Alguien habría apostado que ciertas expresiones del folk consiguieran fascinarnos todavía? ¿Algún impulso primitivista nos acerca a formas conocidas de naturaleza prácticamente acústica? Y digo casi, porque ésa es la diferencia entre los dos grupos que propician este texto: Mountain Man y Wildbirds &.
Leo que existen unos lentes que hacen las veces de una pantalla en la que aparece de inmediato la traducción de una persona que habla en un idioma ajeno al portador. En otros textos se especula si ya tendremos viviendo entre nosotros a seres humanos clonados. Facebook vive un clímax total. Hoy día, el viaje a Marte ya no es una entelequia, es sólo cuestión de tiempo y ciertos detalles.
En fin, que la tecnología impone su ley, su imperio. ¿Quién es capaz de oponerse? En tal orden de ideas, era de esperarse que en el terreno musical predominara una creación que de manera contundente reflejara el pulso de la contemporaneidad. Sin duda existe, pero no hubiera esperado que las propuestas de artistas que parecen ir en completo sentido contrario pudieran resultar tan seductoras e interesantes en los tiempos que corren. Mientras más nos robotizamos hay quien apuesta por lo artesanal y —hasta cierto punto— rudimentario.
¿Alguien habría apostado que ciertas expresiones del folk consiguieran fascinarnos todavía? ¿Algún impulso primitivista nos acerca a formas conocidas de naturaleza prácticamente acústica? Y digo casi, porque ésa es la diferencia entre los dos grupos que propician este texto. Mountain Man son tres voces de mujer que juegan a hacer malabares con sus gargantas, pero Wildbirds & Peacedrums sí recurren a la electrónica, pero de un modo sutil y contenido.
En los últimos años hemos tenido expresiones brillantísimas de gente que le ha dado un giro notable al folk. Son tantos que me quedo sólo con unos pocos nombres: Fleet Foxes, Bright Eyes, Grizzly Bear, Iron and Wine y, especialmente, Joanna Newsome —esa hechicera del arpa y el canto. Existen otros tantos espléndidos, pero cada uno de los mencionados ha transformado la música de raíz para llevarla a otra dimensión, para recrearla honrando los orígenes.
Como Mountain Man, consiguieron una fábrica abandonada para grabar trece piezas que suenan a antaño —casi podría jurar que tienen el viejo sonido de gis— y desde su mismo título dan cuenta de su gusto por un naturalismo casi de acuarela.
Molly, Alexandra y Amelia se conocieron en la Universidad de Bennington, en Vermont —dos de ellas siguen allí, una ya se graduó—; por aquellos campus rolaba gente como Sam Amidon y The Books —que no les atraían. Las tres damas decidieron que con sus voces bastaba y se dieron a la tarea de componer canciones que parecen flotar, que son suaves y evanescentes.
Made the Harbor, editado con gran tino por Bella Union, aglutina las referencias regionales que cada una trae consigo, ya que proceden de sitios diferentes: una es la costa Este, otra del Oeste y la tercera de la zona interior. Como Mountain Man, consiguieron una fábrica abandonada para grabar trece piezas que suenan a antaño —casi podría jurar que tienen el viejo sonido de gis— y desde su mismo título dan cuenta de su gusto por un naturalismo casi de acuarela; allí están “Buffalo”, “River”, “Honeybee” y “Animal” para testimoniarlo.
Podemos escuchar cuando dan play y stop a la grabadora, y ello no lastra al prodigio que producen cantando. Se trata de un folk tan puro que apenas si necesita de alguna guitarra de fondo para acompañarse.
Aunque se dice que en alguna parte existen copias de un primer disco inconseguible y de tiraje minúsculo, éste se toma como su debut formal. Made The Harbor, una exquisitez que por momentos podría ser la réplica en femenino al grupo de George Clooney en la película ¿Dónde estás hermano? de los Hermanos Cohen.
Con elementos mínimos se puede crear una belleza austera pero profundamente conmovedora. Pueden citar un salmo (en “Babylon”) o ser más seductoras en “Soft skin”, aquí hay pureza auténtica. Su arte hace más llevadera la realidad por más siniestra que pueda parecer. Un álbum que acaricia en momentos de abandono y protege casi de todo mal.
De paseo por los ríos suecos
Aquí lo que hay es una vuelta de tuerca a coros que casi podrían considerarse de cantos gregorianos y una música de tintes electrónicos muy elementales que bien podría hacerse con recursos orgánicos.
Aunque hay secuencias, bases y programaciones, lo que distingue a esta oferta es la voz solista y los coros. El matrimonio formado por los suecos Mariam Wallentin (voz) y su esposo Andreas Werliin (batería y percusión) estableció su relación a través de un gusto por la improvisación y la búsqueda. Podían partir de conceptos tan inasibles como “el agua” y con él crear música.
Ahora se han movido a Islandia, donde reclutaron al Coro de Reykjavik para colaborar. Mismo lugar donde reside la chelista Hildur Guðnadóttir, que también se sumó. Juntos trabajaron bajo la cálida atmósfera de una iglesia y vaya que lograron con Rivers (The Leaf label, 2010) una colección de canciones en las que la interpretación está al servicio de la variación de intensidades.
Algo tienen de clasicistas, algo de tribales y mucho de misticismo —que no religiosidad.
Algo tienen de clasicistas, algo de tribales y mucho de misticismo —que no religiosidad—; lo que se percibe desde el corte de apertura “Bleed Like There Was No Other Flood”. Pocas veces se ajusta tan bien el calificativo de atemporal a un álbum —un escucha poco avezado no podría decir fácilmente de qué época proceden las piezas.
Los medios han especulado si se trata de gospel etéreo o dream pop rústico. Lo que no quita grandeza a cosas como “Under Land And Over Sea” o “Fight For Me”, muy en la senda de Taking by Trees, Camille y una siempre recurrente Bjork.
Este material había aparecido dividido en dos EPs de edición muy limitada (800 copias de cada uno), que circularon entre allegados. Pero juntos logran mayor cohesión y efecto, lo mismo en una acuática “Iris” que en la atonal y minimalista “The Well”.
Ante la andanada tecnológica siempre se agradecerá el contrapeso de las expresiones del alma; en ese rasgo de humanidad se cuela el arte, que bien puede proceder de un trío de mujeres que casi pasan por sílfides mitológicas o por la manera en que una pareja de suecos hace mutar a la música sacra. En ambos proyectos hay música con espíritu y eso es lo que cuenta. ®