un pibe flacucho, con jeans gastados, camisa a cuadros y zapatos náuticos evidentemente alisados de tanto caminarlos. Antonio le pregunta a su padre y a su hermano: “¿Ése no es Farré?” Guillermo, por aquellos años, era eterno suplente. En un momento se larga a llover. Y Guille, al igual que los hinchas fanáticos, se queda mirando el partido. Recuerda Galimany a Farré con un gesto templado, pensativo, con la sensación de que la lluvia no lo mojaba. O si lo mojaba era intrascendente. Lejos del banco de suplentes Guillermo esperaba una oportunidad sentado en la tribuna. Un hombre solo que espera.
Lo aman los hinchas de Belgrano en Córdoba. Lo valoran sus coterráneos en Colón. Lo idolatran los de Boca. Lo pretenden repatriar en Central Córdoba de Rosario. Lo respetan los de River. Lo grita Maradona. Lo abrazan sus compañeros. La alegría de Guillermo por llegar a jugar en Primera después de los treinta años es reparadora. Es una respuesta tardía a ese “Gracias por venir” de Jorge Griffa. Es un: “De nada, señor, éste es mi trabajo” una década después. De esto se trata. Es una historia con más paciencia que magia. Con más deseo que fortuna. Como en un libro de autoayuda, Guillermo escribió un capítulo por cada partido jugado. Siempre con esa convicción que materializa en palabras: “Estaba predispuesto a que esto ocurra”. ®
Nota del autor:
En el mismo instante en el que advertí que mi amigo Guillermo Farré fue el autor del gol a River Plate sentí la necesidad de escribir algo. No sabía qué. Podía ser una carta, una postal, un cuento, una crónica. No me imaginaba para qué medio, ni siquiera su estructura o cómo me iba a parar como narrador. Pensé en el papel, en los medios argentinos, pero no tuve suerte. Los límites que le imprime el papel a la prensa escrita son aún excusa fuerte para la negativa o (peor aún) para la indiferencia. A pesar de ello siempre tuve la convicción de seguir hacia adelante. Desde aquel instante del gol hasta ahora ha transcurrido casi un año y más de siete meses de producción, idas y vueltas, entrevistas, borradores, acreditaciones que jamás a concretaron, tachones y el obstinado intento de superar mis temores más internos.
‘El jugador que se había olvidado de hacer goles hizo uno que lo cambió todo’ es, al fin, una crónica. Quiero agradecer al colega argentino Alejo Mazzotti quien una mañana de calor en el bar El Cholo de Rosario me dijo: “Esta historia debe ser contada”. A Antonio Galimany por regalarme metáforas, estructuras y miradas; por su perseverante, creativa, delicada y refinada edición. Al youtuber Juan Pablo Brach por la edición del video, una especie de trailer del relato. A Luciano Solari y Matías Arancibia por la grabación de los textos. Al talentoso Alejandro Raineri, dibujante y diseñador argentino con quien vuelo a trabajar luego de quince años. Al periodista Jorge Salum, por su generosidad, su honestidad intelectual, su mirada atenta y su extrema humildad. Somos nosotros los que aprendemos, Jorge. Al maestro Alberto Salcedo Ramos quien da palmadas cuando escribe y posee la sensible virtud de enseñarnos a mirar. A Rogelio y a Joaquín de Replicante por hacer todos los meses, de esta publicación digital, un espacio elástico, democrático y crítico.
Al querido Guillermo, a nuestras familias, a este maravilloso vínculo y a esas estelas que sembrás, como buen peregrino.
Tu peregrinar es nuestro.
José Chino Sosa
Querido Juan:
Simplemente maravilloso y emocionante tu relato. No lo conocía y a pesar del tiempo pasado no pierde vigencia y no dejaré de recomendarlo. Te cuento que soy colega tuyo, soy periodista y trabajo en un canal de televisión de Córdoba y colaboro con una editorial de acá. Soy fanático y socio de Belgrano. Voy a la cancha todos los partidos junto con mis hijos. Y este año tuve la oportunidad de conocer a Guillermo personalmente porque hicimos un libro llamado «Pirata de Primera», una especia de guía del torneo con ilustraciones de los jugadores de Belgrano y tu amigo me honró con su presencia en la presentación del libro. Ese día no sólo tuvo maravillosas e inolvidables palabras para con nosotros sino que se quedó firmando libros y sacándose fotos hasta que se fue el último hincha. De allí en más, empecé a conocer más al Farré persona con quien tengo contacto seguido y que no deja de sorprenderme a todo momento. Realmente es tal cual vos lo describís. Un enorme jugador de fútbol pero más aún un enorme tipo. Un orgullo eterno para Belgrano. Un ejemplo para cualquier chico que quiera jugar a la pelota o ser algo en la vida. Alguien que merece todo lo bueno que ahora está viviendo porque aunque se había olvidado de hacer goles nunca se olvidó de hacer el bien…
Juan Mascardi
Rodrigo / Carlos…
Muchas gracias por sus palabras. Acabo de darme cuenta que hacía justamente un año que no escribía ningún comentario y -sin embargo- la historia sigue viva. Así traté de escribirla, como un texto que le gane al tiempo. Y así creo que será la imagen de Guille, mucho más buen tipo que excelente futbolista. De eso se trata. Carlos, un abrazo al florista que rescató nuevamente la crónica.
Abrazos para ambos,
Juan
Rodrigo Bazan
Muchas gracias por relatar el pasado de este gran jugador, esta flor de persona, este futbolista extraordinariamente tactico. Al leer esto, se te pone la piel de lija, pero no solo eso, sino que tambien encontras los por que, los como, los cuando, y todo los tipos de interrogantes sobre este gran jugador. Las pocas veces que hable con el, me demostro ser diferente, de esos vagos humildes, sencillos, que si se te para el auto en medio de la ruta y lloviendo y el vago pasa, se frena y te ayuda a pecharlo. Hay gente que disfruta de conocer a las personas, y gracias a vos Juan, siento que lo conozco un poco mas al guille. Ojala se quede en Belgrano para toda la vida, lo necesitamos para seguir escribiendo esta historia con tantos vaivenes, alegrias y tristezas, pero sobre todo, una historia pasional. Un abrazo, y gracias por esto, un claro ejemplo de luchas y perseverancia.
Carlos Beas
Lo lei cuando salio la Nota, hoy un forista la refresco para todos los usuarios del Portal si bien ha pasado el tiempo no es tarde para felicitarte por la excelente Nota, la lei en mas de una oportunidad, y cada ves que la leo me emociona. Felicitaciones una gran Nota.
Juan Mascardi
Gracias querido Guillermo. Ojalá pueda, en algún momento, viajar a Córdoba y compartir junto a ustedes este puñado de historias de gente común que hacen cosas extraordinarias.
Guillermo Alberto Ríos
Juan Mascardi… llegué a leer el artículo por ser hincha de Belgrano y buscar siempre comentarios que hablen bien del pirata, y la verdad que agradezco a Dios haber encontrado tu historia, tan llena de realidad como muchas que seguramente representarán situaciones similares, historias de vida de gente común, luchadora, que ponen el pecho a las balas y le da para adelante en pos de un objetivo. En alguna oportunidad crucé algunas palabras con Guillermo, filmando un video de regalo para uno de mis hijos que cumplía 18 años. Me pareció una persona excelente, lo cual confirmo leyendo tu historia. Ojalá en algún momento de la vida pueda compartir con uds una mateada, un almuerzo o tan solo un cafecito… conocer gente como uds siempre es un placer y gratifica nuestras vidas… Un gran abrazo y espero leer pronto un nuevo artículo sobre el héroe del 26/11/2011.
Juan
Gracias Yanina por tus palabras, que realmente emocionan. «¡Cuánto sacrificio de Guille! ¡Cuánta vida! La piel se me pone de gallina…», es así, tal cual. La verdad que unos buenos mates vienen muy bien para compartir este trayecto de vida y emociones. Muy generosas tus palabras, muchas calidez. Disfruto tanto cada vez que voy a Córdoba, así se vive.
Gracias Pica también por tu comentario. Guille es un grande de Colón.
Pica
He aquí dos grandes de la ciudad de Colón: Guillermo Farré (primo político) y Juanrro Mascardi!
Yanina
Qué grande esta crónica… la encontré revisando -una vez más- el alboroto que se armó aquel 26… y sin lugar a dudas, busqué a Farre… Nos encontramos, tu crónica y yo… Empecé los primeros renglones… sentí la necesidad de poner la pava porque el momento meritaba unos mates… Mientras el agua se va preparando, sigo leyendo… Y me perdí en las líneas… ¡Cuánta redacción! ¡Cuánto sacrificio de Guille! ¡Cuánta vida! La piel se me pone de gallina… Los ojos se me llenan de lágrimas de emoción una vez más, como en aquel partido, como cuando vi desde un costado a la hinchada fiel, como cuando el Mudo dejó de vestir la celeste… Cada vez que revivo aquel momento se me llenan los ojos de lágrimas… y me sale tímidamente un Gracias Belgrano querido, gracias! … … Antes de terminar de leer tu crónica, me atreví a publicarla en facebook… Se tiene que saber, se tiene que conocer… Querido Juan, no sabes cómo te envidio (para bien) el que puedas compartir la vida con Guille, unos de los máximos ídolos de Córdoba!!!
Muy buena la crónica… ¡Felicitaciones!
Juan
Miguel, Aureliano, Mario: muchas gracias a todos. Por las devoluciones, por hacer crecer el texto, por contar sus vivencias en primera persona. Saludo y abrazo a los colonenses por tanto afecto coterráneo, a la hinchada celeste por gritar y seguir gritando ese gol que se vivencia en el amor hacia Guille, a los riverplatenses por el respeto que han tenido hacia el relato y espero que sea mutuo (muchos me dicho que no pudieron pasar el tercer párrafo por tanto dolor).
Salute
Juan
Miguel
Estábamos en casa con mis hijos y unos amigos viendo el partido y es increíble, pero mientras escribo me imagino la pelota bajando como en cámara lenta, los zagueros de River casi a destiempo y el zapatazo del Guille…. Furibundo!!!!!!!!!!!! GOL, GOL, GOOOOOOOOOLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLLL y mi corrida por casa, el abrazo y las lágrimas de la emoción…. Gracias Guile y Gracias Belgrano Querido de Corazón Sin Igual!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Siento la emoción de la primera vez que fuí al gigante de la mano de mi viejo mi ídolo!!!!!!!!!!! GRACIAS BELGRANO POR TANTA ALEGRÍA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Aureliano
Juan, te Felicito es EXCELENTE el relato por momento se me ponía la piel de pollo, soy de Cordoba del Celeste y no conocía el pasado de Guillermo, igualmente como vos decís acá se lo ama se lo quiere, como a muchos de los jugadores del plantel actual. De verdad es muy buena la nota Gracias por publicarla y que podamos disfrutarla todos.
Slds.-
Mario Leonardi
JUANRO : MUY BUENA LA NOTA TE FELICITO, SEGUI ASI Y GRACIAS POR RECORDAR A LA GENTE QUE SOS DE COLÒN UN GRAN ABRAZO Y SALUDOS AL ESPI
Juan
Gracias Federico y Gonzalo, qué bueno que se pueda difundir entre la hinchada celeste.
Fue, para mí, todo un desafío escribirlo procurando ser equidistante y pasional a la vez.
Abrazos para todos y más gracias por su cálidos comentarios.
Gonzalo
Gracias por compartir esto, no pude evitar las lagrimas al leer el articulo.
Un abrazo desde Córdoba.
Federico.D
Nunca es fácil ganarse un publico tan popular y pasional como el de Belgrano viniendo de afuera, Farre lo logro, y el dia de mañana(ojala falte mucho) el se podrá ir mas que tranquilo a su casa por lo hecho y la marca que dejo en el futbol, no por el gol a River, sino por todo lo que describis en el relato.
Esto merece ser leido, espero que se pueda difundir.
Juan Mascardi
Gracias Maru y Lucas por los comentarios.
Es fuerte lo que contás Maru. Si esta crónica te ha hecho quebrar los kilómetros y te puso más cerca de los sentimientos y si te empuja a pensar en el nombre de tu primer hijo ya cumplió mucho más que su objetivo.
Vi que anduvo por Facebook el fin de semana, he notado que hizo un pico de clicks. Ojalá la puedan leer todos los piratas.
Les mando un gran abrazo
Juan
Maru
Juan tu articulo anda dando vueltas por facebook (hablando de eso te robe una frase y no coloque los derechos de autor, me disculpo por eso) y el link decia algo asi como «si es largo pero si tienen tiempo leanlo es emocionante» y la pucha q me emocione. Soy fanatica gracias a dios ,a la vida y a mi abuela del celeste, ahora no estoy viviendo en el pais y fin de semana de por medio siento un dolor en pecho q mezcla con angustia por no podes estar en el gigante de alberdi,es mas estoy contando los minutos pq en 3 hs y media jugamos en mendoza… tus palabras son mas q conmovedoras y mas q merecido tiene este homenaje «el guille» , si con articulo y tonada como es propio de mi ciudad…
Es un jugador como bien lo describis regular, ordenado pero q de un momento a otro puede sorprenderte y romper la red del monumental… es increible lo q sentimos los hichas del pirata esas dos jornadas de puro huevo y corazon pq para el futbol bonito no estamos… La tarde- noche del partido en cordoba despues de los goles del picante y del hacha decidi q cuando tenga un hijo varon se va a llamar cesar y andaba buscando un segundo nombre un poco mas «bonito» y creo q luego de leer esto y volver a ver el gol de farre puedo decir q mi primer hijo se va a llamar cesar martin … gracias por tus palabras y un abrazo de gol a river en el monumental para nuestro guille por favor nunca dejes de vestir la celeste
Lucas
simplemente conmovedor, gracias
Juan
Muchas gracias Diego y Sebastián por los comentarios.
Gracias por hacer crecer esta historia en tiempo presente.
Gran abrazo
Juan
Diego
Qué linda historia. A Farré en Belgrano lo quiere todo el mundo, porque desde el día que llegó se nota que se mata por el equipo. Apenas ascendimos algunos dudaban de que estuviera para jugar en primera, pero a lo largo del último año rindió incluso más de lo que había dado en cuatro temporadas en la B, y ahora encima también está llegando seguido al arco, haciendo exactamente lo mismo que en el Monumental: acompaña el ataque por el medio y recibe de frente al arco. El otro día metió uno increíble contra Tigre, y ayer con Vélez la rompió, y no marcó dos solamente porque Montoya es un monstruo. No hay un hincha que no le diga lo mismo que a Zielinski o al Picante Pereyra: «Por favor quedate a vivir en Belgrano».
Seba
Sencillamente extraordinaria historia, mejor aun contada por un gran cronista y profesional, aun para un hincha de RIVER como yo, un ejemplo de tenacidad, conviccion, de ir en busca de su sueño y nunca claudicar,
Adivino que existe una gran similitud en la lucha de Guillermo con la del narrador, que nunca abandono sus convicciones y sus sueños, ambos un ejemplo a emular.
Felicitaciones,
Seba
Juan Mascardi
Federico querido
Tus palabras (muy generosas) han calado hondo en mi corazón.
Aún estoy transitando esa mezcla de ansiedad, pudor y emoción del día después de la publicación. Y tu mirada, tan cálida, colega, es un empujón, una caricia para el amla.
Qué bien que escribis. Es lo que mejor de esta experiencia narrativa. Hacer crecer el relato.
Gracias de corazón querido Fede. Ojalá que estés muy bien. Me encataría leerte más seguido
Un abrazo
Juan
Federico
Juan, te aseguro que hace casi un año, cuando se consumaron los hechos, sólo sentí un poco de diversión. Ni siquiera me puse contento. Me causó apenas algo de gracia ver que River, el eterno rival de mi Boca, se estaba yendo al descenso. Fue uno de los goles que más grité en mi vida, no lo niego; y de seguro fue el que más grité hecho por alguien con una camiseta que no era azul y amarilla. Pero a los pocos minutos ya mi vida volvió a ser normal y el destino de River me daba lo mismo.
Desde ese entonces hasta ahora, más que una cargada suelta o un chiste con poco humor, la situación me resultó indiferente. Por lo general me importa poco la desgracia del rival y prefiero preocuparme por el bienestar de mi equipo. Por eso este año fue muy tranquilo, por eso apenas me acuerdo que River es de la B.
Pero a partir de ahora la cosa será distinta. Perdón que te parafrasee pero creo que me puedo describir como “El hincha de Boca que se había olvidado de leer artículos sobre River, leyó uno que lo cambió todo”. ¿Perdonado?. Todavía me cuesta creer que lo que siento en este instante es sincero, pero la piel de gallina (paradoja de la vida) me impide negarlo: ahora sí puedo decir que estoy emocionado, ahora sí siento de verdad una alegría inmensa por lo ocurrido aquel 26 de junio.
Sigo siendo el mismo. Me importa poco la desgracia del rival y prefiero preocuparme por el bienestar de mi equipo. Pero tu relato logró conmoverme. Quizás la emoción no sea por el descenso de River, sino por ver en Guillermo esa alegría contenida por años de sacrificio, el desahogo de un luchador, la redención del mártir. Quizás sea por ver el éxito de alguien que de tanto chocar paredes finalmente pudo derribar el muro, con nada más que una pelota y una pirueta circense. Quizás la alegría sea por ver en tus palabras reflejada una amistad admirable y una admiración amistosa hacia “Guille”. Quizás mi satisfacción provenga del simple hecho de ver que el fútbol sigue siendo humano, y divino al mismo tiempo.
Dicen que el color de las cosas depende del cristal con que se las mire. Creo que tenés un gran mérito por haberle cambiado el color a esa sencilla jornada de fútbol. Hoy para mi Guillermo Farré ya no será simplemente el flaco que condenó el fracaso de mi equipo rival, ese que apenas logró causarme un poco de diversión hace casi un año. Ahora es un tipo que me emocionó, un ejemplo de persona, que la peleó en las malas y hoy apenas sonríe en las buenas. Que no se la cree, que sabe quien es y no lo niega, no lo esconde, que no cambió ni por toda la fama del mundo. Hoy rescato la fidelidad de su esposa, el aguante de sus hermanos, la inmensa estima de su amigo y hasta la cordialidad de sus cuñados. Todo eso es hoy Guillermo Farré.
Y pienso repetir su historia hasta el hartazgo, no sólo hasta que el gol pase a ser una chilena perfecta que se cuelgue de un ángulo después de él mismo haber gambeteado a varios rivales y echado el centro, como suele pasar con los goles históricos. Sino también hasta que los viajes a dedo y los partidos vistos desde una tribuna lloviosa se multipliquen por el boca a boca y el nombre de Guille trascienda esa jugada fortuita y se convierta en lo que realmente es, con todas las letras: gran futbolista y mejor persona.
Hermoso tu homenaje, Juan, simplemente maravilloso.
Te dejo un abrazo grande y otro para Guille, que sin conocerlo ya casi es un amigo. Espero que todo marche bien. Lo mejor para ambos.