De los marxistas mexicanos que escriben en los medios, ¿quiénes lo hacen en clave marxista? Nadie que yo recuerde. Roger Bartra hace mucho que se deslindó, pero ni Arnaldo Córdova ni Adolfo Sánchez Rebolledo ni Octavio Rodríguez Araujo o Adolfo Gilly, ni Ilán Semo o Gustavo Gordillo lo hacen. ¿Por qué no? Porque o nadie les entendería o su discurso sería irrelevante y kitsch. El marxismo se ha convertido así en una lengua extranjera, sin traducción ni intelección posible.
1. El marxismo es una teoría que buscaba, a diferencia de las demás, no sólo interpretar el mundo, sino transformarlo (la XI tesis de Marx sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”). Las aportaciones de Marx y el marxismo al conocimiento de la economía capitalista, a la ciencia económica, al cambio civilizatorio, al impulso a la organización de los trabajadores, al reconocimiento de la dignidad obrera, a un humanismo integral y al reconocimiento de derechos sociales fueron inconmensurables, pero la veta de la herencia al parecer se ha agotado, ¿por qué?
2. Sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria. En la medida en que el marxismo ya no es ni se utiliza como la teoría de la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista, en esa misma medida ha perdido su vigencia. Salvo prueba en contrario, ningún partido importante en el mundo desarrollado basa su acción en la “dialéctica marxista”; ninguna revolución triunfante se reivindica —al menos desde la revolución china— como tributaria del marxismo. China es ejemplo no de la construcción del socialismo, sino de cómo (a través de luchas de envergadura histórica) un enorme país atrasado toma un largo atajo para finalmente llegar al capitalismo, desde la sociedad rural y con los instrumentos y recursos del régimen autoritario.
3. La Revolución de Octubre. El paradigma de la “aplicación creadora” del marxismo como palanca teórica para cambiar la realidad ocurrió pocas décadas después de su nacimiento: en 1917, en la Rusia de los Zares, en condiciones muy distintas a las que Marx y Engels imaginaron para el debut de una revolución social: no en el país o conjunto de países capitalistas más avanzados, sino en el más atrasado de Europa; no como resultado de la crisis económica capitalista, sino de la guerra mundial; no como un movimiento específicamente obrero, sino de los soldados y marinos hambrientos y derrotados, de la pequeña burguesía urbana y los pobres de las ciudades, incluidos los obreros de los no demasiado numerosos enclaves industriales.
El asalto al cielo. Encabezado por los soviets, y en alianza “táctica” con la burguesía y parte de la nobleza descontenta, el movimiento revolucionario derrocó al zar y, aprovechando las vacilaciones del gobierno provisional, se abrió paso la estrategia del Partido Bolchevique que hizo de la frase “Audacia, audacia y más audacia” (Danton) su santo y seña para el asalto, ya no a la derrocada autocracia, sino a la frágil democracia representativa de la Asamblea Constituyente.
4. El marxismo revolucionario. Poco antes de la revolución rusa había nacido el concepto “marxismo revolucionario”, acuñado por Lenin y otros dirigentes, para señalar la brecha cada vez más ancha entre los socialdemócratas radicales y los reformistas. Lenin sentenció entonces que el marxismo revolucionario se caracterizaba por reconocer “todas las formas de lucha”, legales o ilegales, pacíficas o armadas, y que utilizaba unas u otras, o una combinación de ellas, en función de la situación concreta. Resonaba aquí (y nunca dejó de escucharse) el eco maquiavélico de un fin “que justifica los medios”. El mismo eco que llevó a Camus a decir que lo que le diferenciaba de los comunistas es que él no creía que, si el objetivo era bueno y deseable, los medios para lograrlo eran lo de menos.
En la medida en que el marxismo ya no es ni se utiliza como la teoría de la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista, en esa misma medida ha perdido su vigencia. Salvo prueba en contrario, ningún partido importante en el mundo desarrollado basa su acción en la “dialéctica marxista”; ninguna revolución triunfante se reivindica —al menos desde la revolución china— como tributaria del marxismo.
5. La dictadura. El reconocimiento de la dictadura del proletariado era el tamiz que separaba al marxismo revolucionario del oportunismo y además, la esencia del poder soviético. Se caracterizaba, escribió Lenin, por ser la dominación del proletariado sobre la burguesía, dominación no sujeta a ley alguna y basada en la violencia, y que goza de la simpatía y el apoyo de las masas trabajadoras y explotadas. Muy poco después de implantada tal dictadura, “la simpatía y el apoyo de las masas trabajadoras” a ésta dejó de ser un factor determinante, así como el papel del proletariado en ella, para volverse la dictadura del Partido, luego del Comité Central, enseguida del Politburó y, al final, del secretario general (el padrecito Stalin).
6. El bolchevismo como un nuevo blanquismo. Como lo vio con agudeza Karl Kautsky, el bolchevismo era un blanquismo revestido de marxismo.La guerra, escribió, provocó en Rusia “la disolución del ejército y el derrumbe del zarismo. Se produjo una anarquía general de la que surgió un nuevo despotismo. Pero los que erigieron este despotismo eran revolucionarios con un programa socialista. Éstos, hasta entonces, como todos los marxistas, habían estado de acuerdo en que en Rusia, dado el estado atrasado del proletariado, sólo era posible una revolución burguesa, que no brindaría a los trabajadores el socialismo sino la democracia. Pero una vez en el poder esos revolucionarios se consideraron capaces de implantar de golpe el socialismo, en un Estado de campesinos analfabetos y de trabajadores industriales sin preparación, recurriendo a los métodos de la dictadura más despiadada. Lo que los blanquistas habían ideado, sin hacerlo, fue hecho en Rusia por medio de socialistas, que se imaginaron que ese blanquismo era el propio y verdadero marxismo que la socialdemocracia había falseado”.
7. El papel de la III Internacional. Fuera de Rusia, escribió Kautsky en 1936, “el movimiento comunista no produjo la unidad sino la división del proletariado. Y esa división se produjo precisamente en el momento en que el derrumbe de las grandes monarquías militares imponía al proletariado deberes, si bien promisorios, muy pesados y difíciles, y que sólo con la aplicación de toda su fuerza hubiera podido cumplir. Los comunistas lo han impedido dividiendo al proletariado (el ejemplo más claro fue precisamente Alemania, donde el partido comunista aplicó celosamente la consigna de la III Internacional, de que los socialdemócratas eran el enemigo principal, más peligrosos incluso que los nazis, porque “confundían y engañaban al proletariado”, G.H.M.). Estaba reservado a los comunistas, concluye Kautsky, negar “toda forma de colaboración con los demás partidos proletarios, aun en los momentos de mayor apremio”.
8. Un olvido sintomático. El marxismo revolucionario pronto olvidó la fórmula marxiana de que “ninguna sociedad desaparece antes de que en su seno se hayan desarrollado todas las fuerzas productivas que alberga en su seno”, y decretó que con la revolución rusa había empezado un largo periodo de transición del capitalismo al socialismo. Kruschev sentenció que en el año 1980 la URSS alcanzaría y sobrepasaría el PIB de los Estados Unidos. Muchos lo creyeron, entre ellos Kissinger, que vaticinó (allá por 1976) que en cuarenta años toda Europa estaría dominada por el comunismo, en su vertiente euro.
9. El pensamiento revolucionario de Gramsci. Contra la concepción intemporal de la vigencia del “marxismo revolucionario”, Antonio Gramsci señaló desde principios de los treinta que el error de los partidarios de la teoría de la revolución permanente (refiriéndose a los trotskistas, pero apuntando sus baterías también contra los partidos de la III Internacional), era querer trasladar formas de lucha y estrategias de un tiempo histórico determinado a una fase totalmente distinta: cuando, como resultado de los sismos políticos, los reacomodos sociales y las nuevas relaciones de fuerzas que produjo la guerra y su final, se había pasado de la “guerra de movimientos” (crisis políticas y sociales y revoluciones determinadas por fenómenos como la guerra mundial) a “la guerra de posiciones”, donde lo que prevalece no son ya los golpes de audacia, sino la difícil y complicada “lucha por la hegemonía”. Para Gramsci, la fase histórica anterior se había cancelado con la derrota de la revolución alemana (el espartaquismo) y de la revolución húngara (la República de los Consejos). Después de la II Guerra Mundial el mapa de los imperios y dominios prácticamente se desarticuló, hubo muchos cambios, pero si exceptuamos a la revolución china y a la vietnamita, los cambios sólo tangencialmente estuvieron inspirados en el marxismo, y el resultado general no fueron revoluciones socialistas triunfantes.
10. En la línea del desarrollo histórico. ¿Qué significa en nuestro tiempo estar o no “en la línea del desarrollo histórico”? ¿Qué se entiende por historicidad de una concepción? Que no rompe ni desconoce las grandes líneas del desarrollo histórico, sino que, por así decirlo, empalma con ellas… cuando rompe con ellas, se vuelve testimonial. El marxismo tal como lo conocemos perdió en definitiva la historicidad, la brújula, a fines de los ochenta del siglo pasado, incluso en sus destacamentos más lúcidos, como el PCI y su círculo rojo, porque ya no supo qué seguía después del derrumbe del Muro de Berlín en el 89. Los comunistas asumieron la caída del Muro como una catástrofe y no como una liberación, lo que selló su destino.
11. Una explicación posible: “La determinación, que en Rusia era directa y lanzaba a las masas a la calle, al asalto revolucionario, en Europa central y occidental se complica con todas esas sobrestructuras políticas, creadas por el superior desarrollo del capitalismo, [que] hace más lenta y más prudente la acción de las masas y exige, por tanto, al partido revolucionario toda una estrategia y una táctica mucho más complicadas y de más respiro que la que necesitaron los bolcheviques en el periodo comprendido entre marzo y noviembre de 1917”, dice Gramsci. De aquí surge, muchos años y mediaciones después, el eurocomunismo y la propuesta del “compromiso histórico” del PC Italiano y E. Berlinguer, que nunca pudo culminar en la praxis.
12. El desarrollo de las fuerzas productivas y el sujeto histórico. La otra explicación viene del impensable (para los paradigmas marxistas) desarrollo de las fuerzas productivas después de la II Guerra Mundial, espoleado en parte por la competencia con el llamado socialismo real, pero esencialmente debido a su dinámica interna. Desarrollo que provocó cambios inmensos no sólo en la estratificación de clases previa, sino en las sicologías colectivas, los ethos vivenciales y la cultura de masas de los países avanzados y hasta en los de desarrollo medio (como México o Brasil). Y los cambios en la estratificación de clases no fueron menores, tanto que difuminaron la figura del proletariado (o clase obrera) como “sujeto histórico”. Las últimas grandes movilizaciones políticas de la clase obrera fueron… para derrocar los regímenes satélites de la URSS, en el Este de Europa (Solidarnosc).
¿Qué significa en nuestro tiempo estar o no “en la línea del desarrollo histórico”? ¿Qué se entiende por historicidad de una concepción? Que no rompe ni desconoce las grandes líneas del desarrollo histórico, sino que, por así decirlo, empalma con ellas… cuando rompe con ellas, se vuelve testimonial.
13. La vitalidad del marxismo. Gramsci escribió que la vitalidad del marxismo está determinada por “su ser o no ser la interpretación más segura y profunda de la naturaleza y de la historia, de la posibilidad de que dé a la intuición genial del hombre político un método infalible, un instrumento de precisión extrema para explorar el futuro, para prever los acontecimientos de masa, para dirigirlos y hacerse dueño de ellos”. Gramsci evoca aquí la frase —proféticamente ominosa— de Lenin: “El marxismo es todopoderoso porque es exacto”. Pero la realidad mostró que no era ni todopoderoso ni exacto. Como palanca intelectual, como “guía para la acción”, el marxismo no volvió a vertebrar ningún proceso revolucionario en el mundo, si exceptuamos las situaciones altamente excepcionales de China y Vietnam (y en las que se perfila la impronta de un marxismo más bien esquemático, “campesino”).
14. El cambio estratégico que no se dio: “Me parece que Ilici (Lenin)… había comprendido que era necesario pasar de la guerra de movimiento, victoriosamente aplicada en Oriente el año 17, a la guerra de posición o de trinchera, que era la única posible en Occidente, tierra en la cual […] los ejércitos podían acumular en poco espacio y tiempo interminables cantidades de municiones, y los cuadros sociales (?) eran todavía y por sí mismos capaces de convertirse en trincheras pertrechadísimas”. Profundizar esta fórmula, escribe Gramsci, “exigía un reconocimiento del terreno y una determinación de los elementos de trinchera y de fortaleza, representados por los elementos de la sociedad civil, etc.”.
Y enseguida: “En Oriente, el Estado lo era todo, la sociedad civil era primaria y gelatinosa; en Occidente, en cambio, había una correlación eficaz entre el Estado y la sociedad civil, y en el temblor del Estado podía de todos modos verse en seguida una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado era sólo una trinchera avanzada, detrás de la cual se encontraba una robusta cadena de fortalezas y fortines; con diferencias entre los Estados, naturalmente, pero eso era precisamente lo que requería un cuidadoso reconocimiento de carácter nacional”. ¿Dónde y cuándo se hizo este reconocimiento de carácter nacional? En ninguna parte, si exceptuamos al PCI, y es por ello que históricamente ninguna revolución triunfante se hizo contra la burguesía, sino contra regímenes pre-burgueses, pre-capitalistas, en las que incluso la joven y escasa burguesía llegó a ser aliada del movimiento revolucionario en alguna etapa de la lucha.
15. Partidos e intelectuales. Un resultado de esta incomprensión histórica fue que después de Lenin, Trotsky y Gramsci, los intelectuales marxistas de Occidente siguieron una ruta, y los partidos y sus jefes, otra. Los intelectuales marxistas fueron sin duda creativos pero, en sus últimos ejemplares paradigmáticos, se envolvieron en un lenguaje abstruso, ultrateórico (Althusser, Nicos Poulantzas) o instrumental (M. Harnecker) que devino en un ejercicio solipsista de iniciados, y que en casos como los señalados se saldó trágicamente en sus destinos personales.
16. El derrumbe del socialismo realfue el diluvio que se llevó los últimos vestigios de la ilusión de forjar una sociedad ideal como si ésta pudiera ser producto de un experimento de laboratorio. Los partidos comunistas más enraizados cambiaron de nombre y de programa (sobre todo el PCI), relegando a las calendas griegas los objetivos “revolucionarios” y convirtiendo el programa mínimo en máximo. Muchos desaparecieron y otros pasaron a ser fuerzas testimoniales. La ilusión y la emoción que en numerosos intelectuales de Europa (R. Debray, A. Touraine) despertó el movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) mexicano tienen que ver —al menos en parte— con las catástrofes de 1989-1991 y con la búsqueda de alternativas (mientras más románticas y “multiculturales”, mejor) al derrumbe de aquella ilusión. El EZLN encabezaba la primera revolución poscomunista, y véase lo que de ella quedó. Unos cuantos Caracoles y las cenizas de algunos comunicados (me refiero a sus pretensiones, sin desdeñar para nada el hecho de que el levantamiento fue un gran catalizador de la transición democrática en México).
17. El criterio de la praxis. La tesis II (sobre Feuerbach): “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico”. Pero, ¿no es esto precisamente lo que le ha pasado al marxismo y a sus exégetas tardíos?
¿De qué sirve decir que el experimento histórico de la URSS no correspondía a los auténticos fundamentos del marxismo si fue prácticamente la única entidad o formación estatal/social (con sus satélites) con pretensiones de universalidad, que se edificó sobre esas bases? ¿Si fue el único arquetipo que el mundo conoció como “socialismo realmente existente”?
18. Lenin está en el origen del salto al vacío. El hecho real es que los fundamentos teóricos acerca de la trascendencia o de la excepcionalidad histórica que constituía “la construcción del socialismo en un solo país” no los puso Stalin, sino Lenin, y a éste nadie le discute su primogenitura como el heredero de los fundadores. Así, invertir grandes esfuerzos hermenéuticos o historiográficos en descubrir en qué momento se torció la herencia leninista para dar paso a la desviación autoritario- estalinista es vano, pues el árbol había crecido torcido desde su raíz leninista y, ojo, a contrapelo de las revoluciones democrático-burguesas y antimonárquicas que ocuparon el fin del siglo XIX y los principios del XX. Fue un salto, sí, pero no hacia el futuro.
El marxismo de hoy no puede responder a la pregunta/cuestionamiento que Marx les hacía a todas las demás doctrinas sociales: “El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico”, es decir, un problema reducido al ámbito de la academia, de la historia de las ideas o incluso de la antropología. En otro tiempo se hubiera dicho: es un problema bizantino…
19. ¿Qué es el marxismo hoy día? Un objeto de estudio en la academia, un instrumento de análisis sobre todo de historiadores creativos como Eric Hobsbawm, E. P. Thompson (quien por cierto hizo una de las críticas más lúcidas a la vulgata marxista y a la metafísica althusseriana en Miseria de la teoría), Perry Anderson y otros; un enfoque peculiar en las ciencias sociales, que sin duda las enriquece, pero de ninguna manera la “teoría de vanguardia del partido de vanguardia”, precisamente lo que le daba su especificidad y razón de ser. Ya no hay teoría ni partidos de vanguardia y nada indica que puedan, como el mítico Ave Fénix, renacer. Los que hoy desde la clandestinidad reptan o acechan en nombre de un supuesto marxismo revolucionario (EPR) no son sino los restos de viejos naufragios que, como los soldados japoneses perdidos en las islas del Pacífico después de la Segunda Guerra, seguían beligerantes porque nadie les avisó que la contienda había terminado.
Por ello, no importa —en la vida real— lo que unos u otros teóricos digan o escriban sobre la actualidad o vigencia del marxismo. En lo que se refiere a su especificidad, el marxismo de hoy no puede responder a la pregunta/cuestionamiento (referido arriba) que Marx les hacía a todas las demás doctrinas sociales: “El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico”, es decir, un problema reducido al ámbito de la academia, de la historia de las ideas o incluso de la antropología. En otro tiempo se hubiera dicho: es un problema bizantino…
20. La URSS tuvo tres oportunidades de cambiar tras la II Guerra Mundial: la era Kruschev, la Primavera de Praga y la Perestroika, y en las tres falló, pues evidentemente no pudo reencontrarse con la línea principal del desarrollo histórico, debido al peso específico de los intereses materiales y los prejuicios ideológicos atrincherados. En su última oportunidad, en vez de cambiar se derrumbó, para dar paso a un capitalismo de corsarios, como se le ha bautizado al fenómeno ruso. Y poco espacio para la duda cabe de no habrá otra oportunidad.
21. Una última acotación. De los marxistas mexicanos que escriben en los medios, ¿quiénes lo hacen en clave marxista? Nadie que yo recuerde. Roger Bartra hace mucho que se deslindó, pero ni Arnaldo Córdova ni Adolfo Sánchez Rebolledo ni Octavio Rodríguez Araujo o Adolfo Gilly ni Ilán Semo o Gustavo Gordillo lo hacen. Vamos, ni siquiera Benjamín Palacios. ¿Por qué no? Porque o nadie les entendería o su discurso sería irrelevante y kitsch. El marxismo se ha convertido así en una lengua extranjera, sin traducción ni intelección posible. Habrá que pensar en otra cosa… ®
billy
Ahora bien. Si me permiten agregar un punto. ¿Quien es el autor de esta nota homicida del marxismo?. Es Gustavo Hirales Moran. ¿Y quien es Gustavo Hirales Morán que con tan docta información ha elaborado esa nota? Con todo respeto y sin afan de ofender reproduzco lo que hay en la internet al respecto:
Gustavo Hirales Morán (Mexicali, Baja California, febrero de 1945). De formación autodidacta, fue militante de la izquierda comunista desde 1966, participante en la guerrilla de los años setenta; a mediados de esa década y desde la cárcel inició junto con otros presos la rectificación de la lucha armada (con el libro La Liga 23 de Septiembre, orígenes y naufragio); dirigente de los (sucesivos) partidos de la izquierda de raíz comunista, desde el Partido Comunista Mexicano hasta el Partido Mexicano Socialista. Se alejó de la izquierda partidista en 1989.
Como servidor público trabajó en el Programa Nacional de Solidaridad y en el Instituto Nacional de Solidaridad entre 1991 y 1993; con Jorge Carpizo estuvo en la PGR y en Gobernación (1994); fue asesor de la delegación del gobierno federal a las Pláticas de Paz en Chiapas; fue también asesor de la Presidencia de la República de 1998 a 1999. Director del Área de Contenidos en Comunicación Social de la CNDH de 2001 a 2006. Asesor de la Comisión de Gobernación de la Cámara de Diputados de 2006 a 2009. Actualmente trabaja en una consultoría.
Columnista durante varios años de El Nacional y Unomásuno. Colaborador ocasional de Nexos y Etcétera y autor de libros como Memoria de la guerra de los justos, El complot de Aburto, Camino a Acteal, Chiapas, otra mirada y Los desaparecidos de la guerra sucia (inédito), además del libro de poemas Siempre de nuevo, edición del autor.
INSISTO: Con todo respeto y en base a esos elementos curriculares el C. Gustavo Hirales Morán NO REÚNE LOS ELEMENTOS PARA CALIFICAR CON OBJETIVIDAD E IMPARCIALIDAD EL TEMA QUE HA ABORDADO, porque con esos elementos curriculares podemos inferir que su práctica política ha normado su criterio erróneamente.
billy
¿Por qué de esa insistencia en matar la teoría marxista?. El autor de esta nota es bibliófalo de la corriente marxista, pero nunca entendió el marxismo. Matar y sepultar la teoría; matar un ruiseñor. Veamos por el lado de lo ideológico, lo teórico o el mundo de las ideas: ¿Cuantos años tiene que vivió, por ejemplo, Aristóteles y sin embargo, después del derrumbe de la sociedad esclavista y el ostracismo al que lo sometieron las reformas de Constantino, Aristóteles retornó triunfante por la voz de Tomás de Aquino. Y así nos podemos seguir con muchos ejemplos, entre ellos el Platonismo. O sea: no se pueden matar las ideas, las teorías, los conceptos o las ideologías POR DECRETO. Ahora veamos por el lado de la realidad objetiva, o de los modos de producción. ¿Cuántos siglos tardó en derrumbarse la comunidad primitiva, para dar origen en su propio seno al esclavismo?. Sin duda que muchos siglos se llevó ese proceso. Y lo mismo podemos señalar para el tránsito del esclavismo al feudalismo que los historiadores más o menos encuadran en periodos definidos que realmente sabemos que esos periodos definidos en el tiempo son convencionales, porque al interior de cada modo de producción subsisten los anteriores y se desarrollan sus prospectivas. Ahora veamos el tránsito del feudalismo al capitalismo ¿Cuanto duró?. Ya desde el siglo XII se veían ciertas manifestaciones del nuevo modo de producción en ciernes. Por lo tanto, sin el afán de reproducir esquematismos podemos intentar la hipótesis válida de que el capitalismo tardó en desarrollarse, ampliarse y afianzarse del siglo XII al XVIII, porque es hasta el siglo XIX donde ya lo podemos ver realmente parado sobre sus fortalezas. Y aún hoy día en pleno siglo XXI el capitalismo continúa mostrando fases de su fortaleza. Esta periodización es importante porque los Homicidas del Marxismo pretenden que una concepción teórica se cree (de crear), se implante y desaparezca en el término de cuatro o cinco generaciones. ¿Por qué estos grandes «interpretes» del derrumbe del marxismo sólo aplican esa tabla raza a esa corriente filosófica precisamente?, Ninguno de estos idiotas diría con seriedad que el Aristotelismo está muerto porque Aristóteles está vivo y actuante por ejemplo en el catolicismo práctico de hoy día. Pero no les preocupa la pervivencia de Aristoteles, porque como dijo (no recuerdo bien si Marx o Lenin) que la escolástica retomó de Aristóteles lo muerto y no lo vivo. Aristóteles no le quita el sueño a nadie de los poderes fácticos hoy actuantes. Y lo mismo podemos decir de muchos teóricos del pasado remoto o cercano que no le quitan el sueño a los explotadores. Pero Marx y el marxismo les continúa quitando el sueño, básicamente por la XII tésis sobre Feuerbach. Y el tipo que elaboró esta ingeniosa nota no está exento de ello. Mató a Marx y al marxismo porque tomó de Marx lo muerto y no lo vivo. Pero hoy día, en pleno siglo XXI, como resultado de la barbarie en la que el neoliberalismo ha sumido a la humanidad EL FANTASMA DE MARX NUEVAMENTE RECORRE EL MUNDO. El neoliberalismo sacó a Marx por la puerta (porque lo primero que hicieron los neoliberales en los 70s fue precisamente realizar una enorme ofensiva ideológica contra el marxismo, al tiempo de comprar, asesinar, perseguir y desaparecer a sus adlateres), pero hoy día Marx regresa por las ventanas. ¿Qué Marx es el que regresa?. Esa es una tarea que corresponde descubrir a los militantes, para revitalizar y actualizar la filosofía, teoría y práctica política. No debemos dejarnos impresionar por los sofistas. Quieren a Marx muerto, enterrado y sepultado per sécula secularum, pero ello no es posible. Finalmente, y como ya lo han mencionado varios militantes: No es esta la primera vez que matan a Marx y al Marxismo. En el siglo XIX se afanaron por «matar al marxismo» (después de la tremenda ola de reacción después de la Comuna) donde afirmaron «el marxismo ha muerto» y ya hacia finales de ese siglo, nuevamente con las tesis del marginalismo como corriente económica preponderante y opuesta abiertamente a la teoría del valor trabajo. Y, en el siglo XX no fue la excepción hacia principios; luego el retroceso del 29; luego el keynesianismo y el Estado Benefactor que «mataron al marxismo», etcétera. O sea que Marx es prácticamente un muerto al que han matado muchas veces (risas). Y hoy día es obvio que ante el derrumbe de la filosofía-teoría-política-práctica económica del neoliberalismo, el Marxismo resurge nuevamente como forma de interpretar el mundo y para transformarlo.
JUAN
le marxismo no a muerto aca en argentina vemos a marx en cada meteria de la facultad durante toda nuestra carrera, aparte todos los sistemas económicos llegan a su fin y el capitalismo a entrado en estaba de decadencia y esta cayendo de apoco
Alfonso
El marxismo no ha muerto, las ideas no mueren, no del todo. Sin duda pueden parecer que mueren, quienes han visto otros tiempos pueden atestiguar que de Yorik solo quedan los huesos. Pero así es como sobreviven las ideas, tienen que mezclarse, producir hijos, diluirse hasta llegar a ser un par de citas famosas, morir un poco hasta que se les necesite. Quienes recuerdan viejas polémicas con entusiasmo, quienes tienen el ánimo de discutir si Marx aprobaría tal cosa o no, prestan un valioso servicio, incluso quienes estan a favor de desechar al marxismo saben bien que ayudan a que no caiga en el olvido y eso es lo que quieren, que no se olvide que el marxismo se equivocó, eso también es valioso.
Saludos, buen artículo.
Benjamín Palacios Hernández
Es un fenómeno bastante curioso aunque en modo alguno inusual: el “marxismo” que ha sido vapuleado, desdeñado y clausurado, que ha acumulado infinidad de cantos funerales a lo largo de casi 116 años, es un marxismo previamente construido… por sus críticos. Aunque los motivos y los meandros mentales que conducen a esa construcción del adversario al que luego se demolerá puedan resultar inasibles para ellos mismos, al menos a una mente perspicaz debería llamarle la atención ese primer punto: ¿por qué un muerto habría de necesitar de tantos entierros sucesivos a lo largo de decenas de años?
Si el supuesto cadáver ha demostrado la vitalidad suficiente como para propiciar periódicamente el surgimiento de nuevos enterradores, no ha sucedido lo mismo con los sepultureros. La polémica “antimarxista”, a tono con esa su criatura a la que mata una y otra vez sin terminar nunca de eliminarla, se ha estancado. Aunque los degraden intelectualmente (sospecho que por no haberlos leído y conocerlos sólo “de oídas” o mediante algún digesto), en el caso de muchos de esos empleados de pompas fúnebres aquella polémica suele limitarse a repetir los juicios más accesibles enunciados por sus mayores: Bernstein el fundador en primer lugar, el último Korsch e incluso el último Althusser para mencionar sólo algunos de los más conspicuos.
Existe efectivamente una vulgata marxista pero también una vulgata antimarxista, compuesta habitualmente por individuos que cuando creían ser marxistas no lo eran, y que luego reaccionaron no contra el marxismo sino contra aquello que en sus años mozos tomaron por tal. Tampoco es casualidad que la absoluta mayoría de esos críticos, a pesar de que su objeto es “el marxismo”, no toquen a Marx y prefieran perorar contra Lenin y otros aún menores para de ahí efectuar un salto mortal y, mediante un acto de prestidigitación, pasar subrepticiamente a la sumamente fácil crítica del “socialismo real”. Con ello, pueden firmar una vez más el acta de defunción del marxismo sin pasar los apuros de meterse con Marx. No con el propagandista del “Manifiesto” sino con el sólido pensador de “El capital”, de los “Grundrisse”, de la “Crítica de la filosofía hegeliana del derecho público”, incluso el del “Dieciocho Brumario…”.
Pero esto es sólo un comentario y no quiero abusar. El caso es que, lo reconozco, me da pereza escribir otro ensayo para considerar las “hipótesis” de mi gran y antiguo amigo Gustavo (no es ironía: en verdad lo es y él lo sabe). Es sólo que no quise dejarlo pasar sin decir ni “mú”, y sí asentar mi dolido reclamo por haberme hecho acompañar –en el último punto– de semejante ralea (sin contar a Ilán, aclaro). No logro imaginar qué significa para Hirales “escribir en clave marxista”. Si se refiere a hacer profesión de fe y prodigarse en las frases hechas propias de los manuales, efectivamente yo no escribo en esa “clave”. Pero si para él son “escritores marxistas” Rodríguez Araujo, Gustavo Gordillo, Córdova y Gilly (Sánchez Rebolledo y Semo no estoy seguro de que acepten esa catalogación), entonces sí que entiendo cuál es el “marxismo” que critica creyendo criticar al marxismo sin comillas. E incluso creo que el propio Marx se le sumaría.
En algo sí tiene media razón Gustavo: el marxismo no es que se haya “convertido en una lengua extranjera”; al menos en México siempre lo fue. Su complejidad jamás fue penetrada y sus textos nunca fueron leídos más que a retazos y por las solapas. No generó discípulos ni exégetas intelectualmente independientes (incluso Perú tuvo a su Mariátegui) sino sólo entusiastas partidarios que creían ser marxistas únicamente por repetir salmodias, frases y consignas, a la manera en que muchos católicos creen serlo sólo por acudir a misa.
Criticar y declarar falsa una materia que se atisba sólo en su superficie es una actitud conmovedora, sí, pero también risible. Gramsci se pitorreó alguna vez de aquellos que, molestos por la luz de la Luna, pretendían atenuarla matando luciérnagas. Pues igual sucede, me parece, con quienes imaginan “superar” a Marx y demostrar su caducidad criticando a Lenin (quien como teórico está debajo de Marx pero muy por encima de sus críticos, si bien como estratega es difícil encontrarle un parangón), a Stalin, a los soviéticos, a los chinos y a tutti quanti. Exactamente lo mismo sería pretender criticar a Hegel en la persona de Luis Pazos, Gibran Jalil Gibran o Paulo Coelho.
No es lo mismo herir a un muerto que matar a una quimera. Si no me creen, pregúntenle a Sísifo.
raul
Es marxismo es una Etica por eso esta vigente. Y no estoy tan seguro de que haya fracasado.
FIDEL ERNESTO GONZALEZ
UN RAZONAMIENTO HONESTO, HOY QUE TODO MUNDO QUIERE VER ALGO QUE NO EXISTE Y QUE FRACASÓ.