A la pobreza, la falta de servicios de salud, el desempleo y el rezago educativo que aquejan desde siempre a pueblos de norte de Jalisco, se suma el poder de los cárteles. Esto, y la ausencia del gobierno, mantienen hundidos a muchos poblados de la zona en un profundo subdesarrollo.
La ley del narco
Hay lugares en Jalisco donde la ley que manda es la del narco. Desde varias décadas pueblos, rancherías y comunidades indígenas dispersas entre altiplanos y barrancas de la Sierra Madre Occidental constituyen el sustrato ideal para los grupos de la delincuencia organizada donde arraigar y sustentar sus actividades ilícitas. Es más, donde llegaron a representar la única opción de vida.
De la región Valles a la región Norte del Estado, en rincones accidentados y difícilmente accesibles, la subsistencia de poblados enteros sumidos en la pobreza, la desesperación y el olvido por parte de las autoridades gubernamentales sigue dependiendo del cultivo de sustancias ilegales. Allí la mariguana es más que una droga, es esperanza.
En los últimos dos años esas zonas se volvieron territorio de disputa entre diferentes carteles, involucrándolas en una guerra que azota tanto el país como el estado y que en meses recientes alcanzó a la capital tapatía. La ola de violencia quebró el sutil equilibrio que privaba en la serranía.
En la tierra de la “verde”
Las aspas de un cansado ventilador hienden el silencio que permea las aulas de la secundaria de X-tlán, una ranchería del municipio de San Martín de Bolaños, en la sierra del norte de Jalisco. El rechinido que producen sus oxidados mecanismos resuena en el ambiente vacío, en lugar de los usuales gritos y risas de los niños. “Todos están en la ‘verde’”, explica el director, desconsolado y solitario en su oficina.
Es mayo, temporada de la primera cosecha de mariguana. “Los alumnos tienen tres días de permiso tres veces por año escolar y los piden todos pegaditos en este periodo, para ir a pizcar la mota”, continúa don Fidencio, que tiene más de veinte años trabajando en instituciones escolares de esta zona. “Los papás vienen y piden permiso para sus hijos, diciendo que tienen que ‘trabajar’. Todos sabemos en qué, pero nadie dice nada”. Aquí, para no tener problemas, la regla es ver, escuchar y callar.
Los niños se van el martes y regresan la madrugada del lunes. Muchos llegan a clase directamente de los sembradíos, sucios y oliendo todavía a mariguana. Entre los más grandes hay quienes faltan hasta por tres meses, porque son parientes de algún jefe y se ausentan para cuidar los plantíos.
En la secundaria hay 32 alumnos, la mitad hombres y la mitad mujeres. “Casi nadie entra a la preparatoria, aquí no hay oportunidades, no hay otros ingresos para el pueblo, la tierra no rinde mucho y no hay actividades productivas”, explica don Nacho, el único maestro de la escuela. “Todos saben que es ilegal el cultivo de la mariguana, pero siempre fue así, es su única forma de subsistencia”.
Los narcos son los modelos a seguir para los jóvenes del lugar. “Lo que quieren los chicos aquí es buena ropa, dinero fácil y la troka del año; las muchachas, su única aspiración es que un cabrón con la troka del año se las lleve”, añade el maestro.
División del trabajo
La cosecha es una actividad que involucra a todo el núcleo familiar y a toda la ranchería. Caminando por las calles aledañas, anunciados por un olor penetrante se puede divisar pequeños y mal escondidos plantíos de mariguana, aunque la mayoría se encuentra en las barrancas, donde es más difícil acceder y hace más calor; por eso familias enteras se trasladan allá, viviendo durante semanas en asentamientos provisionales. “Los padres y los hijos varones se encargan de la pizca, las mujeres y las niñas preparan la comida”.
Los narcos son los modelos a seguir para los jóvenes del lugar. “Lo que quieren los chicos aquí es buena ropa, dinero fácil y la troka del año; las muchachas, su única aspiración es que un cabrón con la troka del año se las lleve”, añade el maestro.
Los “cuidadores”, por lo regular hombres adultos, se quedan en los sembradíos durante tres meses, mientras que los demás familiares y trabajadores temporales los alcanzan en la cosecha. “En este periodo se llevan también a las adolescentes, dizque para ayudar a preparar los alimentos. Es una forma velada de prostitución, tan sólo fuera por el aislamiento y la promiscuidad en que viven. Hay muchas jovencitas aquí que quedan embarazadas, y no se sabe quién es el padre”, asegura el director de la secundaria.
En la ranchería además existe una organización del trabajo que implica diferentes papeles. “Hay un supervisor que reparte los terrenos y el dinero y que trata con los narcos. Hay sembradores, cuidadores, los que pizcan, y luego hay quienes buscan fortuna por su cuenta, vendiendo su mota en el mercado en lugar de a los carteles”.
Aquí se dan tres cosechas: en mayo, en septiembre y otra en diciembre. Esto se logra gracias a los nuevos tipos de semillas y al potente fertilizante que el gobierno proporciona en estas zonas donde la agricultura es muy pobre, explica don Fidencio. “Nadie viene hasta acá a controlar cómo lo emplean, el gobierno les pide que envíen fotos de sus sembradíos como comprobante; los campesinos alegan que son pobres y que no tienen cámara fotográfica. Entonces les dicen que para demostrar que lo usaron, les regresen por lo menos los sacos del fertilizante vacíos. ¡Y vaya si lo usan!”
Un negocio a la baja, pero aún necesario
El Negro tiene 22 años; oriundo de otra ranchería de la Zona Norte, en el municipio de Villa Guerrero, desde joven ha trabajado en todos los procesos ligados al cultivo de mariguana: en la preparación de los almácigos, como sembrador, cuidador, en la cosecha y en la venta. “Se me hace que de allí he empezado a hacerme alérgico al polen”, bromea.
Explica que el sueldo es de 200 pesos diarios para preparar la comida y para pizcar y “despatar” la mariguana, aunque puede variar dependiendo del grado de riesgo: “Si los militares están cerca y hay que desalojar rápidamente un plantío, te dan hasta 350 pesos”. La remuneración aumenta aun más si se trabaja como cuidador. “Te proporcionan binoculares y te la pasas todo el tiempo caminando. Una vez en dos semanas me llevé 300 dólares, porque te ofrecen la opción de pagarte así o en pesos. Hasta te hacen escoger si quieres arma larga o corta”.
Los “patrones”, narcotraficantes del lugar o pertenecientes a grupos de la delincuencia organizada, reclutan a la gente de la ranchería a través de los “mediadores” o “medieros”, quienes se encargan de los sembradíos y luego de entregar el enervante a los mismos narcos. “Reciben un salario de tres a cuatro mil pesos mensuales, con el que tienen que pagar a sus trabajadores. Luego el patrón les da un 30% de la ganancia obtenida con la venta de la mariguana”.
“Pero”, añade El Negro, “la mota se devaluó, ya no es negocio, antes pagaban 800 y hasta más de mil pesos por un kilo, ahora la misma cantidad vale de 400 a 450 pesos”. La competencia de la cocaína y otras drogas sintéticas bajó el precio de la mariguana. “Aquí es pura calidad de exportación”, sigue, pero la saturación del mercado en Estados Unidos obliga a destinar una buena parte del enervante al mercado nacional, donde su valor disminuye notoriamente. “De todas formas, es mucho más rentable que la agricultura tradicional”, asegura. “Los insumos son cada vez más caros, y aquí se cultiva pura milpa: el kilo de maíz te lo pagan a 12 pesos, y el frijol a 20. Pues ¿así cómo?” Aun si la mariguana ya no es el negocio principal para los cárteles, representa la forma de subsistencia para muchos pueblos de esta zona.
En temporada de cosecha se reactiva además la economía de las rancherías, ya que los narcos compran comida y materiales para todos los trabajadores en los comercios locales. “Hasta eso que son ‘buena gente’, cuando ven a la banda en la plaza, nos invitan a un refresco o a una chela”.
(La investigadora Cecilia Lozano, autora del libro Sociología Jurídica del Narcotráfico, explica los nexos entre la pobreza que aqueja al campo mexicano y el cultivo de sustancias ilegales)
Corrupción y degradación
En el pueblo la raza rumorea que “este año vienen más caros”. “Se refieren a los policías estatales”, explica El Negro. “Ahora cada patrulla cuesta cien”, agrega. ¿Solamente cien pesos? “¡Cien mil pesos!”, contesta entre carcajadas, “mucha gente dice que mejor se la va aventar a la brava”.
“Todos están coludidos, la corrupción alimenta al sistema”, asevera don Fidencio, director de la secundaria de X-tlán. “Tanto las autoridades municipales como los estatales y el ejército están corrompidos. Llegan a un acuerdo, y cuando no lo hay, queman algunos plantíos o secuestran un cargamento de mariguana”.
Explica que en el caso de la policía estatal, cambian periódicamente los elementos: “Sí, pero solamente los agentes, los comandantes son siempre los mismos y los corruptos son justamente ellos”. De todas formas los narcos tienen un sistema de vigilancia experimentado, con el que vía radio controlan los movimientos de las fuerzas del orden para evitar los retenes y un circuito de brechas exclusivas para el tráfico de la droga.
Y también otras estrategias. “A nosotros nos ofrecieron 20 mil pesos para llevar 20 kilos de mota de aquí a uno de sus centros de acopio, que se ubican por las carreteras principales de la región”, dice el director. “Como casi todos los maestros de la zona nos regresamos el fin de semana a nuestros pueblos, y vieron que la policía nos conoce, nos lo propusieron. Nosotros rehusamos, pero hay muchos que lo hacen”.
X-tlán está sumido en un profundo barranco que surca la sierra, lo mismo que en una pobreza extrema. El calor abrasa los pocos cultivos y los dedos espinosos de los pitayos, cuyos frutos representan otro pequeño recurso para el pueblo. Sólo las plantas más fuertes, y las que vale la pena regar —como la mariguana—, logran crecer aquí. Pocas calles terrosas zigzaguean entre humildes casas, la mayoría de adobe y techos de láminas. Hasta el camino que lo conecta a la cabecera municipal es de terracería: “Los narcos no permiten que se pavimente porque volvería más fácil el acceso al poblado, que ahora normalmente te lleva casi tres horas”.
El poder de los cárteles y la ausencia del gobierno mantienen hundidos a este poblado y a muchos otros de la zona en un profundo subdesarrollo. “Pobreza, falta de servicios de salud, desempleo y rezago educativo aquejan desde siempre a estos pueblos”, dice don Fidencio. Pero ahora surgieron otros problemas sociales muy fuertes, en particular la drogadicción: “Los jefecillos han empezado a pagar a los trabajadores mitad con dinero y mitad con cocaína. Los enganchan, así luego recuperan el sueldo que les pagan, porque los muchachos se lo devuelven para comprar la droga que ellos mismos les venden”.
(El Doctor Dante Haro Reyes, investigador de la Universidad de Guadalajara y experto en temas de narcotráfico, habla de la corrupción que permea las corporaciones policiales y los niveles de Gobierno)
El equilibrio violentado
“El narcotráfico es así”, explica don Vicente, trazando una línea en la servilleta. “Es como un camino, aquí entras”, prosigue, marcando un extremo de la recta, “y acá, al final, sólo hay dos salidas: la cárcel o la muerte”. El bullicio de la fiesta del patrón de este pueblo del sur de Zacatecas, de donde es originario, crece en derredor. “Yo salí acá”, añade marcando una diagonal que topa la raya justo antes de su punto final, “aquí, está la felicidad”, profiere, levantando y luego acabándose de un sólo trago su enésimo tequila.
“El narcotráfico es así”, explica don Vicente, trazando una línea en la servilleta. “Es como un camino, aquí entras”, prosigue, marcando un extremo de la recta, “y acá, al final, sólo hay dos salidas: la cárcel o la muerte”.
Chente tiene porte elegante y bigote imponente. Encarna el cliché del narcostyle. Calza ostentosas botas de piel de serpiente y del traje blanco norteño, adornado con decoraciones plateadas, asoma la cacha en marfil de su pistola. Hasta hace unos años controlaba el cultivo de mota en algunas zonas del norte de Jalisco y su traslado a la frontera, hasta Ciudad Juárez. “La trasportábamos en avionetas o en tráileres en cargamentos de dos toneladas. Los choferes eran gitanos, húngaros, cobraban 50 dólares por kilo, más las mochadas para los polis”.
En la frontera la mariguana se vendía en 180 o 200 dólares por kilo. “Allá la pasan a Estados Unidos, donde de verdad está el negocio. Un kilo que aquí le compras a un productor en 500 pesos allá se vende de 550 a 650 dólares la libra, que son 450 gramos”, dice dando un amplia bocanada a su puro cubano.
A pesar de las ganancias que procuraba el proceso, don Vicente decidió salir para dedicarse al narcomenudeo, mucho menos redituable, pero más seguro. “La mayoría de mis compadres han muerto, ejecutados. No es tanto por la policía, ésta ni se mete en la zonas de cultivo, y al ejército le das un 30% para trabajar. El problema son los nuevos grupos que entraron hace dos años en la zona. Antes el norte de Jalisco era del Chapo, del cártel de Sinaloa, ahora se metieron los Zetas”.
En ésta como en otras zonas fronterizas de Jalisco, ya hace más de dos años la palabra “zetas” se empezaba a escuchar en temerosos susurros. “Pos cambiaron las cosas”, relata El Negro, “antes veías pasar en el pueblo camionetas con el cargamento de mota descubierto, con güeyes armados, no se escondían. Ahora en cambio el ambiente es muy tenso, llegó gente de afuera, los Zetas, y se están peleando con los sinaloenses por la plaza”.
Explica que “son ellos que se enfrentaron varias veces con los estatales y el ejército. Entran, armados como para hacer la guerra, y secuestran a los narquillos del pueblo, para convencerlos de que trabajen por su organización. Algunos reaparecen, otros no”. Añade que la gente ya no quiere meter a sus hijos más pequeños en la chamba: “Tienen miedo, hay demasiado riesgo”. El temor ya es generalizado. Cuando la oscuridad baja de las montañas las calles de los pueblos serranos se vacían.
La contienda entre cárteles está modificando la estructura de este “micromundo”, un estado en el estado en que dictan las reglas los grupos más poderosos y más violentos. Como en San Gabriel, nombre ficticio de una ranchería de siete mil habitantes en la zona Valles del estado de Jalisco. Viridiana nació aquí hace 32 años y, desde que se acuerda, su familia ha trabajado en el cultivo de mariguana.
“En el pueblo el 95% de la gente se dedica a esto, es normal. A mi papá nunca le ha gustado, pero no hay trabajo. Y no le saca ni tanto, como 15 mil pesos al año, pero la milpa y el ganado apenas nos dan para comer. Para mí es un empleo como cualquier otro”. Los cultivadores son el último eslabón de la cadena del narcotráfico. Mucho riesgo, ganancias ridículas.
La contienda entre cárteles está modificando la estructura de este “micromundo”, un estado en el estado en que dictan las reglas los grupos más poderosos y más violentos.
Cuando niña Viridiana soñaba con estudiar una carrera, irse del pueblo y casarse con un profesionista después de los treinta años. La realidad es que su boda la celebró a los dieciocho y su profesionista está en la cárcel mientras ella tiene que atender sola a tres hijos. Explica esto tristemente, caminando por las calles polvorientas, que huelen a mota. El aire es pesado, pegajoso, embebido de un aroma penetrante. Marea. “Lo habitual es que la gente traiga la mariguana a sus casas y allí le quitan las colas de borrego. No hay policía, y si el ejército está cerca tienen escondites para guardarla”.
Al respecto cuenta que antes lo máximo que podía pasar era que algún ratero ubicara la mariguana ocultada, por lo regular en la copa de los árboles, y se la robara. “A los policías estatales, cuando vienen, los sobornas hasta con cocaína. Por otra parte los militares llegan de vez en cuando, pepenan la zona y queman un plantío. Pero nunca arrasan con toda, si les das lo que piden”. Además los militares “nunca agarran a nadie, cuando llegan a un sembradío para quemarlo, acercándose disparan unos tiros para que la gente sepa y se vaya.
“Ahorita ya no es así, el problema son los Zetas”, continúa. “Llegaron hace más de un año y de todo lo que hagas tienes que darles una parte. Si quieres sembrar, te checan, ven el plantío y te dicen cuántos costales tienes que entregarles”. El ex brazo armado del Cártel del Golfo se infiltró además en todas las actividades del pueblo. “Hasta las tiendas y los demás negocios se tienen que mochar, porque si no te hacen algo. Si no le das, no trabajas”. Ya se rompió la calma que privaba en la zona. “Antes, cuando los hombres iban a trabajar en la sierra, te quedabas tranquila, ahora no sabes ni si van a regresar”.
(Dante Haro Reyes explica cómo ha evolucionado la disputa para el control del territorio en Jalisco entre los diferentes cárteles de la droga)
El negocio de la mariguana
Jalisco está incluido en el corredor conformado por los estados mexicanos de la costa del Pacífico, de Chiapas a Sonora, donde según datos del Centro de Planeación para el Control de Drogas de la Produraduría General de la República (PGR) se erradica 97% de los enervantes del país. Asimismo, representa la sexta entidad de México por personas empleadas en el cultivo de drogas, detrás de Sinaloa, Chihuahua, Guerrero, Durango y Oaxaca.
Según información de la misma fuente de la Procuraduría General de la República, al inicio de esta década eran 6 mil 285 los trabajadores que se dedicaban al cultivo de enervantes en nuestro estado, aunque, a la luz de lo mostrado anteriormente, que pueblos enteros de cinco a siete mil habitantes se emplean en esta actividad, esa cifra parece subestimar considerablemente la realidad.
En este sentido, hay que tomar en cuenta también que Jalisco, como explicó Ulises Enríquez, enlace de Comunicación Social de la PGR en la entidad, se posiciona en el segundo lugar en el plano nacional por delitos en contra de la salud y violaciones a la ley de armas de fuego. Entre enero y agosto del presente año se denunciaron 6 mil 500 de estos ilícitos ligados al crimen organizado y al narcotráfico.
Según los datos que proporcionó el funcionario, en este periodo se aseguraron 34 toneladas y 310 kilos de mariguana, 42 kilos y 300 gramos de cocaína, 426 gramos de heroína y 200 kilos de metanfetamina. Además se decomisaron 438 armas cortas, 138 largas, 42 granadas de fragmentación, 596 cargadores y más de 15 mil cartuchos de diferentes calibres.
Aunque, como explicó el periodista y especialista en narcotráfico Diego E. Osorno, la mariguana ya desde hace varios años no es el negocio principal para los cárteles mexicanos, su cultivo y comercialización representan una fuente de dinero fresco para comprar insumos de anfetaminas y cocaína al contado. Según datos de la PGR y la DEA, la venta de este enervante es el principal generador de dinero ilícito, con un ingreso anual de 13 mil millones de dólares. Además, las mismas fuentes detectaron que la producción de drogas aumentó considerablemente en la última década, en particular la de mariguana. Si en 2001 se estima que las hectáreas cultivadas en México fueron 4 mil 100, en 2008 éstas rondaban las 9 mil. En cambio, las hectáreas erradicadas disminuyeron notablemente en el mismo periodo: de 28 mil 699 a 15 mil 756.
Por lo que respecta a Jalisco, Enríquez afirmó que las zonas de mayor producción de marihuana son Valles, Norte y la Barranca, donde se ubica San Cristóbal, en la frontera más al sur con Zacatecas, en las que se realizó la mayoría de los decomisos y en las que se desmantelaron alrededor de cuarenta narcolaboratorios para la elaboración de drogas sintéticas.
Las regiones, en particular la Norte, marcadas por la pobreza y el subdesarrollo (Mezquitic y Bolaños aparecen entre los diez municipios con el índice de desarrollo humano [IDH] más bajo del país, según la última encuesta del PNUD, véase la investigación que realizamos), son terreno fértil para los grupos de la delincuencia organizada. La PGR considera que en el estado operan seis de los siete principales cárteles del país, y que el aumento de la violencia que se registró en este año se debería a ajustes para el control del territorio: “Se han detenido o eliminado cabezas importantes, como El Lobo Valencia y su hermano El Tigre, a Nacho Coronel, que eran piezas fundamentales para los grupos dominantes en la entidad”, informó Enríquez.
Los operativos que dejaron acéfalo al cártel del Chapo Guzmán, que controla el estado, provocaron que haya diferentes grupos que quieren acapararse un plaza importante como Jalisco. “A raíz de esta desestabilización ha querido meterse el grupo de Los Zetas a tomar el control de la zona metropolitana de Guadalajara (ZMG) en lo que se refiere al narcotráfico, por esto el crimen organizado se ha incrementado, sobre todo en materia de ejecuciones y estos tipos de delitos”.
Según comentó el funcionario el norte de Jalisco ya lo controla el ex brazo armado del Cártel del Golfo, que está intentando penetrar en otras zonas del estado, como Los Altos y Puerto Vallarta, desde Nayarit, Zacatecas, Guanajuato y Aguascalientes, mientras que por el lado de Michoacán la amenaza es representada por el grupo de La Familia. Añadió que esta lucha no afectaría a la población, pero reconoció que “los Zetas operan robando coches, secuestrando, porque son un cartel nuevo y necesitan hacerse de dinero de contado para sustentar sus actividades. Inclusive roban drogas a otros grupos delictivos”.
(Dante Haro Reyes habla de cómo la lucha entre los cárteles, que ha alcanzado Guadalajara, metrópoli capital del estado, influye en la seguridad de la ciudadanía, y de la ineficacia de las estrategias implementadas por el Ejecutivo para hacer frente a este fenómeno)
Una amenaza anunciada
En la fría mañana del 6 de febrero de 2009 Gabriel Bautista despertó de un sueño intranquilo y atormentado por la sed. En la cueva excavada debajo de una gruesa piedra donde había pasado la noche dejó el R-15 y la granada que todavía llevaba consigo. Vagó desorientado por los campos desolados y poco familiares, hasta llegar a un rancho donde, a pesar de la desconfianza del dueño, pudo comprar algo para beber y comer. Pero había resuelto el menor de sus problemas. “¿Cuanto falta para Fresnillo?”, preguntó al campesino, quien le contestó: “Híjole, ¿caminando? Por lo menos tres días, aquí estás en Jalisco, joven”.
A pesar de estar consciente de que lo estaban buscando, decidió dirigirse a Mezquitic, poblado más cercano de la sierra del norte de Jalisco, esperando encontrar a sus compañeros o una manera de regresar a Zacatecas. Caminaba con paso cansado por una brecha cuando, de repente, avistó un retén del Ejército. “Ni modo, ya no podía escapar. Me acerqué y le dije a los soldados que a un amigo y a mí se nos había descompuesto la camioneta, y que iba en busca de auxilio”. Pero su nerviosismo y su apariencia lo delataron: los castrenses advirtieron los signos distintivos que marcan su pertenencia al cártel de Los Zetas.
“Llevan tatuajes y cortes de cabello que identifican su grado al interior de la organización”, explicó una fuente ministerial, “nosotros no los ubicamos bien, pero el Ejército sí, porque los Zetas son ex militares”. Agregó que “tampoco tenemos los medios para enfrentarlos, y menos los municipales, que son pocos, mal armados y sin capacitación. Tenemos más de un año pidiéndole a la dirección estatal que nos ponga una puerta blindada en la agencia, pero ni eso, a pesar de que recibimos amenazas”. Amenazas las recibieron inclusive autoridades municipales y policiacas de la región, comentó.
(Ya el 20 de agosto de 2008, denunciamos que Heliodoro Morales Cárdenas, presidente municipal de Totatiche, municipio de la región Norte de Jalisco, había recibido llamadas amenazadora por parte de un sujeto que decía llamarse Teodoro Garza, comandante del grupo 17 de Los Zetas, que quería extorsionarlo y adjudicarse la plaza de esta localidad . Escucha la declaración del alcalde)
Bautista y otros dos compañeros fueron capturados en las inmediaciones de Mezquitic, luego del enfrentamiento que habían sostenido la noche anterior con policías estatales de Jalisco, en el que murió su capo, El Gárgola. “Se mueven en células de cuatro por camioneta, un comandante y tres sicarios, con armas de grueso calibre”, añadió el judicial, que por motivos de seguridad no reveló su nombre.
Dos de estas células se toparon por casualidad el día 4 de febrero con un convoy de estatales, que regresaba de un operativo en la sierra, en la plaza de Monte Escobedo, municipio del sur de Zacatecas que se encuentra entre Mezquitic y Huejucar, ambas localidades de Jalisco. “Se pararon, creímos que nos habían reconocido, por lo que aventamos una granada de humo y una de fragmentación, y empezamos a dispararles”, relató Bautista. Las detonaciones se dieron frente a la iglesia del pueblo, en hora de misa, pero no se registraron heridos entre la población.
De los relatos del sicario y del agente ministerial se desprende que la captura se dio de manera fortuita, contrariamente a lo que declaró después de los sucesos el secretario de Seguridad Pública de Jalisco.
Una camioneta, donde se supone viajaba uno de los más importantes capos de la zona, logró escabullirse. La de Bautista y sus compañeros, en cambio, agarró por error la carretera a Mezquitic en lugar de la de Fresnillo, porque una señora les dio mal las indicaciones. Allí fueron interceptados por los policías y empezó otro tiroteo. Viéndose perdidos, los sicarios se bajaron del vehículo en que dejaron el cadáver de su comandante y se dieron a la fuga por los campos adyacentes a la cinta asfáltica, protegidos por la oscuridad. Hasta el día siguiente en que fueron detenidos por el Ejército.
De los relatos del sicario y del agente ministerial se desprende que la captura se dio de manera fortuita, contrariamente a lo que declaró después de los sucesos el secretario de Seguridad Pública de Jalisco, Luis Carlos Nájera, quien sostuvo que ésta había sido fruto de una exitosa investigación de la policía. “Iban en busca de narcos del lugar, para secuestrarlos y ‘convencerlos’ de que trabajen con ellos. Venían de Fresnillo, zona en la que está asentado su grupo delictivo, y desde donde están buscando adjudicarse la plaza del sur de Zacatecas y el norte de Jalisco”, dijo la fuente ministerial.
Explicó que Los Zetas tienen caminos a través del norte de Jalisco que los conectan del centro de Zacatecas al sur de nuestro estado y a San Cristóbal de la Barranca, en el linde con el municipio de Zapopan, y otros que cruzan la sierra hacia la zona Valles y la costa de Nayarit y Puerto Vallarta. “Inclusive encontramos que los detenidos tienen relación con el enfrentamiento de Lagos de Moreno. Al parecer desde allá solicitaron la participación de al menos doscientos sicarios de esta zona para iniciar una guerra en contra de otros cárteles y la policía”.
El 6 de octubre de 2008 cinco estatales fueron acribillados en una gasolinera de esta localidad de Los Altos de Jalisco, en una emboscada cuyas modalidades tan cruentas no se registraban desde por lo menos tres lustros en la entidad, y que, por lo contrario, a partir de ese momento se manifestarían con mayor frecuencia, hasta desembocar este año en una guerra que alcanzó la capital, Guadalajara, en la que actualmente se reportan cuerpos mutilados, ejecuciones o enfrentamientos con la policía casi a diario. En la primera mitad del año, en la entidad se registraron más de 250 ejecuciones, cuando en todo 2009 fueron 212, y por lo menos cinco bajas entre altos funcionarios de la Procuraduría de Justicia y de Seguridad Pública.
Solamente hasta el 20 de julio el Gobierno del Estado reconoció que Jalisco estaba viviendo una alerta en materia de seguridad, como lo admitió el secretario de Gobernación Fernando Guzmán Pérez Peláez. Esto a pesar de que las autoridades estaban enteradas de la precaria situación que vivían las zonas fronterizas de la entidad; además de no reconocerlo públicamente, no pudieron evitar que la lucha entre cárteles se propagara a todas las regiones e inclusive a la metrópoli tapatía, que se presumía como una zona privilegiada, donde los grandes capos vivían con sus familias y supuestamente ajena a la ola de violencia que está azotando el país.
Tres días después de los sucesos de Lagos de Moreno, ciudad de donde es originario, el gobernador Emilio González Márquez, con su acostumbrado bon ton, anunció en un programa de televisión lo siguiente: “Vamos a partirle la madre al narco”. Casi un año después, el 28 de agosto de 2009, un testigo relató que, acurrucado en su casa de Colotlán frente a la cual un grupo de Zetas mataron en un tiroteo a cinco policías estatales de Jalisco, escuchó a uno de ellos gritar: “¡Vámonos! Los matamos a todos. Ya les partimos la madre”. Comparando estas dos aseveraciones a la luz de la situación actual, si se trata de partir madres es evidente que no hay duda sobre quién lo está logrando.
(Dante Haro Reyes propone un análisis sobre las políticas implementadas por el Estado para enfrentar el narcotráfico y propone soluciones alternativas para atacar esta problemática en México)
Un atardecer como muchos
El sol se está metiendo entre las majestuosas cimas de la sierra que rodea a X-tlán. Entre las sombras alargadas por el fulgurante crepúsculo se acerca al pequeño trote, ondulante, la de un señor que montado sobre su cansado burro regresa del campo. Morena la cara bajo su viejo sombrero de paja, las manos curtidas por el trabajo, escruta con ojos amarillentos en su entorno, sospechoso. Aquí no se ven muchos forasteros, y los que hay son narcos.
Toca con un gesto leve el ala de su sombrero de paja, en señal de saludo, y sigue avanzando con sus dos bolsas colgadas a cada lado de la montura. Rebosantes de hierba. La expresión es la de un campesino que ha trabajado duro la tierra, que vive de la tierra, y que ahora recoge sus frutos. Pero también resignada, como si ese “fruto”, en el fondo, pesara en su conciencia, sobre su espalda encorvada.
Se dirige a una casa donde, prendidas ya las velas, la flébil luz ilumina las caras de niñas, niños y mujeres atareadas en separar las flores de sus plantas; otros empacan con hojas de periódicos u otros papeles. Un rifle descansa recargado en el umbral. Una escena normal de un día laboral que se puede observar, en su bucólica inocencia y naturalidad, en cualquier comunidad rural del mundo. Nomás que aquí la estela de aroma a mariguana que expide te deja un gusto amargo, una sensación aniquiladora de que en todo esto hay algo podrido, la conciencia de que todo se mueve bajo la sombra del narco. ®
Anónimo (No publique mi correo)
Su artículo es una mentira o fue inventado. La información no coincide con los datos del norte de Jalisco, principalmente con lo mencionado sobre «X-tlán» y San Martín de Bolaños.
Como supuesto blog de análisis debería revisar sus fuentes. Le invito a que conozca nuestro municipio y sobretodo a que no mienta o proporcione información erronea al respecto.
luis
Dios tenga misericordia de nuestra gente.
angel
muy buena cronica de spiller aunque poco alentador el panorama que se vive en esas regiones y que ya se resienten los estragos en la zona metropolitana.