La historia es la siguiente: la cigarra canta todo el día y la hormiga trabaja. Al llegar el invierno la hormiga no quiere compartir la despensa acumulada y la cigarra queda desprotegida. El precio por un año de canto.
Para Rafael Toriz, por varias conversaciones.
Pero hay quienes aseguran que el trabajo de la hormiga no hubiera sido posible sin el canto de acompañamiento de la cigarra, porque, hasta donde sabemos, la historia de la una va junto a la otra. ¿Cómo hubiera sido el trabajo de la hormiga sin el trabajo no reconocido de la cigarra? Porque ¿el canto es un trabajo en sí? La fábula enseña que hay que amar el trabajo y guardar para el invierno, hay que cuidar el futuro, proteger el porvenir. Y si perdemos el tiempo con cantos y bailes acabaremos como la cigarra. Exiliada, sin reservas para sobrevivir y menospreciada por esa misma que apreció su canto tan bien cuando trabajaba. Tanto tiempo lleva la historia con la heroína equívoca. La hormiga no hizo nada heroico: hizo lo que tenía que hacer, lo que llevaba haciendo toda su generación anterior: el trabajo mecánico per se; la cigarra, en cambio, era movida por algo ulterior: el entusiasmo. Quizá la hormiga no podía perdonar eso: el entusiasmo por otras causas, por algo más, porque la cigarra sabía algo que ella no: que había algo más. ¿Qué impulsa a algunos sobre los otros a buscar algo más de lo que hay? ¿Qué hay de insatisfactorio en lo de siempreasí? ¿Por qué solemos —con toda la fuerza existente— celar la búsqueda de lo invisible? ¿Qué nos rodea si no el miedo a descubrir algo terrible u oscuro que nos impida vivir como hasta ahora? ¿O será que esto mismo es la cuestión? Un curso de vida interrumpido convertido en otro curso de vida, aun si vida sigue siendo? ¿O el miedo es otra cosa? ¿Y si fuera porque ese elemento invisible se trate del gozo? ¿El gozo simple de asuntos terrenales? La cigarra enseña algo, después de todo es una fábula: el invierno está muy lejos y el ahora es lo que está vivible, es lo que podemos tocar en cuanto salimos de la puerta. No es una lección de despreocupación o de irresponsabilidad: la cigarra tiene un cometido. Bien podía ella cantar para sí misma lejos de la hormiga pero no lo hizo. Bien podía buscar un público más agradecido. La cigarra se quedó porque era su trabajo quedarse: su afán acompañaba el otro trabajo, el que la hormiga hacía. La cigarra entonces hizo lo que la hormiga no podía hacer: cantar. Es otra historia de los dones. Por mucho tiempo la historia se acompaña de compasión y de un sentido de alarma por las cosas desconocidas que vendrán. La cartografía sentimental nos dice también otra cuestión: lo que sucede más allá de aquí no sirve si no es previsto. Por lo tanto, la cigarra es una impertinente: hace caso omiso y no vive pensando en el invierno. Para ella todo el tiempo es verano aun sin el verano. ¿Cuál es el castigo? El invierno más duro para que ella sienta en carne propia que la vida no es una canción ni una charada, es decir, que la vida real no tiene que ver con el contenido de la imaginación. ¿Será así? ¿De qué hablan las canciones entonces? Fuera de aquí sólo hay dragones y bárbaros, fuera de aquí, de este territorio real, existe todo lo demás. ¿Es terrible encontrar motivos para salir del reino? ¿Qué miedo más atroz que el salir de aquí? ®