El espacio que ocupa la información (de todo tipo y pelaje) en nuestras vidas se agranda incomensurablemente. Los beneficios de este irreversible fenómeno están por verse. ¿Acaso mejora esto nuestra percepción general del mundo que nos rodea? ¿Nuestra vida sexual? ¿Nuestra felicidad? Los situacionistas decían que toda belleza que no conduzca a la felicidad debe ser destruida.
Si tradicionalmente la figura de dios ha empequeñecido al hombre, el magma cibernético lo arroja en calidad de náufrago en medio de un mar infinito de datos e imágenes, inabordable a primera vista en su vastedad, al igual que el espacio sideral. Quizá la experiencia cibernética prefigure la aventura espacial a la que sin duda está abocado el ser humano, visto el mierdero en que estamos convirtiendo este planeta.
El desplazamiento de los contenidos hacia los medios electrónicos y su incontestable auge actual adquiere visos para que las más diversas mutaciones cerebrales tengan lugar en la especie humana, que ya no se concibe a sí misma sino leyendo, y por lo tanto inventándose a sí misma, en un iPad. El conocimiento será digital o no será. Nuestras emociones se originarán en código binario, o se considerarán imperfectas y fruto de atavismos psicológicos.
Lo único que nos diferencia, a veces, del resto de especies del planeta es nuestro cerebro, que no sólo ejecuta las órdenes necesarias para el óptimo funcionamiento de la mecánica orgánica que requieren nuestros cuerpos, sino que todavía tiene disco duro suficiente para abstracciones como la literatura (anomalía crónica), la tanatología u organizar mundiales de futbol en Sudáfrica al mismo tiempo que se agujerea de manera estúpida los fondos marinos regando petróleo por el océano. Qué encantadores y traviesos somos con nuestros juguetotes tecnológicos. Petróleo tan negro hay que decir, como negro es el presente y el futuro de los negros sudafricanos, y de casi todos los negros del mundo, aunque en la pantalla los hayamos visto danzantes y multicolores, y ya de paso, tan negro como el del resto de indígenas blancos, azules o amarillos del espectáculo digital que compramos sin chistar todos los espejitos que nos muestran a cambio de nuestro más preciado valor: el tiempo (que no nos dedicamos a nosotros mismos y por lo tanto, el control y la colonización de nuestra ideología, criterio, creatividad…).
Guy Debord ya predijo esto en su teoría económica que expuso en La sociedad del espectáculo (1967), libro tan certero como soporífero. Lo increíble, ya que no nos dimos por avisados, es lo contento que parece el mundo consigo mismo a tenor de lo que insiste en retransmitirnos la televisión, sepa dios quién la gobierne en realidad (yo la veo en diferentes lugares, en fondas de comida corrida y en casas con TV de pago), nunca sé qué canal veo y me parece siempre lo mismo: brincos y balones, osos, pornografía blanda o disparos, ataviado todo ello con un interminable talking head y voces en off que te taladran el cerebro todo el tiempo).
En Estados Unidos el mapa es claro, como muestra el documental Food Inc.: los mismos consorcios (lobbys) que manejan los medios manejan también la industria alimenticia, y así se la llevan para hacer de ese vasto país una nación de obesos arrasada por el monocultivo de maíz subvencionado del que pretenden que se alimenten hasta los peces. Como los dos únicos partidos existentes se nutren de las subvenciones de estos consorcios, no pueden legislar en contra, y cuando lo hacen, les bloquean las leyes con argucias legales. Tanto abogado y tanta parafernalia cuando lo que ocurre es que la mancuerna de industria y sistema judicial siempre se acaba aliando, capital doblega sistema, para nunca defender al ciudadano común, quien no puede asumir los costos de una batalla legal. Nos queda claro que la corrupción es la hija natural de este infame amasiato. Debo admitir que los anglosajones siempre me han parecido una variante de lo humano muy peligrosa, sólo hay que ver de qué manera se alimentan. Lo peor es que exportan sus alimentos (la mayoría a base de maíz transgénico subvencionado) y enfermedades y luego los remedios farmacéuticos para paliarlas, un negocio redondo pero letal. Lástima, no todo puede ser perfecto en las previsiones de crecimiento capitalista, alguien tiene que reventar de colesterol en lo que encuentran la fórmula a la grasa inocua, que mate a ratas y ratones y que además no engorde.
La supervivencia siempre ha sido un deporte extremo. Las imágenes que cotidianamente nos traen noticieros, reportajes y documentales nos parecen desde la sala de nuestra casa delante de una ración de comida calentada en microondas una práctica riesgosa llevada a cabo siempre por otros, como si la cosa no fuera con nosotros y que las pendejadas de British Petroleum no estuvieran arruinando la alimentación y economía, por no mencionar flora y fauna, de varias generaciones de mexicanos que viven a orillas del Golfo.
El discurso de los medios es esquizoide y fomenta la confusión y esquizofrenia en el espectador, que acompañadas de pérdida de criterio deconstruyen a un ciudadano predominantemente pasivo, abúlico, que raya la afasia existencial y desprecia los mecanismos democráticos, siendo únicamente capaz de profesar lealtad al sobadísimo control remoto.
Este discurso multidireccional, a modo de medusa enloquecida, usado por los medios que controlan la información, de potencial infinito y a fuerzas contradictorio, atrofia el deseo y nulifica al ciudadano/usuario/espectador, usted ponga el orden, finalmente consumidor en todas las vertientes y modalidades posibles.
Y ése es el sesgo característico de la sociedad mediática que habitamos, en la que la búsqueda de sentido, más allá del hedonismo efímero y banal que proporciona el consumo de bienes e información maquilados, se convierte en un objetivo fundamental para mantener la cordura, sinónimo de sentido común, un arcaico valor que hoy parece lamentablemente relegado al olvido, vistos los fabulosos avances en materia de destrucción.
Tal las cosas, el manejo de la Realidad, lo que creemos que sucede a nuestro alrededor, pertenece casi en exclusiva a los medios masivos de comunicación y el tempo de esa partitura, nuestro cardiograma emocional, nos lo dan los editores de los noticieros de televisión, esa cabeza parlante que nos atosiga desde todos los rincones y a la que siempre recurrimos con ansiedad para sentirnos menos solos. ®
Israel Rodriguez
Como se sentira dar una mordida a tu Blackberry? sera igual de jugoza que un durazno? habra que esperar unos años para saberlo
rubén bonet
alma, te contesto con una cita que encabeza uno los manifiestos que aparecen en jaikús maniacos: la vanguardia come mierda y le gusta. hakim bey
Alma Villarreal
De acuerdo contigo Rubén, pero qué podemos hacer para contraatacar, utilizando un término bélico, cómo podemos contrarrestar, creo que cada uno debemos hacerlo, porque al conocer todos estos hechos podrías vivir amargado y yo no quiero eso, creo que debemos de tratar de disfrutar el ratito que estamos en este planeta no?