Sin un rumbo definido, más que el de improvisar bajo la consigna de “Comunismo, Anarquismo y Nihilismo”, surgió CAN.
¿A qué sonará un colchón con la esencia que dejan sus cuerpos en reposo, con millones de ácaros royéndole las entrañas, los sudores de amores consumados o imaginados y las pesadillas no terminadas?
Si alguien pudiese oírlos no creo que los entendería. A lo mejor es por eso que las letras de CAN son el más puro misterio. Tal parecería que los locos germanos, los que definieron una buena parte del famoso Krautrock de los setenta, lograron descifrar ese privado lenguaje de los dormimundo. Y cómo no hacerlo si vivían rodeados de ellos. Mil quinientos para ser exactos. Provenientes de la Armada de Estados Unidos y que llegaron a manos de los fabcuatroenalemán vayan ustedes a saber cómo, formaron lo que uno de ellos describía como un elefante por dentro: el Inner Space Studio. Lugar de creaciones sonoras sin igual que llegaron a influenciar hasta una revolución musical.Antes de recibir a los 1500, Holger Czukay e Irmin Schmidt estudiaban composición bajo la batuta del implacable Stockhausen. Y pese a que el hombre es considerado por muchos un auténtico terrorista del clásico contemporáneo, para las jóvenes mentes, corrompidas por los movimientos estudiantiles del 1968 que pasaba por sus venas, era más una disciplina militar de conservatorio que tenía que ser llevada a una cama para darle una buena revolcada. Para tales fines, y partiendo de la idea de que la música podía sacudir al mundo y despertarlo de aquel sueño conservador de la posguerra y el nazismo, recluyeron a un famoso baterista de free jazz (Jaki Liebezeit) y a un pupilo de Czukay (Michael Karoli), quien convenció al resto de la importancia de los Beatles sobre Stockhausen. A los demás les parecía más impresionante Velvet Underground, pero fuera de discusiones empezaron a tocar. Sin un rumbo definido, más que el de improvisar bajo la consigna de “Comunismo, Anarquismo y Nihilismo”, surgió CAN. En sus primeras sesiones buscaban convertirse más en un edificio que se colapsa en cámara lenta que en los héroes de su instrumento que tanto proclamaba el naciente rock progresivo del resto de Europa. Con mucho asombro encontraron que existía entre ellos un don telepático que producía música nunca antes vista, pero sentían que algo más les hacía falta. Algo como la esquizofrenia de un escultor estadounidense que deambulaba por Alemania, el que soñaba con cantar jazz pero jamás lo había hecho y les facilitaría ese elemento que los identificaría por siempre con el más puro sonido representativo de la libertad en desbandada y la auténtica locura capital. Su nombre era Malcom Mooney y junto con él llegarían los 1500 colchones, la primera ubicación del Inner Space Studio y su primer grabación bajo el sello de la esposa de Schmidt (Spoon Records): Monster Movie. Pronto las catárticas interpretaciones del pseudoescultor (que no le pedían nada al Rey Lagarto ni al entonces suicida Iggy Pop) empezaron a devenir en una demencia incontrolable y fue deportado por salud mental de todos de vuelta a su hogar. Sin un cantante similar en la mira Czukay y Schmidt se dieron casi por vencidos, hasta que frente ellos apareció otro nómada sin pinta de cantante y rezando a gritos en japonés: el gran Damo Suzuki. Un auténtico chamán, descifrador de mensajes ocultos en lenguajes no conocidos por el hombre, que sin entender mucho alemán se unió a la banda ese mismo día en un toquín en donde todos los asistentes huyeron. Acción definitiva que le valió la adición inmediata a CAN. Poco después del concierto cantó para soundtracks de películas experimentales y se enfiló hacia su primer gran aventura musical con los telépatas: el incomparable Tago Mago.
Durante una vacación en Ibiza, ya entonces paraíso de la diversión alternativa, Jaki Liebezeit se encontró con el islote real que es el Tago Mago y al enterarse de que el lugar había atraído al gran ocultista inglés Aleister Crowley, la piedra gigante le sugirió la comunión de lo mágico y lo oscuro y corrió de vuelta al estudio, para conducir las entonces cenagosas sesiones que habían tenido en torno a la creación su segundo álbum.
Un auténtico chamán, descifrador de mensajes ocultos en lenguajes no conocidos por el hombre, que sin entender mucho alemán se unió a la banda ese mismo día en un toquín en donde todos los asistentes huyeron. Acción definitiva que le valió la adición inmediata a CAN.
Con sesiones de 16 horas continuas para provocar la telepatía necesaria que los hiciera prescindir de un plan de melodías y viejas formas, los cuatro restantes del entonces quinteto giraron alrededor de la percusión maniaca del gran Liebezeit. El aprendiz de brujo, quien adquirió sus mañas con un percusionista cubano que también era santero, que a su vez fue sacrificado por andar compartiendo sus secretos, basaba su forma de tocar en repeticiones rítmicas que formaban una especie de mantra y conducían al resto a un éxtasis libertario que los abría aun a las cosas más insólitas e intraducibles, como el lenguaje de todos esos colchones con sus millones de sueños eróticos guardados. Y es que lo que ocurrió por esos días en el Inner Space Studio sólo puede ser atribuido a un estado de somnolencia profunda: para estar a tono, y entrar más rápido, se consumían grandes cantidades de LSD, los músicos eran tomados por sorpresa y se grababan sus desvaríos con el instrumento en el tiempo en el que supuestamente descansaban, Czukay más tarde las editaría como gran manipulador de cintas que ya era, las improvisaciones jamás se dirigían hacia un rumbo sonoro conocido y el gran Damo Suzuki invocaba un lenguaje parcialmente germano, oriental y anglosajón, completamente poseído y con una dulzura que no se le pensaría a un chamán. Lo que se escucha en Tago Mago sólo puede explicarse como un ultrasonido de colchón. Para muestra “Oh yeah”, un auténtico movimiento telúrico de sonido, una repetición obsesiva de una mente que no descansa; “Halleluwah”, un sueño erótico de 18 minutos que goza al no poder completarse, y la más pesadillesca de todas las rolas jamás creadas “Aumgn”, una oda al gran Crowley que parece realmente retratar lo que ocurre en el mundo del ocultismo o en la región más profunda del inconsciente.
Al magno Tago Mago le siguieron dos colaboraciones más con el gran Suzuki (Egge Bamyasi y Future Days), pero el hombre pronto los abandonó pues el amor es tan ciego que tuvo que renunciar a las prácticas libertinas con el grupo para unirse a los Testigos de Jehová, porque de allí venía la que le había robado el corazón. Los fabcuatroenalemán siguieron su camino, reconociendo que el esplendor de esos años nunca sería visto, ya sin pensar demasiado en la consigna de la anarquía, nihilismo y comunismo. Aunque sin quererlo la semilla plantada en el poderosísimo Tago Mago, con la liberación de los sueños reprimidos en esos 1500 colchones, hicieron a un solitario chico inglés que escuchaba detenidamente el disco a cambiarse de identidad por el simplón de John Lydon al podrido revolucionario Johnny Rotten. ®
Efraín Trava
Caray, qué buen texto! Can es una banda fundadora de un sonido particular. Sin su influencia, bandas como Joy Division, Siouxsie, Talking Heads, e incluso algunos álbumes de David Bowie, probablemente no alcanzarían tan alto nivel. Tu texto, sin artificios de más, sin la chocante pirotecnia que vicia a muchos críticos, da buena cuenta de esta magnífica banda seminal.