En general, la revolución de las cacerolas en Islandia, los Indignados españoles, Occupy Wall Street, las revoluciones en el norte de África y las protestas en Turquía y Brasil, coinciden en que son movimientos fuertemente orientados hacia sus procesos internos y con poco interés en esclarecer objetivos de cambio social más allá del propio movimiento.
La razón instrumental —llamada “razón subjetiva” por Max Horkheimer—, puntal de la modernidad, legó a Occidente un enorme aprecio por la estrategia, es decir, por establecer y alcanzar objetivos en circunstancias competitivas. Es más: la razón instrumental, en tanto “tiene que habérselas esencialmente con medios y fines, con la adecuación de modos de procedimiento a fines”,1 es estratégica o no es razón instrumental. Hay colectividades sociales en nuestra época, entre ellas algunos de los más recientes movimientos sociales —incluyendo al #YoSoy132—, que reniegan de la estrategia y solamente reconocen el proceso natural de su movimiento como su único sentido. Que los sujetos sociales movilizados muestren tal desdén por la estrategia constriñe sus posibilidades para delinear objetivos, esbozar soluciones, definir caminos a seguir y, en última instancia, transformar aquella realidad contra la que se inconforman.
Conocemos también qué fue de #YoSoy132 después de la elección: su paulatina evanescencia, marcada por dinámicas tan antitéticas como la invisibilización de algunos de sus cuadros, la incorporación a Televisa de otros y el despliegue de tácticas de abierto desafío al Estado de derecho de otros más.
Sólo el paso del tiempo puede permitir nuevas aproximaciones. Transcurrido más de un año desde el surgimiento del movimiento estudiantil #YoSoy132 resulta pertinente detenerse a reflexionar sobre sus alcances y limitaciones, sus aciertos, fallas, sus innovaciones y sus reproducciones. Conocemos también qué fue de #YoSoy132 después de la elección: su paulatina evanescencia, marcada por dinámicas tan antitéticas como la invisibilización de algunos de sus cuadros, la incorporación a Televisa de otros y el despliegue de tácticas de abierto desafío al Estado de derecho de otros más.
En su más reciente aportación al estudio de los movimientos sociales, Manuel Castells señala sobre los Indignados españoles: “Para que haya una corriente profunda y autorreflexiva en el movimiento, lo que importa es el proceso más que el producto. De hecho, el proceso es el producto. No significa que el producto final (una nueva sociedad) no sea importante. Pero esta nueva sociedad será el resultado del proceso, no de un plan preconcebido de cómo será el producto”.2 Para Castells, a partir de esta postura los movimientos no sólo justifican las asambleas ineficaces, la aparición de toda clase de comisiones, la no violencia y, en suma, el desgaste y la lentitud que implica un proceso con estas características, sino que además éste cobra plenamente sentido en tanto es el camino hacia “una nueva sociedad”.
¿Puede aplicarse el planteamiento de Castells a los movimientos sociales contemporáneos? En general —a pesar de la mella que ello pudiera generar sobre lo particular—, la revolución de las cacerolas en Islandia, los Indignados españoles, Occupy Wall Street, las revoluciones en el norte de África y las recientes protestas en Turquía y Brasil, por mencionar solo algunos ejemplos, coinciden en que son movimientos fuertemente orientados hacia sus procesos internos y con poco interés en esclarecer objetivos de cambio social más allá del propio movimiento. Además, son de una marcada carga expresiva —festiva, performativa, emocional—, a partir de lo cual se detonan procesos de creación de nuevas subjetividades juveniles —de “remodelación de mentes”, diría Castells. La enorme energía canalizada a esto contrasta con la poca energía que destinan a la elaboración de metas específicas y caminos para concretarlas. Estos movimientos suelen tener su origen en protestas por algún hecho particular y luego se siguen con otros asuntos, para terminar con una enorme expansión de sus áreas de interés. La represión por parte de las fuerzas públicas con frecuencia provoca el crecimiento y la radicalización de los movimientos, atizando la resistencia al Estado, lo que a su vez ocasiona que crezca la solidaridad con ellos. Estos movimientos también coinciden en tanto aparecen en contradicción con el modelo económico neoliberal —especialmente con la concentración de la riqueza, la tiranía de la esfera financiera y la reducción del papel del Estado en la economía— y en contradicción también con la democracia representativa —sobre todo por su afán despolitizador, la ruptura del vínculo entre el representante y el representado y el secuestro de las instituciones públicas por parte de los partidos políticos.
El movimiento #YoSoy132 presenta características que permiten ubicarlo como parte de esta oleada de desafíos al orden imperante. Su aparición se dio de manera espontánea y disruptiva aquel recordado 11 de mayo de 2012, en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, en el marco de la visita de Enrique Peña Nieto a esa casa de estudios. Su propagación a través de internet y distintos medios de comunicación masiva, su expansión hacia otras universidades y la consecuente ampliación de su base social se dieron de manera vertiginosa, en gran medida debido al elevado nivel de tecnologización de sus cuadros. Nunca hubo una instancia directiva unificada sino una organización horizontal, sin centro claro y de formas cambiantes, que pudiera denominarse red o entramado de redes. Los asuntos de interés del movimiento se fueron ampliando conforme éste se pluralizaba, aunque siempre permanecieron en la palestra la discusiones sobre monopolios —especialmente televisivos—, autoridades electorales y representatividad democrática.
Hay un aspecto del #YoSoy132 que lo diferencia de movimientos surgidos en otras latitudes: su rechazo estuvo fundamentalmente dirigido hacia el candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Enrique Peña Nieto, mucho más que hacia una entidad mayor, como pudiera ser “el sistema”, “el sistema de partidos”, “el sistema político”, “el modelo económico” o “el Estado”, que ha sido precisamente la retórica de los movimientos citados.
Inicialmente parecía que #YoSoy132 apostaría por la democratización de los medios masivos de comunicación como su cometido principal, sobre todo de la televisión, después de haber señalado a los grandes monopolios del sector como aliados de Peña Nieto.
Rastrear los objetivos de #YoSoy132, además de que supone un método casi arqueológico, conduce a encontrar un caleidoscopio de discursos, todos tendentes a la definición del sentido del movimiento, que exhiben tensiones dentro de los diferentes grupos implicados y acusan cambios continuos, vertiginosos y sin una lógica definida. Inicialmente parecía que #YoSoy132 apostaría por la democratización de los medios masivos de comunicación como su cometido principal, sobre todo de la televisión, después de haber señalado a los grandes monopolios del sector como aliados de Peña Nieto. Conforme avanzó el tiempo este primer objetivo dejó de ser el prioritario y cedió el paso a una pluralidad enorme de aspiraciones.
Unas semanas después de la elección presidencial, el 27 de julio, el movimiento dio a conocer un Programa de lucha, integrado por seis puntos: a) democratización y transformación de los medios de comunicación, información y difusión; b) cambio en el modelo educativo, científico y tecnológico; c) cambio en el modelo económico neoliberal; d) cambio en el modelo de seguridad nacional; e) transformación política y vinculación con movimientos sociales, y, por último, f) salud.3 De esta manera, a la apuesta inicial por democratizar los medios masivos se sumaron —con idéntica jerarquía— otros cinco objetivos, distantes, inconexos y en cuyo impulso no se avizoraba estrategia alguna. A este Programa de lucha habría que añadir otras reivindicaciones, integradas por la vía de los hechos y no en el manifiesto formal, provenientes de grupos con intereses tan variopintos como la protección animal, el derecho a la tierra y la calidad de las plazas magisteriales, que encontraron en un movimiento con tan amplio espectro de objetivos la coartada idónea para acrecentar su visibilidad.
Concebir el mero proceso de un movimiento como su producto, y además como camino a un futuro distinto, supone una enorme dosis de optimismo. El argumento parte de la premisa de que la revolución de las subjetividades es una ruta a la transformación de la sociedad. Además, implica una filosofía de la historia lineal y de raigambre determinista, que sugiere —en palabras de Castells— que “esta nueva sociedad será el resultado del proceso, no de un plan preconcebido de cómo será el producto”. ¿Cómo asumir que emprendiendo un proceso de remodelación de mentes se logrará finalmente modificar las estructuras? ¿Sobre qué se sostiene el supuesto de que con subjetividades renovadas se lograrán transformaciones políticas, económicas y sociales sin que medie entre subjetividades y estructuras una estrategia orientada precisamente al cambio social?
En estas circunstancias, los sujetos sociales movilizados tienen, en esencia, dos opciones. Una es la que plantea Castells: centrarse en el proceso, crear nuevas subjetividades y aspirar, a la larga y como resultado de lo anterior, a que cambien las estructuras cuyo estado actual se rechaza. La otra es aspirar de manera directa a la transformación, en una lógica mucho más cercana a la postura marxista clásica. Esta segunda opción, con sus riesgos y limitaciones, sí se detiene en esbozar objetivos relativos a la alteración material o simbólica de la realidad, y busca acometerlos de manera directa mediante un plan, ciertamente con la subjetividad como una dimensión del proceso, pero no como su quid.
Bauman dijo: “Le falta pensamiento. Con emociones solamente, sin pensamiento, no se llega a ninguna parte”. Si Bauman entiende por pensamiento orientarse a objetivos y colocar los medios necesarios para cumplirlos, sin duda a los Indignados les faltaba pensamiento.
En una entrevista al diario El País Zygmunt Bauman causó escozor al referirse a los Indignados españoles, quienes precisamente en el momento de su publicación tenían ocupados numerosos espacios públicos en toda España, incluida la Puerta del Sol de Madrid. Bauman dijo: “Le falta pensamiento. Con emociones solamente, sin pensamiento, no se llega a ninguna parte”.4 Si Bauman entiende por pensamiento orientarse a objetivos y colocar los medios necesarios para cumplirlos, sin duda a los Indignados les faltaba pensamiento. Esta lectura no se aplicaría de manera exclusiva a los Indignados, sino que podría extrapolarse hacia otros movimientos sociales contemporáneos, que prescinden del establecimiento de objetivos claros y lógicamente articulados, y aún más de apoyarlos en una estrategia con probabilidades de eficacia.
“Todos”, sigue Bauman, “están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían cien respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean”.5 La más breve de las revisiones a las pancartas y proclamas de los Indignados en Barcelona o Madrid revelaba una pluralidad enorme de aspiraciones: protestas contra la crisis económica, exigencias de solución al problema del desempleo, crítica a la clase política por sus privilegios, censuras al rescate bancario, peticiones de mayor control al fraude fiscal y a la fuga de capitales, y un largo etcétera.6
Históricamente, los movimientos sociales han sido espacio de expectativas de lo más variadas, pero los actuales tienen como característica que no conceptualizan la discusión como mecanismo para definir objetivos, sino —siguiendo a Castells— como parte de un proceso que es, en el fondo, el producto mismo del movimiento. No obstante, para transformar efectivamente su contexto, los movimientos tendrían que proponérselo de manera explícita y para ello esbozar líneas generales de lo que se pretende lograr y cómo hacerlo. Si bien es cierto que resulta difícil que colectivos como #YoSoy132 delineen metas con alto nivel de precisión, debido a la pluralidad y el dinamismo que los caracterizan, igualmente difícil resulta que logren incidir sobre determinadas realidades sin contar con la conciencia de hacia dónde quieren encaminar sus esfuerzos.
#YoSoy132 tuvo la enorme oportunidad de construir su objetivo principal en torno a la democratización de los medios de comunicación. Lo intentó en un principio, que fue quizá cuando alcanzó uno de sus mayores niveles de legitimidad, pero la idea se dispersó pronto. En su lugar quedaron objetivos por demás diversos expresados en el citado Programa de lucha. Esta amplia gama de objetivos convirtieron al movimiento en un vehículo para numerosas protestas con un origen distinto al de #YoSoy132, que terminarían no sólo por descoyuntar el mensaje del movimiento, sino también por provocarle conflictos internos, derivados tanto de diferencias ideológicas y políticas como de culturas y tácticas políticas muy distintas.
Esta amplia gama de objetivos convirtieron al movimiento en un vehículo para numerosas protestas con un origen distinto al de #YoSoy132, que terminarían no sólo por descoyuntar el mensaje del movimiento, sino también por provocarle conflictos internos.
Yendo aún más lejos, ni este Programa de lucha ni ninguna otra iniciativa de gran escala del movimiento se acompañó de una idea diáfana sobre la manera más eficaz de impulsarla. De ahí que, a la larga, los esfuerzos de los distintos grupos de #YoSoy132 se encaminaran en distintos sentidos. Eso a su vez propiciaría que el movimiento se fragmentara, que se involucraran en él personas ajenas a su espíritu inicial y que además utilizaran su nombre para violar abiertamente la ley —con el bloqueo de casetas, por ejemplo. Así, el mensaje del movimiento hacia la opinión pública sería sumamente confuso, e incluso amplios sectores de la sociedad lo estigmatizarían con vehemencia. Esta serie de efectos derivados de la poca conciencia sobre los medios y fines del #YoSoy132 redundó en la ineficacia del movimiento, condenándolo finalmente a la marginación de la esfera pública.
¿Estamos ante la renuncia de los movimientos sociales a la transformación de su entorno? Es prematuro responder ahora, máxime por tratarse de una pregunta tan de raíz. Quizá más bien estemos ante la invención de nuevas manera de detonar el cambio social, que den prioridad inicial a lo subjetivo para impactar en lo objetivado como un segundo momento. Otra hipótesis es que, como toda nueva forma de organización social, estos movimientos requieran pasar por un proceso en el que conviertan sus actuales debilidades en fortalezas. Dicho en otros términos, los nuevos movimientos sociales estarían en una fase apenas embrionaria, que desplegaría toda su fuerza una vez transcurrido un periodo de aprendizaje colectivo. Una última posibilidad es que, efectivamente, los movimientos sociales hayan abandonado la transformación del entorno como lo prioritario para colocar en su lugar el desencadenamiento de procesos de creación de nuevas subjetividades.
De manera intencionada o espontánea, temporal o definitiva, absoluta o relativa, los movimientos sociales tienen la posibilidad de sacar la estrategia por la puerta. Podrían argüir para ello toda clase de argumentos o no esgrimir ni uno solo y sencillamente hacerlo. Eso sí, que no se extrañen si las consecuencias de relegar la estrategia se les cuelan por la ventana: dispersión de los esfuerzos, fragmentación, utilización por parte de intereses externos, poca claridad en la comunicación y, en último término, menoscabo de la eficacia de su acción. ®
Notas
1 Max Horkheimer, Crítica de la razón instrumental, Buenos Aires: Sur, 1973; p. 15.
2 Manuel Castells, Redes de indignación y esperanza, Madrid: Alianza, 2012; p. 147.
3 Yo soy 132 Media. “Programa de lucha” (consultado el 7 de julio de 2013).
4 Vicente Verdú, “El 15-M es emocional, le falta pensamiento”, El País, Madrid: 17 de octubre de 2011.
5 Idem.
6 Jorge Alonso, “Cavilaciones sobre las movilizaciones de indignados sociales”, en Jorge Alonso. Maestro emérito. Zapopan: El Colegio de Jalisco, 2012; p. 43.
Carmen Haydeé Matos
ESPLÉNDIDO ARTICULO, UNA VEZ ME IMAGINE QUE ESTO ERA PARTE DE LA DISOLVENCIA CULTURAL DE LA EPOCA, PERO AL EXTERNARLO, SE ME FUERON AL CUELLO Y CREYERON QUE LES ESTABA MENTANDO LA MADRE. OCUPA HONESTIDAD PERSONAL Y DE GRUPO. Y VALENTIA. A 13 MESES
Coaxial Taxco
bueno análisis. Integrantes de la FES Acatlán nos lo planteamos desde hace un rato, y trabajamos en consecuencia. Para nosotros una parte importante es la construcción del futuro. Impulsamos esa concepción todo el programa de Lucha, y sobre todo el la mesa de transformación política que se desprende del mismo. Les comparto nuestra ruta de trabajo:
http://prezi.com/mybiima008go/mesa-de-transformacion-politica-y-vinculacion-con-movimientos-sociales/
Yetlanezi
Coincido con la conclusión y muchas partes de su análisis.
El movimiento está hoy en etapa embrionaria, de evaluación y busqueda de su propia identidad. A la espontaneidad, falta de formación política formal, ausencia de experiencia y al salinismo echo parte de la culpa de que el movimiento se encuentre en esta situación.
Lo que nos queda es meterle ganas en la defición de nuestro programa y estrategias.
Comentarista Joel, en realidad la AGI nunca tuvo el reconocimiento de todas las asambleas sobre todo de las venidas de provincia y por ello no funcionó.
Erick
Uf, qué pereza! Un análisis más de esos que se hacen desde «afuera». Como participante del 15-M acá en Madrid, me quedan claras muchas de sus inconsistencias. Pero el problema no es ese. Sino que el autor trabaje en un observatorio ciudadano preocupado por escuchar el sentir de la población… Con que mal oído se dice escuchar a la gente en Jalisco.
Joel Ortega
Sus planteamientos son interesantes. Creo que tiene razón en la falta de una visión estratégica, a pesar de tener muchísimas discusiones no logramos trazar un camino muy claro para el movimiento. Solamente una precisión, dice que: «Nunca hubo una instancia directiva unificada sino una organización horizontal, sin centro claro y de formas cambiantes,» esto es incorrecto, en el 132 construimos una organización a base de asambleas que se reunían en una Asamblea General Interuniversitaria (AGI), ese era el espacio de dirección unificada del movimiento, no todo eran redes sociales, también construimos un proceso asambleario con un centro directivo, aunque es cierto que se buscaba que ese espacio fuera muy democrático
Ema Linda
Y como foto primera está Stephie, la tipa más falsa, poser, hipster y wannabe que pueda haber.