“Es un parteaguas, nunca se ha escrito mejor, desde ahora en adelante los lectores tienen una cita con la buena literatura, la mejor novela de los últimos tiempos”. Pero a ver, ¿se puede comparar a Franzen con Steinbeck?
El otro día, conversando en Madrid con un amigo argentino (ojo: no es tan fácil ponerse de acuerdo con un argentino; Mafalda sabe bien de eso), volvimos a caer en lo mismo: no hay críticos, che. Se fueron, se murieron TODOS. Se los comió el pasado, ahora escriben libros tipo El intelectual melancólico y se encierran en su casa a leer a Stendhal, porque ahora es bien sabido que todos se abren de piernas al mercado: más, más, massss. Así, así, así, sí: se abren de piernas: se ponen en cuatro. La lista de temas y libros relacionados fueron saliendo como del sombrero de un mago, uno tras otro. En todos los suplementos, dijo mi amigo el argentino. ¿En todos? pregunté yo. Sí: Babelia, El Cultural, Culturas, Quimera. ¿Letras Libres también? Sí, Letras Libres también, incluso en las revistas gratuitas (sí, sí, pese a la crisis todavía las hay en las consultas privadas), y es que aquí la burguesía no ha caído. En fin. A lo mío. Que se leen reseñas que destacan la gran maestría con que escribe tal o cual autor. Y mejor no hablar de las fajitas rojas (da tanta pena tirarlas), es que están escritas con verdadero arte: “Es un parteaguas, nunca se ha escrito mejor, desde ahora en adelante los lectores tienen una cita con la buena literatura, la mejor novela de los últimos tiempos”. Pero a ver, ¿se puede comparar a Franzen con Steinbeck? ¿A ver?, ¿quién da más? En serio lo digo, ¿es acaso sincera esa comparación? Por favor: ¿dónde estamos? Así también basta darse una vuelta por algunos blogs para comprobarlo. ¿Pero comprobar el qué? Si ya se sabe: se enaltece de manera gratuita y sin conocer, ojo con la estupidez, porque al menos si se conociera al autor diríamos, a ver, a ver; aquí: todos somos putos o, bueno, de acuerdo: son amigos y los amigos se favorecen: se reseñan con detalles de lujo, en la solapa se solapan. No recuerdo exactamente bien quién dijo que no está mal si uno reseña los libros que más le gustan (a ese barco de inmigrantes sí me subo), pero no creo que haya libros perfectos, de alto nivel sí pero siempre hay algo que se podría recapitular o sacar de cuajo, corregir, buscarle como se dice tres pies al gato, para discrepar, para que tenga sustancia el cafecito o el dry martini. Mi amigo argentino, tan pesado como es, toda la noche insistió: Eso ya no se hace, che. No se le busca tres pies al gato porque ya se sabe que tiene cuatro. Se me ocurrió entonces rehacer mi reseña que con bombos y platillos enaltecía la imagen del gran Steinbeck. A decir verdad era grande el desgraciado ese, ocurre que Las uvas de la ira es, como decirlo: un caso aparte. Sí, Franzen: mejor que Libertad. Tan sólo con De ratones y hombres te revienta, porque sí que es una joya, o mejor dicho, una joyita, que un lector compulsivo de betsellers no se lo llevaría ni al baño o a lo mejor sí, como es tan breve y el papel es pequeño y de arroz, en edición antigua, digo: todo al water. Agg. En fin, que me leí Las uvas de la ira (nunca voy a leer Libertad) y luego hice algo así como un resumen de la novela, o una reseña no muy extensa si se quiere. Tampoco es que la novela sea demasiado densa, pero se me extravió el texto: ¡chale! Me habría gustado enviarlo, pero ahora que lo pienso y dado que mi amigo argentino insistió en el tema de la ausencia de crítica creo que Las uvas de la ira habrían quedado muy bien con quinientas páginas en vez de 683. (Libertad tiene 672 y bien podría haber quedado en cien.) Por lo demás, salvo las redundantes alusiones climatológicas, los diálogos depresivos entre Rose of Sharon y su madre y las torpezas de los niños, es una novela que se digiere bien pero que aterra leerla en España. Y es que a uno lo hace pensar que en pocos meses se trasladarán los desiertos de Oklahoma a los desiertos de Los Monegros y que todos seremos quijotes y sanchos. Leyéndola caí en cuenta de que de un tiempo a esta parte las condiciones están dadas para que una Depresión se vuelva a repetir. Me imagino las caravanas de coches que todavía siguen saliendo cuando empieza aquí el verano y en todos esos infinitos puentes vacacionales llenos de desempleados (ya suman cinco millones) con rumbo a Francia, por ejemplo, aunque creo que ahora se van en avión, ah, y eligen Alemania, por cierto, aunque no entiendan el idioma. ¿Por qué será que la señora Ángela Merkel dice que 2012 será un año duro para Alemania? Uuuuh qué miedo. En fin. Que las papas queman (patatas dicen aquí). Pero en Las uvas de la ira ya había terminado de arder todo cuando la familia Joad ¿la mía? decide marchar a buscarse la vida a California. Sinceramente espero que aquí en España no llegue ese momento. Sería terrible ver al del kiosco o al de la pollería cargando sus chivas en coches de lujo que los años de bonanza les permitió adquirir, pero con un destino incierto, yendo por toda la autopista Ap7, al lado de los gitanos que venden flores en la esquina o al lado de un servidor, que tendría que sacarse callos de los pies porque no tengo coche. Dado que estamos haciendo de buenos críticos me tomaré la molestia de hablar de un cuento que leí hace no mucho. Se trata de un libro de Eduardo Berti, ése que publicó en Anagrama: Todos los Funes, pues bien, dentro de su libro de cuentos titulado Los inolvidables y que publicó en Páginas de espuma (¿por qué no lo publicaría en Anagrama?) me topé con un cuento exageradamente largo y, digámoslo, ¡por qué no! a ver, pretencioso, donde Berti nos dice sin decirnos, claro, ahí radica el mecanismo de su arte, lo bien que sabe narrar. El cuento es interesante pero se enreda como cometa en tempestad. Y al igual que el protagonista, no sabe salir de la historia. Sí, sí lo entendí, pero se enreda y a la vez es interesante. Mi crítica constructiva sería que demasiado larga la camisa para unos zapatos tan pequeños, si tenemos en cuenta que la camisa vendría a ser todo el cuento de Berti y los zapaticos, el final. Duro y difícil de aceptar, cuando a un buen cuento le falla el final, tristísimo es eso. Duele. Creo que Borges dijo algo al respecto. No, no fue Borges: fue mi amigo el argentino. ®