Martha Barnes fue una de las primeras mujeres en dibujar historietas en Argentina, pero su obra, desarrollada en forma ininterrumpida durante cincuenta años, apenas es mencionada en los estudios críticos que se han editado hasta ahora sobre el género.
La invisibilidad de Barnes, como la de tantos otros autores valiosos (y los nombres de Robin Wood, Ray Collins y Alfredo Grassi me viene inmediatamente a la mente) es el resultado del trabajo llevado a cabo por el grupo liderado por Carlos Trillo, Guillermo Saccomanno y Juan Sasturain que se encargan, desde hace al menos veinte años, de manejar los ingresos y egresos del canon de la historieta argentina con base en un criterio muy simple y peronista: para los amigos todo, para los enemigos (es decir, todos aquellos que colaboraron aunque fuera una vez en las revistas de Columba) ni justicia (véase “Secretos de familia”).
Gracias a esa manipulación deliberada de la historia en su beneficio, el trabajo de la señora Barnes es desconocido en la actualidad por todos aquellos que no tuvieron la suerte de leer sus historietas en editoriales argentinas como Columba o Record o extranjeras como DC, mientras todos conocen, tal vez por el prestigio que tiene su apellido, a dibujantes como Patricia Breccia, mencionada, no por casualidad en un ensayo de Página/12 (lugar donde publican sus columnas tanto Sasturain como Saccomanno) como “una de las poquísimas (junto con Maitena y Petisuí) historietistas mujeres de la Argentina”, una equivocación que ningún editor corrigió porque poca gente sabe algo de historieta en Argentina y es común, como en esa nota, usar los lugares comunes antes que ponerse a investigar lo que sucedió realmente.
Martha Barnes acepto, muy amablemente, contestar las preguntas que le envié a su correo electrónico. Sus respuestas forman el siguiente esbozo biográfico. Todos aquellos que quieran disfrutar o conocer su trabajo sólo deben visitar su blog.
No recuerdo mi inicio como “proyecto” de dibujante. Desde muy chica garabateaba todo lo que me venía a la mano. Poco a poco también me di cuenta de que me gustaba el arte escénico y éste y la historieta eran hermanos mellizos. En mi casa nadie me inculcó nada, pero me dejaron hacer; mi mamá me secundó en mi vocación, a pesar de la época, donde, por ser mujer, no tenía miras de hacer una gran carrera.
Cuando fui más grande estudié en la Academia Nacional de Bellas Artes de la provincia de Mendoza, pero mi idea fija era la historieta y me dediqué de lleno a este tema, con absoluta tozudez.
Mi primer trabajo fue a comienzos de los años cincuenta, en la editorial Muchnik, haciendo letras y pegatinas. Un compañero de trabajo vio algunos dibujos míos y me preguntó si quería probar suerte en la editorial Columba. Por supuesto, dije que sí y allá fui con mi carpeta llena de dibujos y de ilusiones. Me aceptaron enseguida y así comenzó un largo y hermoso camino. Nunca me pidieron ningún cambio en mi estilo y siempre me sentí muy cómoda y libre.
Trabajaba de la siguiente forma: recibía los argumentos de excelentes autores, los llevaba a mi casa, hacía la historieta, cuando estaba lista la entregaba, cobraba puntualmente y así era siempre.
No recuerdo cuál fue mi primer trabajo. Cuando empecé hacíamos muchas adaptaciones de libros de autores famosos, por ejemplo Agatha Christie, Guy de Maupassant y otros.
Además de trabajar para Columba, también lo hice para casi todas las editoriales nacionales. Además de historietas, realicé ilustraciones de libros de cuentos infantiles, diccionarios, portadas, animales. Trabajé en Record, Esquiú, el diario La Nación, Acme, Rastros… Esto es una cadena con muchos, muchísimos eslabones. Por medio de intermediarios realicé historietas para Estados Unidos y para Europa. Hace poco recibí algunos trabajos publicados por DC Comics y por Eerie Publications. Esto realmente me alegró, porque los dibujos que realicé para el extranjero se me habían perdido de vista —yo creía que para siempre. Los iré subiendo a mi blog poco a poco.
Volviendo a Columba, realicé tantos trabajos de tantos buenos guionistas que no quisiera ser injusta al mencionar algunos y dejar a otros de lado. Vienen a mi mente los nombres de Ray Collins, Armando Fernández, José Luis Arévalo, Alfredo Grassi.
En general realicé trabajos unitarios, salvo en los últimos años de la editorial, en los que tuve la oportunidad de dibujar las series Cuentos del Emir (con guión de Arévalo) y La Enemiga y Pasional (de Armando Fernández).
En cuanto a mujeres historietistas, sé que hubo, pero no conocí ninguna que trabajara con continuidad. Ya en los últimos tiempos de Columba trabajaba allí una joven historietista, Laura Giulino.
Mi método de trabajo, básicamente, es leer detenidamente el argumento y documentarme. Luego, diagramar las páginas, ubicar los dibujos en la hoja y dejar lugar para el texto, imaginar los personajes, física e intelectualmente, y que eso sea visible en el dibujo de sus cuerpos y rostros. También, estudiar el ambiente donde transcurre la historia, la época, el clima. Y luego, mirar la hoja en blanco… hasta que venga la idea para saber dónde y cómo empezar. Las figuras tienen que contar lo que sucede sin necesidad de leer el texto primero para poder entenderlas. De pronto, la magia comienza y se empiezan a llenar los cuadros de bocetos, luego la revisión y, por último, el entintado.
Admiro a muchísimos dibujantes: Arturo del Castillo, Francisco Solano López, Bruno Premian, Alberto Breccia, Ernesto García Seijas y tantos otros. Nuevamente, las enumeraciones son injustas ya que dejan fuera a tantos artista extraordinarios, de antes y de ahora.
Actualmente dibujo todo el tiempo, sobre temas que me gustan, pero sin tomar compromisos laborales.
Como anécdota, hoy parecen increíbles las odiseas para conseguir documentación, pero en aquella época recorría librerías, bibliotecas, iglesias, todo lugar donde pudieran facilitarme imágenes para realizar mis dibujos con la mayor fidelidad posible. ®