Tres latinoamericanos —entre ellos una argentina— que cantan en idioma coreano, compitieron en el Mundial de K-pop de Seúl. El Gangnam Style es la punta del iceberg de un fenómeno multicultural que combina redes sociales y un compromiso fan trasnacional exportado de las antípodas.
No hay fiesta, programa de TV ni video de bebés subido a las redes sociales al que no haya invadido el llamado “baile del caballo”. El video del tema musical del cantante Psy que parodia la clave adinerada del éxito de los hombres mayores para ganar jovencitas fue suceso mundial con 80 millones de reproducciones en sus primeros dos meses. “El rey de YouTube” y su “Gangnam Style” fueron la punta del iceberg del K-pop —Korean pop—, la música popular moderna de Corea del Sur que incluye un mix entre el hip hop, la electrónica y otros géneros occidentales e incluso restos del propio folklore coreano (Hanguk Eumak), y con ese tema se logró el deseado quiebre de la barrera hacia el mercado y la cultura de Occidente. En Latinoamérica, el K-pop también comenzó a recorrer su era. Según los datos de K-Pop Argentina, uno de los equipos que organiza y nuclea esa expresión, en ese país hay unos diez mil seguidores. También son más de cien los clubes de fans registrados, algunos reconocidos oficialmente por las empresas que representan y forman —al estilo semillero y casi desde la niñez— a esos artistas que durante años se preparan para desarrollar en igual medida las habilidades del canto, el baile y la actuación y en donde la exposición mediática y su viralización a través de las redes sociales es el sine-qua-non de una ecuación que mueve millones. A continuación el lector accederá a los testimonios e impresiones sobre este fenómeno cultural trasnacional que esta cronista colectó durante todo 2013 en eventos de la ciudad de Buenos Aires que cristalizaron en seguidores latinoamericanos.
—Un amigo me puso en el Facebook: “¿Pop kirchnerista?” No, no es eso…
“El rey de YouTube” y su “Gangnam Style” fueron la punta del iceberg del K-pop —Korean pop—, la música popular moderna de Corea del Sur que incluye un mix entre el hip hop, la electrónica y otros géneros occidentales e incluso restos del propio folklore coreano (Hanguk Eumak), y con ese tema se logró el deseado quiebre de la barrera hacia el mercado y la cultura de Occidente.
Tienen un K en el nombre, moviliza a la juventud, genera compromiso y hasta hacen la “V”, aunque un poquito de côté apuntando a la cabeza y a veces con ambas manos, en lo que es un gracioso gesto asiático que se ha vuelto típico; pero definitivamente no tienen nada que ver con el kirchnerismo argentino. El que bromea es el compositor y productor Christian Basso, quien viene “del palo del rock argento” y fue fundador del grupo La Portuaria. En 2007 Basso compuso la música del filme coreano Mlyang (Secret Sunshine) y acompaña como jurado desde hace cuatro años —sus inicios— al “Concurso K-pop Latinoamérica” que organiza el Centro Cultural Coreano (CCC) para la región del planeta que va desde México hasta la Antártida y que tiene su sede en esa capital de capitales que es Buenos Aires.
La gente cree que el K-pop es un género musical, pero no lo es. Es un movimiento que engloba un montón de géneros musicales y es posible porque en Corea del Sur hay mucho dinero y se invierte en música y videos con alta producción. Más que semillero yo diría que es una especie de fábrica de artistas. La artística en función del producto. Que yo no lo veo mal, es como la época que estamos viviendo, un mundo raro donde el dinero se ha transformado en la religión y el capitalismo triunfó, o sea no hay mucha vuelta. Acá estoy tratando de mediar lo que es el arte con el producto. El edificio del K-pop tiene que ver más con lo estético, con actitud, performance, actuación y hasta belleza y en raras ocasiones se hace cargo de lo que es la cultura profunda de Corea y a mí me gusta más cuando la cosa tiene un anclaje étnico-cultural. Igual es demencial, si uno lo piensa, que sea un estilo que cruzó un océano muy largo como es el Pacífico, dice este rockero que acaba de terminar la jornada del concurso en una de las salas principales del teatral porteño Paseo de la Plaza.
Korean Style
Con letras en las que el hangul (el idioma coreano) se mezcla casi siempre con palabras en inglés y en contadas ocasiones con otros idiomas occidentales, como el español, algunos de los grupos más populares entre los fans latinoamericanos son, para las boybands: Super Junior, BIG BANG, SHINee, JYJ, TVXQ! y EXO; en tanto de los grupos conformados por chicas —girlbands— están: 2NE1, SNSD (Girls’ Generation), Miss A y SISTAR. Más allá de las reproducciones web —que son muchísimas— en el último año todos comenzaron a tener repercusión en las radios argentinas, un país latinoamericano al que la movida llega tarde en comparación con otros como Perú —donde hay unos 30 mil fans—, Chile —unos 20 mil—, Colombia y Brasil —donde los fans superan la decena de millares aunque, según las coordinadoras de K-Pop Argentina, los fans son más desorganizados como para saber un número exacto.
Denominados como idols, en ellas la regla es una belleza perfecta, rostros con halo de pureza angelical y la mirada —ya sea masculina como femenina— se posará siempre bajo los minishorts o las faldas que visten unas piernas que parecen no tener fin y se asientan sobre unos tacos altísimos que no les hacen mella a la hora de desplegar complicadas y sensuales coreografías. El carismático Psy está fuera de la regla en lo que refiere al aspecto físico de ellos, que también lucen divinos, aunque desde nuestra cultura occidental los describiríamos más bien como andróginos: figuras esbeltas y de músculos marcados aunque no abultados que se tiñen de colores el pelo —lo usan tanto largo como corto—; algo así como la versión asiática de los bellos elfos nórdicos de J.R.R. Tolkien. Además, muchas veces las apariencias etarias engañan y los genes coreanos junto a importantes gastos cosméticos y cirugías estéticas —incluyendo la llamada “doble párpado” para que los ojos se vean más grandes— ayudan a un culto de juventud conservada en formol. La ropa que usan es llamativa y los videos poseen un abarrocamiento pulcro y tecno de luces, baile y sensualidad recatada que, según destacan los fans, es “exactamente igual en las presentaciones en vivo”. Todo en pos de un “visual shock” que, al menos en la población K-pop latinoamericana, está cambiando los gustos fenotípicos en materia de chicos y chicas, y los rasgos asiáticos suman a la hora de noviar.
Denominados como idols, en ellas la regla es una belleza perfecta, rostros con halo de pureza angelical y la mirada —ya sea masculina como femenina— se posará siempre bajo los minishorts o las faldas que visten unas piernas que parecen no tener fin y se asientan sobre unos tacos altísimos que no les hacen mella a la hora de desplegar complicadas y sensuales coreografías.
“Son perfectos, bailan y no se les mueve un pelo, no hay sudor”, describe Alejandra Monroy, una profesora de baile de treinta años que se acercó al K-pop en busca de nuevas coreografías y hoy se describe “perdida en ese mundo”. Al sur de Latinoamérica la llegada de estos shows es muy reciente, primero en Brasil, Chile, Colombia y Perú. Hasta abril de este año, cuando el combo de muchachos Super Junior llenó el Luna Park, los fans argentinos ahorraban para cruzar la frontera y ver a sus idols. Cada concierto que se da en países limítrofes o cercanos provoca la migración de los clubes de fans, algo que siempre les resultaría más barato que ir hasta Corea del Sur, un fin último compartido y generalmente expresado como “el sueño de mi vida”.
—Sí, el K-pop ayuda a las relaciones internacionales. Para estrechar lazos primero hay que promover un movimiento cultural para que se conozcan ambas partes.
Me responde Yi Chongyul, quien desde hace más de cuatro años es el director de CCC en América Latina, que abrió en 2006 con el objetivo de promover “el diálogo y el mutuo entendimiento” y, según se expone en la propia web, tiene sede “estratégica” en Buenos Aires “por ser uno de los más importantes núcleos artísticos y culturales del continente” y es la sede rectora de todas las que se vayan abriendo en la región. En 2012 el producto de la industria cultural coreana fue de unos 87,900 millones de dólares. En 2003 era de 44,200 millones de dólares, con lo que en menos de una década aumentó en casi 100%, un crecimiento excepcional, muy difícil de registrar en otras industrias y en otros países. De ese total, 4,800 millones de dólares fueron productos de exportación y, de eso, 9% representa la exportación del K-pop al mundo, aproximadamente 450 millones de dólares, según datos del CCC.
Muchos documentales e informes periodísticos acusan a esta industria “de fines espurios” y muestran a fanáticos manipulados que se convierten en embajadores y fervientes defensores de Corea del Sur en cada uno de sus países, y cómo existe una estrategia que articula al Estado con empresas privadas a tal fin. Las tres principales compañías productoras de la maquinaria son SM Entertainment, YG Entertainment y JYP Entertainment; todas con boybands, girlbands y solistas. Aun así, en la mayoría de los casos esa “fábrica asiática tenebrosa” que son las compañías productoras de estrellas K-Pop abre sus puertas de par en par ante cámaras occidentales que no se cansan de enunciar: “Increíblemente pudimos ingresar”.
Es normal que haya un rechazo a lo nuevo, a lo diferente al principio. Por ejemplo, generalmente los coreanos sabemos muchas cosas de Argentina. Cuando era niño yo aprendí sobre la pampa a través de textos escolares; conocemos a Jorge Luis Borges, al Che Guevara, a Evita, a Piazzola y a Maradona. Pero los argentinos no saben bien qué es Corea, no nos conocen y por eso me parece que a través de la cultura, que es una lengua universal, no sólo de la cultura pop sino cultura clásica y de cultura en general se pueden estrechar lazos,
dice Chongyul. Para él no es extraño que a los latinos les guste el K-pop: “Para mí no es tan sorprendente porque los coreanos tienen el corazón abierto y somos muy compatibles, tenemos las mismas emociones, el mismo corazón caliente, y nos gusta mucho el ritmo, la música”. Además añade que como Argentina está en las antípodas y da al Océano Atlántico, se está en un inicio de dar a conocer la cultura coreana y lograr lazos de amistad, en tanto que en países que tienen puertos en el Pacífico el conocimiento y el impacto es mayor y hasta, por ejemplo, con Chile y Perú hay Tratados de Libre Comercio.
Orgullo y prejuicio
Conservadora y apocada, la comunidad coreana en Argentina no vivió la explosión del K-pop en Asia y está sorprendida de lo que genera en esas latitudes. “Se trata de una comunidad que no es tan grande como la china o la japonesa y que además no se muestra tanto como esas culturas. Por eso al principio les pareció muy extraño que gustara”, cuenta Jimena González, quien junto a Ludmila Meilan y Florencia Zanardi coordinan K-Pop Argentina, que con más de cincuenta colaboradores voluntarios con una participación activa —que incluye equipos de traductores, baile, fotografía y video— en la difusión por “amor al arte” de esta industria cultural. Las redes sociales fueron la herramienta necesaria para que el K-pop se extienda a nivel mundial y eso se combina con el hecho de que la comunidad de fans es muy generosa a la hora de compartir los materiales. Eso sí, la información circula libre y generosamente, pero el dar crédito es fundamental y cada foto, cada video, cada traducción y cada información que se aporta sobre los idols lleva la firma de quien lo proporciona como forma de reconocimiento. “Es muy loco porque pasa al otro lado del mundo, hablan otro idioma y uno se siente muy cercano. La frontera se pierde, a las horas de que se sube un video a la web ya lo tenés subtitulado en varios idiomas”, dicen. A su vez, los fans no se quedan en el simple click arropado detrás de la computadora, le ponen el cuerpo y ello desencadena encuentros multitudinarios. En Argentina el primero se realizó a mediados de 2011 en el Planetario y reunió unas cuatrocientas personas y “flashmobs”, intervenciones de grupos que bailan una coreografía en la vía pública, que ya se han realizado en diferentes ciudades del país. Se trata de una tendencia de los seguidores en todo el mundo y que es acompañando de un registro fílmico y fotográfico cuyo compilado se edita y se sube a la web dando, a su vez, cuenta del apoyo al K-pop que existe en el país.
La mayoría de los fans son mujeres, pero con el tiempo se fue sumando la participación masculina. “Aumentó en los últimos tiempos y es muy favorable, a muchos les llama la atención las poderosas coreografías, el estilo hip-hop de algunos grupos o también las idols femeninas”, dicen desde K-Pop Argentina, donde el promedio de edad de los seguidores es de veintiún años. Se trata de una juventud que asume un compromiso que hasta tiene reglas estrictas en la venta de merchandising: está el oficial —que es difícil y caro de conseguir— y el “fan-made” en el que hay que dar valor agregado y donde es casi tabú hacer y vender copias de los discos. Con packagin fastuoso y ediciones de lujo, los discos originales en América Latina son un “tesoro”, y la mayoría de los seguidores los exhibirá y cuidará como trofeos y escuchará las canciones desde la web para no estropearlos. Pero en Asia la propia industria se encargó de generar un exitoso sistema antipiratería: a fin de año premian los discos más vendidos, lo que genera una verdadera “guerra de fans” a través del consumo para lograr que sus amados idols se queden con el galardón. “Obviamente las empresas lo hacen para ganar plata, pero si le preguntás a los fans por qué participan y compran el original te van a responder que es para devolverle al artista todo los que éste les brindó”, explica Jimena.
Las redes sociales fueron la herramienta necesaria para que el K-pop se extienda a nivel mundial y eso se combina con el hecho de que la comunidad de fans es muy generosa a la hora de compartir los materiales. Eso sí, la información circula libre y generosamente, pero el dar crédito es fundamental y cada foto, cada video, cada traducción y cada información que se aporta sobre los idols lleva la firma de quien lo proporciona como forma de reconocimiento.
Así como cada banda tiene un color oficial que suele verse representando en el merchandising, los seguidores de cada grupo tienen un nombre —por ejemplo, los fans del grupo SHINee se llaman “Shawols”; los fanáticos de Girls’ Generation, “SONE”; los fanáticos de BIGBANG, “V.I.Ps”—, y cada canción tiene su coreografía oficial. Un dato curioso es que el fan club local de la boyband TVXQ! en el año 2010 promovió una votación en la encuesta a la música y el arte que realiza el suplemento Sí! del diario Clarín. Tal fue la convocatoria que participaron fans de toda Latinoamérica y los TVXQ! ganaron en la categoría Álbum del Año con “The Secret Code”, y salieron segundos en las categorías Banda y Artista Internacional (le ganaron por unos 300 votos de AC/DC y a quedaron a unos mil de Lady Gaga, respectivamente). Eso generó un artículo en tono de burla del diario sobre el apoyo que el fan club le había dado a los “Mambrú de Corea”, en referencia a un efímero grupo local de pop, considerándolos unos “colados en las urnas”. A nivel mundial las “Cassiopeias” —como se denomina a los seguidores de TVXQ!— han obtenido el Récord Guiness al fan club oficial más numeroso.
—Los seguidores del K-pop nos encontramos con un doble estigma: es pop y es coreano. A veces se quedan sólo en lo superficial. Te dicen: “No entiendo qué le ves a esos chinos”. Y vos te cansás de decir: “No son chinos, son c-o-r-e-a-n-o-s”, y les explicás por qué te gusta.
Jimena se pone seria en medio de la charla y a la palabra “cansás” la dice con cara y gesto de un cansancio real. Es sábado y estamos sentadas en corro junto a una decena de chicas en las Barrancas de Belgrano, uno de los lugares de encuentro de los fans en Buenos Aires, elegido por la cercanía del Barrio Chino y la oportunidad que presenta para comer y comprar productos asiáticos. Tras varios mails y chats acordamos vernos allí, me costó ubicarlas y finalmente tuve que hacerlo por celular porque en los alrededores varios clubes de fans k-pops realizaban actividades. Las chicas me dicen:
Con el tiempo te vas volviendo experto de cómo llegarle a cada uno con algo que les pueda gustar para que te entienda y en eso creemos que es fundamental que los fans conozcan la cultura coreana. Ellos adaptaron lo nuevo sin olvidarse de sus tradiciones y en lo personal me gustaría que ciertos aspectos como el respeto y el valor del esfuerzo se transmitan a nuestra argentinidad. Son artistas muy completos que forman durante años antes de salir a escena. Cuando en el sitio consultamos que es los que más les gusta el K-pop la respuesta más común es “Por el esfuerzo”. Muchos somos jóvenes y nos gusta ver esa tenacidad para lograr cosas, a uno lo inspiran y se siente reflejado y acompañado en esas ganas.
Uno de los mayores desafíos consiste en que la familia del K-pop entienda su pasión por un producto cultural que viene con ojos rasgados; la discriminación hace su juego. Es el 31 de agosto y estoy en el Concurso de K-pop Latinoamérica. Altas y de rojo, con shorts que dejan ver largas piernas y tacos altos, las hermanas Roxana y Marisela Vaca conforman el dúo S-Teen Star, son de Tarija, Bolivia, y ganaron la regional en su país cantando y bailando; aseguran que en ciudades como La Paz y Santa Cruz hay muchos fans: “El K-pop es una forma de expresión que no sólo tiene ritmos pegajosos, sino que une culturas a través de las canciones”, dicen. Hace cinco años que siguen a grupos de K-pop y añaden que la primera reacción de familiares y amigos fue de rechazo:
No te apoyan y te excluyen porque piensan que es algo muy rarito. Te dicen: “A mí no me gusta”. Con nuestros amigos no podemos compartir eso, pero sí con los de aquí. Somos una comunidad y creo que lo que te llama más la atención es cuando ves un show, un performance de cada cantante, la forma en la que usan su vestuario, los colores del escenario y la perfección. Siempre buscan la perfección, y no es una perfección como se entiende de decir la palabra “soy perfecto, yo hago todo bien”, sino el hecho de dar todo en el escenario. El K-pop es diferente al pop occidental en términos de música y en general en la producción y en el profesionalismo que tienen los artistas coreanos para desarrollar su trabajo: son muy sincronizados, tienen a la audiencia totalmente actualizada a cada rato y no desaparecen, están en permanente contacto; tienen una mayor cercanía con sus fans, una forma diferente a la hora de tratar al público,
dice Ana Lucía Teves, es peruana y tiene como nombre artístico “Nalu”; me cuenta que al principio también le costó que su familia aceptara su pasión pues en su país “los fans son medio extremos y un mes antes de los conciertos ya están acampando en torno a los predios donde ocurrirá el show”.
Compromiso y reconocimiento
En Argentina, además de las Barrancas de Belgrano, otro lugar de reunión son los karaokes, que en coreano se denominan norebang, literalmente “habitación para cantar”. Los encuentros, flashmobs y la organización de concursos con premios entre los k-pops argentinos provocó que comiencen a proliferar grupos de baile locales. Estoy de nuevo rodeada de decena de kpopes, sentada en una reconocida cadena multinacional de café. Alberto Taklee es coreano y vive desde los ocho años en Buenos Aires, a sus 31 años habla como porteño y es el líder del grupo 2B1, uno de los pocos que incluyen el canto en sus presentaciones y que además de argentinos cuenta con miembros de China, Taiwán y Ecuador. Ensayan dos veces por semana en un salón alquilado a un club deportivo y cada vez que pueden se presentan en eventos. Es el segundo grupo de Alberto, quien, pionero, comenzó en 2005: “Me sorprende cómo creció, cuando yo empecé estábamos solos y luego lo dejamos hasta que vimos que se empezó a conformar una nueva movida, quise volver y busqué nuevos bailarines”, dice. La referencia al Gangnam Style agobia un poco a los seguidores del K-pop, y muchos se enojaron al ver que un género que era conocido por ellos desde hace años recién ahora tomaba repercusión con un tema que además parecía tragarlo todo. “A veces cansa que te pidan que les bailes únicamente el estribillo, intentás mostrar alguna otra parte de la coreografía, que está muy buena, y no podés”, se queja Nabi, nombre artístico de una bailarina argentina amante de la cultura asiática que además de estar en 2B1 comanda el grupo de chicas Studio Tabai; aunque añade que “por otro lado estuvo bueno porque volvió más fácil la llegada y la explicación del género”.
Omar Caman tiene 25 años y es de Puerto Rico, tiene un aire a Chayanne y una voz magnífica para esos lentos que derriten con lágrimas de azúcar los corazones de las chicas. Canta en coreano y su excelente pronunciación y acting le hicieron ganar la primera mención en el concurso de K-pop Latinoamerica. Viajó once horas para llegar Buenos Aires y dice que en Puerto Rico hay muchos varones a los que les gusta el K-pop, pero que siempre son más chicas, y que están aquellos que no lo comprenden: “Me dicen: ¿Y tu entiendes la canción?”, y yo les contesto que a veces no hace falta entender la canción. Si te gusta te gusta, la música es universal, no importa el idioma, y te lo dicen para molestar, pero yo respeto al que no le gusta”. Estudió el idioma solo, lo canta y baila pero todavía no ha visto un show en vivo de sus idols: “A mí se me hace difícil aprender el coreano, tengo que estar varios meses practicando la canción, pero se puede”. El 23 de abril de 2013 “Super Show 5” de la boyband Super Junior (o SuJu), fue el primer show de K-pop en el Río de la Plata. Días antes del show el mismo suplemento que había criticado a la “votación fan” de las Cassiopeias titulaba en tapa: “La gran bestia K-pop”. Cambio de era, le dicen. Bueno, no para tanto.
—¡Esto es peor que cubrir un concierto de heavy metal, y eso que ahí te escupen! Me tocó también este rubión que parece una nena, Justin Bieber, y fue igual…
Así de tajante me corta porteñísimo —musculosa death metal, barba y pelo largo— un fotógrafo. Estamos exactamente debajo de donde los SuJu bailan separados por una valla de miles de fans que gritan y agitan carteles con locura en un Luna Park que brilla de azul zafiro, el color de la banda. Tres temas para fotografías y nos mueven al “campo”; la mayoría se va, pero esta cronista se queda a ver el show: más de tres horas de una performance milimétrica y de gritos ensordecedores con los que conviviría durante una semana retumbando en mi cabeza. Antes, durante la conferencia de prensa a los periodistas nos reparten dos hojas, una tiene los 24 temas que presentarán y la otra explicita con un eufemismo hecho verbo lo que no se puede preguntar: “Estimados periodistas, Les informamos que por disposición de la Producción de este evento, los integrantes de Super Junior NO RESPONDERÁN preguntas sobre Psy, Conflicto bélico de Corea, Integrantes ausentes o en servicio militar, Novias, Vida personal. Gracias por su presencia!” Así con negrita y mayúscula original, entre el desconocimiento que aún reina sobre el K-pop en los medios argentinos y la premisa, la conferencia de prensa pasa sin sobresaltos. Siwon, Kangin, Shindong, Sungmin, Eunhyuk, Donghae, Ryeowook, Kyuhyun y Maknae viajaron 24 horas hasta las antípodas y están vestidos con trajes entre imperiales y de torero, parecen temerosos de lo que viene y de forma muy polite expresan que darán todo de sí para hacer un “show perfecto” y que están muy agradecidos por “la pasión y amor” que les demuestran sus fans cantando sus canciones en coreano e incluso traduciéndolas al español. “Creemos que si no hay pasión, amor por la banda, eso sería imposible porque es un trabajo muy engorroso, porque no sólo cantar sino que se interesan por el significado y eso es muy importante para nosotros, ojalá podamos devolverles todo lo que nos brindan dando lo mejor de nosotros”, dicen.
Los encuentros, flashmobs y la organización de concursos con premios entre los k-pops argentinos provocó que comiencen a proliferar grupos de baile locales. Estoy de nuevo rodeada de decena de kpopes, sentada en una reconocida cadena multinacional de café.
Organizadísimos, los ELF (EverLasting Friends), como se autodenominan sus fans, llegaron desde todo el país e incluso desde países limítrofes y tal como indicaba la premisa de los organizadores dejaron regalos y cartas en el lugar indicado, ya que hacerlo durante el show o en la conferencia de prensa no estaba permitido. Los boysband también se muestran sorprendidos porque han visto muchos fans varones en su recibimiento: “Esos deben ser todos putos”, me codea y acota el mismo fotógrafo metalero. Con remeras, vinchas, globos y unas banderas uruguayas enormes que colgaron justo frente al escenario y bien visibles, los ELF Uruguay Lindsay Miller, Fernanda Ortiz, Gerardo Chirimbao, Sofía Cardozo y Victoria Paz dejaron todas las ocupaciones semanales para viajar en un gran grupo de más de cuarenta personas a Buenos Aires. “La movida del K-Pop en Uruguay es muy nueva, pero cada día somos más, después buscá nuestro grupo en el Face”, dicen sonrientes en una de las puertas de ingreso al show. En la conferencia de prensa les cuento a los SuJu que todo el fan club uruguayo está presente y que en Montevideo los buenos lazos comerciales generaron que haya una gran estatua de un artista coreano llamada Greetingman que saluda a Seúl en señal de amistad. “Ojalá podamos ir a dar el show, y que el día de mañana, nosotros y el K-Pop podamos cumplir el rol de unir más a ambos países”, me responden. Pero son los organizadores quienes toman nota: “Acordate para el momento de las banderas”. En medio del recital, el primer pabellón nacional que aparece es el de Uruguay, lo lleva flameando Donghae y todas gritan.
En español los SuJu cantaron “Bésame mucho” y en portugués “Ai se eu te pego”; el show pasa por el momento gracioso con el trabalenguas “Pablito clavó un clavito” enunciado por el payaso del grupo y culmina con un “compromiso matrimonial” de telenovela con las fans latinoamericanas a través de su tema “¡Merry U!” Llevan puestas la camiseta de la selección de fútbol de Argentina, reciben regalos, los usan un tiempo y los devuelven llenos “de magia” y la despedida dura más de media hora, como si fueran marineros que dejan a sus amantes con el pañuelo blanco en la mano y la promesa de volver: “Nosotros buscamos un amor para toda la vida y creo que lo hemos encontrado aquí”. A mí se me hace eterna, pero a los fans les hubiera gustado que durara más.
Las chicas (y los chicos) del sur
Con una tradición perteneciente a una de las civilizaciones más antiguas del mundo, una historia turbulenta de constantes ocupaciones vecinas y un proceso de occidentalización amante de los Estados Unidos, Corea del Sur ha generado el Hallyu —conocido como Oleada de Cultura Coreana—, un fenómeno cultural que identifica a varias industrias culturales que causan gran impacto a nivel mundial entre las que están la comida, el idioma, los videojuegos, la música, la vestimenta y las novelas, llamadas k-drama. Tengo mi perfil de Facebook plagado de grupos de fans de bandas coreanas; es de noche, no tengo planes y desde K-Pop Argentina anuncian que una canal de cable emitirá el documental La chica del sur, de José Luis García. Una visión argentina sobre Corea, sobre las Coreas, sobre esa frontera hiato —“la más militarizada del mundo”— que es Panjuamon, que muestra el perfil de la activista política Lim Sukyung, esa “flor de la reunificación” que eclipsó la mirada de este director allá por 1989 cuando acudió por casualidad al XIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que se realizó en Pyongyang, Corea del Norte. Se trata de una historia que es negada en el discurso cotidiano de Corea del Sur, un sufrimiento latente que está hasta en la alegría encandilante del K-pop. Todos los hombres surcoreanos, incluso los idols, deben realizar durante dos años el servicio militar antes de cumplir los treinta años, y las fans penan a esos muchachos que se van de sus vidas como si fueran sus novias. Los videoclips, aun los de las girlbands, están plagados de armas y una violencia contenida en supuesto “golpe de efecto”.
—Es muy loco porque tengo artistas que están ensayando un cuadro musical y de repente faltan dos días porque se fueron a hacer la práctica de tiro con armas y luego vuelven a bailar. Yo me pregunto cómo pueden hacer esa transformación. Pero supongo que es lo que pasa también en Israel o en otros países altamente militarizados.
Me habla el director y coreógrafo argentino Gustavo Zajac, quien en Corea del Sur ha llevado al escenario a la exitosa novela coreana Amantes en París y dirigió el revival del primer musical coreano, Sweet Come to Me Stealthily.
En Corea la cita romántica por excelencia es ir a ver un musical, hay más de trescientos musicales al año, es sin duda la capital cultural de Asia. Son una cultura rápida apasionada, todo es pali pali (rápido y bien), pero también hay una tranquilidad que proviene de las montañas que rodean a Seúl, un contacto muy cercano y una apreciación muy alta sobre la naturaleza,
Explica, y añade sobre la guerra latente:
Muchos de los fans del K-pop relatan que antes fueron otakus, fans de los productos culturales japoneses como el manga, el animé y la música, y es más, en algunos casos lo siguen siendo y comparten pasiones.
A mí me sorprendió cómo lo toman porque es algo que no se percibe y es casi ignorado en el día a día. No viven la tensión que uno ve aquí (en Occidente) en las noticias de la amenaza nuclear permanente, el tema es ignorado, no lo quieren hablar y la juventud no le da la menor importancia. Ellos se autoperciben como una isla y de hecho lo son porque como no tienen acceso terrestre al continente por Corea del Norte y no sienten casi hermandad con los norcoreanos, creo que se sienten más cercanos a los Estados Unidos. Yo les pregunté si no querrían hacer un musical sobre la guerra que cuente la historia de las familias divididas y me dijeron que no lo iría a ver nadie, que quieren ver historias de amor.
—Sí, sabemos que son muy proyanquis, que les gusta Inglaterra, vestirse con esas banderas… Pero ¿vos viste la película La chica del sur?
La pregunta me apunta a la cabeza en plena charla con los fans porteños y antecede a una conversación en la que se mezclan la caída del Muro de Berlín y las “llamadas industrias culturales”. La mayoría nació entrada la década de los noventa y el golpe —bien dado— me sorprende un momento, saben del tabú surcoreano, ése por el que se muestran o simplemente se autoperciben como la única Corea, y lo discuten. Lo mismo ocurrirá ante la recelosa relación con Japón y las huellas que en el pueblo coreano dejó una cruenta dominación que hasta los dejó sin “apellidos” y donde el auge del consumo del hallyu en el Sol de Oriente parece la revancha perfecta. Muchos de los fans del K-pop relatan que antes fueron otakus, fans de los productos culturales japoneses como el manga, el animé y la música, y es más, en algunos casos lo siguen siendo y comparten pasiones. “El K-pop y la movida hallyu tiene un gran auge en toda Asia, los grupos coreanos incluso tienen formaciones que cantan en japonés y en chino y se consumen mucho la novelas. Pero ese éxito también ha generado que últimamente haya un rebrote xenófobo en Japón en contra de Corea del Sur”, me explica Paula Fernández, una licenciada en Estudios orientales que forma parte de la sede para Argentina y Latinoamérica de la Asociación Mundial de Estudios Hallyu (WASH Argentina), que se creó en mayo de 2013 en Buenos Aires.
Haciendo olas
En el Concurso de K-pop Latinoamérica se presentaron trece finalistas de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Perú y Puerto Rico. Hubo medios de prensa que empezaron a hacer informes sobre la “nueva ola coreana” y fans que agitaron constantemente unos “towel” amarillos, un típico objeto de marketing con forma de toalla alargada. Generalmente llevan en nombre de bandas o idols, pero éstos dicen “Centro Cultural Coreano” en español y en hangul y dan la página web del centro. Me presentan a Victoria López Gigena, conocida como VIQO, una argentina que en 2010 ganó el primer concurso de K-pop Latinoamérica y viajó a Seúl. Cumplió su sueño a la edad de dieciséis años:
Fuimos a la Agencia SM Entertaiment, que es una de las grandes productoras, también al Music Bank que es un programa donde están todos los artistas y que siempre hacen sus presentaciones todos los viernes. Fue más de lo que yo me imaginaba, se abrieron un montón de puertas, por ejemplo para hacer eventos con la comunidad coreana o eventos que arma el CCC.
Viajó con su hermana y con ella fue como comenzó a estudiar coreano de forma autodidacta y en 2011 iniciaron clases en el CCC, donde apuntan que desde hace tres años cada apertura de estos cursos significan colas de jóvenes buscando una vacante. VIQO tiene su nombre tatuado en hangul en el antebrazo, quiere ser la primera argentina en la industria del K-pop y va por eso: fue la telonera SuJu en el Luna Park y está empezando a generar K-pop desde Argentina mezclando el español: “Es un proyecto y este año hice algunas canciones propias que mezclan el coreano, el inglés y el español y vamos a ver qué pasa porque sería algo totalmente nuevo”.
Estoy en los camarines, los artistas se maquillan y ensayan antes de salir. Nathaly Yumi Da Silva está enfundada en un catsuit negro y brillante y lleva unas botitas plateadas con taco de más de diez centímetros. Es bonita y graciosa y en la antesala de su presentación practica con voz suave: “Hola. Mi nombre es NYS, soy de Brasil, tengo dieciocho años y estoy muy contenta de estar aquí”. Lo repite en español hasta el hartazgo y en el escenario le sale perfecto. Allí a la ingenuidad y timidez que aparenta al hablar le sobreviene una actitud de movimientos e imagen perfectos al ritmo de “Dangerous”, el hit de BoA, uno de sus grupos favoritos. Una actitud que el jurado en la devolución señala que “trasmite casi a la perfección lo que es el espíritu del K-pop: mucha sensualidad pero mezclada con ingenuidad”, le preguntan si canta y ella dice que lo hace “muy mal”. El jurado expone que es una lástima porque así podría aspirar a ser una artista integral y “practicar para mejorar” su aptitud vocal. En el backstage a su lado estaban Thiago y Joao del grupo de dance-cover brasileño D-SIDE. Ni samba ni bossa ni axé ni candomblé, K-pop es lo que eligen para expresarse a nivel rítmico y juntos contaron que en Brasil hay muchos fans pero que no están tan organizados como en Argentina y que allí sus grupos cercanos también muestran extrañeza y prejuicio cuando les cuentan de su gusto coreano.
Ahora la tradición milenaria de este país que crece y se expande al mundo, a la vez que vive al borde latente de una guerra nuclear que cambiaría al planeta para siempre, está en el corazón de una acaramelada, dulce y tentadora capa-coraza de pop y disponible para quien la quiera probar abriéndose a ver más allá, aun cuando el brillo de las luces pueda cegar.
Con fans propios en las gradas de la Sala Pablo Picasso, Victoria Cafferatta tiene diecinueve años, es argentina y fue la artista integral que finalmente participó del Concurso Mundial de K-pop en Seúl el pasado 20 de octubre. Formó parte de los quince finalistas de todo el mundo —entre los que están Uzbekistán, Estados Unidos, Rumania, Rusia, Turquía, Indonesia, China, Japón, República Checa, Túnez y Kenia—: “Ir a Corea es lo que más quería en el mundo. Creo que el K-pop es una muy buena manera de unir dos culturas y es muy lindo que la gente pueda entender que no es solamente mirar una banda o escuchar música: es luchar por cosas. A mí me dio mucha disciplina para bailar, para cantar, para mantenerme en forma. Significa muchas cosas”. En Seúl, Latinoamérica estuvo bien representada y no sólo por ella, sino por otros dos concursantes que tuvieron finales clasificatorias en sus países: Micaela Moreno, de Paraguay, y Johnny Howel, de Costa Rica. Los tres cantan en coreano y juntos dieron la nota de mayoría a la hora de representar a una región del mundo, mostrando la fuerza que el fenómeno ha tomado en América Latina.
En uno de los breaks del concurso en Buenos Aires pasaban videoclips, las chicas del público ataviadas de banderas y merchandising original y fan-made gritaron desaforadas en el momento en el que el idol Kim Hyun Joong se rasga de un tirón su camiseta y una lluvia artificial corre sobre torsos torneados y desnudos que bailan al ritmo de “la coreo perfecta” realizada para su último corte “Unbreakable”. Caballos y toros se convierten en lamborghinis y se mezclan con artes marciales, dragones, el repicar de los tambores y máscaras tradicionales. Un ave de rapiña vuela desafiante pero lo hará tan lejos como la cuerda que sostiene este rapero coreano —vestido con pantalones sueltos que tienen un aire al hanbok (traje tradicional coreano)— lo permita y, según la traducción fan en español en uno de las decenas de videos subidos a YouTube, enuncia:
A todo el mundo, ya basta, ahora es mi turno/ Hice todo lo que pude, ahora quédate quieto y escucha/ Levanta tu cabeza, afina tus oídos/ Del uno al diez, lo haré/ (Cállate) Sácalo todo/ (Grita) Así tu corazón podrá sacarlo/ Dame un poco más, ésta es tu única oportunidad/ Dame un poco más, esta oportunidad no se volverá a repetir/ Todo va a estar bien/ Todo va a estar bien alrededor/ Aún no estoy muerto y estoy listo para volver/ Soy irrompible.
La cultura coreana no se quebró, fue flexible cada vez que la historia la doblegó y, de manera acumulativa, Corea del Sur sumó a la suya otras culturas como estrategia de supervivencia. Ahora la tradición milenaria de este país que crece y se expande al mundo, a la vez que vive al borde latente de una guerra nuclear que cambiaría al planeta para siempre, está en el corazón de una acaramelada, dulce y tentadora capa-coraza de pop y disponible para quien la quiera probar abriéndose a ver más allá, aun cuando el brillo de las luces pueda cegar. Quizás eso encontraron los fans del K-pop y el hallyu, o tal vez sólo ven lo superficial, pero lo que es innegable es que se trata de una nueva idiosincrasia joven que se viraliza por las redes sociales, compromete y en Latinoamérica sale a la calle para quedarse a jugar su partida. Viaje de placer y descubrimiento mediante, en Seúl el Mundial de K-pop termina con un fallo salomónico que deja contento al globo entero para que cual abejas los concursantes sigan el ciclo de polinización de las flores. Ahora el norte es el sur, el sur de Latinoamérica, y allí en las cabezas de miles de jóvenes el mapa comienza a prefigurar al Océano Pacífico como centro del mundo, salen y a su paso van dejándolo claro, esos que les gustan no son chinos, ni japoneses, “son c-o-r-e-a-n-o-s”. ®
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