Eduardo Galeano usó la misma técnica de ¿Quién se robó mi queso? para convertir sus libros en manuales de autoayuda para la izquierda, llenándolos con aforismos, poemas y párrafos construidos con el fin deliberado de funcionar como eslóganes fáciles de memorizar y repetir por los militantes.
¿Quién se robo mi queso? cuenta la historia de dos ratones y dos hombrecitos que descubren una fábrica de queso y, encantados por la situación, se quedan a vivir allí; cuando el queso se termina, los hombrecitos prefieren echarse a llorar sin hacer nada mientras los ratones se ponen sus zapatillitas y salen a buscar más comida.
Como obra literaria Quién se robo mi queso es malísima; como manual de autoayuda funciona porque promete darnos la fortaleza necesaria para afrontar los problemas cotidianos a través de personajes cuadrados, simples, con los cuales resulta fácil identificarse: “No se rinda”, dice el texto, “usted puede salir adelante si confía en sí mismo, sólo tiene que superar sus temores y largarse al camino”.
Lo que triunfa, en realidad, es el instinto animal sobre la inteligencia: los ratoncitos, protagonistas y mostrados como ejemplo, actúan sin pensar en las consecuencias de sus actos.
La prosa del libro y sus personajes son deliberadamente sosos y cuadrados porque su objetivo es llegar a la mayor cantidad posible de lectores y para hacerlo necesita la simplicidad de las fábulas, donde el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, los bandos enfrentados, están claramente señalados y no existen las incomodas zonas grises de la realidad.
La prosa del libro y sus personajes son deliberadamente sosos y cuadrados porque su objetivo es llegar a la mayor cantidad posible de lectores.
Eduardo Galeano usó la misma técnica de ¿Quién se robó mi queso? para convertir sus libros en manuales de autoayuda para la izquierda, llenándolos con aforismos, poemas y párrafos construidos con el fin deliberado de funcionar como eslóganes fáciles de memorizar y repetir por los militantes.
Su método narrativo —frases cortas con entonación épica que lo acercan a la obra de poetas comprometidos como Pablo Neruda, Miguel Hernández y especialmente el cubano Nicolás Guillén— está pensado claramente para facilitar su difusión.
La adopción de este método fue tan consciente en Galeano como en los autores de Quién se robó mi queso: ambos sabían que la única forma de llegar al público masivo era contar una historia en blanco y negro que permitiera a toda clase de lectores identificarse con los personajes protagónicos y sus dilemas.
Cuanto más simples los personajes, mas identificación habría.
Memorias del fuego es la cristalización perfecta de este método: con Latinoamérica y sus personajes centrales descritos en menos de una página, Galeano nos convence de que los indios eran cultos y agradables mientras los conquistadores eran bestias sanguinarias, dispuestos, “como unos puercos hambrientos”, a perder su alma por un poco de oro.
Despojada de todos sus matices, la historia adopta un tono mítico que la vuelve insustituible como material de lectura para una izquierda que, luego de varios fracasos, necesitaba ver confirmados todos sus mitos sobre la superioridad de sus ideas, métodos y líderes.
En realidad, y pese a la afirmación de su autor sobre el tiempo que pasó recopilando material en bibliotecas públicas, nunca vemos la historia completa, sólo aquellos pasajes hábilmente seleccionados por Galeano para resaltar su tesis central; una verdad fabricada con los mismos materiales que los libros de autoayuda donde sólo hay buenos muy buenos y malos muy malos, apuntalados o enterrados con frases cortas, ideales para repetir en discusiones públicas o mesas de café.
Bastan dos ejemplos: “Este hombre les enseñó que la vida no es sólo miedo de sufrir y espera de morir. A traición tenía que ser. Mintiendo amistad, un oficial del gobierno lo lleva a la trampa. Mil soldados lo están esperando, mil fusiles lo voltean del caballo” (Emiliano Zapata). “El general guatemalteco Miguel Ydígoras Fuentes: distinguido matador de indios, vive en el exilio desde la caída del dictador Ubico. Walter Turnbull viene a San Salvador para plantearle un negocio. Turnbull, representante de la United Fruit y de la CIA, le propone que se haga cargo de Guatemala. Se le prestará el dinero necesario para tomar el poder, si se compromete a destruir los sindicatos, restituir a la United Fruit sus tierras y privilegios y devolver hasta el último centavo de este préstamo en un plazo razonable. Ydígoras pide tiempo para pensarlo, aunque desde ya adelanta que las condiciones le parecen abusivas”.
Obviamente es imposible contar siglos de historia sin reducir, acortar y seleccionar entre la gran cantidad de bibliografía existente, pero cuando el criterio de selección tiende a favorecer siempre a los mismos personajes, las dudas que plantea el texto son más que las verdades que ofrece.
Despreocupado, sin embargo, por ofrecer un enfoque imparcial, Galeano sistematizó de tal manera su método que los libros posteriores a Memorias del fuego son copias borrosas de éste, creadas con el objetivo de contar siempre dos historias enfrentadas: en una, los hombrecitos cobardes lo arruinan todo; en otra, los ratoncitos valientes emprenden un camino lleno de dificultades donde podemos adivinar, por cómo se cuentan los hechos, que están, pese a todos los tropiezos, condenados al éxito.
Los primeros pueden llamarse Miguel Fuentes; los segundos, Emiliano Zapata o Fidel Castro.
Al igual que los autores de ¿Quién se robó mi queso, Galeano y Jauretche aprovecharon los peores mecanismos de la literatura popular, ofreciendo héroes intachables y malvados sin redención, para difundir su mensaje entre aquellos lectores que, de otra forma, nunca los hubieran leído.
En su Manual de zonceras argentina Arturo Jauretche hizo lo mismo, tres décadas antes que Galeano, sintetizando doscientos años de historia argentina en una serie de anécdotas donde se evalúa y condena en menos de una página a diversos personajes públicos (Rivadavia, Mitre, Sarmiento).
Al igual que los autores de ¿Quién se robó mi queso, Galeano y Jauretche aprovecharon los peores mecanismos de la literatura popular, ofreciendo héroes intachables y malvados sin redención, para difundir su mensaje entre aquellos lectores que, de otra forma, nunca los hubieran leído.
El mecanismo ha probado ser tan exitoso que en Argentina existe desde el 2009 su versión televisiva: 6, 7, 8, un programa semanal liderado por Sandra Russo y Orlando Barone, donde seis periodistas usan las noticias diarias para lanzar ataques a todas las personas que cuestionan al gobierno.
Al oírlos el espectador siente que está ojeando nuevamente Memorias del fuego porque los panelistas repiten los mismos trucos de Galeano y Jauretche al explicar, en cada una de sus intervenciones, y sin importar cuál es la noticia de la que estén hablando, cómo Cristina Kirchner debe luchar a brazo partido, como una pingüina valiente, contra los intentos destituyentes de un inmenso grupo de malvados y cobardes hombrecitos encabezados por el CEO del grupo Clarín.
Que algunos de los más inteligentes intelectuales de Argentina vean el programa y apoyen sus inexactitudes y mentiras sin someterlas a un mínimo proceso de validación explica por qué los libros de Galeano y Jauretche siguen vendiéndose tan bien: después de todo, incluso los escritores y periodistas más independientes necesitan, en algún momento de su vida, que alguien les diga solamente aquello que desean oír. ®
Jorge García
Llegarán las ordas de intolerantes a descalificarte, no a debatir.
Marcos
Indignate lo escrito. El autor de este texto, parece ser mas bien un defensor de las injusticias, parece ser que sus intereses estan en juego.. y estan del lado de los opresores.
http://www.elortiba.org/lasvenas1.html
Julio Figueroa
Excelente texto. Sin levantar la voz. Generando conocimiento. Suave y punzante la mirada crítica. Felicidades y gracias al autor, Iván de la Torre, y a Replicante. Fraternalmente. JUlio. Qro. Qro. 28-XII-2013.
juan
Que pena me da tu ignorancia y poca vision, no se como llegue aqui, a un sitio tan conservador, me mofo de tus palabras y si ellas te representan pobre de ti y tus lectores.