Con esta grabación de 1991 U2 pasó con gloria a la historia de la música de nuestro tiempo. Abrió un continente musical propio y ajeno que, con el paso del tiempo ha sido poblado por dinámicas de diversa ralea y valía; de lo exquisito a lo execrable, de lo sublime a lo absurdo.
La ciudad elegida fue Berlín. Centro de condensación de la última fusión del sistema-mundo capitalista de la Modernidad. Enclave paradigmático donde el mundo occidental puso sus esperanzas hace una generación sobre la posibilidad de materialización de los sueños del progreso, largamente anhelados, ya bien con esperanza liberal, ya con cinismo ideológico neoliberal. Lugar del quiebre de la desviación comunista de la economía-mundo al uso, núcleo de inspiración para soñar con el non plus ultra de la historia, con la aniquilación de los obstáculos en el camino de la libertad, como lo tematizara con prematura euforia Francis Fukuyama en un texto que hizo época, The End of History?, y su pléyade de conceptos chocarreramente hegelianos, más inquietantes que certeros, develando eso sí el estado psico-social de aquellos tiempos que, de no ser por el desencanto posnoventero que les siguió (cuya clausura catastrófica fue el 11-S neoyorquino), fueron ciertamente vividos como las momentos meridianos del mundo occidental contemporáneo. Las horas de la historia liberal en carne viva.
El simbolismo de la Berlín de finales de los ochenta y principios de los noventa, junto con su recuperación como ciudad cultural puntera del Viejo Mundo —no sin sobresaltos y reacomodos forzados, por supuesto—, atrajo a su centro vital las más variadas representaciones de la caída de todos los muros: teóricos, políticos, ideológicos, militares, económicos, de vigas y concreto al fin. Por un tiempo corto, fue una realidad ventosa que dispersó en el aire enrarecido de nuestra civilización los polvos acumulados durante décadas de hartazgo por un proyecto pseudo civilizatorio y falsamente anti-sistémico, que trajo mucha más penuria humana que la que dijo combatir, como lo fue el mundo del comunismo realmente existente. Pero después de ese breve espacio de tiempo, celebrado a nivel global vía las estrujantes y jubilosas escenas televisivas del fin del mundo bipolar, se convirtió en lo que realmente era: un espejismo apto para el disimulo de dinámicas universales, recalcitrantes y perniciosas, en nombre de la libertad, la democracia y el bienestar financiero del mundo. Época esta última que sigue vigente hoy en día.
Para el máximo cuarteto de Irlanda, Berlín, en fin, fue un espejismo que dio como resultado un prodigio. Para decirlo sin ambages, pero también sin exageración, el Achtung Baby es el mejor disco en la ya larga trayectoria de U2. Reinvención artística, magna amalgama de las tendencias punteras en el mundo del rock de la época, cimiento del rock pop por venir, piedra de toque de la creatividad de la banda y grado último de ésta: después de semejante pieza, todo lo que los dublineses han hecho y harán, será calibrado bajo su parámetro.
El Achtung Baby los liberó finalmente del capullo cuyas viscosas paredes quedaron determinadas por la errática producción semi documental, Rattle and Hum de 1988. Hay un antes y un después tras la consumación del álbum. Todo lo que pudo haber sido el grupo hasta ese inicio trepidante de la década de los noventa se convirtió en prehistoria, incluyendo su multivendido y multicelebrado disco de 1987, The Joshua Tree. Asimismo, su salida al mercado, el 19 de noviembre de 1991, con la concomitante gira de apoyo, Zoo TV, dio pie a la generación de la desmesurada experiencia en vivo del rock pop a nivel global. Ver una grabación en directo de la época de la mencionada gira es ver a una banda en plena forma, vigorosa, descomunal, con el ímpetu imparable para conquistar al mundo con su música popular. Por igual, se observan las cualidades que ya no los dejarían jamás: la tecnologización, la teatralidad, la autocomplacencia, lo multimediático (un “happening posmoderno”, que implicaba ser “total sensory overload”, como lo calificó el crítico Parke Puterbaugh en Rolling Stone [no. 628, 16 de abril de 1992]) y el espíritu de lo políticamente correcto inserto en la globalización del mercado del arte pop.
De manera cierta, desde el inicio de su carrera la agrupación se propuso el salto hacia lo masivo. Esa fue siempre la intencionalidad de su música que incluso con las desventajas de ejecución y hechura general manifiestas en sus primeras grabaciones supo hacerse de un lugar en el espectro musical de los ochenta. Época de la consolidación mercadológica de la música popular, con el rock pop a la cabeza.
Hay un antes y un después tras la consumación del álbum. Todo lo que pudo haber sido el grupo hasta ese inicio trepidante de la década de los noventa se convirtió en prehistoria, incluyendo su multivendido y multicelebrado disco de 1987, The Joshua Tree.
Si bien desde su incepción en el mundo artístico de mediados del siglo XX ese subgénero ha tenido un cariz netamente comercial, fue hasta la explosión pop de los ochenta, del glam metal al synth pop, que solidificó las estructuras productivas que le han permitido desde entonces ser una de las industrias más rentables en el nivel mundial. La diversificación de subgéneros, la transmisibilidad planetaria empaquetada en formatos pequeños, iterables tanto sonora como visualmente (tal fue el sentido de MTV), la disponibilidad del producto en toda circunstancia (la popularización del walkman) y la generación de periféricos que permitieran vincular a la industria de la música con otras industrias: la moda generada por la imagen de los artistas, con su trabazón con enclaves productivos como la ropa y los productos de belleza (¿cuántos tubos de spray no se consumieron en los ochenta?) y, por supuesto, los formatos de diseminación de la mercancía, fusionados con los dispositivos electrónicos para su ejecución: tocadiscos, láser disc, caseteras, videograbadoras, reproductores de discos compactos finalmente, ya solidificados en el planeta para cuando la obra maestra de U2 apareció.
U2 se inscribió plenamente en todo esto. En paralelo con su industria matriz, lo llevó al siguiente nivel a partir del Achtung Baby. La placa fue sin duda un hiato en relación con lo que le precedía en la discografía de la banda, pero también fue el triunfo de la administración de empresas sonoras a cargo de los productores Brian Eno y Daniel Lanois, artífices de los sonidos para su tiempo experimentales, filosos, atmosféricos y expandidos del disco. Hicieron de la grabación el atractor central de las tendencias más aventajadas de inicios de los noventa, con la música electrónica a la cabeza (movida que alcanzaría su pico durante la segunda mitad de esa década).
La dupla de productores construyó con pulcritud una red estructural que estableció el devenir del grupo en los años subsecuentes. La fusión tecno, las distorsiones ríspidas de la guitarra, la grandilocuencia de la vocalización, el aglutinamiento de sonidos en principio dispares, como los ecos del hip-hop en armonía con la estructura rítmica del grunge, que ya comenzaba a dominar la escena comercial por aquel entonces.
El trabajo de producción desde siempre ha sido la función circunspecta en relación con la imagen frontal de los representantes del rock, pero su labor es la caja negra que vincula a la música de masas con el mercado mundial. La producción musical es la gestión de los recursos humanos y materiales para alcanzar logros específicos en un determinado nicho de mercado; genera rendimientos, controla la calidad del producto, promueve la inventiva de mercadeo y la reinvención de lo ofertado. Su trabajo es tan descomunal como discreto, en el sentido de estar fuera de los reflectores que acompañan a los rockstars.
Pero en el caso de la dupla creativo-gerencial de Eno y Lanois los rendimientos músico-mercadológicos obtenidos con el séptimo disco de U2 fueron desmedidos. Para decirlo en una palabra, el trabajo logrado con aquel disco fundacional de la década de los noventa iluminó la faz del rock pop entero en los años sucesivos. Retomó tendencias que ya despuntaban al cierre del periplo ochentero del rock y las integró en una impresionante fusión, pulcramente producida y ejecutada con plena fuerza creativa; al hacerlo, generó dividendos musicales y comerciales que reverberan incluso en nuestros días. Sin el disco concebido en Berlín y terminado en Irlanda serían impensables el pop-grunge, la reinvención del power pop de los noventa y la discografía tardía de muchos de los integrantes de la primera ola de rock alternativo inglés y estadounidense, por ejemplo.
Ahora bien, más allá de esta abigarrada realidad de la industria de la música globalizada, el Achtung Baby fue el triunfo de U2 sobre sí mismos. El grupo se desintegró (metafóricamente hablando, aunque se sabe que el ambiente entre ellos se enrareció al máximo durante su estancia en Berlín) y se recompuso en el aire con esta producción. A partir de entonces, erigieron su propia leyenda como pilares de la música masiva de la era posmoderna. Que, en buena medida, el resto de sus producciones y su imparable agigantamiento escénico no hayan hecho sino arar los surcos dejados por la producción del 91 sólo habla de la dimensión creativa, administrativa y significativa que ésta abrió en el espacio musical y performativo de los dublineses.
Así, las armonías distorsionadas al inicio del álbum con “Zoo Station”, que se disuelven en la voz con efecto en off de Bono. La canción da paso a la estructura armónica con destellos de batería con un efectista manejo de los toms de Larry Mullen Jr., barrida por la guitarra en contrapunto de The Edge, mientras que en segundo plano entran los acordes tradicionales del guitarrista, que numerosos críticos han llamado “minimalistas”.
Para decirlo en una palabra, el trabajo logrado con aquel disco fundacional de la década de los noventa iluminó la faz del rock pop entero en los años sucesivos. Retomó tendencias que ya despuntaban al cierre del periplo ochentero del rock y las integró en una impresionante fusión, pulcramente producida y ejecutada con plena fuerza creativa; al hacerlo, generó dividendos musicales y comerciales que reverberan incluso en nuestros días.
Por su parte, “So Cruel” machaca el empleo estilizado de las cajas de ritmo, añade sintetizadores en el mismo plano que el requinto y plantea una estructura armónica que puede considerarse sin duda alguna como el eslabón perdido entre el uso de la electrónica de acompañamiento de los ochenta y la de los noventa. En el mismo sentido, “The Fly” parte de un fundamento tecno para erigir un riffeo en la misma línea tonal que el bajo de Adam Clayton, enganchados ambos con una pegada intencionalmente desfasada, con mayor aceleración en relación con la antedicha estructura armónica, por parte de Mullen, dando como resultado la fórmula del rock alternativo radio-amigable de la década entera.
También está ahí del beat pegajoso, transitando del pop radial a la intencionalidad dance salpicada con la armonía cordal de The Edge en “Even Better than the Real Thing”, que marcó asimismo el tipo de uso del requinto que ya no dejarían jamás en el resto de su trayectoria. Misma guitarra que avanza plena por “Until the End of the World”, épica cristiana con estructura posmoderna, que nació para ser ejecutada en vivo a todo vigor, proporcionándole un cariz sencillo y preciosista; por igual, requinto estilizado con el distorsionador de mano en uno de los inicios más característicos del rock, como lo es la introducción a la contundente y sentida power ballad, “Who’s Gonna Ride your Wild Horses”, que da pie a la mezcla precisa de melosidad y poder vocal de Bono; equilibrio que le ha costado mucho trabajo sostener después de aquellos años. Sin duda, la edad también cuenta para ello. Qué decir del desempeño de The Edge en “Ultraviolet”, “Mysterious Ways” y “Love is Blindness”, rolas en las que el ejecutante generó texturas atmosféricas que combinaron de manera inaudita los ganchos del pop con las distorsiones del alternativo, enquistados en una arquitectura en capas que no por digerible es menos admirable. En suma, puede afirmarse sin reparos que el guitarrista, con su mesura habitual, fue el tercer artífice del disco insignia de U2, junto con Eno y Lanois, y por encima de la lírica predominante de Bono (que, por cierto vivió uno de sus mejores momentos concentrándose en temas menos pretenciosos y pretendidamente libertarios, como ha sido el caso antes y después de aquella producción).
Está, por supuesto, “One”, power ballad que los consolidó como banda de himnos del rock. Llamada en su momento una “balada radiante” por la crítica de rock Elysa Gardner en su reseña para Rolling Stone (no. 621, 9 de enero de 1992), la pieza ha tenido múltiples rehechuras en vivo, manifestando sus posibilidades comunicativas; ha dado nombre a One Campaign, la ONG promovida por Bono, por medio de la cual da rienda suelta a sus obsesiones bienpensantes y a la ideología del bienestar a cuenta gotas á la europea; asimismo, es la insignia de las posibilidades dulcificadas del rock pop, es momento de remanso melódico pero también de evento kitsch. Es, en breve, un monumento en movimiento, es decir, una instalación musical que no porque se haya escuchado hasta la náusea desde que fue lanzada como el tercer sencillo del disco pierde importancia dentro del contexto en que fue concebida. Es posible que no exista más que un puñado de baladas rock que se le asemejen en importancia. Por eso cuando los críticos de la banda, exquisitos y recalcitrantes, piden que en su lugar exista algo como “Kashmir” de Led Zeppelin o “Stinkfist” de Tool, uno sencillamente no sabe si están del todo en sus cabales. ¿Quién compararía jamás tornillos con martillos?
El disco, en suma, nació para ser escuchado de manera íntegra. No hay en él espacios desperdiciados. En su contexto musical, el rock pop de escala universal, es una pieza sin mácula. La intentona de expandir los horizontes musicales acotados en su primera época, que fue siempre apegada al post punk inglés, efectuada con The Joshua Tree y su desnivelada coda Rattle and Hum, finalmente llegó a buen puerto con el Achtung Baby; disco en el que a decir de Elysa Gardner “intentaron, una vez más, ampliar su paleta musical, pero esta vez semejante ambición sí que se materializó”. Con la grabación de 1991 U2 pasó con gloria a la historia de la música de nuestro tiempo. Abrió un continente musical propio y ajeno que, como siempre ocurre con los descubrimientos de paisajes incógnitos, con el paso del tiempo ha sido poblado por dinámicas de diversa ralea y valía; de lo exquisito a lo execrable, de lo sublime a lo absurdo, incluidos ellos mismos. Pero negar la magnitud del descubrimiento es, simplemente, pretender que más allá del Mediterráneo sólo existe el Mar de los Sargazos. ®
Miriam Canales
El mejor disco de U2 sin duda.Lo descubrí a los 15 y no deja de cautivarme.